Teoría del Ginocentrismo (Conferencias 5-8)

Teoría del Ginocentrismo

Las conferencias seminales que se encuentran a continuación fueron pronunciadas en 2011 por Adam Kostakis:

Greek goddess

5. Anatomía de una Ideología de Víctima

Conferencia Nº 5

Entre los peores errores que un pueblo amante de la libertad puede cometer es el de estereotipar a la feministas como un pequeño grupo variopinto de lesbianas rabiosas que ha dejado de ser relevante hace mucho tiempo. Tomen nota: este estereotipo les ayuda.

Debo repetirlo: este estereotipo les ayuda.

Piensen en eso un momento. Cada vez que ustedes menosprecian a las feministas como un montón de viejas gruñonas que nadie toma en serio, han ayudado ustedes a oscurecer el programa feminista y, sin duda, su misma existencia como una forma de poder organizado. Menosprécienlas, deben hacerlo – ¡pero háganlo de una manera que las exponga, no que las esconda! Porque el feminismo está lejos de ser una reliquia del pasado. El movimiento feminista es tomado muy en serio por aquellos que tienen el poder para hacer cumplir sus objetivos:

(1) La expropiación de los recursos de los hombres hacia las mujeres.
(2) El castigo de los hombres
(3) Incrementar (1) y(2) en términos de alcance e intensidad indefinidamente.

La obscuridad ayuda en la realización de esas metas al crear dudas entre los opositores potenciales. La identificación inapropiada del feminismo como un artefacto cultural que ya no tiene ningún peso sobre las operaciones del gobierno y la sociedad es un producto de la metamorfosis del feminismo en sí. Noten que la esencia, o la sustancia del feminismo no cambiado a lo largo de los años, tan solo su forma, o su empaque. El cambio de empaque ha demostrado ser tan efectivo que ahora hay algunos que incluso niegan que el producto exista.

Por el contrario. Así como los tiempos han cambiado con el feminismo, el feminismo ha cambiado con el tiempo. En la transformación del feminismo de un movimiento en oposición al gobierno y a la sociedad en general, al un movimiento que controla al estado y a la opinión pública –y usa esa posición para perseguir a los nuevos enemigos del estado– sus estrategias se han sometido a cierto tipo de sofisticación. Hoy en día, las feministas ya no necesitan hacer rabietas para conseguir lo que quieren, porque aunque antes luchaban contra el sistema, ahora lo controlan. Este es el cambio verdaderamente profundo en las sociedades Occidentales desde el zenit de la conciencia respecto al feminismo en la mitad del siglo pasado; no es que las feministas se hayan hecho menos relevantes, sino más.

Como Fidelbogen lo puso hace poco:

El feminismo está ahora afianzado en las estructuras institucionales, y por lo tanto, es “respetable”. Se podría comparar al crimen organizado, que solía ser abiertamente grosero y hostil en los primeros días de la mafia, pero que una vez lograron poner a su gente en el ayuntamiento, y en la política electoral, aprendió a vestir corbata de seda y a jugar el juego de manera diferente.

Cuando las feministas estaban fuera de la carpa, el ofender era una de sus primeras armas –pobremente disfrazada como una osada transgresión de los límites. ¿Quién recuerda esta adorable pieza de odio propagandístico, publicada en la década de 1970?

Pic

La de arriba es precisamente el tipo de cosas que las feministas de hoy en día quieren pretender que nunca pasó. Ahora que las feministas se encuentran dentro de la carpa, están obligadas a defender sus ganancias, en la década de 1970, cuando se concibió la imagen de arriba, ellas atacaban desde afuera, y buscaban tumbar la moralidad oficial en lugar de (como lo hacen ahora) definirla y dictarla.

¿Y qué mejor para mantener el control que castigando a lo que atacan, o podrían atacar, al nuevo status quo? Nos referimos claro a los hombres, que son los que más tienen que perder de los tres objetivos esenciales del proyecto feminista que ya mencionamos arriba. Hoy en día, las feministas creen que las mujeres tienen el derecho inalienable de no sentirse ofendidas, y no temen emplear la violencia de estado para imponer este derecho. Perseguir a aquellos (hombres) que las ofendan es su nueva arma, una que reemplaza a la anterior (ofender). Desde luego, perseguir a la gente simplemente porque dicha gente es ofensiva es bastante menos caritativo de lo que los hombres fueron para con las feministas antes de que éstas tomaran el poder. Pero, como nos lo explica la Teoría del Ginocentrismo, los hombres sólo eran caritativos con las mujeres ofensivas en los primeros días del feminismo porque las mujeres ya ejercían un control sustancial.

¿Creen acaso las feministas que están haciendo lo correcto? La respuesta es un inequívoco si para la mayoría de ellas –ellas realmente creen que son gente virtuosa, y que aún cuando son conscientes de estar mal, lo racionalizan de tal manera que también, simultáneamente, están bien. ¿Cómo puede ser esto posible) Bueno, déjenme mostrarles cómo funciona, rastreando la anatomía de una ideología de víctima.

Una vez que un periodo de concientización ha propagado la creencia de que los miembros de un grupo son –por su naturaleza esencial como miembros de ese grupo– víctimas, el grupo perseguirá tres objetivos:

(1) Igualarse con el grupo designado como “enemigo”;
(2) Forjar su propia “identidad de víctima”, distinto del grupo “enemigo”, al que no le tiene que rendir cuentas.

Se darán cuenta de que, mientras el primer objetivo acerca al grupo “víctima” al grupo “enemigo”, en términos de estatus, expectativas, autonomía, etc., el segundo amplia el espacio entre ambos grupos. El primer objetivo, nos dicen, nos unirá en nuestra humanidad común, y otorgará libertad a todos, y otras cosas agradables como esa. Pero tan pronto como no acercamos a ese objetivo, tiende a haber un cambio hacia proclamaciones de importancia del segundo objetivo. Nada será nunca suficiente para satisfacer al grupo “víctima”, pues éstos se ven a sí mismos como esencial e inherentemente víctimas del grupo “enemigo”, sin importar de lo que haya cambiado en realidad. Una ideología de víctima es anti-contextual, y sus seguidores ¬–las auto-designadas víctimas– nunca se verán a sí mismas como otra cosa. Su victimismo es confirmado con anterioridad, y los hechos se deben acomodar a la narración. En otras palabras, continuarán tergiversando cualquier situación para hacer ver siempre que se les trata de la peor manera.

Es por eso que feministas como Hillary Clinton se pueden salir con la suya al decir cosas como esta:

Las mujeres siempre han sido las principales víctimas de la guerra. Mujeres que pierden a sus esposos, sus padres, sus hijos en combate.

Bueno, sin duda –perder a miembros de la familiar en muertes horribles es mucho peor que tener que experimentar esas muertes horribles. Esto es, si toda su visión de mundo está manchada por el sexismo y usted reduce el estatus de los hombres a Objetos que Protegen/Proveen. En la cita de la Sra. Clinton, no se les otorga ningún tipo de humanidad a los hombres. El problema real no es que estos hombres sean traumatizados, mutilados o hechos pedazos per se; es que, como están siendo sujetos a esas atrocidades, los hombres no podrán cumplir con sus obligaciones de proteger/proveer de manera efectiva. Es por ello que son las mujeres quienes pierden, porque los hombres realmente no importan en tanto no puedan asistir a las mujeres. Este es precisamente el tipo de actitud que emerge de una ideología de víctima. Toda su existencia, en toda su maravillosa complejidad, se reduce a un primitivismo sin matices: mi gente importa, la suya no. O, como ya veremos, mi gente es buena, la suya mala. Todo lo que sea bueno para mi gente es bueno, no importa si es bueno o malo para su gente.

A este tipo de pensamiento se le conoce como Esencialismo Maniqueo, y es la piedra de toque metafísica de todo el feminismo. Décadas de concientización han asegurado que las mujeres son reflexivamente consideradas como objeto de injuria, sean cuales sean los hechos. Si no se puede encontrar ejemplos genuinos de mujeres que hayan sido agraviadas, el privilegio compensatorio se convierte en la meta aprobada. Es decir, se trata de manera más indulgente a las mujeres en un asunto porque se cree que ellas están en desventaja en asuntos no relacionados, o simplemente en desventaja en general. Un ejemplo reciente de lo anterior del Reino Unido es la orden emitida por la Dama Laura Cox a los jueces que dice que éstos deben tratar a las mujeres criminales con mayor indulgencia, una resolución que simultáneamente reduce a los hombres Británicos a un estatus de segunda clase mientras le da luz verde a mujeres abusivas que de otra manera hubieran sido disuadidas.

Hay algunas que van aún más lejos. La Baronesa Corston, quien se identifica explícitamente como feminista, cree que las mujeres no deberían ser castigadas en lo absoluto cuando cometen crímenes. Su informe de Gobierno de 2007 aboga por la clausura de todas las prisiones de mujeres, y que aún las delincuentes más violentas y abusivas no deberían ser encerradas. Sin duda, ellas

ya no irían a una de las 15 prisiones de mujeres de país, que serían todas clausuradas. En su lugar, asesinas como Rose West, quien cumple una condena por el asesinato de 10 mujeres y niñas, serían enviadas a “sencillas” unidades de custodia locales. Allí se les permitiría vivir como una “unidad familiar” con otras 20 o 30 prisioneras, quienes organizarían sus compras, presupuestos y cocina. Las unidades también les permitirían a esas mujeres permanecer cerca a sus familias…Todas las cárceles de mujeres se cerrarían en la próxima década, y en su lugar se podrían convertir en prisiones para hombres…El informe sostiene que “Hombres y mujeres son diferentes. El trato igual a hombres y mujeres no produce resultados iguales.”

El de arriba es un ejemplo clásico de la Neolengua Orwelliana. Anti-feministas de todos los tipos han venido diciendo por décadas que los hombres y las mujeres son esencialmente diferentes. Las feministas han insistido que hombres y mujeres son esencialmente iguales, y que por ello se les debe dar igual trato. Pero tan pronto como la igualdad resulta retrógrada para la meta de empoderamiento femenino, se suelta como una papa caliente, y las feministas se retuercen en una increíble gimnasia semántica para justificar ese súbito giro.

Las mujeres tampoco serán enviadas a prisión para “enseñarles una lección”.

Por supuesto que no. Las mujeres no deberían tener que aprender cómo obedecer la ley, mucho menos cómo ser miembros funcionales de la civilización. Se les debería permitir correr libres y salvajes, abusando y destruyendo todo lo que les dé la gana con absoluta impunidad. No deberían esperar siquiera una mínima amonestación por su mal comportamiento – eso sería violencia doméstica ¿acaso no lo sabía?

Pero si el feminismo realmente se tratara de igualdad, ¿no deberían las feministas tratar de pasar nuevas leyes para criminalizar a más mujeres, en lugar de su enfoque anti-igualitario de encarcelar a menos mujeres y a más hombres? ¿o es que acaso la igualdad sólo importa cuando son las mujeres las que son consideradas desiguales? (en sí mismo, esto implicaría fuertemente que las mujeres son una clase privilegiada como ninguna otra.)

La encarcelación femenina es tan sólo un octavo de la de los hombres en los Estados Unidos (Wikipedia, consultada el 10 de Octubre de 2010) mientras que las mujeres suman tan sólo el 5.7% de los reclusos en la Gran Bretaña (consultada el 10 de Octubre de 2010). Sin duda, si la igualdad fuera la meta, relajaríamos las leyes punitivas inspiradas por el feminismo en contra de los hombres, y buscaríamos castigar a más mujeres en su lugar. No se me ocurre ningún otro sector de nuestra sociedad que sea más predominantemente dominado por los hombres que el sistema penal –algo que, en aras de la igualdad sexual, necesita cambiar.

Pero no – rotundamente contrario a los principios de la justicia neutra e imparcial, las feministas consideran que encerrar a menos mujeres ¡es algo bueno en sí mismo! Es como si las mujeres que son culpables de crímenes no son realmente culpables –y por lo tanto son víctimas de lo que sea que se les haga como castigo. Es una noción popular que las mujeres están en desventaja –generalmente, inherentemente, esencialmente, con cada fibra de su ser– y por lo tanto están en desventaja en cada área particular de la vida; por ello, cualquier cosa que se pueda hacer para ayudarlas debe ser una reducción de desventajas injustas. Cualquier persona racional puede ver qué tan absurdo es todo esto, e incluyo a feministas destacadas en ese grupo, puesto que son astutas pero no estúpidas. Sólo desiertos, disuasión, trato justo, al diablo con la civilización; éste es el Ginocentrismo en acción.

Para recapitular, las ideologías de víctima, como el feminismo, buscan:

(1) Igualarse con el grupo “enemigo”;
(2) Forjar su propia “identidad de víctima”, distanciarse y no rendirle cuentas al grupo “enemigo”.

Que estos dos objetivos estén en contradicción no es solamente un error de lógica; es parte de una estrategia que le permite al grupo “víctima” cambiar su posición según lo requieran las circunstancias. Se podría perseguir el objetivo (1) durante un corto tiempo. Pero si se somete al grupo al escrutinio por colocar en desventaja al grupo “enemigo”, las “víctimas” pueden simplemente cambiarse al objetivo (2) y hacer énfasis en la importancia de su propia singularidad en maneras para las que la igualdad no es suficiente. O, como lo puso la feminista Germaine Greer:

En 1970, el movimiento era llamado “Liberación de la Mujer” o, despectivamente, “Lib de las Mujeres”. Cuando se dejó a un lado el nombre de “Libbers” por el de “Feministas” todos nos aliviamos. Lo que nadie notó es que el ideal de liberación estaba desapareciendo con la palabra. Nos estábamos conformando con la igualdad. La lucha por la liberación no se trata de la asimilación sino de afirmar la diferencia, dotando a esa diferencia con dignidad y prestigio, e insistiendo en ella como una condición de auto-definición y auto-determinación. …las feministas visionarias de finales de los sesenta y comienzo de los setenta sabían que las mujeres nunca podrían encontrar la libertad al acordar vivir las vidas de hombres cautivos.

Una vez que se alcanza un estatus igual, se puede desechar la retórica de la igualdad, porque ¿quién en todo caso quiere ser igual a un hombre? Aquí, en blanco y negro, está la declaración de la supremacía femenina.

Como ha sido siempre.

Si la igualdad hubiese sido la meta final, entonces las desventajas de los hombres habrían sido abordadas seriamente, y no exacerbadas mientras los hombres mismos eran provocados. Hasta el día de hoy, la única vez en que una feminista se molesta en abordar alguna desventaja masculina es cuando al señalarla se beneficia a las mujeres –como es el caso de la licencia por paternidad. Hacer cumplir las licencias de maternidad y paternidad descarta cualquier elemento disuasorio que los empleadores puedan tener al contratar a una mujer. Una feminista dejará de lado su treta de “todos los padres son violadores y abusadores”, justo lo suficiente como para insistir que los hombres deberían tener los mismos derechos en lo que respecta a la crianza –pero esto es presentado típicamente como una exigencia a que los hombres compartan la carga de criar a los niños para que las mujeres puedan obtener más poder en su lugar de trabajo. Aún cuando se trata de reivindicar las injusticias que sufren, los hombres no son más que herramientas para el mejoramiento de las mujeres.

Como ha sido siempre.

Otro ejemplo es la violación de hombres en las cárceles. Las feministas recalcan este problema ocasionalmente, pero sólo para mostrar que los hombres son los opresores, lo que les permite atacar a la masculinidad misma. Las feministas toman la antorcha una vez que el violador ha hecho lo suyo; ellas completan la humillación sexual de la víctima al destruir su identidad, envenenando su mente con calumnias que dicen que la masculinidad misma es la culpable por su victimización; por lo que una parte fundamental e inmutable de ese hombre víctima es la causa de violación. Ellas fuerzan sobre él la identidad de violador junto con la de víctima, su denigración de la “masculinidad tóxica” sirve para asegurarle que él comparte las características abusivas de su abusador. Por otra parte, se ignora o se niega el alto nivel de culpabilidad femenina en el abuso de niños, tanto sexual como no-sexual.

Ésta es la razón por la cual nuestra definición universalmente aplicable de feminismo no podría haber incluido ninguna referencia a la “igualdad” –no es una declaración razonable si hemos de utilizar herramientas analíticas más incisivas que el Esencialismo Maniqueo. La definición universal permanece, y es posible ceder ningún terreno: el feminismo es el proyecto de incrementar el poder de las mujeres.

¿Poder en qué sentido? ¿Poder para hacer qué? Tales preguntas surgen inevitablemente. La respuesta, si ha seguido el texto de cerca, es obvia –para lo que les dé la gana, sin importar quién más puede salir lastimado. El silencio no es consentimiento, pero es complicidad cuando se tiene el poder de llamar la atención hacia el abuso, así como los recursos para detenerlo, pero aún así se fracasa en hacerlo si los abusadores tienen genitales parecidos a los suyos.
Y es a esto a lo que hemos llegado, amigos – estamos lidiando con primitivos en traje de pantalón.
Adam

* * *

6. Vino Viejo, Botellas Nuevas

Conferencia Nº 6

“Lo que sea que destroce la individualidad es despotismo, no importa con qué nombre se le llame” – J.S. Mill

Dominación. Mucho del análisis feminista gira en torno a este concepto. Un hombre que golpea a su mujer no está simplemente molesto con ella; está intentando dominarla. Un hombre que no está de acuerdo con una mujer y habla por encima de ella no está simplemente siendo grosero; está tratando de dominarla. Un violador realmente no está preocupado por el sexo; su crimen es una exhibición de poder, tan sólo quiere dominar a la mujer.

Verán, el hecho de que estas cosas sucedan no es suficiente para las fanáticas anti-hombres del mundo. Ellas siempre necesitarán más abasto para el molino misándrico. Castigar a los verdaderos criminales es una cosa, pero sencillamente no es tan gratificante como podría serlo dejar las cosas ahí – ellas necesitan articular lo que su intuición de mujer siempre les ha dicho, y es atacar a todos los hombres. El problema es, por supuesto, que la abrumadora mayoría de hombres no atacan a las mujeres de ninguna manera perceptible en lo absoluto. La solución, como se han dado cuenta las feministas, es jugar al Dr. Freud y plantear alguna motivación subconsciente, subyacente – una mentalidad oscura, sexual, anormal, que actúa como una explicación universal del comportamiento masculino.

Incluso cuando los hombres no se dedican a actos criminales, la criminalidad sigue allí, simplemente es latente – o es lo que las feministas nos quieren hacer creer. La idea según la cual todos los hombres poseen un mal latente, inherente, y las mujeres no, funciona como un pretexto para todo el discurso de odio sexista contra los hombres. Lo vemos en el trabajo, en las diatribas sin sentido en contra de una “cultura de violación” que no puede ser refutada, en campañas para prohibir el consumo privado de pornografía, y en la defensa de mujeres maliciosas que acusan falsamente a hombres de crímenes sexuales. Consideremos esta declaración de Mary Koss: “la violación representa un comportamiento extremo pero que se encuentra en flujo continuo con el comportamiento masculino normal dentro de la cultura.”

La desviación masculina inherente, según dicen (o insinúan), se manifiesta como un flujo continuo de masculinidad disfuncional, abarcando todo desde una simple desavenencia verbal hasta el asesinato del cónyuge. Todas las acciones masculinas que no contribuyan al proyecto feminista – incrementar el poder de las mujeres – se deben tomar como evidencia de una masculinidad inherentemente defectuosa que busca, sobre todo, dominar al bello sexo.

Pongámoslo de esta manera. ¿Dirían ustedes que ser asesinado ayuda a incrementar el poder de las mujeres?

¿No?

Bien, ¿qué me dicen de perder un combate verbal? ¿Esto ayuda a que la mujer incremente su poder? ¿O no? Sin duda parece que uno tendría más autonomía si ella puede convencer más fácilmente a los demás que su parecer es correcto.

Entonces, si los dos ejemplos anteriores existen en un flujo continuo en el que las mujeres pierden poder, el corolario del cual es la dominación patriarcal, entonces por supuesto que es culpa de los hombres. Esto es, si nuestro análisis está basado en dudosas conjeturas feministas.

El concepto de dominación, tan tomado por sentado en su manifestación presente, es un ejemplo supremo del cambio lingüístico que ya discutí previamente. Como término, conlleva contrabando ideológico, escondido en un abrigo de rectitud. Originalmente, el término dominación, que tiene su raíz en el latín dominus, se refería específicamente al poder ejercido por un amo sobre sus esclavos. Como tantos otros términos de los que las feministas se han apropiado con el fin de manipular las percepciones de la realidad, dominación se ha vuelto objeto de un descoloramiento semántico.

Lo que es realmente interesante de todo esto es que nuestro nuevo concepto de dominación –como jerarquía injusta que se debe atacar y a la que hay que oponerse– se usa en una dirección específica: como promotor del verdadero despotismo. La señal más obvia que marca el camino al despotismo es la intrusión de la esfera pública en la vida privada de los individuos. El despotismo es precisamente el tipo de jerarquía injusta con la que identificamos a la dominación; sin embargo, si se amplía lo suficiente este último término como para abarcar todas las áreas de la vida privada, entonces el resultado inevitable es una dictadura brutal y devastadora.

Este es el contexto en el que debemos entender el eslogan feminista que ha perdurado por más tiempo: lo personal es político. Nótese que (según ese eslogan), lo personal no es simplemente un asunto que interesa a lo político; no forma parte de lo político; no es de importancia equivalente a lo político. Realmente es lo político.

Los dos términos son presentados como si fueran idénticos, intercambiables.

Lo personal es político.

Si esto es cierto, entonces no existe ni el más pequeño espacio de privacidad, que es algo que corresponde exclusivamente al individuo –es decir, sobre el cual el individuo es soberano. Es cierto que una vida privada digna de su título no sería posible sin una estructura pública dominante –es la ley la que protege todas las libertades que hace posible la existencia de las vidas e intereses privados. Para usar la analogía favorita de J.F. Stephen, la ley es la tubería a través de la cual fluyen las aguas de la libertad. Es cuando la vida pública –el estado– fracasa en reconocer sus propios límites que la sociedad se ve amenazada por el despotismo.

Los intelectuales de todas la épocas han elaborado las razones más ingeniosas por las que su manera de pensar en superior a aquellas que han existido antes. La mayoría de la gente sencillamente ha asumido esto sin la necesidad de que se lo justifiquen. Lo que es peculiarmente moderno es la construcción de fronteras artificiales entre nuestro tiempo y las épocas pasadas. Nosotros, por ejemplo, no consideramos que estemos viviendo en el mismo plano histórico que los de la Europa Medieval, ni mucho menos de la Grecia Antigua. Éstos son tiempo inexplicables e inaccesibles para nosotros. Es una fantasía seductora con la que nos liberamos de cualquier miedo conjurado por los horrores de los libros de historia. Nos gusta creer que las autocracias sangrientas se encuentran confinadas a esas páginas, y que cosas como esas no podrían pasar aquí, ni ahora; no en la vida real. Sin duda, hemos progresado más allá de todo ello. Nosotros somos Iluminados, a diferencia de los seres humanos que existieron antes de nosotros.

¿Pero acaso no estamos nosotros en el mismo plano histórico que vio surgir al Comunismo Soviético y al partido Nazi? Estos reinados del terror en particular ocurrieron en el último siglo, no importa qué tanto nos gustaría pensar que hemos progresado más allá de ese barbarismo. Supuestamente, nosotros en el mundo Occidental aborrecemos los regímenes totalitarios; y sin embargo el surgir de esos dos que acabamos de mencionar es indicativo de una tendencia que existe dentro de nuestra cultura política. Junto con el bagaje que hemos heredado de la Ilustración se encuentra el concepto de utopía. El término fue acuñado en el siglo XVI, y designaba, por primera vez, la noción de un orden socio-político perfecto. Con el nacimiento de esta idea, se sembraron las semillas para la limpieza de impedimentos humanos como un programa político puesto en marcha.

Antes de la Ilustración, se asumía que la vida humana era cíclica. Tan cierto como que el sol sale por la mañana y se oculta una vez más al anochecer, los grandes poderes surgirían y caerían, para que otros nuevos tomaran su lugar. Esa era la ciencia de Polibio, cuya obra histórica no disponía los eventos en orden cronológico, sino que representaba la experiencia humana como una unidad. Las dinastías, imperios, culturas, así como los pueblos y sus comunidades, vivían y morían en las oscilaciones del péndulo cósmico.

Una de las mayores innovaciones conceptuales de la modernidad es el progreso como ideal guía en la política y la sociedad. No solo asumimos que estamos constantemente distanciándonos de nuestra propia historia; persiste la creencia de que sólo es cuestión de tiempo antes de que cada problema dé lugar a su solución. La fe en el conocimiento humano nunca ha sido tan grande como en la Era de la Información; nosotros buscamos activamente vencer lo que antes se consideraba como los hechos inextricables de la vida.

El propósito de esta digresión no es sembrar dudas sobre las posibilidades del conocimiento humano, ni sugerir que cualquier intento por mejorar la condición humana es una búsqueda innoble. Es para señalar que somos hijos de la Ilustración, independientemente de cuál es nuestra inclinación dentro del espectro político. Es para señalar que hay ciertas suposiciones que forman la base y el andamiaje del pensamiento político Occidental, y que es sobre estas suposiciones que están construidas ideologías tan diversas como el conservadurismo, el liberalismo, el Nacional Socialismo y el feminismo.

El –ismo en sí es un fenómeno completamente moderno. Un –ismo (o, podríamos decir, una “ideología”) asume una diferencia entre cómo la sociedad es y cómo debería ser, predicado sobre una perspectiva moral del mundo. Esto es obviamente verdad para aquellas ideologías que abogan explícitamente por un cambio –liberalismo, socialismo, feminismo, y así. Es igualmente cierto para el conservadurismo y el tradicionalismo, ideologías que (como ellas mismas lo ven) apuntan a recuperar aquellas cosas valiosas que se han perdido a través de las épocas.

Típicamente, lo que las ideologías encuentran tan censurable acerca del mundo es la configuración vigente de poder. Los grandes textos y oradores de la ideología que describe una configuración de poder pelean porque ésta se reconozca como injusta, y luego presentan los medios a través de los cuales se puede lograr el cambio deseado. Estos medios pueden involucrar el trabajar a través de las instituciones estatales vigentes, o puede que éstas necesiten ser derrocadas, o puede que se eviten las prácticas convencionales y se abogue por encantar a la sociedad civil.

Lo que sea que la ideología suponga en práctica, esta es una diferencia marcada con lo que ocurría antes. El progreso, no la recurrencia, se encuentra en la raíz de toda expectativa política. Ya sea un progreso hacia una sociedad sin clases, o pureza étnica, o el retorno a los valores tradicionales, el progreso es una constante. La perspectiva de que algo está mal y se necesita hacer algo al respecto, como una declaración política, es un invento reciente, uno que define nuestra cultura política compartida. Los conservadores se encuentran atrapados en la misma telaraña “progresiva”, pero también los iconoclastas, quienes evidencian su cumplimiento de los modos convencionales de pensamiento aun cuando declaran sus intenciones de alejarse de ellos. Entre más luchan contra esta inevitabilidad, más atrapados se encuentran. Para poner un ejemplo relevante, las feministas han declarado a veces que ellas se están distanciando completamente de las suposiciones “patriarcales”, y construyendo su propia visión de mundo desde cero, que no está corrompida por la influencia masculina. En realidad, nadie empieza desde cero, y el feminismo continúa profundamente incrustado en formas de pensamiento que han evolucionado a lo largo de los siglos, exclusivamente a través de las mentes de los hombres. La ideología feminista, y todas sus innovaciones, sencillamente no pudieron haber ocurrido sin previos siglos de trabajo masculino.

La conferencia de la próxima semana mirará más de cerca la afirmación feminista según la cual lo personal es político, y las implicaciones ocultas contenidas dentro de este lema. En las semanas que vienen, consideraremos el concepto de utopía, que esta vez fue mencionado por encima. Por ahora será suficiente un comentario breve: utopía es la extensión lógica del progreso, y ese es el fin de todo progreso, la última etapa de la existencia humana. Es una idea profundamente peligrosa, responsable de los más opresivos regímenes y de las revoluciones más sangrientas que ha conocido el mundo. Mientras la gloria y el poder personales pueden haber sido la fuerza motivadora detrás de las acciones de individuos despóticos incluso en los últimos tiempos, fue la visión colectiva y utópica la que incitó a sus seguidores a llevar a cabo las más violentas fantasías. En todos los casos en que los utópicos toman las riendas del poder, los seres humanos que no encajan en su visión de un nuevo orden mundial son tratados como la basura viviente de un régimen desaparecido.

Es con asco y horror que el Occidente mira hacia atrás a los déspotas utópicos del siglo XX, y sin embargo estos despotismos particulares corresponden a una tendencia que forma la infraestructura de nuestra propia política. Pero el asco y el horror son suficientemente reales, y quizás el cambio más verdaderamente progresivo de los últimos tiempos es el rechazo al extremismo, en todas sus formas, por poblaciones determinadas a dejar atrás un siglo de genocidio.

No obstante, eso no es tan fácil. Se puede tirar de las puntas y talar los troncos de la tierra, pero a menos de que se desentierren las raíces, pronto se verá brotar de nuevo esas flores. El utopismo, con la purificación de los impedimentos humanos que siempre implica, está codificado en nuestro ADN político. El desprecio generalizado hacia esos recientes totalitarismos fracasados no hará que lo anterior desaparezca; tan sólo puede hacer que la tendencia despótica se quede dormida por un tiempo. Un nuevo despotismo sólo puede emerger si lo hace silenciosamente, disfrazado como algo diferente –tal vez como una oposición organizada a ciertas formas de dominación injusta, cuya solución siempre es incrementar el poder del estado relativo a la autonomía del individuo.

Lo personal es político, dicen las feministas.

Ya puedo escuchar que se acerca la marcha a paso de ganso.

Adam.

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7. Lo Personal, en Contraste con lo Político

Conferencia Nº 7

“Ellos se enorgullecían de pertenecer a un movimiento, a diferencia de un partido, y un movimiento no estaba atado a un programa” – Hanna Arendt

La semana pasada miramos cómo el concepto de dominación se ha convertido en una justificación para transgredir hacia el despotismo. No debería ser una sorpresa para aquellos lectores atentos que virtualmente cada palabra clave en el léxico feminista se usa de una manera similar. Ya sea que el término que se está discutiendo sea misoginia, o violación, o patriarcado, la tendencia es ampliar su significado hasta cubrir el área semántica más amplia posible, contrabandeando la máxima cantidad de alijo ideológico posible dentro de un abrigo de rectitud. El efecto en el mundo real de todo esto es restringir la autonomía masculina a través de la criminalización de las acciones de los hombres. Las posibilidades ilimitadas del descoloramiento semántico corresponden con las vastas sentencias a prisión y multas descomunales. La intención es criminalizar la norma. Cada movimiento que un hombre haga debería ocasionarle escalofríos, forzarlo a mirar sobre sus hombres, con una expresión de pánico, y preguntándose “¿Qué ley he roto ahora?” los hombres deberían vivir en un estado perpetuo de vigilancia y culpa presunta – una existencia panóptica en la que son repetidamente reprendidos por hacer las cosas mal. Es decir, según un estándar moral ajeno e invasivo que ellos son invitados a obedecer, no a entender, y ciertamente no a cuestionar o a refutar.

Pero cuando el comportamiento criminalizado cae dentro del campo de las acciones que tanto hombres como mujeres realizan, el argumento requiere un corolario según el cual es diferente, y peor, cuando los hombres lo hacen. Por ejemplo, ciertos individuos desagradables de ambos sexos cometen acoso sexual, pero nosotros tenemos que entender que cuando los hombres se lo hacen a las mujeres, es aceite, y cuando las mujeres se lo hacen a los hombres es agua. Ambas cosas, se nos asegura, con incomparables, no importa cómo vea las cosas un hombre que ha sido victimizado– después de todo, incluso en su victimismo, él tiene su percepción cegada por su privilegio.

Todo el cuento de hadas se puede resumir en el mantra feminista, lo personal es político. Como se discutió la semana pasada, el contexto propio en el que esta declaración debería ser vista es la historia reciente del mundo Occidental. Hay que darle atención particular a una corriente dentro de nuestra cultura política compartida que ha provocado gobiernos despóticos y amenaza con hacerlo de nuevo. ¿Cómo más podemos interpretar una declaración según la cual todas las cosas dentro del dominio del individuo son en realidad asuntos del gobierno? Si no poseemos, ni tenemos el control de, aquellas cosas que son personales para nosotros, no puede haber nada de lo que podamos hablar que controlemos o poseamos, incluidas nuestras vidas.

Pero sería un error ver ese mantra simplemente como una declaración o una creencia, es decir que la persona que lo dice simplemente cree que lo personal es lo político. Todo tipo de personas tienen todo tipo de teorías excéntricas, y un grupo de gente que comunica su creencia de que todos los aspectos de nuestras vidas son manejadas por el estado sería tan problemático como aquellos teóricos de la conspiración que usan sombreros de papel aluminio o la Sociedad de la Tierra Plana. Cuando una feminista dice que lo personal es político, sin embargo, ella no está simplemente enunciando una creencia; está haciendo un llamado a la acción. Hay implicaciones ocultas en esa frase.

La discusión de la semana pasada incluyó una sección sobre ideologías, y las suposiciones progresistas que se encuentran en las raíces de la cultura política occidental. Para recapitular, las ideologías asumen una diferencia entre cómo es la sociedad y cómo debería ser, predicada sobre una perspectiva moral específica del mundo. Lo que esto significa, en lo que le incumbe al análisis feminista, es que actualmente lo personal no es político, entonces se debería hacer que lo sea. Prácticamente, toda la innovación política consiste en convertir esas cosas que son personales en asuntos políticos. El extremo lógico se encuentra allí donde no hay acciones estrictamente personales, no hay afirmaciones, intenciones, pensamientos o creencias personales; todas éstas, ya sean expresadas públicamente o en privado, serían estrictamente políticas. Cada decisión, hasta los detalles más minúsculos de la vida diaria, se vuelve asunto político del que los individuos deben rendir cuentas, no como transgresiones individuales, sino como miembros de una clase opresiva que debe responder por sus pecados.

“Lo político” es otro de esos conceptos esencialmente polémicos –en otras palabras, es uno de esos conceptos que son más vulnerables al abuso. Es una idea imprecisa, que puede ser captada pero nunca determinada con precisión– y los intentos para hacerlo son como intentar agarrar el aire de un colchón inflable. Una de las cosas que podemos decir sobre “lo político” es que no siempre ha sido identificado con “lo ideológico” –lo que parece sensato, ya que “lo ideológico” es un producto de la modernidad, un recién llegado en lo que a la política se refiere.

Hubo una vez en que “lo político” era un término que se refería a Reyes, Reinas, cortesanos y nobles, sus luchas y sus sucesiones; pero ciertamente no a la doctrina. Ese cambio se dio a cabo gradualmente, con el declive del fervor religioso que marca a la modernidad.

Soy consciente de que estoy muy cerca de caer en una falacia etimológica, así que déjenme aclarar que es lo que estoy argumentando. No estoy reclamando que haya un significado apropiado de términos como “lo político” que ha pasado de moda. Ya he reconocido previamente que el lenguaje está en un flujo perpetuo. Como corolario, reconozco que las definiciones objetivamente correctas son una rareza. Mi propósito, al resaltar el cambio lingüístico, es resaltar complementariamente el cambio social. Uno rara vez sufre un cambio de paradigma sin afectar al otro. Hay un poder inmenso en el lenguaje, no sólo al reflejar sino al definir el mundo experiencial. Si queremos entender porqué las cosas con como son, debemos fijar nuestra atención en los cambios históricos en el vocabulario –es ahí donde encontraremos las nocionales células germen que dieron origen a la enfermedad del feminismo.

Ese es el caso de “lo político”. Hoy en día, todo lo que sea controversial es reflexivamente considerado como un asunto político. Ya sea que estemos discutiendo el estilo de vida inusual de alguna persona, o una nueva obra de arte que desafía los límites, o una página web que propone una perspectiva del mundo innovadora, nos sentimos bastante seguros de que lo que estamos discutiendo es una declaración política. Lo controversial es entonces político; o quizás sería más exacto decir que lo inusual es político. Se incita a los inconformistas de todo tipo a adherir algún propósito político a sus acciones o creencias. El efecto de este desafío tan público es encerrar a los individuos en un sistema de control ubicuo; salirse de los límites lo convierte a uno en un blanco.

Y esto es precisamente lo que el feminismo requiere –que los hombres se alineen, y que persigan a los que no lo hagan. Es mucho más fácil lograr el proyecto de aumentar el poder de las mujeres cuando uno puede silenciar a aquellos que tienen más que perder en caso de que el proyecto tenga éxito.

El otro lado de la moneda es el beneplácito “compensatorio” cada vez más mayor que se les da a las mujeres. Son solamente las vidas privadas de los hombres las que deben estar atrapadas en un sistema de control público; las mujeres, por otra parte, han de disfrutar del botín de la victoria en una nueva era de anarquía sexual femenina. Quizás el único consuelo que nos queda, siendo realistas, es que los despotismos son grandes generadores de iluminación espiritual entre los oprimidos. Fue la persecución de los primeros cristianos lo que llevó a hombres y mujeres piadosos a vivir solos en el desierto, imitando a Jesús –fue tan sólo en el siglo V que la Iglesia se apropió de estos monásticos, después de que hubieran buscado una existencia puramente asceta como alternativa del mundo material que los había expulsado. De manera similar, los regímenes opresivos del periodo Helenístico llevaron a muchos, dentro de las ciudades-estado griegas, a acogerlas filosofías místicas que abogaban por el rechazo del mundo. Dado que nosotros vamos en camino hacia un despotismo feminista, no es de sorprenderse que un desarrollo paralelo se esté incubando, en la forma del movimiento Hombres que Siguen Su Propio Camino (MGTOW [Men Going Their Own Way]). Los MGTOW han rechazado la exigencia ginocéntrica según la cual los hombres deben definirse de acuerdo a su destreza sexual. Como consecuencia de haber sido aliviados de ese peso, muchos MGTOW han asumido una deliberación introspectiva sobre la naturaleza del hombre y la masculinidad –discusiones que son androcéntricas, y por lo tanto no rinden cuentas a la ortodoxia feminista. En su núcleo, el movimiento MGTOW se aparta del mundo –del matrimonio, de los hijos, de los empleos sacrificantes, incluso de cualquier relación con mujeres– buscando calma de los agentes hostiles, así como lo hicieron los ascetas y místicos del mundo antiguo.

Aunque yo respaldo el estilo de vida MGTOW, soy consciente de que no es suficiente –para la realización o para la supervivencia. El feminismo simplemente no está en el negocio de dejar a los hombres en paz. Es una ideología progresista, lo que quiere decir que seguirá creciendo, sin ningún control interno sobre sus propias actividades; ¡no tiene frenos! Cualquier intento de auto-criticismo da paso a una mayor radicalización. Incapaz de percibir el mundo desde fuera de la burbuja feminista, sus discípulas piensan y actúan de una manera anti-contextual y abstracta. El único control sobre las actividades de semejantes ideologías debe venir de afuera –es decir, del resto de la sociedad. Si el feminismo no desacelera y se detiene voluntariamente, entonces les corresponde a agentes externos construir un muro de ladrillo en su camino. Este es un requerimiento moral –la alternativa es permitirle que reine libremente, en cuyo caso terminaremos inevitablemente en un despotismo. Hasta ahora, el feminismo ha mostrado ser notablemente socio-dinámico, y no se ha enfrentado a mucha resistencia política –lo que quiere decir que la velocidad de persecución va a aumentar.

Me gustaría aclarar algo. La palabra “feminismo” se puede referir a más de una cosa. De manera más obvia, feminismo como movimiento no es precisamente lo mismo que el feminismo como ideología; de manera más precisa, el primero es motivado por las máximas del segundo. El feminismo como ideología es una ideología de víctimas, lo que quiere decir que existe en defensa de un cierto tipo de gente que se ha designado como las víctimas. Los objetivos duales de una ideología de víctimas son, como ya lo había mencionado anteriormente:

(1) Igualarse con el grupo “enemigo”;
(2) Forjar su propia “identidad de víctima”, diferente del grupo “enemigo” y al que no tiene que rendirle cuentas.

Si se logra el objetivo (1), entonces la ideología sencillamente deja de existir, lo que quiere decir que el movimiento deja de existir. El movimiento, sin embargo, no es una entidad inorgánica que cumple de manera mecánica con las necesidades de la ideología. Está conformado por gente que se ha vuelto dependiente de él, tanto financiera como psicológicamente. El fin de la desigualdad, como sea que se hubiera medido al principio, significaría un desastre para las graduadas en Estudios de Género en todo el mundo. Por ejemplo, la inhabilidad de las organizaciones feministas en admitir que los índices de violación están en declive y que las acusaciones falsas están llegando a niveles de epidemia significaría grandes pérdidas que afrontarían los ideólogos que trabajan en los centros de asistencia a víctimas de violación (que generalmente se encuentran vacíos). No se puede permitir que la ideología muera –hay demasiado en juego, en particular el movimiento, y todos aquellos recursos de los que sus actores principales hayan podido echar mano. Así como con mucha otra gente, la amenaza del desempleo es suficiente como para sacar un conservadurismo radical, que insiste, en este caso, en la existencia de nuevos tipos de opresión que aún se deben superar. Hay muchísimo dinero en el negocio de la percepción constante de las mujeres como seres en desventaja. El feminismo ya no es simplemente un movimiento, sino una industria –bien llamada por muchos la industria de los agravios sexuales.

En caso de que está industria se derrumbe, dejaría un vacío en las carteras de las feministas profesionales casi tan grande como el vacío que dejaría entre sus orejas. La alternativa a un apoyo estatal continuo para superar las nuevas opresiones es casi inimaginable. No sólo significaría el fin del subsidio que se extrae a los hombres para su propia persecución –también amenazaría con dejar un vacío físico en la mente de muchas feministas profesionales. ¿Qué harían entonces, una vez que se les quite ese dinero ensangrentado?

Las feministas tienen, desde luego, un plan de contingencia. Los remito al objetivo (2). La razón por la cual las ideologías de víctimas tienden a no morir fácilmente cuando se ha logrado la igualdad, o incluso la supremacía del grupo “víctima”, es esta: porque cambian sus objetivos hacia la separación inherente entre los grupos de “víctimas” y “enemigos”, y rehúsan tomar cualquier tipo de responsabilidad para con el resto del mundo. Sin duda, cualquier intento de una persona externa al grupo designado como “víctima”, de hacer a los miembros de ese grupo responsables por sus transgresiones, es mancillado como un intento de frenar el objetivo (1) –y la persona que se atrevió a quejarse será insultada con todo tipo de nombres.

Una ideología de víctimas es necesariamente tripartita en su entendimiento del tiempo. El pasado es identificado con la Opresión, el presente con la Lucha, y el futuro con la Liberación. La historiografía tripartita es constante. Si cualquiera de los tres estados –Opresión, Lucha o Liberación– es removido, entonces no tenemos una ideología de víctima. Se derrumba debido a su inconsistencia. Tiene que haber una Opresión pasada, pues esto justifica la Lucha presente, que también tiene que existir en el presente, como una tautología; ¿de qué más estaríamos hablando? La Lucha debe ser en pos de algo, y ese algo es la Liberación, prometida en el futuro. Abajo hay una especia de diagrama, presentado desde la perspectiva feminista:

ideology1

Es una caricatura infantil, apropiada para una perspectiva de mundo infantil. Es importante mencionar lo que se requiere para que la triada Opresión, Lucha, Liberación tenga sentido –el actor que lleva a cabo la opresión, contra quien se debe luchar, y de quien las víctimas designadas deben liberarse. Ese actor es, desde luego, el hombre.

La imagen de arriba se presenta desde la perspectiva feminista, en la que el tiempo se mueve de manera horizontal, de izquierda a derecha. En el mundo real, la línea de tiempo está rota. Estamos permanente congelados en la fase presente, y desde allí, el tiempo se mueve verticalmente y hacia abajo:

ideology2

Hay sencillamente demasiadas personas que se benefician del feminismo (por ejemplo, la industria de los agravios sexuales) para permitir que la verdadera liberación de la mujer sea reconocida. Si se admitiera que las mujeres no sólo han sido liberadas, sino que han recibido varias ventajas sobre los hombres, entonces el movimiento y la ideología, y por lo tanto la industria que es el feminismo, se volverían irrelevantes. El papel actual de las mujeres, que puede ser descrito de la manera más apropiada como Privilegiado, no es ni siquiera concebible en el tiempo feminista. La Liberación debe permanecer siempre como una meta futura, y no se puede permitir que sea percibida como un logro presente. El feminismo es auto-sostenible de esta manera –al impulsarse a sí mismo hacia nuevas Luchas. El entendimiento tripartito del tiempo es independiente del contexto; es fundamentalmente abstracto y anti-contextual. Se asume la triada antes de que la verdad acerca del mundo sea establecida en cualquier momento, y los hechos del mundo deben ser martillados hasta que adquieran una forma amigable a la perspectiva feminista.

No importa mucho que las grandes Luchas hayan sido ganadas. Las feministas pueden simplemente crear unas nuevas. Y como los hombres son (como debe ser siempre) los opresores contra los que se debe luchar, es bastante justificable quitarles cualquier poder que aún posean.

Hasta que no posean ninguno

Adam

* * *

8. Persiguiendo Arco Iris

Conferencia Nº 8

“La igualdad, entendida correctamente como nuestros padres fundadores la entendían, lleva hacia la libertad y a la emancipación de diferencias creativas; entendida de manera errónea, como ha sucedido trágicamente en nuestro tiempo, lleva primero a la conformidad y luego al despotismo.” –Barry Goldwater

¿Qué es lo que nos permite vivir vidas significativas? Esta es una pregunta que tiene una larga historia, y después de más de dos mil años de rascarnos la cabeza, nuestra especie no es mucho más sabia. Las respuestas fracasan tan fácilmente como se forman. Tal vez la única sabiduría real impartida por siglos de búsqueda espiritual es que la solución no se puede reducir a la materialización de un único valor. Los esfuerzos para ocasionar un sistema social basado en la materialización de un valor en particular –ya sea una doctrina religiosa, la voluntad de la nación, o igualdad social– han resultado invariablemente en una represión extendida, y no en la época dorada de paz y virtud como lo postulan sus ideologías. Por el contrario, esas sociedades que han logrado crear y mantener un espacio para que la gente pueda realmente vivir lo que podrían llamar “vidas significativas” son aquellas que han mantenido un número de valores en equilibrio. Esta no es una solución muy emocionante, pero es mejor sentirse insatisfecho con los grandes misterios de la vida que ser un siervo o un “desaparecido” por un régimen que persigue una máxima más seductora.

Sea cual sea el caso, el argumento a favor de la autonomía parece convincente –equilibrado, como debe ser, respecto a otros valores. Es difícil ver cómo la vida podría ser significativa allí donde no se poseen los derechos más básicos de auto-determinación. En este punto, estoy superficialmente de acuerdo con las feministas, quienes han hecho de la autonomía (y no la igualdad) su principio guía. Desde luego, en su caso, la única que cuenta es la autonomía de las mujeres, y ésta se debe extender tanto como sea posible. Sin embargo, coincidimos en que la autonomía, en sí misma, es algo bueno, aunque yo añadiría el corolario de que ésta debe estar en equilibrio respecto a otros valores de manera que no se vuelva una autorización parar hacer cualquier cosa.

Es entonces una ironía espectacular el que, en tanto sigan siendo feministas, las mujeres nunca podrán saborear la libertad. El feminismo es una ideología de víctima que paraliza a las mujeres en una Lucha perpetua; no se puede permitir el disfrutar la Liberación, pues de lo contrario se acaba el juego. Para seguir jugando, las feministas deben imaginar que están bajo el control de fuerzas externas que son responsables del destino que les acaece, y tienen un nombre para este delirio masivo: El Patriarcado. Cada mala decisión, cada consecuencia no deseada, cada menor inconveniente puede ser rastreado a este sistema de control místico, mítico e invisible que ejerce su influencia sobre las mujeres, de manera similar a como las tribus animistas explican varios fenómenos climatológicos a través de deidades enfurecidas y vengativas. Si las feministas han de pretender que la Lucha aún es relevante, entonces no se puede admitir que las mujeres tienen el control de sus propios actos, puesto que ello implicaría que son agentes morales libres. Se debe hacer creer a las mujeres que son delicadas embarcaciones arrojadas a una tormenta en el océano, sin tierra a la vista, en la que tratar de navegar o conducir es inútil. Tal vez podríamos contrastar esto con el movimiento MGTOW, que asemeja a una serie de canoas, ligeras pero resistentes, cuyos ocupantes reman en mares calmos –por lo pronto, al menos.

Aun cuando las mujeres sean privilegiadas más allá de sus sueños más salvajes –lo que es inconcebible en la teoría feminista– todavía no se pueden considerar libres. A las mujeres no se les permite disfrutar la libertad; se les debe negar de manera que la ideología sobreviva. Se debe reiterar, hasta que venga a la mente como si fuera un reflejo, que “todavía vivimos en un patriarcado”, y que “las mujeres todavía no son iguales”, etcétera. Las adherentes la feminismo no pueden descansar jamás, porque ellas mismas no se lo pueden permitir. Están persiguiendo arco iris perpetuamente.

Han construido una barricada mental, cerradas al mismo mundo al que le imponen sus designios. Están forzadas a concebirse a sí mismas como en una Lucha eterna, a menos de que se Liberen, en cuyo caso se volverían irrelevantes. Como lo dije la semana pasada, una percepción tripartita de la historia (el pasado como Opresión, el presente como Lucha, el futuro como Liberación) es una constante del feminismo, y todo esto se decide antes de los hechos. Sin importar el contexto, el presente es Lucha, con la Liberación perpetuamente establecida en algún punto en el futuro. Como lo dice el proverbio, el mañana jamás llega.

Como lo mencioné previamente, el feminismo es fundamentalmente anti-contextual, tomando decisiones respecto a lo que sucede antes de que suceda, y luego acomodando los hechos a dichas decisiones. El proceso es simple: tomar los puntos clave respecto a la situación dada, y a través de la falta de lógica, la erística, el relativismo moral, el simbolismo, la auto-contradicción, y la fantasía, enmarcan el discurso como uno en el que las mujeres pasan de la Opresión a la Liberación, pero en el que no llegarán allí sin la Lucha feminista.

Esto no significa que el feminismo opere de manera estática. El primer paso en el proceso que acabo de describir es actuar sobre los hechos de la vida real. Si las feministas no hicieran esto, su sermón no tendría ningún atractivo para el sector no-feminista, porque daría la impresión de no ser aplicable al mundo experiencial. El feminismo es anti-contextual en el sentido de que la narración se decide antes de los hechos, pero aún así depende del contexto de cualquier situación particular. El contexto de la vida real debe ser vivido y entendido, y sólo entonces podrá ser cooptado dentro del discurso feminista. Para dar un ejemplo claro, las feministas en Estados Unidos, hoy en día, no protestan por el derecho de las mujeres al voto. No lograrían nada si lo hicieran porque, teniendo ya el voto, no tienen a dónde más ir (en este aspecto). El sufragio no es un asunto relevante en el contexto del mundo real. Por otra parte, el hecho de que la mayoría de los líderes de negocios sean hombres puede ser verificado por la mayoría de la gente en el mundo; esto, entonces, se puede arrastrar hasta el discurso feminista como un ejemplo de Opresión.

Discúlpenme si soy demasiado simplista, pero se debe aclarar cómo el proceso de fabricación de la Lucha juega un papel crucial en la naturaleza cambiante de los derechos.

¿Qué es un derecho? Como se ha entendido típicamente, un derecho es una reivindicación que, en circunstancias usuales, es inviolable. En otras palabras, si yo tengo un derecho, entonces tengo una prerrogativa –el permiso para hacer algo que deseo hacer, o para ser protegido de algo que no deseo– y otros individuos no pueden quitarme dicha reivindicación. Un ejemplo claro sería que yo tengo el derecho a no ser atacado –no les está permitido a otros individuos atacarme. No obstante, puede que lo hagan, en cuyo caso habrán transgredido mi derecho; habrán hecho aquello que no les está permitido hacer, y me habrán impedido hacer (o evitar) aquellas cosas que se me está permitido hacer (o evitar). Por consiguiente, tengo la prerrogativa de buscar una recompensa por la violación de mi derecho.

Una teoría de derechos requiere un encargado de hacerlos cumplir, de tal manera que prevenga transgresiones a los derechos y otorgue recompensas a aquellos cuyos derechos han sido violados. El encargado con el cual ya estamos familiarizados es el estado, en particular aquellas instituciones involucradas en la creación y práctica de la ley: la legislatura, el poder judicial, la fuerza policiaca, etcétera. Es necesario que el estado posea el monopolio en el uso de la fuerza, pues de lo contrario no se lograría que se hicieran cumplir las reglas, y no habría un factor disuasorio en contra de las violaciones de derechos. En un caso extremo, los ciudadanos podrían rebelarse y tumbar un estado débil, y de manera subsecuente instituir su propia forma de justicia que podría no ser imparcial. Max Weber describió célebremente al estado como “el monopolio del uso legítimo de la fuerza”. Yo he dejado por fuera de mi definición la palabra “legítimo”, porque me parece un juicio totalmente subjetivo, sin mencionar inevitable, desde el punto de vista de aquellos que están en control del estado. Aquellos que toman el poder y lo usan para perseguir a un sector de la población, seguramente creerán que su monopolio en el uso de la fuerza es legítimo –sin duda, probablemente crean que su uso de la fuerza tiene más legitimidad que el del régimen que depusieron, sin importar cómo se haya comportado dicho régimen.

Es de notar que no hay un límite inherente al concepto de los derechos; no tiene un sistema de frenado. Nunca habrá un punto en el que podamos decir, “ahora tenemos todos los derechos”. Potencialmente, siempre habrá más derechos que los que podamos poseer, lo que no significa que debamos poseer más derechos. La posesión absoluta de todos los derechos concebibles sería una licencia inconcebible –autonomía total, en la que todas las reclamaciones serían permitidas. Esto significaría que el individuo con autorización estaría en la libertad de violar los derechos de los otros. En este caso, los derechos de otros serían insignificantes cada vez que se encuentren con el individuo con la autorización total. Lógicamente, no toda la gente puede tener posesión total de todos los derechos, debido a que a cada uno se le permitiría infringir los derechos de los demás –lo que implicaría que los derechos de nadie estarían seguros, y que el individuo o grupo más fuerte tendría derecho a establecer una regla arbitraria basada sólo en su fuerza física.

Es evidente que necesitamos limitaciones, y la Constitución de los Estados Unidos de América es un ejemplo en este aspecto. Como la mejor declaración de libertad personal y democracia representativa que el mundo haya conocido, existe para proteger una serie de derechos fundamentales de ser anulados por el grupo más fuerte de individuos –específicamente, el gobierno. Las leyes pueden ir y venir, pero mientras la constitución se mantenga, los derechos fundacionales del ciudadano individual son inmodificables –o, al menos, son extremadamente difíciles de remover o alterar. Donde sea que un gobierno viole repetidas veces su propia constitución, corre el riesgo (idóneamente, al menos) de ser derrocado por un levantamiento de sus ciudadanos, quienes formarían un colectivo más fuerte.

La Constitución de los Estados Unidos, adoptada en 1787, está construida sobre la filosofía liberal del tiempo, más especialmente la de John Locke. Algunas secciones de la Declaración de Independencia, firmada once años antes, son más o menos sacadas de su Segundo Tratado de Gobierno. Las ideas expresadas en esta obra no son las del liberalismo que conocemos hoy en día; son más próximas a los que ahora conocemos con el nombre de libertarismo. Fue solo en la segunda mitad del siglo XIX que el liberalismo experimentó una profunda transformación hacia una ideología colectivista con la que asociamos más fácilmente el término hoy en día.

En su texto de 1859, Sobre la Libertad, J. S. Mill introdujo una nueva articulación de la defensa moral liberal tradicional de los derechos individuales. Dice algo así como: los individuos tienen el derecho de hacer lo que escojan, mientras esto no lastime a otros. Mill ejercía precaución cuando consideraba la aplicación de este principio: uno no sería lastimado, por ejemplo, por perder en una competencia (ejemplo: el mercado libre). Siguiendo a Tocqueville, expresó su preocupación según la cual la democracia, si no se moderaba, podría resultar en una tiranía de la mayoría.

Podemos agradecer a los sucesores de Mill por pervertir el liberalismo individual y transformarlo en una filosofía colectivista y autoritaria. Sólo había un pequeño paso del axioma de Mill –los individuos tienen el derecho de hacer lo que escojan, siempre y cuando no lastimen a otros– a la doctrina del Nuevo Liberalismo: si no puedo hacer lo que de otra manera escogería, entonces alguien debe estar lastimándome. Fue el auto-proclamado “socialista liberal”, Leonard Trelawny Hobhouse, quien trabajó sobre las premisas de Mill y añadió un giro nuevo: que la libertad no es buena en sí misma, sino que deber subordinarse para un fin más alto. En consecuencia, cualquier libertad que no esté subordinada a este fin más alto, no está justificada moralmente. Fue el radical social Richard Henry Tawney quien, expandiendo esta idea, abogaba por una sociedad igualitaria, basado en la premisa según la cual “la libertad para el pez grande es la muerte de los peces pequeños” –en otras palabras, que ciertos grupos identificables no merecen la misma autonomía, sino que la suya debe ser restringida. Fue Lester Frank Ward quien repudió al individuo totalmente y arguyó que el estado debería dirigir todo desarrollo económico y social, incluyendo la felicidad de sus ciudadanos. Quizá lo más revelador de todo es que Ward era un entusiasta partidario de la noción según la cual las mujeres son innatamente superiores a los hombres. Para citar un pasaje especialmente relevante:

Y ahora desde el punto de vista del desarrollo intelectual mismo la encontramos lado a lado, y hombro a hombro con él, suministrando, desde el comienzo, allá en los tiempo prehistóricos, pre-sociales, e incluso pre-humanos, el complemente necesario para su carrera unilateral, apresurada, y obstinada, sin el cual él habría torcido y distorsionado la raza y la habría vuelto incapaz del progreso mismo que él declara inspirar exclusivamente. Y por esta razón, nuevamente, aun en el ámbito del intelecto, donde él reinaba supremo de buen grado, ella ha probado ser su igual y tiene derecho a parte del crédito que se añada al progreso humano conseguido hasta ahora.

El propósito de haberme desviado hacia la naturaleza cambiante de los derechos era para podernos concentrar en el desarrollo histórico que precipitó ciertos aspectos del feminismo moderno. Algunos colaboradores del Movimiento de Derechos de los Hombres han atacado la “modernidad” y los “valores de la Ilustración” de una manera algo abstracta. Esto está bien si tienen la intención de atacar la autonomía individual en general, pero debemos mirar detenidamente si realmente queremos llegar a la raíz de los problemas que los hombres deben enfrentar, como hombres, hoy en día –lo que resultaría, en mi opinión, en la privación de la autonomía masculina. Es la modernidad, y particularmente el pensamiento de la Ilustración, la que ha hecho posible la autonomía individual –y es el liberalismo social, y más específicamente el feminismo, el que la está volviendo imposible para los hombres.

La innovación del liberalismo social es evidente en la sección de la cita de Ward de más arriba en la que ya he hecho énfasis. Es exigir el derecho a algo; la creación de nuevas obligaciones que otros deben cumplir; la concepción de los derechos de las reivindicaciones, no de individuos, que deben ser iguales, pero en contra de un segmento identificado de la población (el grupo “enemigo”). Desde luego, cada derecho, si ha de ser tomado seriamente, exige obligaciones de parte de los otros –si yo tengo el derecho a no ser atacado, entonces usted no debe atacarme, y viceversa. La diferencia entre dicha afirmación y las demandas del Nuevo Liberalismo es que la primera es una obligación a la inacción, mientras que la última es una obligación a actuar. Mis obligaciones a la inacción significan que no puedo transgredir ciertos límites –los derechos de otras personas. No puedo lastimarlos, ni robarles, ni dañarles sus posesiones. Se me tiene prohibido hacer ciertas cosas que podrían interferir con la autonomía de otros, pero aparte de eso, puedo hacer lo que quiera. Las obligaciones a actuar son de una clase muy diferente: aquel que pueda forzarme a una obligación de ese tipo tiene el poder de darme órdenes. Me dirá cómo actuar, y yo no puedo actuar de ninguna otra manera, lo que restringe mi autonomía.

Por ejemplo, si usted requiere algún objeto para poder llevar a cabo algún proyecto, entonces su autonomía está restringida hasta que no posea dicho objeto. Por lo tanto, usted tiene el derecho a reclamar mi objeto, presumiendo que yo posea uno así. No importa si yo me he ganado dicho objeto o si lo poseo de manera legítima; la teoría dice que usted puede tener el objeto de todas maneras. Las reclamaciones sobre el derecho de propiedad están subordinadas a la autonomía de los individuos, es decir a los deseos (no las necesidades) de un grupo especialmente identificado como “víctimas”. Si, por ejemplo, yo estoy entrevistando a un hombre y a una mujer para un puesto en mi compañía, y la mujer exige que se le dé a ella el empleo puesto que es un paso crucial en su plan de carrera, le estoy negando su autonomía si no la contrato a ella, incluso si no es la candidata más calificada. Ella necesita el puesto para poder lograr aquello que en últimas quiere, y por lo tanto se le perjudica si no lo consigue. La doctrina del Nuevo Liberalismo –si yo no puedo hacer lo que elijo entonces alguien me debe estar haciendo daño– evidentemente sirve a los fines de víctima del feminismo. Cualquier límite impuesto a las acciones de las mujeres, incluyendo aquel que se establece en nombre de la equidad y la imparcialidad, puede ser tomado como la nueva Opresión, de acuerdo a esta doctrina.

El “Nuevo” Liberalismo, o liberalismo “social”, es de hecho una perversión y una corrupción del liberalismo –y encuentra su mayor expresión en el sistema de castas de derechos que las feministas están ocupadas creando. Los derechos de la mujeres, un eslogan pegajoso alguna vez proclamado como la marcha progresiva hacia un futuro más justo, se ha convertido en el as bajo la manga que nunca pierde su valor, listo para ser jugado en cualquier momento en que una mujer quiera “ganarle una a los muchachos”. En los primeros días, la idea de la Lucha era más creíble, e incluso parecía admirable en retrospectiva. Las mujeres luchaban por los derechos que los hombres poseían: el derecho al voto, el derecho a poseer propiedades, el derecho al divorcio, el derecho a tener el mismo salario que un hombre por el mismo trabajo. Había una vez en que era perfectamente plausible, para un observador imparcial, que el feminismo significara llegar a la igualdad entre los sexos. Esto no quiere decir que dicha perspectiva sea inherentemente correcta, sólo que es creíble, desde un punto de vista externo al feminismo, que dicha ideología tuviera en mente esa meta tan altruista.

¿Pero cuáles son los derechos de las mujeres por los que se aboga hoy en día? El derecho a confiscar el dinero de los hombres, el derecho a cometer alienación paternal, el derecho a cometer fraude de paternidad, el derecho a ganar el mismo salario por hacer menos trabajo, el derecho a pagar menos impuestos, el derecho a mutilar hombres, el derecho a confiscar esperma, el derecho a asesinar niños, el derecho a que nadie puede estar en desacuerdo con ellas, el derecho a la elección reproductiva, y el derecho a tomar esa decisión por los hombres también. En una interesante paradoja legal, algunas han incluso abogado –con éxito– para que las mujeres tengan el derecho a no ser castigadas por crímenes en lo absoluto. El resultado eventual de esto es un tipo de feudalismo sexual, en el que las mujeres gobiernan arbitrariamente, y en el que los hombres son mantenidos en sumisión, con menos derechos y más obligaciones. Hasta la fecha, la transformación de derechos en obligaciones a actuar nos ha ocasionado un estado de bienestar en el que, de acuerdo a The Futurist,

Virtualmente todos los gastos del gobierno […] desde Medicare hasta Obamacare, los subsidios de bienestar, los empleos en el sector público para mujeres, y la expansión de la población en prisión, son una transferencia neta de riqueza de los hombres a las mujeres, o un subproducto de la destrucción del Matrimonio 1.0. En cualquier caso, el “feminismo” es la causa […] Recordemos que las ganancias de los hombres pagan el 70%-80% de la totalidad de los impuestos.

El feminismo ve la independencia de los ciudadanos individuales como una barrera, no como una medida protectora. La autonomía personal obstaculiza el progreso del feminismo en moralizar al mundo y en desangrar a los hombres para el beneficio de las mujeres.

¿Derechos de las mujeres? Todo eso no es más que un intento de usurpar el poder.

Adam.

 

Teoría del Ginocentrismo (Conferencias 1-4)

Teoría del Ginocentrismo

Las conferencias seminales que se encuentran a continuación fueron pronunciadas en 2011 por Adam Kostakis:
Greek goddess

1. Mirando hacia afuera desde el abismo

Conferencia Nº 1

“Me encanta una oposición que tenga convicciones” –Federico el Grande

La Batalla de los Sexos ha degenerado en una Guerra Sucia, y nosotros, cada uno de nosotros, estamos siendo reclutados en ella por fuerzas a las que no les importa ni una pizca la igualdad o la ecuanimidad.

La Propaganda, como una herramienta de control, sólo es efectiva en tanto que la visión del mundo que presenta concuerde con la percepción del mundo que el público que se desea capturar con esa propaganda experimente en el día a día. Entre más amplio es el vacío entre el mundo que se percibe y la representación propagandística del mundo, menos efectiva –y por lo tanto menos útil– se vuelve eventualmente la propaganda. Hemos alcanzado un punto crítico en el que las mujeres están rechazando cada vez más el feminismo por considerarlo irrelevante o inaplicable a sus vidas, pues el mundo que describe la ortodoxia feminista no parece existir en el planeta Tierra. Al mismo tiempo, nos estamos acercando al zénit del control feminista sobre el mundo habitado, que combina la represión estatal con el tribalismo de género, y ambas fuerzas se intensifican exponencialmente mientras se usan mutuamente como palanca para seguir y seguir subiendo.

Esto me recuerda un antiguo acertijo que hace la pregunta, ‘¿qué tan alto se puede escalar una montaña?’ La respuesta es ‘hasta la cima,’ porque una vez que se alcanza la cúspide, el único camino posible es hacia abajo. El Feminismo ya no tiene ningún obstáculo; el control total está al alcance de la mano, y por total, me refiero a que será totalitarista. La carta de víctima ha servido como un pase de entrada por la puerta de atrás del estado y las instituciones supranacionales. Ahora que tienen poder sobre los hombres, las feministas han restablecido los principios del Manifiesto Scum de Valerie Solanas, declarando –con un lenguaje que evoca claramente la Solución Final– que pronto seremos testigos de El Fin de los Hombres. La ‘guerra de los sexos’ no se está enfriando en tanto las mujeres se acercan a (o en algunos casos, sobrepasan) la igualdad con los hombres –se está calentando. Las feministas no sólo están incitando el odio hacia los hombres públicamente y se están saliendo con la suya; están usando sus puestos en el gobierno, en la academia, en comités de expertos y en los medios para hacer realidad sus violentas fantasías, abogando por la renuncia de los derechos humanos básicos de los hombres.

Para tomar un ejemplo reciente, la Secretaria de Estado de la nación más poderosa del mundo declaró hace poco que una unidad internacional móvil de persecución será establecida para apuntarle, específicamente, a hombres alrededor del mundo. O para tomar otro ejemplo reciente, una destacada feminista ha sugerido que ciertos principios legales diseñados para proteger ciudadanos inocentes de persecución o encarcelamiento injustos, que datan de la firma de la Carta Magna, deberían retirárselos a los hombres. Los hombres son sujetos al régimen arbitrario de las mujeres en la India, enfrentándose a severas penalidades por haber causado la más mínima ofensa, aun involuntariamente.

Nada de esto cuadra con el cliché de las ‘mujeres como víctimas’, el cual ha sido muy útil para que las feministas llegaran a este punto. No obstante, el feminismo está firmemente afianzado y en control de los mecanismos que ostentan el monopolio del poder físico, ya sea legítimo o no. Difícilmente queda alguna fuerza que haga algún contrapeso. Occidente ha encontrado su nueva Misión imperial para reemplazar al Cristianismo Global: el culto forzado a las mujeres. Y mientras cualquier voz disidente es inmediata y violentamente silenciada, las feministas son libres de radicalizar su agenda anti-masculina hasta el punto de náusea moral, y de desencadenar sobre el mundo todo tipo de atrocidades vengativas.

Pues ya ven ustedes, cuando la propaganda deja de ser una herramienta efectiva de control, quien quiera controlar simplemente encontrará otras formas de hacerlo. El control del estado –el monopolio de la fuerza física– es el medio que las feministas han buscado. Pero a diferencia de la propaganda, que manipula la mente, el control estatal sólo brutaliza el cuerpo. El poder de quien controla siempre yace eventualmente sobre la resistencia de los controlados, y por lo tanto el consentimiento debe ser fabricado. El Imperio Romano no duró quinientos años ejerciendo la fuerza bruta, sino con el apoyo masivo; el Emperador era glorificado como una deidad mortal, e incluso en las aldeas más pequeñas de su reino se erigían voluntariamente estatuas y altares en su honor. Por demasiado tiempo han estado los hombres prosternados ante el altar de las mujeres, y es tentador creer que esta sumisión psicológica no cederá incluso ante la opresión física o la exterminación –que los hombres marcharán hacia su muerte como corderos expiatorios, esperando ganarse el favor de las mujeres con sus últimas acciones serviles. Pero las proclamaciones que hacen referencia al Fin de los Hombres pueden resultar tan vacías como aquellas que se hicieron hace casi veinte años con respecto al Fin de la Historia. El así-llamado Choque de Civilizaciones que siguió llevó a su autor a refutar su propia posición. Deberíamos ser optimistas con respecto a que un verdadero Choque de los Sexos terminará pronto con las feministas humilladas y admitiendo su derrota.

En tanto el feminismo crece más y más poderoso, y comienza a darse cuenta de sus ambiciones radicales, simultáneamente extenuará su capacidad para fabricar consentimiento. Aquellas ilusiones caballerescas que aseguran el consentimiento de los hombres, y sobre las que en últimas yace el feminismo –‘las mujeres como víctimas’, y otras– serán más difíciles de mantener con el tiempo. Entre más fuerza sea utilizada contra los hombres para someter e inhibir sus vidas, más descontento empezará a cultivarse entre ellos. La burbuja de la misandria debe estallar en cualquier momento, y con cada ejemplo de exageración, que pone a hombres inocentes en el papel de criminales y sometidos a castigos humillantes y despiadados, una nueva grieta aparece en el muro, otro paso hacia el día en el que toda esa odiosa edificación colapse bajo su propio peso –y, crucialmente, bajo el nuestro.

Nuestra tarea es, entonces, doble: primero, abrir el camino para apresurar el colapso del feminismo.

Segundo (y complementario al primero): diseñar las armas ideológicas para ayudar a prevenir un resurgimiento feminista después de que éste colapse.

Ambas metas requieren, no fuerza, sino su propia propaganda. Siendo como son las cosas, esto no requiere que distorsionemos la verdad. Por el contrario, debemos, en la mayor parte, exponer aquellas verdades que otros han distorsionado; revelando los hechos a una audiencia más amplia que aún no los ha recibido, de manera diligente y sin remordimientos. Como un notable activista en el campo lo puso recientemente, no se necesita atacar feministas –todo lo que se tiene que hacer es citarlas. Simplemente, el exponer el odio feminista a la luz desinfectante del mundo podría ser suficiente para cambiar la marea –razón por la cual enormes cantidades de energía se utilizan para informar mal, descreditar, neutralizar y obscurecer a los argumentos y defensores de la oposición.

Una estrategia clave para el logro de nuestra tarea fue anunciada en una conferencia en Abril de 2010 en la forma de Estudios Masculinos, una nueva disciplina que ya está enfrentando la hostilidad del mundo académico que desde hace mucho tiempo ha sido un bastión del feminismo radical. Que este dedo en la llaga, esta espina en el costado de la uniformidad académica pueda provocar semejante indignación como lo ha hecho no debería ser una sorpresa. He aquí una selección de los temas que el programa de Estudios Masculinos de propone abarcar:

Los factores socioeconómicos que llevan a la predominancia masculina en el sistema de justicia criminal, subempleo y oportunidades limitadas como padres, que resultan de los cambios en la ley de custodia infantil (economía, medicina forense, derecho, política pública);

Representaciones misándricas de niños y hombres adultos en los medios y en la publicidad (estudios de medios incluyendo cine, televisión e internet, y publicidad);

Testimonios de la experiencia de ser hombre (historia, literatura, autobiografía);

Asuntos urgentes relacionados con el bienestar emocional de niños y adultos mayores, notablemente la depresión y el suicidio (psicología clínica, medicina y psiquiatría, trabajo social).

Friedrich Nietzsche, en el siglo XIX, advirtió que si uno mira dentro del abismo demasiado tiempo, uno se dará cuenta que el abismo devuelve la mirada. Debe ser profundamente alarmante para las feministas despertar una mañana y encontrar que otra gente las está deconstruyendo a ellas, que se ha puesto como misión en la vida exponer y corregir las ofensas feministas.

Esta parece ser la respuesta de la respuesta abusiva del sector feminista a la idea de que los hombres discutan ideas de sexo y sexismo sin la supervisión de las mujeres. No importa lo que las feministas piensen sobre los Estudios Masculinos, porque las feministas no son el público que esta disciplina pretende captar; su éxito no depende de la aprobación feminista, un hecho con el que les será difícil reconciliarse. En cualquier caso, aún si lanzaran una campaña organizada para impedir que los hombres discutan sus experiencias a través del foro de la academia, las feministas son incapaces de evitar que esto suceda en alguna parte. El verdadero escollo hoy en día para las dictadoras en potencia es que vivimos en una Era de la Información. Es difícil controlar el flujo de información cuando la época misma en la que vivimos está definida por ello. Entonces, tengamos estas discusiones ahora mismo –mientras la gente pueda utilizar Internet para congregarse y decir lo que piensa, nada puede detenernos. Tengamos estas discusiones en un millón de lugares, en el mundo real –porque si lo hombres no hubieran hablado de sus experiencias, como hombres, entonces no estaríamos anhelando el comienzo de los Estudios Masculinos en el futuro cercano.

Ya hay un gran número de sitios de internet dedicados a asuntos relacionados con los Derechos de los Hombres; ciertamente, éstos parecen haber proliferado en los últimos años, ¡brotando en todas partes como deliciosos hongos! Para la mayoría de estos blogs, su contenido no necesita un tema unificador más grande que la oposición al feminismo. Dada la activa y creciente red de gente interesada en el estatus de los hombres actualmente, ha sido posible ampliar los límites un poco más allá. Este blog tiene como objetivo alentar la cristalización intelectual de lo que llamamos el Movimiento por los Derechos de los Hombres, al llevar a cabo un análisis atento en un amplio espectro de temas. Este sitio web está dedicado a la elucidación de la Teoría del Ginocentrismo.

¿Qué es la Teoría del Ginocentrismo? Para ponerlo de manera sencilla, es un sistema que explica las relaciones sociales entre los sexos. Reemplaza a la Teoría del Patriarcado, la piedra angular del pensamiento feminista. Ahora memética, la Teoría del Patriarcado ha demostrado ser una herramienta excelente para negarles a los hombres sus derechos, incluyendo sus derechos más básicos a la dignidad y a la integridad corporal, con la pretensión de que todos los hombres son opresores (o al menos, aliados con hombres opresivos de quienes obtienen beneficios) y que todas las mujeres son víctimas del poder masculino. La Teoría del Ginocentrismo es la articulación de muchos años de esfuerzo por parte de varios pensadores en el ámbito de los Derechos de los Hombres para describir una visión de mundo que refleje de una manera mucho más precisa las experiencias de los hombres –y de muchas mujeres también. En contraste con el tribalismo simplista y que no acepta matices de la Teoría del Patriarcado, la Teoría del Ginocentrismo no equipara la realización masculina con la celebración del poder tiránico sobre las mujeres. La Teoría del Ginocentrismo no acepta que los hombres actúen en bloque de poder. Por el contrario, la Teoría del Ginocentrismo expone la divergencia entre estadísticas demográficas e intereses; fundamentalmente, que mientras un pequeño número de hombres pueden ser los que tienen el poder social y político, esto no quiere decir en lo absoluto que lo hacen para el beneficio de todos los hombres; y que de hecho, más a menudo, lo hacen para el beneficio de la mayoría de las mujeres y en detrimento de la mayoría de los hombres. La Teoría del Ginocentrismo defiende la idea de que el poder sea entendido como multifacético, y que esa norma históricamente ha sido una cuestión de atraer, y proteger, a las mujeres.

Lo anterior, sin duda, confundirá a aquellos que asumen que el poder en todos los niveles puede ser identificado de acuerdo a la forma de los genitales de aquellos que toman las decisiones importantes –independientemente de lo que decidan.

Cualquier otra cosa está más allá del alcance de esta conferencia introductoria. Y así, continuaremos con este hilo de ideas la próxima semana. Las conferencias se ofrecen los sábados, y estudiantes de todas partes del mundo están invitados a asistir –o a ponerse al día en su propio tiempo si así lo desean. Habrá discusiones inmediatamente después de las conferencias. A diferencia de la mayoría de los blogs feministas, cuyas autoras se asemejan a su mentora Mary Daly en negarles sistemáticamente a los hombres su derecho a hablar, todo el mundo será bienvenido para hablar aquí, aunque se justificarán expulsiones en caso de que alguien publique material obsceno o información personal. Prefiero que las feministas sean requisadas a que se les niegue la entrada, pero el destino de aquellos trolls que sean verdaderamente persistentes estará a mi discreción.

Les deseo a todos un día de reflexión, y los veré pronto.

Antes de lo que piensan.

Adam Kostakis

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2. La Misma Vieja Historia Ginocéntrica

Conferencia Nº 2

Mis lectores deben entender que las preocupaciones que aborda la Teoría Ginocéntrica no se limitan al feminismo. El feminismo aún es relativamente nuevo en la escena, mientras que el Ginocentrismo ha estado presente desde que se tiene registro. El Movimiento de los Derechos de los Hombres busca abordar problemas asociados con el feminismo, pero no limita su atención a estos problemas. Muchos de ellos empezaron antes de la emergencia del feminismo como tal en los últimos años del siglo XIX, aunque se hayan expandido y exacerbado desde entonces. El feminismo no es más que el empaque moderno del Ginocentrismo, un producto antiguo, que ha sido posible en su forma presente gracias a las extensas políticas de asistencia social en el periodo de la posguerra.

A pesar de su retórica radical, el contenido del feminismo o, se podría decir, su esencia, es extraordinariamente tradicional; tan tradicional de hecho, que sus ideas claves se toman por sentado, como dogmas indiscutidos e incuestionables, que disfrutan del consentimiento uniforme a lo largo del espectro político. El feminismo es distinguible sólo porque toma cierta idea tradicional –la deferencia de los hombres hacia las mujeres– a un extremo insostenible. El extremismo político, producto de la modernidad, pondrá fin, adecuadamente, a esa idea tradicional; es decir, como secuela de su sorprendente, espectacular acto final.

Permítanme aclarar. La idea tradicional que se está discutiendo es el sacrifico masculino para el beneficio de las mujeres, el cual denominamos Ginocentrismo. Esta es la norma histórica, y ha sido la manera en que se mueve el mundo mucho antes de que algo llamado ‘feminismo’ se diera a conocer. Hay una enorme cantidad de continuidad entre el código de la clase caballeresca que surgió en la Edad Media y el feminismo moderno, por ejemplo. El hecho de que los dos sean diferenciables es bastante claro, pero el último es simplemente una extensión progresiva del otro a lo largo de muchos siglos, habiendo retenido su esencia después de un largo periodo de transición. Uno podría decir que son la misma entidad, que ahora existe en una forma más madura –ciertamente no estamos lidiando con dos creaturas distintas. Tomemos cualquiera de los grandes imperios que barrieron el mundo –el Romano, el Otomano, el Español, el Británico– y encontraremos que el Ginocentrismo es la orden del día. Esas extensas empresas geopolíticas, testamentos históricos del triunfo del hombre sobre la tierra y el mar, fueron construidas y mantenidas por hombres perfectamente acostumbrados a la idea de morir por el bien de sus mujeres. Es una idea que ha sobrevivido a cualquier otra, y perdura hoy en día en nuestro Imperio Americano. Que los hombres deban sacrificarse a sí mismos totalmente –su misma esencia, su ser y su identidad, para salvar a mujeres que ni siquiera conocen– está claramente encapsulado en aquella frase popular, ‘mujeres y niños primero’.

(Y si le ponemos especial cuidado, nos daremos cuenta de que nunca se dice ‘niños y mujeres primero’. ¡Tan sólo pensarlo así es absurdo! La razón es que lo que en realidad se quiere decir con esa frase es ‘mujeres primero, niños segundo.’)

La resistencia de estos códigos sociales y de clase no se debe en lo absoluto al control totalitario. Incluso cuando se llevan a cabo sangrientas revueltas en contra de monarcas tiranos y élites de terratenientes, los hombres que aspiran al poder dejan el código Ginocéntrico intacto. El sacrificio de los hombres es una constante sexual que ha sobrevivido a todos los cambios de régimen. El Ginocentrismo, parece, traía ciertos beneficios a los hombres; en los tiempos de paz, un hombre podía tener asegurado una estructura familiar estable y así como la paternidad de los niños que ayudaba a criar. En todo caso, lo que se le ofrecía a los hombres era compensatorio. Durante la mayor parte de la historia, los hombres aparentemente consideraban que esta compensación era suficientemente razonable –o quizás el Ginocentrismo estaba tan arraigado que simplemente no lo consideraban siquiera. A través de sus acciones, ellos reafirmaban (y renovaban) el Ginocentrismo, y ya sea que fuera llamado honor, nobleza, caballerosidad, o feminismo, su esencia no ha cambiado. Sigue siendo un deber peculiarmente masculino ayudar a las mujeres a subirse a los botes salvavidas, mientras los hombres se enfrentan a una muerte helada y segura.

Es sólo hasta ahora, con los desarrollos sociales y políticos del siglo XX que han abierto una brecha entre los sexos, que el tipo de pensamientos que se encuentran en este blog pueden emerger. La modernidad tardía nos provee nuevos recursos conceptuales –nuevas maneras de pensar, que datan de la Ilustración de los siglos XVII y XVIII. El feminismo eventualmente reptó fuera de este crisol intelectual, una vengativa mezcla del Ginocentrismo clásico, el fetichismo por las víctimas, utopismo radical y presuposiciones liberales.

Sería una simplificación excesiva decir que las feministas se proponen obtener ganancias. Por el contrario, ellas exigen pérdidas y ganancias por igual. Lo que ellas querían era ganar los derechos de los hombres, pero perder sus responsabilidades tradicionales como mujeres. Esto, parecía, pondría a las mujeres en una posición social igual a la de los hombres. Era un argumento enraizado en las tendencias liberales del individualismo, la igualdad cívica y la auto-definición. En la retórica, si no en la realidad, el feminismo asevera sus puntos coincidentes con los aspectos más admirables del liberalismo tradicional: igualdad ante la ley, la renuncia a la regla arbitraria, entre otros. Otorgar derechos a las mujeres parecía, lógicamente, ser la fase sucesiva de la liberación humana después de otorgar derechos a todos los hombres.

Se asumió –qué tontos fuimos– que una vez que se les otorgaran derechos iguales, las mujeres adoptarían voluntariamente las responsabilidades que acompañaban a esos derechos, responsabilidades con las que los hombres siempre habían cumplido. Pero esto no sucedió. Las feministas estaban felices de obtener los derechos de los hombres y de perder las responsabilidades que tenían como mujeres, pero se horrorizaban ante la mera sugerencia de que deberían adoptar las responsabilidades de los hombres como consecuencia. En vez de que hombres y mujeres compartieran las cargas del mundo, lo que obtuvimos fue la Campaña de la Pluma Blanca:

Esta campaña empezó en los primeros días de la Primera Guerra Mundial en Gran Bretaña, en la que se alentaba a las mujeres a ponerles plumas blancas a aquellos hombres jóvenes que no llevaran uniforme. Lo que se esperaba era que esta marca de cobardía los avergonzara lo suficiente como para que ‘hicieran su parte’ en la guerra. Esta práctica pronto llegó a Canadá, donde mujeres patrióticas, como respuesta al declive en las cifras de reclutamiento voluntario, organizaban comités que expedían plumas blancas a los hombres en ropa de civil y denunciaban públicamente a los ‘holgazanes’ y a los ‘flojos’.

Sin duda vale la pena resaltar que muchas de estas mujeres eran sufragistas; y por lo tanto, incluso cuando hacían campaña para obtener derechos iguales a los hombres, utilizaban la misma herramienta para asegurarse de que los hombres, y sólo los hombres, cumplieran con las obligaciones tradicionalmente masculinas. En particular el deber de dar sus vidas, sólo porque eran hombres, por el bien de las mujeres. Cualesquiera que hubieran sido las desventajas que las mujeres sufrían en esa época, seguro que no hay chantaje más grande que la muerte.

Mucho ha cambiado desde la Primera Guerra Mundial, y el proyecto feminista de holgazanear y evadir las responsabilidades de las mujeres mientras obtenían su licencia para actuar como les viniera en gana ha encontrado un amplio éxito. Y es precisamente esta situación la que nos lleva a hacernos ciertas preguntas, que son posibles gracias a los recursos conceptuales que hemos heredado de la Ilustración: ¿qué pasa si un hombre no quiere vivir de esta manera? ¿Por qué habría un hombre de continuar cumpliendo o desempeñando sus obligaciones tradicionales cuando las mujeres no están a la altura de las suyas, pero tampoco están dispuestas a adoptar las responsabilidades que corresponden a sus derechos en este momento? Las preguntas surgen. ¿Estaban equivocados los hombres todo este tiempo al sacrificarse por el bien de las mujeres? ¿Deberíamos, de hecho, no tener ninguna obligación en lo absoluto para con las mujeres?

La razón por la cual el Movimiento de los Derechos de los Hombres despierta tanta hostilidad, tanto de la derecha como de la izquierda, es que es el primer intento verdadero en la historia en el que un sexo trata de escapar de su papel tradicional. El feminismo no hace nada de esto; es la consolidación del poder que las mujeres ya tenían. El Movimiento de los Derechos de los Hombres hoy en día va más allá de simplemente denunciar a las feministas por sus crímenes. Sus partidarios trabajan en el análisis histórico y el criticismo social, y con el beneficio de dos siglos y medio de imaginación e innovación que se desprenden de la Ilustración, pueden concebir un mundo en el que los hombres, por primera vez en la historia, no necesitan sacrificarse por las mujeres.

Este es sin duda el futuro, y es una reacción inevitable en contra –y al mismo tiempo, una consecuencia accidental– del feminismo mismo. En otros tiempos, cuando los hombres podían pedir una compensación por su sacrificio, aceptaban que así funcionaba el mundo. En la ausencia de dicha compensación, y con las tuercas apretando cada vez más a los hombres en cada ámbito de la vida, éstos son incitados a cuestionar la medida arbitraria, y a formular su propio proyecto de liberación en respuesta.

Mi declaración de más arriba –que el extremismo político, producto de la modernidad, pondrá fin a la idea tradicional– debería ser claro en este punto. El feminismo, que es una forma extrema de Ginocentrismo, pondrá fin a éste totalmente a través de la reacción que aquel crea. Llevamos ya cincuenta años en el tremendo acto final: una gran representación orquestal, una exhibición teatral que hace un uso sin precedentes de sonido y luz para crear ilusiones y confusión. Pero si el mundo es en verdad un escenario, entonces todos los hombres y las mujeres son actores –con papeles que hemos escogido nosotros mismos, y ahora con la libertad de arrojar a un lado los guiones que nos entregaron y crear una nueva historia en el lugar de la vieja.

Y cuando la cortina caiga finalmente, realmente creo que no habrá repeticiones.

Adam

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3. Refutando el Recurrir al Diccionario

Conferencia Nº 3

“¿Te has molestado en buscar la definición de feminismo en el diccionario? Quiere decir igualdad entre los sexos. No tiene nada que ver con odiar a los hombres. Esto es muy sencillo, y lo sabrías si realmente lo hubieras buscado –Diva

Después del resumen de la semana pasada respecto al Ginocentrismo antes y ahora, yo propongo que hay un hilo conductor de adoración a las mujeres, y que además une los conceptos tradicionales de masculinidad –históricamente expresados en los que podríamos llamar ‘patriarcado’– y el feminismo, que se ha apoderado del estado y de las instituciones supranacionales, y se dispone a desencadenar la persecución explícita de los hombres.

Es posible que tome más que tan sólo estas conferencias antes de que el concepto anterior sea totalmente elucidado, pero lo menciono aquí con dos propósitos. El primero es un recordatorio de la referencia al hilo conductor que toca todas estas reflexiones: que el ginocentrismo ha estado con nosotros por un largo, largo tiempo, y que sólo ha cambiado de forma mas no de contenido. Este es el punto crucial de la Teoría del Ginocentrismo, y es el enfoque limitado que utilizo para analizar un amplio espectro de temas.

El segundo es cambiar la discusión hacia el feminismo. Existe el peligro de tomar la Teoría del Ginocentrismo como una minimización de los efectos del feminismo, considerando que no es más que la versión más moderna de un fenómeno que existe hace muchos siglos. Por otro lado, sin embargo, es la forma más activa de Ginocentrismo con la que debemos lidiar actualmente; es el enemigo, y es el tremendo y espectacular acto final en ese respecto, un fenómeno que vale la pena estudiar por aparte.

¡Más vale malo conocido! Se dice que es mejor conocer a tu enemigo, pero las feministas son muy eficaces en obscurecer sus intenciones, sus acciones, su historia, y su afición por utilizar la Erística. Entre el humo y los espejos, se puede escuchar un coro de voces estridentes provenientes de todas partes proclamando “¡no es nuestro trabajo educarte sobre el feminismo!”

Está bien –entonces tendremos que investigar por nosotros mismos, escarbar en busca de gemas de conocimiento, y procurar nuestros propios juicios respecto a qué es feminismo. Y como las mismas feministas han rechazado su papel como educadoras, las conclusiones a las que lleguemos no requerirán su autorización. Si no es su trabajo educarnos sobre el feminismo, entonces difícilmente podría ser el trabajo de cualquier otra persona que no seamos nosotros mismos ¿verdad? Y sin embargo, extrañamente, cuando salimos en la búsqueda de ese conocimiento por nuestra cuenta, ellas objetan vehementemente todo lo que encontramos, como si después de todo si tuvieran el papel de educadoras. Se ha sugerido repetidas veces que tal vez deberíamos mirar el diccionario.

Esta es una solicitud espuria, en particular porque no hay tal cosa como ‘el diccionario’. En su lugar hay más bien diccionarios (plural). Recurrir al Diccionario es un argumento utilizado por gente que, para ponerlo de manera franca, no es muy brillante. Esa gente aparentemente cree que el lenguaje es una variedad finita de palabras, cada una con su definición única y objetiva, y cuyo juez final es El Diccionario.

En el mundo real, el lenguaje fluctúa y además es corruptible. Es una colección de significados, designada por términos – pero el cómo éstos están configurados está determinado por los caprichos del tiempo y el lugar. Y muy a menudo la gente no está de acuerdo respecto a cómo son, o deberían ser, los términos designados a los significados – ¡y cómo los significados son, o deberían ser, designados a los términos!

La sola existencia de terminología impugnada, entonces, parece refutar el argumento de Recurrir al Diccionario. Cada vez que surjan disputas sobre la definición o el uso de un término, esto es un indicativo de que tenemos múltiples significados (o ideas, o conceptos, si así lo prefieren) apiñados bajo la misma palabra. Para ponerlo de otra forma: hay varias cosas, pero a todas ellas se les asigna la misma palabra. Una configuración dada de términos a significados podría beneficiar a cierta gente, pero ser perjudicial para otra.

Tomemos un ejemplo – a veces, la afirmación según la cual el feminismo apoya a las mujeres a hacer acusaciones falsas de violaciones ha sido refutada por la referencia del manifestado apoyo de las feministas por la igualdad sexual. “El feminismo”, diría una feminista, “se trata de la igualdad sexual, y de nada más.”

Y sin embargo, las acusaciones falsas todavía suceden – así como la complicidad feminista en hacerlas. Este tema solamente ha sido privado de reconocimiento en el lenguaje. La feminista ha ocultado expertamente la complicidad del feminismo en hacer acusaciones falsas de violación al encubrir la ideología con la máscara de “igualdad sexual, y nada más.” Si aceptamos su argumento de que el feminismo sólo se refiere al apoyo en lo relacionado con la igualdad sexual, entonces ya no tendremos términos con los cuales discutir o entender las acusaciones de violación falsas, más allá de verlas como una serie de incidentes aislados. Sin duda, no podríamos considerar las acusaciones de violación falsas en su contexto específico, que es parte de un sistema de control y persecución. El fenómeno de las acusaciones de violación falsas ciertamente no se explica por lo que entendemos como “igualdad sexual”, y como el feminismo no es otra cosa, entonces quedamos sin recursos lingüísticos con los cuales hablar sobre ello de manera significativa; nos hemos quedado sin palabras. En pocas palabras, tenemos una cosa que existe, pero la cual no puede ser designada por ninguna palabra. ¿Cómo podemos entonces llamar la atención sobre ese tema, o criticarlo, u oponerse a él?

Tomemos otro ejemplo. Una feminista puede crear una partición falsa en el problema de los Derechos de los Padres, al definirlo de tal manera que la culpabilidad feminista es ignorada. Ella podría, por ejemplo, decir que “el patriarcado tiene la culpa por el trato desigual que se les da a los padres”. Una vez más, ella ha controlado el lenguaje – los significados se dividen entre términos, o se comprimen en uno solo, ¡y el resultado intencional es que la parte culpable evita ser llamada a rendir cuentas!

Ahora, ustedes podrían pensar –“¿por qué importa esto? Una feminista podría decir esto y lo otro, pero yo no le creo; mi propia experiencia me dice que no es cierto, y es poco probable que ella me engañe con lo que dice.”

Todo eso está muy bien. Pero hay gente que si será engañada por lo que ella diga – incluyendo aquellos que tienen el poder físico, muy real, de enviarte a la cárcel, destruirte, o aislarte de aquellos que amas. Las feministas no sólo le están diciendo esto a gente como tú o yo – sus sandeces sale a borbotones en todas las direcciones, como el petróleo cuando sale de una tubería reventada, fluyendo hacia cualquier persona que esté dispuesta a escuchar, y especialmente aquellos que pueden “hacer algo al respecto”. Su mensaje se transmite de manera clara y más ruidosa que una catarata, ya sea que quieras oír o no – y todo su proyecto depende de la repetición implacable de una docena de mantras, y de clavar sus sentimientos en el inconsciente colectivo. ¡Esta es la razón por la cual ellas parlotean incesantemente, repitiendo típicamente frases aprendidas como células subordinadas en un enjambre! Lo hacen porque funciona – al menos, hasta que alguien se ponga de pie y señale que el Emperador está desnudo.

Y entonces, ¡se desata todo un pandemonio!

Era necesario extenderse en este punto, porque debemos darnos cuenta de que el lenguaje político nunca es neutral, y las implicaciones siempre están ocultas en una configuración de ideas y términos. El papel de los Defensores de los Derechos de los Hombres es evaluar críticamente el uso feminista del lenguaje, y determinar dónde sería útil separar varias ideas que se refieren a un mismo término, o comprimir varios términos en uno solo. Nunca debemos responder a un argumento feminista sin antes mirar críticamente los términos que se utilizan para manifestarlo. Para ponerlo en lenguaje de Juego, ¡debemos “controlar el marco”!

El argumento de Recurrir al Diccionario puede ser descartado brevemente. Los diccionarios oficiales representan la posición de la clase dominante. El feminismo, como está de moda, es definido oficialmente de la manera como a sus seguidores les gustaría que el mundo viera el feminismo; no está definido de una forma que describe, o rinde cuenta por, la totalidad del proyecto. Aquello que sucedió, y aún sucede, pero que no refleja la opinión de la clase dominante, es simplemente ignorado. Definir al feminismo como

La defensa de los derechos de la mujer en términos de la igualdad política, social y económica con respecto al hombre…

es echar a un lado gran parte de su desagradable historia – y negarles a los escépticos los recursos para un análisis lingüístico e histórico no oficial del término. Esta vieja revisión de la página de Wikipedia de ‘Feminismo e Igualdad’ contiene bastante material que disputa la definición sin matices del diccionario, aunque la página misma ha sido presa de las mismas fuerzas que buscan delimitar las oportunidades lingüísticas de sus críticos. Afortunadamente, Wikipedia guarda los archivos de las versiones antiguas de sus artículos, así que los esfuerzos de Nick Levinson de exponer el tenor explícitamente anti-masculino de varias obras feministas no se ha perdido. ¡Manos a la obra!

Jill Johnston, en ‘Lesbian Nation’ [Nación Lesbiana], exigía a los hombres eliminar las cualidades que mantenían como hombres. “El hombre está desfasado con la naturaleza. La naturaleza es mujer. El hombre es el intruso. El hombre que se vuelve a sintonizar con la naturaleza es el hombre que se de-masculiniza a sí mismo y se elimina a sí mismo como hombre […] Una pequeña pero significativa cantidad de mujeres enojadas e históricamente orientadas comprenden la revolución de la mujer en el sentido visionario de un fin de la catastrófica hermandad y un regreso a la antigua gloria y sabia ecuanimidad de los matriarcados.”

Mary Daly, in Gyn/Ecology, escribió a favor de revertir el poder entre los sexos […] “Como una cristalización creativa del movimiento más allá del estado de la Parálisis Patriarcal, este libro es un acto de Desposeimiento; y por lo tanto, en un sentido más allá de las limitaciones de la etiqueta anti-masculina, es absolutamente Anti-androcrata, Sorprendentemente Anti-masculina, Furiosa y Finalmente Femenina.”

“¿Necesitan las mujeres tierra y un ejército…; o un gobierno feminista en el exilio…? O es acaso más simple: la cama le pertenece a la mujer; la casa le pertenece a la mujer; cualquier tierra le pertenece a la mujer; si un amigo íntimo hombre es violento, es retirado del lugar donde ella tiene el derecho superior e inviolable, arrestado, sin posibilidad de libertad condicional, y procesado…¿Podrían las mujeres poner un alto precio a nuestra sangre? –Andrea Dworkin

Phyllis Chesler, en ‘Women and Madness’ [Mujeres y Locura], hace uso de la historia matriarcal, la mitología Amazona, y de la psicología y, con alguna ambivalencia respecto a apoyarse en la biología únicamente como justificación, argumenta que siempre ha esta ha estado en proceso una guerra de los sexos y que las mujeres se beneficiarían de usar sus poderes para ser las únicas con poder político para producir una sociedad desigual en la que los hombres viven pero son relativamente desvalidos, aun si una sociedad así no es más justa que un patriarcado, e hizo un llamado a las feministas de dominar las instituciones públicas en interés propio. “La sociedad Amazona, como mitología, historia, y pesadilla masculina universal, representa una cultura en la que las mujeres imperan culturalmente debido a su sexo […] En la sociedad Amazona, sólo los hombres, cuando se les permitía quedarse, eran, en grados ampliamente diferentes, desvalidos y oprimidos […] si las mujeres toman sus cuerpos seriamente –e idealmente deberíamos hacerlo– entonces a su expresión total, en términos de placer, maternidad, y fuerza física, le irá mejor cuando las mujeres controlen los medios de producción y reproducción. Desde este punto de vista, simplemente no conviene a las mujeres apoyar el patriarcado o incluso una imaginaria ‘igualdad’ con los hombres.”

Una organización que se llamaba Las Feministas estaba interesada en el matriarcado. Dos miembros querían “la restauración del régimen femenino”.

A menos de que la organización y los libros mencionados no existan, estamos obligados a concluir que el feminismo no puede haber sido solamente sobre la defensa de los derechos de la mujer en términos de igualdad con el hombre. Como mínimo, lo que debemos decir es que algunas feministas puede que hayan apoyado la igualdad, en tanto que otras feministas hayan ignorado la igualdad y hayan apoyado abiertamente la superioridad femenina. Y tampoco puede ese último grupo ser reducido a un puñado de lunáticas marginadas. Como lo señala Nick Levinson (para el disgusto de las moderadoras feministas), se vendieron dos millones y medio de copias del libro de Phyllis Chesler, Mujeres y Locura.

Esa es una gran cantidad de odio.

Y una gran cantidad de energía se invierte en esconder bajo la alfombra este tipo de cosas, por parte de aquellos que se han dado cuenta de qué tan perjudicial puede ser la honestidad para su caso. Las feministas modernas son mucho más disciplinadas retóricamente que sus directas antecesoras, y han concluido que los planes impopulares no pueden ser puestos en marcha si se discuten abiertamente. La disciplina retórica añade una nueva capa de subterfugios a todos eso que se ha dicho respecto a designarle términos a las ideas. No será suficiente solamente con mirar lo que ellas han dicho; debemos observar cuidadosamente lo que hacen. ¿Y acaso no hay recomendaciones de las hechas arriba que se hayan hecho verdad gracias a las acciones de las feministas? ¿No sucede ahora acaso que hombres acusados de violencia son retirados de sus casas en las que la mujer tiene el derecho superior e inviolable, como lo deseaba Andrea Dworkin? ¿Acaso las feministas no han dominado las instituciones públicas en beneficio propio como lo proponía Phyllis Chesler? Como nos lo dice la Teoría del Ginocentrismo, las mujeres ya tenían un “alto precio en su sangre” –mucho más alto que el de los hombres, en casi cualquier punto de la historia. Este simple hecho es la razón por la cual era posible lograr las prescripciones de las feministas radicales en primer lugar –y marginalizar sin ningún esfuerzo a los disidentes.

No obstante, los tiempos cambian. Las clases dominantes se vuelcan, y las palabras son oficialmente redefinidas. Si la definición nueva de una palabra resulta más precisa, entonces ésta debió haber existido por algún tiempo, no oficialmente, antes de que se revisara el significado de esa palabra. Algunas veces, la clase dominante debe cambiar antes de que los términos se pongan al día. El diccionario se queda rezagado detrás de la definición, porque la clase dominante está atrapada en el barro. Yo predigo que, en la medida en que nos acercamos a la masa crítica de oposición al feminismo, y poco antes de su colapso, podremos ver algunas concesiones en la forma en que las definiciones alternativas del término empiezan a ser aceptadas.

Adam

* * *

4. Latín Cerdo

Conferencia Nº 4

Para recapitular la conferencia de la semana pasada: Los Defensores de los Derechos de los Hombres no deberían temer el jugar con las palabras; replantear el debate; reestructurar los usos lingüísticos convencionales como sea que nos parezca apropiado. No temamos hacer de todo ello un juego. Usemos las palabras –y los significados que elegimos atribuirles– para burlarse, humillar, y confundir a nuestro enemigos. He aquí un buen ejemplo –utiliza la fraseología feminista típica, pero con una diferencia importante:

No todos los patriarcas son así. Yo soy un patriarca –y orgulloso de serlo– pero eso no quiere decir que yo, personalmente, sea responsable de lo que los otros patriarcas hacen, en especial no esos patriarcas radicales. Pero el patriarcado no es un monolito. No hay un solo tipo de patriarcado. Hay muchos tipos de patriarcas diferentes con puntos de vista diferentes.

Noten que definirse a sí mismos como patriarcas no necesariamente implica que nos definamos a nosotros mismos como las feministas creen que los patriarcas deberían ser. Las feministas no son jueces lingüísticos; nosotros somos totalmente libres de llamarnos a nosotros mismos patriarcas utilizando nuestra propia definición del término, que puede o no coincidir hasta cierto punto con la definición que ellas tienen de la misma palabra. No obstante, sea cual sea el caso, sin lugar dudas no necesitamos explicar cuáles cualidades poseemos nosotros que, en opinión nuestra, nos hace patriarcales. Sin embargo, al anunciar que se es un patriarca, uno puede notar cómo las feministas intentan manipularlo para que uno le dé una forma definida a su tipo de patriarcado; ellas ya tienen en su mente dicha forma, por lo que la tarea que tienen es lograr que uno reconozca que la que uno tiene es la misma. Ella dirá algo emotivo como, “oh ¿entonces usted cree que los hombres simplemente deberían ser capaces de violar mujeres con impunidad?”

Nuestra respuesta inicial, desde luego, será un ceño fruncido. Entonces diremos, “por supuesto que no pienso así. Y sin embargo yo soy, sin lugar a dudas, un patriarca.”

En este ejemplo, uno puede definir patriarcado como uno quiera; al haber decidido con antelación que el feminismo no es confiable, uno ha descartado del todo cualquier noción de lo que el patriarcado es. Uno podría incluso, si así lo desea, definirse como un patriarca en base al hecho de que uno apoya la igualdad entre hombres y mujeres. Si, ese tipo de juego de palabras las fastidiará bastante, porque el feminismo depende de una configuración peculiar de palabras y significados, lo que no puede ser circunnavegado sin señalar primero que hay una amenaza a la base de poder del feminismo.

¿Les parece que la sugerencia anterior es algo ridícula? Pues bien, no puedo más que referirlos al ejemplo real de un movimiento social, cuyo éxito ha dependido, en su mayor parte, de este tipo de habilidad para la manipulación lingüística. Estoy hablando, por supuesto, del feminismo, cuyos proponentes han hecho carrera en reestructurar percepciones de la realidad a través de la redefinición de las palabras. Pero esta arma está disponible para todos aquellos que han sido marginalizados; es la clase dominante la que debe defender su ortodoxia, ¡no los marginados! Y aunque las feministas alguna vez hicieron un muy buen uso de esta estrategia en el campo de batalla lingüístico, se ha convertido en un punto vulnerable para ellas, ahora que son parte del sistema, en lugar de luchar contra él. En este momento¸ verán ustedes, ellas deben consolidar sus ganancias; ellas deben conservar lo que han creado; y por lo tanto, están a la defensiva, protegiendo sus ortodoxias etimológicas de todos aquellos que no piensan igual. Como lo mencioné en la primera conferencia, su capacidad para controlar percepciones está tambaleando. El hierro está caliente. ¡Es tiempo de golpear!

Pero ¿acaso he sido demasiado apresurado en descartar la definición de feminismo que ofrecen las feministas? Creo que sí. Incluso conceptos esencialmente refutados, como W. B. Gallie solía referirse a ellos, deben tener significados que son más grandes que la norma o, por el contrario, la comunicación al respecto de los mismos sería imposible. Es decir –existe algún tipo de consenso general sobre lo que quiere decir feminismo entre feministas y anti-feministas, ¡o no podríamos discutir sobre ello! Aún a pesar de las diferencias entre el punto de vista feminista y el nuestro, debe existir algún contenido compartido en cierto punto, o estaríamos hablando de cosas totalmente diferentes. Ellas podrían estar hablando del movimiento feminista, en tanto que yo podría estar hablando de adiestrar caballos, aunque ambos nos refiramos a nuestros respectivos temas como “feminismo” –pero no tendríamos mucho que decirnos el uno al otro si ese fuera el caso ¿verdad?

Entonces, plantearé lo siguiente como una definición universalmente aplicable de feminismo; es decir, dicha definición debería ajustarse a los criterios de todo el mundo respecto a lo que es feminismo, a pesar de las perspectivas diferentes que diferentes personas mantengan sobre su naturaleza. Es una definición apropiadamente limitada, puesto que sólo puede abarcar aquellas partes del feminismo que todas las definiciones tienen en común. Luego, aquí está: el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres.

Esa es, pues, la idea que todo el que discuta sobre feminismo tiene en común respecto al concepto, ya sea que lo apoyen, sea escépticos, o nihilistamente indiferentes. Ninguna feminista, creo yo, podría negar que ésta sea, como mínimo, la esencia del feminismo, aún si esa persona preferiría desmenuzarlo en más detalle. Pero eso no funcionará, porque más allá de esta estrecha inferencia, discrepamos el uno del otro. Para ser lo más objetivo posible, se debe tomar aquello en lo que todo el mundo esté de acuerdo, es decir nuestra definición universalmente aplicable.

Noten que no hay mención de igualdad. Esto se debe a que, como lo descubrí la semana pasada con ayuda de Nick Levinson, hay un número de feministas que, explícitamente, no buscan la igualdad sino la supremacía. Entonces, la igualdad no puede ser incluida en la definición universal de feminismo, puesto que incluso las feministas radicales mismas, algunas de ellas, lo rechazan. ¡Decir que el feminismo ‘tiene que ver con la igualdad’, equivaldría entonces a colocarse en oposición total a varias feministas extremadamente influyentes! ¡Y eso sería misógino!

Tampoco se puede decir del feminismo que sea el proyecto para incrementar el poder de las mujeres relativo a los hombres, puesto que, en opinión de este contra-feminista, las feministas a menudo se dan por satisfechas al incrementar el poder de las mujeres en un sentido absoluto. Es decir, su misión es agarrar todo lo que puedan para las mujeres, sin referencia al estatus del hombre. La frase ‘relativo a los hombres’ sólo sirve pues para insinuar que las mujeres no tienen poder en relación con los hombres en este momento, y así muestran el feminismo bajo una luz favorable. En realidad, una vez que las mujeres han alcanzado un poder que es igual o equivalente al de los hombres, las exigencias de las feministas no se detendrán. Veremos que el poder femenino se atrincherará, extenderá, y cuando sobrepase el poder masculino, será esto a lo que llamen ‘paridad’ y será ignorado por las feministas, al menos, cuando no se estén regodeando de esta nueva invalidez de los hombres.

Tampoco podemos incluir en nuestra definición universal las áreas específicas de la vida, o esferas, en las que aplica el proyecto feminista. Esto se debe a que el feminismo es inherentemente generalizador; busca dominar y colonizar cada una de las facetas de la vida en la que se encuentran hombres y mujeres. Apunta a la dominación en cada ámbito de la vida, real y potencial.

Puede que usted no esté de acuerdo con algunos de los puntos que he mencionado arriba, en particular si apoya el feminismo. Pero eso no cambia en nada nuestra definición universal, porque todo lo que podemos decir acerca de esos puntos es que son contenciosos. Es decir, feministas y no-feministas, que se han educado en lo que es feminismo, discrepan en cuanto a estos aspectos del feminismo, y sería simplemente tendencioso tomar uno u otro punto de vista por sentado. Sería como preguntarles únicamente a los jacobinos sobre los logros históricos del Club Jacobino, o encuestar sólo a los conservadores para que estos expliquen el liberalismo moderno. Sería un buen ejemplo de una metodología mediocre, y nos ayudaría muy poco en nuestra búsqueda de la verdad. ¿No es verdad? Entonces, nuestra definición universalmente aplicable no puede ser expandida más allá de lo que hemos establecido anteriormente: el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres.

No podemos ser influenciados por los tentativas feministas de negar lo tendencia generalizadora del feminismo. En sus intentos por ganar el debate sobre lo que es el feminismo, las feministas son famosas por sintetizar su propia ideología en fracción de su todo, y en presentar su apoyo –y su disentimiento– hacia la idea de pretender que el feminismo yace en un solo asunto. Les daré un ejemplo, en el que se verán confrontados por el Apelo a la Franquicia. Ustedes han dicho que no apoyan el feminismo. La siguiente jugada de su oponente feminista es reducir todo lo que tiene que ver con feminismo a obtener el derecho al voto para las mujeres –y por lo tanto insinuando que ustedes deben oponerse a ello puesto que se oponen al feminismo. Lo que ustedes deben hacer simplemente es recordarles a los espectadores que el feminismo se trata de más cosas que tan sólo ese tema en particular y que no puede ser reducido a un solo asunto como ella ha intentado hacerlo. Ustedes pueden decir abiertamente que apoyan ese tema –en este caso el voto– mientras que aún así mantienen su antipatía hacia el feminismo, que no se puede reducir tan sólo al derecho de las mujeres al voto.

Esencialmente, su conciencia está limpia, y ustedes son libres de etiquetarse como no-feministas –e incluso, como anti-feministas– sin la implicación de que por ello apoyen todo aquello a lo que el feminismo se opone.

Entonces, para recapitular: la única cosa en la que podremos ponernos de acuerdo es que el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres. Como lo habrán notado, las feministas van un poco más allá cuando hablan de lo que ellas creen que es el feminismo, y si se les pide de manera cortés, tendrán para ofrecer un montón de verdades a medias y ofuscaciones–aunque, recuerden, no es el trabajo de ellas educarnos sobre estas cosas.

Como tal, hay que dejarlas a ellas con sus acogedoras fantasías e ir más allá de la definición universal, llegar a una que tenga en cuenta las experiencias de los hombres del mundo de manera más precisa.

Aquí está entonces la definición que yo ofrezco: “el feminismo es la más reciente, y actualmente la más dominante, forma de Ginocentrismo. Es una ideología de víctimas que explícitamente defiende la idea de la supremacía femenina, en cada faceta de la vida en la que se encuentran hombres y mujeres; lo hace en concordancia con su tendencia generalizadora, y por ello lo hace en cada ámbito de la vida, incluyendo, pero extendiéndose más allá de, lo político, lo social, lo cultural, lo personal, lo emocional, lo sexual, lo espiritual, lo económico, lo gubernamental y lo legal. Por supremacía femenina me refiero a la noción de que las mujeres deberían poseer un estatus de superioridad, poder y protección relativo a los hombres. Es el paradigma cultural dominante en el mundo Occidental y más allá. Es moralmente indefensible, aunque sus seguidores se aseguren de que su hegemonía no tenga oposición a través de la dominación de instituciones sociales y el uso de la violencia de estado.”

En respuesta a la conferencia de la semana pasada, Primal ofreció su propia definición de feminismo, que no es igual que la mía, pero que sin duda es complementaria:

El feminismo de género es una ideología global construida sobre una serie de mentiras flagrantes. Como la primera superstición reverso-sexista de la era Posmoderna, establece los fundamentos de la supremacía sexual femenina en nombre de la equidad de ‘género’. Como otras fantasías utópicas mal concebidas, es totalitaria en esencia. Se forma de un brebaje de reliquias recicladas pero desacreditadas de la caneca de basura de la historia… reliquias como el Marxismo, el Romanticismo y el Clasismo. Sus proponentes orgullosamente destruyen estándares de escolaridad bien establecidos para forzar a otros a que tomen esa ideología en serio. Sus seguidores han se expandido como patógenos cancerígenos en instituciones autoritarias…donde sea que el poder es corrompido por razones políticas. Su filosofía es absurda, circular, y autocomplaciente. Como el fundamento moral principal para los grupos de odio prevalecientes que operan en nombre de los Derechos de las Mujeres alrededor del mundo, el feminismo de género es un dogma peligroso, y que no tiene espacio en el lenguaje civilizado.

Ambas definiciones son algo largas, aunque creo que es útil tener una declaración sobre aquello a lo que nos referimos exactamente con la palabra. Podría acortarse mucho más y presentarse de la siguiente manera: el feminismo equivale a la búsqueda de la supremacía femenina.

Que la versión corta sea más memorable es compensado por las implicaciones infortunadas según las cuales i) sólo las mujeres son feministas, y ii) todas las mujeres apoyan al feminismo. Ni la premisa i) ni la ii) son correctas. Tan sólo el cargo de tener como objetivo la supremacía es realmente suficiente para nuestros propósitos; deja mucho por decir respecto a lo que quiere decir búsqueda de supremacía, y a la tasa de éxito del feminismo hasta ahora. Para el propósito de abreviar, eso servirá, pero se debe recordar que es una reducción de definiciones más amplias como ya se resolvió aquí y en otros espacios.

Lo que puede ser más útil para nuestros propósitos de presentar nuestra perspectiva de lo que el feminismo es es una breve declaración de sus metas. El feminismo persigue esencialmente las siguientes metas:

(1) La expropiación de los recursos de los hombres hacia las mujeres.
(2) El castigo de los hombres.
(3) Incrementar (1) y (2) en términos de alcance e intensidad indefinidamente.

Me parece que esa definición tocará una fibra sensible en las feministas mismas –porque las golpea muy de cerca. Que los efectos reales del proyecto feminista hayan sin duda sido (1) y (2), y que éstos hayan aumentado en alcance e intensidad a lo largo de los años (3) es francamente irrefutable.

El tiempo ha mostrado lo que en verdad sucede cuando mujeres de pensamiento feminista ocupan las posiciones más poderosas en la sociedad, y es que los Derechos de los Hombres son sistemáticamente destrozados. Entre más poder tengan las feministas, más leyes serán creadas para lograr una mayor confiscación de la propiedad de los hombres y para intensificar las violaciones contra su libertad, integridad corporal, y sus vidas.

Pero hay esperanza. Puesto que son los actos, no las palabras, los que le hablaran a nuestros enemigos. Tengan un feliz fin de semana.

Adam

Gynocentrism Theory Lectures (Adam Kostakis)

The following seminal lectures on Gynocentrism Theory were given in 2011 by Adam Kostakis:

 

GYNOCENTRISM THEORY LECTURE SERIES:
1. Staring Out From the Abyss
2. The Same Old Gynocentric Story
3. Refuting the Appeal to Dictionary
4. Pig Latin
5. Anatomy of a Victim Ideology
6. Old Wine, New Bottles
7. The Personal, as Contrasted to the Political
8. Chasing Rainbows
9. False Consciousness & Kafka-Trapping
10. The Eventual Outcome of Feminism, Part I
11. The Eventual Outcome of Feminism, Part II
12. How to Break a Dialectic

 

SEE ALSO:

Adam Kostakis – Is gynocentrism a biological essential? (2011)
Adam Kostakis – Is gynocentrism a narcissistic pathology? (2011)

Adam Kostakis also wrote articles at A Voice for Men under the username Tom Snark:

Hanna Rosin Abusing her Children: ON VIDEO
Till Death Do Us Part
Happy Father’s Day, You Piece Of Shit
Conscious Men Guilty Of Misogyny
The Kind Of People We Are Dealing With
Those In Crass Houses
Feminist Kia Abdullah Laughs At Recently Deceased Men
The times, they have a-changed

How to Break a Dialectic

Lecture No. 12

“Feminism helps men too!” – late 20th century folk saying

If you have spent even a short amount of time browsing the multitudinous websites and blogs of the Men’s Rights sphere, you will have no doubt encountered a feminist detractor or two asserting that “Not All Feminists Are Like That.” This has become so common that MRAs have taken to referencing this as the “NAFALT” defence. But should the claim be so readily dismissed? Depending on the context, the feminist might well be right. A hypothetical feminist who stumbled upon my last two posts, which point to the eventual outcome of feminism as the physical extermination of men, might well object that she does not hope for this future, and therefore is Not Like That – and she is not necessarily wrong.

Of course, our hypothetical feminist would not have read closely enough, for I clearly stated that the physical extermination of men is more likely to be attempted as the result of an organic process, beginning with hostile indifference, followed by active persecution through state bureaucracies, without the requirement that extermination be consciously articulated or advocated by any more than a small number of feminists. The others only need to go along with the programme; they do not need to understand where it will all end. At the heart of this is the dichotomy between Earnest and Radical Feminists.

On the face of it, this distinction seems to imply that, as feminists are fond of saying, feminism is not monolithic. In other words, some feminists might read from the gospel of Mary Daly, while others just want a fair deal for women. This is a more elaborate version of NAFALT, but it does not explain why two ostensibly conflicting ideologies are referred to by the same name: feminism. In fact, stating that feminism is non-monolithic sidesteps the issue of how all these different sub-feminisms relate to each other and to feminism as a whole. Would feminism still be feminism if one of its sub-feminisms were removed? Possibly. The death of eco-feminism would not spell disaster for feminism in general, or for any other sub-feminism in particular. But what about the two main prongs of feminism – Radical Feminism, which is openly misandric, and Earnest Feminism, whose supporters “just want a fair deal”? Could feminism survive the death of either of these? Or does the ideology as a whole owe its existence to their reciprocity? Is their relationship inherently and intrinsically symbiotic?

I contend that the differences between Earnest and Radical Feminists are superficial, accounting only for the perceived differences between feminists themselves. The intellectual distance between two feminists in disagreement might seem, to them, to be vast indeed; a philosophical Grand Canyon! But to non-feminists, who stand far away from them both, and observe feminism from a distance, the two bickering ideologues stand very close to each other. Yes, we can just about see them on the horizon – two small figures, shouting over a pothole!

The feminist, having automatically ruled out the legitimacy of any space that is non-feminist, perceives feminism as the whole world, and on this tiny plane of existence, the interval of a few feet is colossal – large enough to justify drawing a chalk line on the ground, and saying, “that is your space, this is mine, and we are not like each other! Certainly, we are not a monolith!” But, to the non-feminist, who is not blinkered by ideology, and thus perceives much more of the world generally, the feminists in the distance are standing nearly on top of each other as they quarrel over their claims to a small piece of land.

In other words: the distance between objects becomes more significant the closer you get to them. And if you pay no attention to anything that is not those objects, then those objects will appear to be the entire world! And thus any distance between them will seem enormous, because you lack any sense of scale. Feminists are not in any kind of position to know how much they differ from each other, from the perspective of the non-feminist world; they cannot judge because they lack the prerequisite non-feminism.

So when a feminist tries to pass off the elaborated NAFALT defence, as apologia for herself or for the atrocious behavior of her sisters, you must remind her that she is in no position to judge how far she differs from other feminists! The differences she perceives might seem very significant from her own subjective point of view, but she must be made to understand that she is a participant in the social organism called feminism, that she speaks from within the big tent, and thus has absolutely no right to tell us how we should look at the tent from outside! The non-feminist world, you must explain, experiences the force of feminism from one direction in particular, and when we turn to look in that direction, we see infallibly that the Earnest Feminist stands proudly, side by side, with the Radical.

Now, I would presume that such an arrangement as exists between Earnest and Radical Feminists is one of necessity. Feminism requires both the acceptable public face of the salesman (trustworthy, just trying to make an honest living), and the momentum, that inner drive that keeps the whole show running (greasy, oiled palms on the factory floor). Neither could exist without the other. If only the public face of Earnest Feminism existed, it would get nowhere, because there would be no molten core of misandry, no dynamo at its centre to motivate action. On the other hand, if only the combustion engine of Radical Feminism existed, the movement would fold overnight, being exposed immediately as the politics of hate. Without the engine, all you would have is an object that looks nice but goes nowhere. Forget the paintwork, and nobody would want to buy it.

Whatever it is, feminism must be marketable if it is going to be successful – so its marketability alone cannot tell us anything about what it is.

Earnestness and Radicalism are two sides of the same feminist coin. The dichotomy allows for Radical attacks against men, followed up by the Earnest defence that feminism is a nice doctrine, or at least it is not monolithic, and anyway, anyone who is against it “just hates women.” The two sides fit together like two pieces of a jigsaw puzzle, the picture only making sense when they are combined.

janus

Yes, feminism is one single, simple entity, monolithic in its aspirations, merely presenting different faces depending on context. The various manifestations of feminism, whether intended for public consumption or not, hold in common the constant that they seek to increase the power of women. This is the locus, the centre of gravity of feminism – whether it appears as a belief in innate female superiority, or as the aspiration to female domination in material terms, the actualization of female power will be present in some form or other. Without this epicentre, around which all else revolves, the movement could not survive; its sudden implosion would send its members spinning out of orbit in all different directions. The only thing which binds feminists together is the belief that the status of women must be elevated and the status of men must be relegated; that women must be made more superior, and men more inferior. Beyond this, there are only side issues, arguments which have no bearing on the primary thesis of female supremacy. These side issues are a distraction for the outside world, allowing for feminism to remain intact and coherent even when its activists appear to run into disputes.

Now, we are already clear on the aims of Radical Feminists. I have already described the plans they have for men and maleness. Radicals are content for all men to be exterminated or enslaved. They have openly declared war on men, and the future, if they get their way, can be summed up by the infamous pictures of Lynndie England, in her little soldier’s outfit, sexually humiliating naked men, using dogs to attack their genitals, and so on. The Radical Feminist dreams of this abuse, not confined to an Iraqi prison, but normalized across the world. The victims would not be Iraqis, as Iraqis, but men, as men. Much like the Army personnel who imagined that they were delivering Collective Punishment to members of a collectively guilty class of people at Abu Ghraib, Radical Feminists believe in the concept of Collective Male Guilt, and in the necessity of delivering punishment to all men.

In the Radical Feminist mind, all men are guilty, inherently, as men. “All men are rapists” is not just a relic of the past; it is the horizon that Radical Feminism is pushing us towards. By this, I do not mean that all men will become rapists, but that all men will be indicted as rapists. Any punishment, then, no matter how extreme, will become justified against this class of heinous abusers and violators. (Note that, in one of the Abu Ghraib torture pictures, the soldiers have written “I am a rapeist (sic)” onto the thigh of one of their victims – even though it was the soldiers themselves who were carrying out the rapes. The parallel to Radical Feminism is chilling.)

We know this about Radical Feminists, but what about those who “aren’t like that” – namely, the Earnest Feminists? It is true enough that many, perhaps most, Earnest Feminists do not look forward to a future in which men are enslaved or exterminated. Their role is not to dispossess men and shove them into prisons, but to convince us that there is no sex war. Even as men are imprisoned, tortured and murdered by state agents acting in the name of feminism, Earnest Feminists will pretend that there is not a war happening. Indeed, the effectiveness of the feminist project depends on the misperception that a war is not happening. They frame this desperate situation as something other than it is: progress towards equality, opening up dialogues, liberating people from restrictive gender roles, and so on.

No. This is a war, and it is one that feminists have openly declared. The true insidiousness of feminists becomes most apparent when we consider that, having declared war, they proceeded to demand that their enemy combatants show them respect, continue to protect them, and provide for their wellbeing. The duplicitousness in pretending that a war is not happening even as one wages it is a necessary element of the feminist way of war. Chivalry must be sustained if feminism is to advance. Women’s wellbeing must remain a priority for men. If it is not – if men en masse suddenly became cognizant of the war that has been declared on them, they would organize and found permanent initiatives to defend themselves. They would seek to remove female privilege. There would be no guarantee that they would stop once parity has been restored to men and women, but could even continue to push against women – it is difficult to know what would happen in such a situation!

A sex war, fought in traditional warlike style, in which men showed up to fight in the same numbers as women, would undoubtedly result in male victory, owing to men’s physical strength and aptitude for technical mastery. A war fought in traditional style, then, would be a losing strategy for feminists. They must wage war in a different way, which necessarily involves the active denial that war is happening. But what about the very language of “the gender war”? Was this not born of feminist rhetoric? It was, indeed, but it belongs to that period of recent history before men were willing to stand up for themselves. Men began standing up to misandry at a critical point of feminist development – that point when explicit hatred reached an apex then quickly died down. The ‘third wave’ was born. Ostensibly a new version of feminism, the only real difference between the third and previous ‘waves’ is the level of rhetorical discipline. No more do we hear of a war against men (at least, not from the Earnest Feminists), and yet the war continues unabated. And when men react to the war against them, as though it is a war, they are informed that feminism is just about equality, and the act of fighting back against their persecutors makes them horrible misogynists.

After tearing apart entire cities and cultures, after having ground countless men down beneath their tank treads, the feminist army is confronted by one man who has picked up a rock, ready to throw it. Teary-eyed, her lower lip trembling, the batallion leader cries out, “stop being so hateful!”

The transition from second to third wave has not made feminism any less hostile or hateful. This was a superficial change, a rhetorical rejigging – the plastering of makeup onto the public face for public consumption. While the feminists of the second wave openly admitted to hating all men, modern day Earnest Feminists recognize certain categories of men who are not deserving of hatred – conjuring up exceptions to more easily maintain the general rule. Earnest Feminists are less likely to say “I hate men,” and are more likely to say “I only hate those men who are abusive or not active against abusive men.” Still, this is practically all men. Men who are neither abusive nor active against abusive men are the hated vast majority – the general rule. Of course, there are innumerable reasons why a man might not devote his time to being active against abusive men – he might not even have that free time, unlike your typical college feminist. We need not explore the reasons why a man would not be actively against abusive men. It suffices to say that he has no moral obligation to be, particularly since war has been declared on him, and the very people he is being called on to protect are those who wish to destroy him. It is pure female entitlement – Gynocentric privilege – to expect that men should act as their personal bodyguards. And those men who are active against abusive women are not admired for their contributions to humanity, of course – they are hated all the more for it.

Earnest Feminists are not necessarily conscious of their role as denialists. They do not need to be. They fulfil the role just as effectively when they believe themselves to be something else. It might be thought, then, that Earnest Feminists have been misguided, manipulated even, by the Radicals. But keep in mind that they are only as Earnest as they are Feminist. Yes, they are still feminists, and have not been ‘tricked’ into this identity. It is an identity freely chosen. The Earnest Feminist, remember, stands side by side with the Radical; the former too will Kafka-trap you, she will falsely accuse you, she will tar your sex with one broad stroke. The difference between Earnest and Radical Feminists can be summed up as follows: while the Radical openly encourages and celebrates the spreading of misandry, the Earnest Feminist trivializes, excuses and justifies it. Beyond this, there is no difference, and both seek to increase the power of women over that of men.

Without the Earnest Feminist’s false demeanor of reasonableness, feminism would have made no progress. As counter-feminists, we must recognize that the appearance of reasonableness from anybody identifying as ‘feminist’ is a ruse. Behind the façade is ideological motive, not the capacity for compromise; the desire to dominate discussion, not to work towards collective solutions; anti-male emotionalism, not impartial rationality. One typical Earnest Feminist ploy is to cry “try to see things from my perspective” – implying fairness, neutrality, objectivity, and so on. And yet she has no intention of trying to see things from your perspective, because you are not a feminist, and non-feminist perspectives are by definition illegitimate. What she means is not “let’s both try to see things from each others’ perspectives,” but “I’ll see things from my perspective; you see things from my perspective too.”

Earnest Feminists exercise a form of control that Radicals cannot, because the latter have abandoned all pretence to impartiality. For Earnest Feminists, this is only a pretence, because the ideology trumps all. Only a ‘compromise’ which fully adheres to feminist doctrine could be acceptable.

Snake

Of course, certain Earnest Feminists go further than this, and imply that they have already incorporated mens’ perspectives into their programme: “feminism helps men too!” It’s a fair bet that you’ll never hear Radicals uttering such nonsense, because harming men is their conscious intention and one that they are open about. Still, the Earnest Feminists might genuinely believe that this is an accurate statement, as they are not necessarily conscious of the harmful effects that feminism necessarily has on men. But this does not make it sincere. A sincere approach to “helping men too” would involve actually asking men how they might best be helped, and then incorporating these answers into the agenda. Instead, Earnest Feminist practice involves telling men what will help them,

without deeming it necessary to canvass any more than a handful of marginal pro-feminist males.

The feminist idea of “help” is rooted in Patriarchy Theory – that is, it is rooted in the same animosity towards men which is the cause of the problems that a sizable number of men actually identify as problems. To put it another way, the cure is just more of the disease. Given that feminists fundamentally cannot accept the culpability of their own movement in causing or contributing towards anything negative, they will only ever locate the cause of men’s problems in social phenomena which are not feminism. Feminism will not accept even the smallest share of the blame for the oppressive conditions it has brought directly into existence. Men’s problems may only be traced back to men themselves, and hence to historical Patriarchy.

It is for this reason that, when Earnest Feminists claim that feminism “helps men too,” you do not then see them lobbying against false rape accusations or for equal paternity rights. On the contrary, that kind of lobbying would damage feminist interests; men are of secondary concern, and may only be helped up from those problems that they have caused for themselves. Hence, the terrible tragedy of men not being allowed to wear dresses, even while women can comfortably walk around in pants, is infallibly the number one priority of an Earnest Feminist who sets out to “help men too.” The fact that the overwhelming majority of men do not care about this issue and are not personally affected by it is irrelevant; it can be traced back to an impression of Patriarchy, and is also a good excuse to promote emasculation. Earnest Feminists, like Radicals, pathologize normal masculinity. They blame men for not wanting to wear dresses; i.e. they blame men for not having the problems that they tell us we should have. It is, so they say, male-enforced social conditioning that makes men “afraid” of appearing feminine. All evidence suggests that the vast majority of men have greater problems than this, and do not live in fear of appearing feminine. But that’s what fits the feminist narrative.

The notion that feminism is helping to “liberate both sexes from rigid gender roles” is particularly laughable, considering that feminism is entirely dependent upon men being forced to retain their traditional role of protector and provider. That has been covered elsewhere.

When men do attempt to raise their own concerns, feminists refuse to recognize them. They victim-blame – e.g. “men are responsible for their own problems” – and attempt to shift discussion back to what they think our problems should be. In effect, men are denied the right to decide what their own problems are. Our real problem, Earnest Feminists earnestly explain, is that we are just too male. Despite what we may claim our problems are – that maleness is increasingly curtailed, that maleness is pathologized, that maleness has become grounds for acceptable discrimination – the feminist response is that maleness actually is pathological and needs to be curtailed even further.

How is it that feminism “helps men,” by ascribing negative attributes to maleness? Tell me, was anybody ever helped by others ascribing negative attributes to him? Or would you say that this harms him? Feminism “helps men” by encouraging them to stop being men; to renounce their nature; to hate themselves; to believe that their sexuality is inherently flawed and a force for evil. What help this is!

Here’s a fun little juxtaposition:

“What it boils down to is this: Men, not women, need to be the ones creating the spaces to discuss men’s issues.”

Quote from finallyfeminism101 weblog

 

[youtube http://www.youtube.com/watch?v=qodygTkTUYM&w=420&h=315](Video: Feminists Disrupt a Forum About Battered Husbands)

Get the picture? It’s a game that law enforcement have been playing for decades. The ‘good cop’ is reasonable, even sympathetic, though of course, he insists that the responsibility for your crime rests entirely with you. The ‘bad cop’ will just scream at you until you give yourself up. And when you finally do just give up, because you’ve been ground down, you mutter your complaints, and the good cops over at finallyfeminism101 will remind you of what they said all along: that you need to be the one taking responsibility for discussing your own issues. See how that works? It’s not their fault. It’s yours.

Yes, Earnest Feminists have supported Radical proposals every step of the way – whether this involves denying men paternity rights, or creating rape shield laws to deny exculpatory evidence and more efficiently lock up innocent men, or diverting stimulus packages from men hit by recession to women who had not even lost their jobs. The only level at which Earnest Feminists disagree significantly with Radicals is the rhetorical. A Radical might say “kill all men,” and an Earnest Feminist might say “I don’t agree with that,” but she will go ahead and advocate that the healthcare gap be increased further, with the full knowledge that men continue to die earlier and suffer worse health overall.

Earnest Feminists distance themselves from the extremist rhetoric of the Radicals, but this is just how the dialectic works – you reach the goal slowly, bit by bit, by getting the other side to compromise with your moderate wing. Earnest Feminists are the good cops – the ones you want to strike a deal with before those nasty bad cops get back. What’s often missed is that they are all cops. Compromise with the moderate Earnest Feminists on one issue, and the centre ground shifts: now the deal you struck is taken for granted, and the radical fantasy is a step closer. What do Earnest Feminists do then? Rest on their laurels, content with the compromise they reached? No, they see the opportunity to get even more for women, and so they advocate for more. A compromise is reached again, and the centre ground shifts further towards radicalism.

Fortunately, I know of a way to break a dialectic, and that is to plant your feet firmly in the ground and refuse to budge an inch. Absolutely refuse to compromise on any issue. It’s as simple as that. Just keep in mind that behind the veneer of reasonableness is ideological motive, which will shift reality closer to the radical fantasy in which you are actively persecuted. If you can keep that in mind, it becomes very easy to refuse even the slightest compromise with a feminist.

Ultimately, feminists should be ignored. There is no use attempting to debate them, because their ideological motive trumps the possibility of admitting wrongness. Remember that feminist ideology is adopted in order to satiate violent, vindictive emotions, not as a result of logical thought. Those we should make an effort to appeal to are non-feminists, but they are not counter-feminists. That is, they are not yet activated in the struggle against feminism. One could split people up into three categories as follows:

 

  • Revolutionaries (counter-feminists)
  • Reactionaries (feminists)
  • Civilians (non-feminists)

 

The goal, then, is to recruit civilians to the counter-feminist side before the feminist camp gets to them. Given the rapid and exponential growth of the Men’s Rights Movement, we are clearly already enjoying success in this regard.

Adam

 
Further Reading:

Katherine K. Young & Paul Nathanson. Spreading Misandry (extract)

Magdelyn. Feminism Helps Men Too?

Fidelbogen. A Wooly Lamb for the MRA Wolves

 

GYNOCENTRISM THEORY LECTURE SERIES:
1. Staring Out From the Abyss
2. The Same Old Gynocentric Story
3. Refuting the Appeal to Dictionary
4. Pig Latin
5. Anatomy of a Victim Ideology
6. Old Wine, New Bottles
7. The Personal, as Contrasted to the Political
8. Chasing Rainbows
9. False Consciousness & Kafka-Trapping
10. The Eventual Outcome of Feminism, Part I
11. The Eventual Outcome of Feminism, Part II
12. How to Break a Dialectic

The Eventual Outcome of Feminism, Part II

Lecture No. 11

“Propaganda, as inverted patriotism, draws nourishment from the sins of the enemy. If there are no sins, invent them! The aim is to make the enemy appear so great a monster that he forfeits the rights of a human being.” – Sir Ian Hamilton

The physical destruction of maleness is the logical outcome of feminist governance. The more feminist governance exists, the more anti-male persecution there will be, and the closer to Holocaust we will find ourselves. More feminism will not result in greater sexual equality. More feminism is not the solution to the problems addressed by Men’s Rights Activists. Feminism is the problem. How could it be otherwise?

Feminists believe that a debt is owed to them by all men, and they are perfectly content to recover this debt in blood and suffering. No matter how much pain they inflict unto the world, it will never be enough to satiate their violent, vindictive emotions. Rather, the more harm they inflict upon men, the more normalized this becomes, and – like a drug addiction – they will need ever greater ‘highs’ to satisfy the hate, culminating in the Final Punishment, the total eradication of men.

Note that I am not mincing words. I will not tread lightly around this subject. I will not resort to euphemism or conceal my message ‘between the lines’. I will not leave you with the mere implication that Male Holocaust is the eventual outcome of feminism, before quickly moving on to talk about other things, as though airing the idea should be an embarrassment for the speaker. I am fully aware that mine is a marginal view of feminism, and may be considered by some to be ‘extreme’, but then the widespread misunderstanding and misrepresentation of what feminism is is just another symptom of the sickness I am describing. I will state, quite openly, that this is the conclusion I have reached, having considered all the available evidence, and it is a conclusion I would encourage nobody to take lightly.

The imminent attempted eradication of half the human race calls for writing unimbued by flippancy or fancy. It does not permit me to enter into civil discussion with those who will be attempting said eradication or cheering it on from the sidelines. There is no object in a respectful exchange of views with such people; the very idea appears, to me, to be an ugly parody of truly civilized discourse – sort of like Neville Chamberlain trying to appease Adolf Hitler. No, my aim is to convince as many people as possible that this is, indeed, the truth, and thus to propel them to do whatever they can to stop a humanitarian disaster before it begins. To that end, I shall tell it like it is, and call out the enemies of humanity as I see them – and they are feminists, who are even now, as you read these words, beavering away at stamping that official seal onto their key tenet of Collective Male Guilt.

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No matter how far down the rabbit hole she has gone, the feminist is cognizant, at some level, of the fact that a person must have actually committed a crime in order to be guilty of it. Initially, this fact appears before her, phantomlike, as an inconvenient truth, a sticking point, an irritant – like a lump in the throat, or a speck in the eye, that simply will not go away. This irritating truth is a logical interceptor, a pile of debris left on the tracks. She wonders: must I stop and turn around? Can my feminism, this wonderful vehicle for my catharsis, be reconciled with my assumptions of human individuality and legal impartiality? Of course it cannot, and if she remains a feminist, she abandons the latter.

Treating individuals as individuals destroys any legitimate appeal to Collective Guilt and Collective Punishment, and vice versa: subscribing to notions of Collective Guilt and Collective Punishment negates the possibility of treating individuals as individuals. Having made her choice, she ignores this truth, that individuals must individually commit acts to be held individually accountable for them. It becomes irrelevant; revenge is higher on her list of priorities. Individual responsibility has ceased to matter for her, and it must cease to matter for others also. Those who remind her of it are attacked (cue the shaming tactics), and eventually, the fact itself is attacked. Individual responsibility is the product of false consciousness; all men carry guilt. Biological essentialism, once the stock in trade of the fascist far right, is resurrected as justifier of the authoritarian New Left.

Feminists are uninterested by truth. They do not formulate their principles based upon analysis of collected truths. The starting point for all feminism is misandric emotion, and subsequent principles are formulated upon this. Truth is largely incidental. It is greatly appreciated when it appears to coincide with feminist arguments, and outright attacked when it does not; otherwise, it is irrelevant. Facts are a tool of the patriarchy; feminism aims to elevate subjective passions and wills to the lofty quarters previously reserved for what can be objectively verified.

Detractors remain, of course, pointing out the awkward, inconvenient, irrefutable truths. For instance: even if we accept the fallacious claim that one in four women gets raped, that would imply that, at most, one in four men commit rape, assuming that each rapist commits only one rape. But this is not very realistic, since we know that there are serial rapists, whose recidivism would drive the number of guilty parties down significantly. Could anybody who touts the ‘one in four’ figure realistically disagree with this assessment? Such people are forced to conclude, with us, that at least three quarters of men have never and will never rape anybody; in other words, they are demonstrably not rapists. Is it not monstrous, then, to tar one hundred percent of a demographic with the crimes of less than a quarter? Perhaps we should hold rallies, in the style of Take Back The Night and so on, in which we chant “three-in-four! Three-in-four!” until people get the message that the overwhelming majority of men are not rapists and do not deserve to be labelled as such. What do you think?

Whatever the case, Collective Guilt appears to be ruled out – but we underestimate feminist creativity. While some of feminism’s more demented followers have asserted that “all sex is rape” – making nearly all men into rapists for having engaged in consensual sex at some point, including that initiated by women – most of the ‘third wave’ has gravitated to a phony rationalization that a ‘rape culture’ persists among men en masse. Rape culture doctrine holds that, although a minority of men in fact commit the act of rape, the other seventy-five percent (or, if we are being realistic, a significantly higher percentage) are cheering them on from the sidelines, deriving pleasure vicariously from the knowledge that women are being sexually attacked. Collective Guilt is secured.

The truth – that men are more histrionic than women when it comes to rape claims – is immaterial and can be safely denied or ignored. Further examples of feminist creativity – finding innovative ways to blame all men for the crimes of a small number – can be found for every subject that they write about. I will not list them here because our discussion must move on. It will suffice to say that all such creativity resolves to the myth of ‘the patriarchy’ – that individual men who do not control or abuse women nevertheless, somehow, simply because they are men, actively support the processes through which other men do control women. The only thing that a man must do to be guilty of this is to be male; ergo, by existing, he is guilty. All feminist male-blaming creativity is a variation on this bio-essentialist theme, and all of it serves to legitimize Collective Guilt and Collective Punishment.

The feminist process of destroying men and maleness will not necessarily follow a defined plan. It does not have to! To this very day, historians continue to debate whether there was ever a direct order given for the Final Solution, or if the Holocaust was the result of cumulative radicalization within the totalitarian, anti-Semetic state bureaucracy of Nazi Germany. It is at least conceivable, then, that the murder of millions can be achieved organically, after a significant period of demonization which leaves most of the population indifferent (if not hostile) towards the scapegoat. Very few people are actually needed to carry out a genocide – typically less than ten percent of a population, often less than five. Indifference is all that is required of the remainder.

Having said this, there is at least one explicit plan for Male Holocaust, which was emphatically not written as a satire, even if its author later brushed off troubling questions with this claim. While the SCUM Manifesto is remembered today as a bizarre relic which in no way represented mainstream feminism at any time, it’s worth pointing out that the text only achieved ‘classic’ status because of its overwhelming popularity. Even if we were to contort ourselves into believing that Valerie Solanas intended the text as a joke, we cannot believe the same about her followers. Of these, perhaps the most famous would be Robin Morgan, who included excerpts from SCUM in her anthology Sisterhood is Powerful, and stated her sincere aim that the “Feminist Revolution” would achieve not “some false state of equality,” but “a proud gynocratic world.”

Still, SCUM hardly contains the blueprints for male extermination. The feminist project has not followed SCUM to the letter, though this is perhaps because there is no letter to follow. The text is more statement than program; it is the violent, vindictive emotionalism laid bare, the ugly face of feminism unmasked, the dissected contents of a dirty bomb formerly disguised as a birthday present. In the long run, the publication of SCUM has probably benefited anti-feminists most of all. It is proof positive that feminism is, at least in part, supportive of female supremacy and the elimination of men; and that such views, when initially aired, were received with enough support from the feminist sector to make the book famous. Would feminists today be so dismissive of SCUM if anti-feminists had not seized on it as evidence?

To get back on track: while there certainly are individuals working within state bureaucracies whose chief aim in life is to make men suffer – and indeed, government departments have been set up for this very purpose – an official order to eliminate men has not (yet) been given, as far as we know. But one does not need to be given, for the situation may come about organically.

For decades, males have been subject to the worst possible demonization in mass media – including, earlier this year, the portrayal of newborn babies as inherently evil, rapists-in-waiting. The slurs made against all men, which cannot possibly be justified on the grounds of deterring that small number of men disposed to committing crimes, are typical of a dehumanization campaign.

The aims of this long hate crusade are threefold. First, that women, being exposed to the endlessly repeating feminist hate loop, will adopt the view that men are violent, inhumane oppressors, and are therefore deserving of whatever evil they suffer. Although most women will initially oppose this message, the endlessly repeating hate loop, because it is so persistent and pervasive, eventually breaks down psychological resistance. Once the hate loop had gathered enough momentum to carry itself, and was becoming bigger all the time, like a snowball rolling down a hill, then our cultural guardians needed only to intervene occasionally in order to fine-tune its content. E.g. it was not enough for a woman to only fear ‘strange men’; it had to be transmitted to her that her own husband, her father, her son, etc., are activated cells in ‘the patriarchy’ which is oppressing her, that they are each a ‘potential rapist,’ and so on.

The second aim of the dehumanization campaign is to get men to turn on each other. That this forms part of feminist methodology is not surprising, since exploitation of masculinity and male physical muscle, to be used against other men for the benefit of women, is the central plank of historical Gynocentrism. In addition to appealing to powerful men to pass punitive legislation enabling the brutalization of their less powerful brethren, feminists drive wedges between common men. By promoting to men the message that their own sex is full of rapists, abusers and pedophiles, men will be less inclined to identify with other men, or with men in general, and will feel much less in the way of mutual support or sympathy.

Even as the sexual grievance industry indefinitely expands the meanings of emotive words like ‘rape,’ ‘violence’ and ‘pedophilia,’ any man accused (not even charged, let alone convicted) of any of these acts becomes a persona non grata among his own sex. Even worse, the falsely accused man (or the man ‘guilty’ under the new definitions of these terms) finds himself on the receiving end of vigilante justice by outraged men who have swallowed the feminist line that male abusers are rampant everywhere (therefore this accused man must be guilty). When the falsely accused and the newly criminalized are being loaded onto train cars for deportation to death camps, men who have not yet been accused will turn their heads, consoling themselves with the thought that those men must be abusers, and so they are deserving of whatever happens to them. The men who have not yet been accused are lulled into a false sense of security, believing that they will be safe, so long as they continue to obey the feminist state.

The third aim of the dehumanization campaign is to normalize brutality against men. Feminists are boiling a frog, as the proverb goes. The cumulative brutalization of men occurs in increments, each of which appears to be objectionable, but not appallingly so (except, perhaps, to those who are paying close enough attention to perceive the creeping despotism). Already, we have surpassed situations which would have caused men to pour onto the streets in revolt had they been achieved in one fell swoop – the enslavement of men by family courts and child support laws, rape trials held in secret and without a jury in Sweden, the negation of the presumption of innocence for men in several states, mandatory arrest laws for men who call the police because their girlfriends have stuck knives in their chests, men being incarcerated and sold into sexual slavery in debtor’s prisons because their wives were bored, and so on.

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As the brutalization of men becomes the norm, practised by more people, a greater number of misandrists will become emboldened to act out their hate. Feminism does not entail men ‘losing privileges,’ or suffering for a little while until the sexes are in balance and life becomes a perfect harmony. The more feminism, the worse things will be for men, right up to the point of extermination. The level of persecution corresponds precisely to the level of feminist governance. When a great mass of feminist bureaucrats set to work, finding innovative ways to persecute men, the individual feminist bureaucrat realizes that there is no limit to what she can get away with.

I would like to talk a little more about exactly why this is. From its earliest days, feminism was envisioned as a cultural war. Making misandric persecution a reality meant that the dehumanization and brutalization of men had to become normalized phenomena – background noise, those aspects of existence nobody bats an eyelid at, those facts of life that adults resign themselves to, the unpleasantness of which can be explained away by defeatist mantras like “it’s just the way things are,” “it sucks but what can we do about it,” and “men and women are different, so just man up and take it.” Creating this kind of hostile indifference towards Men’s Rights was necessary because it is the foundation upon which active persecution stands. Saying that hostile indifference has become normalized is another way of saying that it is normal for people to practise hostile indifference. In other words, enough people practise hostile indifference for it to be considered normal. That is, a great number of people practise hostile indifference, and are not taken to task for it, because it is sufficiently widespread to rule out the possibility of individuals being taken to task for it.

What we have, then, is hostile indifference towards men as a characteristic of the social organism as a whole, and it is within state bureaucracies that feminists congregate to build active persecution upon this normalized hostile indifference. The hostility and indifference towards men allows them to get away with this, because it affords each misandric individual anonymity and irresponsibility. She did not create this situation; she is not personally responsible for it. She is not the only one pushing for active persecution; everyone else is (at least) indifferent in this regard, and anyway, there are plenty of others working in the same field. Being pre-emptively ‘let off the hook’ through anonymity and irresponsibility, the individual feminist forms part of a collective mob whose members can indulge in a sentiment of invincible power, allowing them to yield to emotions which would otherwise have been restrained. Purely numerical considerations – strength in numbers – enable the individual operator to evade all questions of guilt and culpability. They become mere cogs whose existence and purpose is nonsensical when abstracted from the greater machine. They simply do as they are told, they simply ‘go along with’ what everyone else is doing – ostensibly harmless, unremarkable, dutiful.

Where a state seeks to achieve some ideological goal, its bureaucracy becomes the archetypal model of human consciousness overwhelmed by crowd psychology. Every collective acts collectively, that is, without pausing to allow the individuals to reflect, without consulting the individuals, without requiring that they give their enthusiastic assent. The collective acts with immediacy, according to its will, leaving absolutely no room for criticism from individuals within or without. Individuals within the collective act as all the others do. They are, by definition, anonymous and unaccountable. Excited by an idea, and indulging in the power of numbers, a collective does not allow or admit that anything could prevent the fulfilment of its will.

The feminist mob acts in the same way that all ideology-based collectives do – by magnifying the miniscule transgressions made against the collective, and trivializing atrocities perpetrated against others. An almost perfect example of this comes from the feminist website Sociological Images. First, the magnification of the miniscule. In September 2010, one of the site’s authors announced her outrage that a line of rulers (i.e. measuring sticks) commemorating great scientists in history included Marie Curie under the heading “Great Women Rulers of Science.” A horrific injustice, this is not. Still, at this point, we might simply assume that those habituating the blog are fragile people, finding themselves easily offended by much in life – we might think that they would feel the same way if they stumbled upon some equivalent version of these rulers with the sexes reversed.

We might think this is the case, until we scroll down to the comment section and find an accusation that Paul Elam’s A Voice for Men site is nothing but a load of “whining.” Now, in the two weeks prior to that comment being made, A Voice for Men had discussed the following:

A police state that arrests and incarcerates male victims of domestic violence and enables female perpetrators to continue criminal behavior; a ten to one death gap concerning capital punishment that works against men; a five to one death gap against men related to suicide; the staggering attrition of males in higher education and employment; the utter lack of reproductive rights for men, and the incidence of false rape allegations against men which even the police are calling epidemic.

At first glance, the cognitive dissonance is astounding. Could the feminist really have dismissed discussion of such human interest issues as these, while her own counter-movement has nothing more offensive to talk about but the headings on rulers (which actually highlight, not obscure, the fact that there have been great female scientists)?

As Paul succinctly puts it, “women’s whining = pursuit of justice. Men’s pursuit of justice = whining.” In following this simple maxim, feminists adhere perfectly to the dark elements of crowd psychology: magnifying the miniscule when it concerns them, and trivializing atrocities when these are committed against others.

Like all other collectives governed by the principles of crowd psychology, feminists have a tendency towards the power of suggestion: that an idea only needs to be spoken aloud for it to be taken as the gospel truth. Of course, this only works with certain types of ideas – most obviously, those which aid in magnifying the miniscule, but certainly not the ones that draw attention to the non-trivial atrocities suffered by others. It matters not that the cries of rape advocates – “one in four!” – are based on a study, the methodology of which is so flawed that any serious researcher would have transferred it directly from the printer and into the big round file. Young women will continue to pour onto the streets chanting it – “one in four! One in four!” – why? Because it serves the crowd to have been transgressed against in such a way, because it provides them with those feelings of righteous indignation which serve as a springboard from which they may launch the active persecution of the targeted class. No individual need bother checking the facts, and the crowd would not pay any attention to one who did anyway. As an example of this power of suggestion in action within a feminist state bureaucracy, we need look no further than the United Kingdom’s former Minister for Women and Equality, Harriet Harman, who was eventually ordered by a judge to stop spinning the lie that rape has only a six percent conviction rate. Even then, rape advocacy groups like Women Against Rape have continued to refer to this completely invented figure. Evidencing one’s claims is a trifling matter, and one subordinated to the necessity of exciting the mob.

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The power of suggestion is particularly pronounced in the feminist crowd because it is mostly composed of women, and women are more impressionable than men. This is not an inherent difference between the sexes, but a socialized defect. A lifetime of privilege, of parasitic exploitation and entitlement, of juicing the fruits of another’s labor, has left many women devoid of character, with unrealistic views of the world which leave them open to certain kinds of manipulation that men are not so easily taken in by. Feminism is ideological snake oil, and impressionable women are its customers. If an idea excites them, if that one-in-four statistic sends a shiver down their spines, if it causes them to feel something so strongly, then there must be at least an element of truth to it – so the unconscious mental processes go. How could something that is not real affect her in a way that feels so real? Impossible, one would think. Once feminists understood and appreciated the malleability of women, they had merely to present astounding statistics which, when recited endlessly, to the point that they become background noise, exist on some plane beyond truth and falsehood, the plane of popular consensus, and so cannot be refuted by the evidence that most men would have asked for upon originally hearing the claims.

For the same reason, we find the tendencies among feminists to simplify, and to go immediately to extremes. An exceptional instance of violence against women becomes, for feminists, the rule which is practised against all women, everywhere. A college student making a rape joke to his fraternity brothers becomes a microcosm of society as a whole. On that note, making a rape joke is the same thing, for feminists, as condoning the actual rape of human beings. There is no room for nuance, no accounting for the thousand shades of grey that exist between black and white; only the two colors perceived by monochrome Manichean Essentialists. A rape joke could conceivably and consistently be made by people spanning the entire spectrum of opinion on rape, in the same way that people can make jokes about dead babies, tasteless though they may be, without necessarily supporting or contributing towards infanticide. This is common sense stuff, but common sense stuff does not excite the passions of ideological mobs. Collectives such as feminism rely, for their shared understanding, on a fundamental lack of nuance – to infallibly appeal to all its adherents, an ideological collective must propagate a small number of simplistic, exciting, image-like ideas. In the case of feminism, which is an ideological collective based upon the validation of violent and vindictive feelings held towards men, we should not be surprised to find that these image-like ideas are so often characterized by violence.

Feminism’s validation of immature, simplistic, exaggerated, generalized and extreme ideas results in violent emotion as a guiding principle of justice – in other words, the Collective Guilt and Collective Punishment I have already discussed. Feminist jurisprudence flows directly from the violent and anti-male emotions of individual feminist operators, emotions which are, in turn, validated by the ideological collective which has successfully constructed a climate of hostile indifference towards men. There is not even the pretense of impartiality in feminist jurisprudence – it is openly ‘anti-normative,’ seeking favorable conditions for female criminals while indefinitely expanding the scope of punishable male deviancy. Those who advocate and practise it are open about their vindictive sexism, and their reforms continue, under the radar. We are heading towards explicit male persecution because there is nowhere else this can go and very few people willing or informed enough to stand up and say ‘no’.

For those who would deny that feminism condones and advocates violence against men, I need only direct you to their own creations. Here is the banner for feminist website Feministe:

feministebanner

Now, despite the relatively tame content of this particular site, does it seem conceivable that the out-of-frame target of this little girl’s firearm is not a grown man? It’s a clever trick, because the target is not shown, allowing for plausible deniability on the part of the site’s members. After all, feminists don’t shoot people, do they? As Fidelbogen puts it:

Try looking at the little girl in context with the word FEMINISTE directly behind her. Note the synergy of the two elements, how they combine into a visual-conceptual unity of message – effectively amplifying and reinforcing each other.

Moving on, we might consider the hilarious irony of feminists voicing concerns over the likelihood of Pick-Up Artist Roosh Vorek being violent while simultaneously making violent threats against him:

I must find out his real name so if I ever meet him I can suckerpunch him in the dick.

I think Roosh is a great example of what truly needs to be purged.

I’m wondering if his blog is violent enough to notify the DA’s office.

I’m wondering too. But what I’m wondering about is why the phrase ‘cognitive dissonance’ gets thrown around by anti-feminists in situations like these, since the feminists’ behavior is perfectly consistent. It is simply that they have magnified all miniscule transgressions against women – such as, a vaguely insulting comment from a Pick-Up Artist – and have trivialized all atrocities against men. When it is appreciated that feminist operations are all characterized by double standards in their dealings with men and women, it will be understood that there is no ‘dissonance’ here at all, cognitive or otherwise – their behavior is fully consistent with their twin assumptions that every inconvenience a woman faces is a humanitarian tragedy, and that men do not matter at all.

Thus, after decades of feminist teeth-gnashing about the horrors of domestic violence, and how it is a subject so serious it should never be joked about or taken lightly, feminist website Jezebel produced a now-infamous article gloating over the greater incidence of domestic violence perpetrated by women, and issuing direct threats to men generally that the website’s authors will act abusively towards them should men “fuck with” them. Now that men are the victims, it’s acceptable to post amusing pictures of battered men; to refer to female-perpetrated abuse as “busting open a can of whupass”; to refer to male victims as “the dudes” and to employ veiled shaming tactics implying it is their own fault for not fighting back. If you follow the link, please check out the comments – make sure you click on ‘All’ and scroll down to get a proper impression of what feminists are really like when they think they are safely out of the world’s gaze.

The image-like ideas that feminism employs are not connected by logical bonds, although they are all consistent at base because they all contribute towards increasing the power of women. To the uninitiated, it appears that the various antics of feminist activists are not at all connected, and that the most contradictory, dissimilar ideas are supported side by side. E.g., feminists simultaneously advocate for the censorship of softcore pornography targeted at men and lament that there does not exist more explicit pornography featuring naked and aroused men for the consumption of females. This only leads to sputtering accusations of ‘cognitive dissonance’ if one takes for granted that feminists assume their own philosophy is universalizable. If they did assume this – if their goal truly was sexual equality and impartiality – then it would indeed be true that feminists would be irrational and could fairly be said to suffer from cognitive dissonance. But this is not the case. Their philosophy is not intended to be universalizable. The aim is not to apply a uniform standard towards men and women; it is to level women up and level men down. It is to grant women more rights, indefinitely, and to force new obligations onto men, indefinitely. Double standards are the feminist rule, not the exception.

And what is the logical outcome – say, if tomorrow, feminists got everything they are advocating for today? We would be plunged immediately into a two-tier system of rights and obligations, where men and women form distinct castes of citizen, the former weighed down by the obligations that enable the latter to luxuriate in their total autonomy. Life for women would be a literal lawlessness, while men’s every move would be dictated from above, geared to the purpose of providing for all female needs and wants. It would not be inappropriate to call such a system sexual feudalism, and every time I read a feminist article, this is the impression that I get: that they aim to construct a new aristocracy, comprised only of women, while men stand at the gate, till in the fields, fight in their armies, and grovel at their feet for starvation wages. All feminist innovation and legislation creates new rights for women and new duties for men; thus it tends towards the creation of a male underclass, the accomplishment of which will be the first step towards the extermination of men.

At present, feminism displays all the hallmarks of a dangerous movement about to become fascistic: its adherents demand blind submission to dogma, they are unable to discuss its principles, they desire to spread its ideology (by whatever means necessary), they are intolerant of those who do not embrace it, they immediately rush to generalization, they demand authenticity and conformity to a rigorous standard of morality, and they utilize bio-essentialist rhetoric and violent imagery to denigrate their targets. The (often literal) dehumanization of men, coupled with feminist governance, could not be leading anywhere but the enforcement of Collective Punishment, the idealized end point of a principle of justice based upon the validation of violent, primal emotion. Not one iota of sympathy, of fellow human-feeling, is to be felt for innocent men subject to the worst atrocities.

Holocaust is the ultimate utopian vision of some radical feminists, and they are perfectly open about this, discussing the male-free world of the future as insipidly as if they were discussing holiday plans. Other radical feminists imagine a future in which men’s numbers are greatly reduced and the remaining males are kept as slaves. Still others dream of a society similar to ours, but with women in the lead in all spheres of life, with all pretense to equality abandoned. Earnest feminists, meanwhile, do not necessarily intend any of these outcomes, but as they are members of the collective, they will act as members of the collective, and even if they do not participate in the active persecution of men, they will be forbidden – as an unspoken rule – from exhibiting any sympathy at all for men, no matter what they suffer. Those who do are promptly expelled, labelled anti-feminists, and subject to vicious attacks by the in-group. No feminist will stop the process of male elimination, nor will she feel any regret once it is complete, as long as she remains a feminist.

The destruction of males does not require a majority of feminists to even be on board; it is an organic process which unfolds naturally in time, and once a certain point is passed, there will be no stopping the attempt. Women like Hannah Rosin, who desire not equality but female supremacy with men as a permanent underclass, will find that the psychic forces which led them to agitate for this do not simply disappear once sexual feudalism is achieved. Feminism is a movement based upon the gratification of those psychic forces, the permanent, hateful needs of misandric women, and no limits will be reached for as long as men can be made to suffer even more.

Utopian visions supposedly present the perfectly just and moral society, but really, they envision the end of morality altogether. Utopia is that in which nobody makes an immoral decision; thus, nobody really makes moral choices. Rather, they have been socialized so well – through intimidation or brainwashing – that they always make the same choices. This silly little fantasy has inspired tyrants to send millions to their deaths. Early modernity is marked by the two most prominent examples of this: the French and Russian revolutions. Both were fought on the premise that the old regime would give way to a new age of human perfection. Both ended in failure, but not before soaking their countries in blood. The historian Hippolyte Taine wrote that it was by invoking “liberty, equality, fraternity” that the architects of the French Revolution were able “to install a despotism worthy of Dahomey, a tribunal similar to that of the Inquisition, and to accomplish human hecatombs akin to those of ancient Mexico.” Similarly, Communism was presumed to be the realization of freedom and all human potential – until it was actually realized. Communist countries repressed and starved their populations, worked them to the point of exhaustion, banned free speech, purged dissidents, and invaded other countries with a zeal for imperial conquest that must have seemed rather surprising to those who saw communism as an ideology of peace. And all this, not for any existing object – not for land, or resources, or for freedom – but for a social order that had never existed and was merely imagined.

We should not expect Feminist countries – capital F, standing for explicit Feminist Governance – to be any different. Feminist countries will starve and repress, they will force men and dissenting women into labor camps, they will ban open discussion, commit murder on a grand scale, and they will invade other countries, all in the name of liberating women. If there is anything we can learn from the last few hundred years, it is that humanity repeatedly fails to learn the important lessons. After men, which group shall be persecuted? Must we all take a turn, as though our biological characteristics make us representatives of those who appear similar to us, across all time and space? After the horrors of the Soviet regime and the Holocaust, is it not sensible that we all agree to cease judging heterogeneous groups of people by bio-essentialist standards, and damning them all to hell on earth because of the apparent crimes of a minority (be this in reference to the Elders of Zion or to ‘the patriarchy’)?

Now, I am well aware, that simply asking these questions is not going to change anything. It is certainly not going to change any feminist minds. But I am not here to plead with feminists. I am here to interrogate them, to embarass them about their future plans, and to spread the word about what those plans are. Because even the self-proclaimed enlightened, progressive feminist movement has not learned the lesson that humanity should now be well-versed in.

In contradistinction to them, I say – peace be with you.

Adam
Further Reading:

John Dias. A Glimpse of Collective Hysteria, 80 Years into the Past

Welmer. The Symbiotic Relationship Between Misandry and Power

Fidelbogen. A Nice Respectable Word

GYNOCENTRISM THEORY LECTURE SERIES:
1. Staring Out From the Abyss
2. The Same Old Gynocentric Story
3. Refuting the Appeal to Dictionary
4. Pig Latin
5. Anatomy of a Victim Ideology
6. Old Wine, New Bottles
7. The Personal, as Contrasted to the Political
8. Chasing Rainbows
9. False Consciousness & Kafka-Trapping
10. The Eventual Outcome of Feminism, Part I
11. The Eventual Outcome of Feminism, Part II
12. How to Break a Dialectic

 

The Eventual Outcome of Feminism, Part I

Lecture No. 10

“The founders of a new colony, whatever Utopia of human virtue and happiness they might originally project, have invariably recognized it among their earliest practical necessities to allot a portion of the virgin soil as a cemetery, and another portion as the site of a prison.” – Nathaniel Hawthorne

It seems sensible, at this stage, to pose the question: why is all this happening? The answer I can offer up, for the purpose of this lecture, is not historical but psychological: it offers explanation through reference to the mental state of feminism’s operators. There certainly are historical processes at work, explored elsewhere, but no social movement survives purely for the sake of its history. Nobody is born a feminist. There must be some stimulus, or stimuli, working to remodel formerly non-feminist women and men into activated feminists. But we cannot explain feminist conversion by the agitation of those already existing feminist activists. We can certainly believe that feminist activism plays a role in recruitment, but this is not adequate as an explanation. Why would an individual then commit to feminism, rather than any other particular social movement whose advocates engage in agitation for the purposes of ideological recruitment?

It must be that feminism offers such individuals something that other movements do not. I propose that, by opening up space for perfectly satisfying, collective man-hating, feminism offers a form of catharsis eagerly seized upon by those already predisposed to misandry. There are probably as many rationalizations for misandry as there are individual feminists – we would have to explore the intimate details of an individual feminist’s life, particularly her mental culture, to come to a conclusion about when and why she decided to blame an entire sex for each of her inconveniences. What is common to them all is hostility to masculinity, i.e. maleness. When the initial excitement brought about by mutual indulgence in sexual hate has died down, the lines of communication between feminists remain open. Feminism provides more than the opportunity for catharsis. The feminist soon realizes that she need not restrict herself to echo chambers, but might try her hand at real change. A thrill rushes through her at the thought of not just disparaging, but actually hurting men. Backed up by an extensively organized, generously funded and institutionally-connected movement – one that enjoys a rosy reputation as defender of that greatest virtue of our time, equality – she sets to work. Feminism is a misandrist’s dream.

Implicit in what I have written above is the corollary that feminism does not create misandry. Feminism promotes, endorses, reinforces, organizes and aggrandizes misandry, but it does not generate it outright. A woman who is not antipathetic towards men will not become so upon exposure to feminist thought. More likely, she will recoil at its odious philosophy. Feminism simply provides a space for women and men who were already misandrically-inclined to congregate and make plans.

The forerunner to feminism was traditional Gynocentrism, a self-sustaining social system which taught women that men should sacrifice on their behalf, and taught men that they were defective women. The female privilege inherent to this sexual ecology was undoubtedly accompanied and reinforced by animosity towards men – the ‘flawed’ sex – most particularly those men who did not conform to the Gynocentric role expected of them. Feminism departs from this model, not only in the sense that it provides organization for this misandry, but also in the instability of its operations. Feminism relentlessly demands greater male sacrifice for the benefit of women. This is a process to be intensified without an end point. Such a process lacks forward planning or any semblance of equilibrium. Ever greater constraints are placed on the very class of people whose labor and genius sustains the social order in which feminism can thrive. The parasite is killing its host, and will either be purged or die along with it. Feminism is simply not sustainable.

But it is not as though feminists think in these terms. Despite their forays into such recondite subjects as jurisprudence and post-modernism, feminist thought ultimately resolves to the validation of primal emotions. The central tenets of Western-style justice systems, evolving as they did under patriarchy, aspired to impartiality and objectivity in all proceedings. We speak of habeas corpus, the right to trial by jury, the presumption of innocence, punishments which fit rather than exceed corresponding crimes, and so on. That these doctrines of civic freedom have lasted for so many centuries is testament to the integrity of the generations of men who inherited them. Feminists, in their efforts to replace these ‘outmoded, patriarchal’ institutions, do not engage in anything like the deep thought that begat their careful construction. Much less do they entertain the notion of impartiality. All feminist legal innovation – whether it is introducing the presumption of guilt (for men), advocating an inquisitorial rather than adversarial trial system (for men), or proposing that women should not be punished at all when they commit crimes – flows from the same source: the violent and vindictive emotions of individual feminist operators. Feminism is so dangerous because it exists to validate these emotions, and to assign them a permanent place in discussions over how society might be better organized.

twisted

The success of feminism in this regard can be appreciated when we consider the popularity of collective guilt, anathema as it is to the principles of neutrality and impartiality underpinning our liberal justice systems. Collective guilt is an emotional discharge, a visible effect of concentrated class hatred. It is an attack on the verifiable truth of individual moral agency. Under a system of collective guilt, one’s actions have no bearing on one’s fate. Human beings are sent to the gallows for the circumstances of their birth. There is no purpose for trials, or any institution which exists to ascertain the facts of the case and to assign guilt. Guilt is already assigned; the facts are irrelevant. What follows collective guilt is collective punishment.

Feminists are not yet in a powerful enough position to deliver collective punishment to the entirety of the male sex. Instead, they cast as wide and as deep a net as possible, hoping to snag as many men and boys as they can. Wherever an individually identifiable man appears on their radar, he becomes the latest pariah, even if the accusations against him are weak and unfounded. This is irrelevant; all that matters is that he has been identified. Then, he becomes the target for unbridled angst, a public piñata, an effigy of all men, of maleness itself. He becomes the personification of the entire male sex, and the collective punishment that feminists yearn to deliver unto all men is inflicted onto him. Even after he is proven to be innocent of all accusations, the attacks intensify, as though the reluctance of the world to acknowledge his guilt is an even greater injury than the charges brought against him. In a short while, he will be forgotten, and a new whipping boy will be discovered. Until that time, feminists will try to outdo each other in editorials, speeches, and in the comment sections of newspapers and weblogs, calling for the most grotesque mutilations and acts of violence against him.

An impartial legal system, which treats human beings as individuals, is a barrier against collective punishment. To do away with it altogether would allow for the punishment of many more men, on the basis that they are men, which is why feminists have fought so relentlessly to overturn impartiality. Bit by bit, feminist agents within government, academia and the legal system have replaced individual moral agency and the rule of law with the micro-management of people. As the mantra goes, the personal is political – it is, increasingly, the business of the state. Even when not explicitly framed like this, the underlying principle of all feminist innovation is to bring the state to bear down, ever more closely, on our personal, everyday existences. If the personal really is the same thing as the political, then political correctness must be personal correctness – a perverse and pervasive system of control which scrutinizes an individual’s every move, in order to lock him into place. You must be personally correct, in terms of your beliefs, your desires, your pursuits, your tastes – right down to the jokes you are permitted to laugh at – according to their standards. They being the self-declared ‘victims’ of society, who are nevertheless powerful enough to enjoy lunch with the President and set out the terms on which the government is to run your life.

The idea is not that men should overcome all the obstacles in their struggle to be politically/personally correct. After all, those who are demanding that men run this daily gauntlet are the very same people lining up to beat them with clubs as they try. The idea is that men should, so to speak, die trying. The intention is that men fail. For as long as average men manage to live peacefully, and even successfully, more and greater incursions into their personal space shall be required. It is at the point of failure -; when men have failed to live up to the increasingly constrictive rules set out for them – that they can be punished. The ordeal gets tougher by the day and with each passing of new legislation.

At the extreme end of societal micro-management, we find states like North Korea, a brutal, totalitarian dictatorship which controls all forms of media, place severe restrictions upon speech, association, movement and access to information, and detains dissidents and their families in concentration camps where many die from starvation or medical experimentation. Western societies are separated from the continuum of despotism, on which we find North Korea, by a small number of fundamentals, some of which have already been referenced: respect for the autonomy of the individual, the presumption of innocence, the separation of executive, legislative and judicial powers, etc. These doctrines correspond precisely to those which feminism aims to tear down. The violent, vindictive emotions from which feminism springs are, by nature, irrational; there exists no internal, rational boundary, to suggest that enough is enough once a certain benchmark is reached. The furious impulses at the heart of feminism would not stop short of constructing a totalitarian regime which restricts men’s speech, their association and movement, and detains them in concentration and labor camps where they are subject to starvation and mutilation.

Are we so far removed from savage regimes like North Korea that this is not a possibility? We should not allow ourselves to be misled by appeals that we live in a democracy, and that the leaders are ultimately accountable to the people. Our democracy is only ostensible, offering little real choice. The bipartisan consensus between leading parties ensures that the state continues to grow, and the feminist agenda is further promoted, whether the new government cloaks itself in red or blue. Facing no serious political opposition, the leaders do not have to bow to the people to secure their mandate. All public pandering is superficial, though highly effective, in the same way that all totalitarians have enjoyed the popularity of the masses.

By definition, totalitarians must be populist: the support they must mobilize, in order to remain in power, cannot be that of an armed minority alone. In exchange for the sponsorship of the masses, totalitarians caress their egos, giving enthusiastic praise to them for their courage, declaring them the inspiration of all progress. At least, the greater part of them are praised. Groups which are not in favor are, in contrast, treated with contempt prior to their destruction. It is the majority which becomes tyrannous – as Alexis De Tocqueville warned – when the leaders isolate a particular segment of the population for blame and castigation. Enjoying their glorification on behalf of the leader, the chosen majority will side against the undesirables, and treat them with abominable malice. It is a story that has played out, over and over, throughout history – not least in the populist tyrannies of the twentieth century.

Today, our leaders exalt the feminine and malign the masculine – a prejudice running so deep that it has become normalized, to the point where few consider it unusual for the President to bash men on Father’s Day. Men – who are, indeed in the minority, making up 49% of the population – are suffering the early stages of the tyranny of the majority. Leaders of all parties pander, first and foremost, to the female majority, and particularly to the pressure groups set up (supposedly) in their interests. More pernicious than this is the entry of women into politics – not because of the fact that they are women, but because almost every female politician, whatever her party allegiance, makes women’s issues her priority. In contrast, male politicians swear their allegiance to the principles of their party and to the demands of their constituents, but not to men’s issues. There are no politicians who make men’s issues a priority, but plenty – male and female – who run on the cross-party, women’s issues platform.

The world is not so simple that we can say men are over-represented because they are present in greater numbers. Although there is a greater number of men in politics, it is women who are over-represented, because more politicians represent them than they do men. The sex of the politician makes no difference to the legislation that he passes. In courting the female vote, and particularly in his efforts to please feminist groups (organized misandry), he will perpetuate and extend chivalry, he will publicly belittle his own sex, and he will pass ever more anti-male legislation, sanctioning the brutalization of ordinary men.

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Systematic destruction follows systematic contempt. The eventual outcome of feminism is nothing less than a Holocaust, the almighty crescendo to mark the success of a century or more of sexual warfare and the demonization/degradation of the masculine. Those men, such as the male politician who has stoked the fires of gender tribalism to win votes and benefit his own career, will become the concentration camp facilitators and the enforcers of population reduction programs. They shall be the Uncle Toms, the Judenräte atop white horses, who will ultimately meet the same fate as the men they have helped exterminate. The anti-male, homicidal and genocidal violence in feminist rhetoric is well documented:

“The male is a domestic animal which, if treated with firmness … can be trained to do most things” – Jilly Cooper, SCUM (Society For Cutting Up Men)

“I want to see a man beaten to a bloody pulp with a high-heel shoved in his mouth, like an apple in the mouth of a pig” – Andrea Dworkin

“Kill your fathers” – Robin Morgan

“Life in this society being, at best, an utter bore and no aspect of society being at all relevant to women, there remains to civic-minded, responsible, thrill-seeking females only to overthrow the government, eliminate the money system, institute complete automation, and destroy the male sex” – Valerie Solanas, SCUM Manifesto

“It is no accident that in the ancient matriarchies men were castrated, sacrificially slaughtered, and excluded from public forms of power; nor is it an accident that some female supremacists now believe men to be a distinct and inferior species or race. Wherever power is accessible or bodily integrity honored on the basis of biological attribute, systematized cruelty permeates the society and murder and mutilation contaminate it. We will not be different” – Andrea Dworkin

“Why have any men at all? … The proportion of men must be reduced to and maintained at approximately ten percent of the human race” – Sally Miller Gearhart

“If life is to survive on this planet, there must be a decontamination of the Earth.  I think this will be accompanied by an evolutionary process that will result in a drastic reduction of the population of males” – Mary Daly

The stock feminist response is to point out that these quotes are from radical feminists, who have not been active for a long time, and do not represent mainstream feminism. While it is not exactly true that they do not represent mainstream feminism, we can find more recent examples of feminist attitudes:

“It is time that government had a strategy on changing men away from power and oppression as part of its strategy for women and gender justice … Changing future agendas for women involves changing men; changing men involves deconstructing men and reducing men’s power; and, in the longer term still, this may even involve the abolition of men” – EuroPRO-Fem, a European men’s pro-feminist network

The following is extracted from a recent discussion on a feminist weblog:

Allecto: I think there is a very simple solution to the ‘problem’ of the team sport of gang-raping that is so popular as a form of gay male bonding between football players.

Mandatory castration of all men who play football and all men who watch football. This would be a quick and easy solution.

bonobobabe: I like your castration idea. I’d take a step further and castrate all male babies at birth.

Mary Sunshine: There is no remedy for this situation other than to halt the emergence of any more human males.

Two caveats must be advanced before we go any further. The first is not a compromise; it is not self-censorship or moderation. It is a statement of fact. The overwhelming majority of women do not, and would not, support the extermination of men. The question of whether all or most or only some feminists support the extermination of men is one that I shall address in a couple of weeks’ time. Clearly, there are feminists who do not openly support the extermination of men. Nevertheless, they have a role to play in the process, as do all misandrists. For the time being, it will suffice to say that all feminist self-reflection and self-criticism reaches the verdict that they are not being ‘feminist enough,’ i.e. it results in further radicalization. I quote from the back cover of Zillah Eisenstein’s The Radical Future of Liberal Feminism, a feminist text which arrives at this very conclusion:

Eisenstein shows that liberal feminism is ‘self-contradictory’ because it ‘accepts liberalism and at the same time rejects its patriarchal base.’ Yet in truth, feminism is ‘potentially subversive’, to both liberalism and the capitalist patriarchal state, and it must and can become radicalized as it pushes against the limitations of what can be accomplished within the context of the state … Eisenstein advances the view that liberal feminism contains within itself the seeds of radical change.

The significant point about the above quote is that Eisenstein, the feminist author, rejects the ‘patriarchal base’ of all liberal institutions; that is, she would happily do away with legal impartiality, equality before the law, presumptive innocence, and so on. Retaining these doctrines, which exist to protect innocent people, is not on the feminist agenda, and Eisenstein comes to the very same conclusion that I have presented in this lecture: that liberal feminism will become radical when it achieves all it can through the liberal state. The violent and vindictive emotions will not be satiated, ever. Once feminism has gone as far as it can go through the liberal state, ‘liberal feminists’ will turn against it and plot its overthrow.

The second caveat is that the physical destruction of men is not inevitable. It is the logical outcome of feminism, but our future is not set in stone. Given that feminists have explicitly called for forced male labor and the presumption of innocence to be removed when men are accused of rape, and that lawmakers are seriously floating the suggestion that those found guilty of sex offences should be physically castrated, we might conclude that we are already some way down the feminist road to hell. Feminism has no internal brakes; a victory does not temper the feminist’s violent emotions, but provides the momentum for her to push for greater results, in the knowledge that she can get away with hurting men. Any barrier to the progress of feminism will therefore have to come from outside feminism. It is up to external agents to build a brick wall in feminism’s path.

We are more than sixty years into an organic process that will leave humanity with an irrevocably changed society. The catalyst for the abolition of Gynocentrism is its own radical and unsustainable expression in feminism. Those same social and conceptual changes which made feminism possible prompt the question of why men should put up with any form of Gynocentrism.

The critical mass of opposition to Gynocentrism, resulting in its overthrow, will be reached as soon as feminism is exposed to the world. What remains to be seen is whether feminism shall expose itself, or whether it will be exposed by counter-feminists. The former will occur if the movement becomes powerful enough to explicitly launch the physical destruction of men. My own view is that feminists will make this final roll of the dice, and that they will be ultimately unsuccessful, although many men will suffer tortuous deaths. The other possibility is that feminism is exposed in advance of this, preventing much of the violence, and allowing for the repeal of all Gynocentric rule with minimal bloodshed. Whatever the case – whether feminism exposes itself, or is exposed – it is done for. Cast in the disinfecting sunlight of the world’s gaze, held to account for its grievous transgressions, never again will feminism be tolerated.

Adam
Further Reading:

Roger F. Gay. Unraveling Feminism in Sweden

Shannon O’Neil. Man Hatred OK at University of New Hampshire

Martin Lehmann. Feminist Zealots Create an Anti-Male World

GYNOCENTRISM THEORY LECTURE SERIES:
1. Staring Out From the Abyss
2. The Same Old Gynocentric Story
3. Refuting the Appeal to Dictionary
4. Pig Latin
5. Anatomy of a Victim Ideology
6. Old Wine, New Bottles
7. The Personal, as Contrasted to the Political
8. Chasing Rainbows
9. False Consciousness & Kafka-Trapping
10. The Eventual Outcome of Feminism, Part I
11. The Eventual Outcome of Feminism, Part II
12. How to Break a Dialectic

False Consciousness & Kafka-Trapping

Lecture No. 9

“Never mind whether it’s Critias or Socrates who is the one refuted. Just concentrate on the argument itself, and consider what on earth will become of it if it is examined.” – Socrates of Athens

It is necessary, at this point, to set aside the the thread I have been weaving, and take a detour into the deep wilderness of feminist logic. The phrase feminist logic will strike most of my readers as a misnomer – if not an oxymoron! – so let me reassure you that what I really mean is feminist attempted logic. And there is nothing logical about that, I assure you!

First, why is the use of logic so threatening to feminists? We know, assuredly, that it is – with some feminists going so far as to claim that logic is nothing but a tool of the patriarchy. Of course, this is absurd. Logical argument is, by definition, a collection of valid inferences – so it is not possible to argue against logic. To put it another way, you cannot reason against reasoning, because the very attempt to do so involves the (attempted) use of reason. The only way to attack logic without using (or attempting to use) logic would be to attack it most randomly – that is, without entailment. The argumentative points you make, in attacking logic, would have to have no relation to each other whatsoever. You could not say, for instance:

Men use logic to defeat women in argument, therefore logic is a tool of the patriarchy

because the use of “therefore” indicates a logical consequence, i.e. it indicates entailment, which is a matter of logic! This leaves the feminist with two unfavorable choices: she can state that logic is a tool of the patriarchy, without reference to premise, evidence, example, definition, and so on – without any reference, indeed, to reality; or she can accept that her own argument, because it attempts to link two propositions together on a logical basis, is itself a tool of the patriarchy – and as the proponent of the argument, so is she!

Hence, the appropriate response to the feminist argument that “logic cannot be trusted, because it is a tool of the patriarchy,” is to say: “and so are you! Hey – as a patriarch, I appreciate you doing my job for me!”

 

feministlogic

But again, why is logic so threatening to feminists? Could it be that feminists are simply misguided about the nature of logic? That is doubtful. Having seen feminists defeated by logic many times, I am quite sure that they fear it because that their beliefs cannot withstand it. Like any cult, feminism does not allow its members to investigate the truth, nor does it tolerate free and open discussion of its core beliefs. Still, none of this makes a bit of difference to usas non-feminists, there is no human authority obliging us to hold our thoughts or tongues on the matter of feminism.

Yes, feminists fear logic because it contradicts other ways of ‘knowing’ the world – e.g. being told what to think. They also fear that logic will discredit ideological ‘truths.’ Feminists want you to see the world as they say you should see it – they certainly don’t want you coming to your own conclusions! Particularly not conclusions critical of feminist orthodoxy, derived, for instance, from the process of asking questions and receiving unsatisfactory answers. And yet this is precisely the outcome that feminists guarantee, when their anxieties over criticism and the consequences of open discussion cause them to react, kneejerk-fashion, with shaming tactics.

What would a discerning neutral observer think, when he hears a reasonable question answered with an attack against the interlocutor’s character? Will this inspire him to adopt all tenets of the questioned set of beliefs? Is he more likely to feel threatened into submission by the shaming tactic used against the gadfly, or to feel offended by proxy at the ideologue’s evasiveness and insulting manner?

Ideologues don’t tend to ask themselves searching questions like these. Small wonder, then, that the word ‘ideology’ began life as a term of abuse. It was not until Marx and Engels wrote The German Ideology that the phrase took on the characterization we associate today with identity politics. One’s ideology, they claimed, is the product of one’s social position – that is, whether one is a proletariat or a bourgeois. The socialist proletariat are the possessors of the ideology which reflects truth, while the capitalist bourgeoisie possess only ‘false consciousness.’ It is never explained how it is known that things are this way around and not the other – i.e., why can’t the bourgeoisie possess true ideology, and the proletariat be subjected to false consciousness? That question does not need to be answered, because Marxism is a closed system of thought. It is like a man who stands not on the ground, but somehow, on his own feet; any one part of Marxism stands upon the other parts of the theory, and does not depend upon the vagaries of the experiential world for support. In other words, what happens in the real world does not matter – Marxism is self-verifying. The truth which backs up its claims is located within the theory, utterly independent of any contrary evidence that can be gathered from the actual experiences of actual people.

It is much like feminism, then – being abstract and anti-contextual, deciding upon the story before the facts are known. Feminism, to feminists, requires no justification outside of itself. It is impenetrable by external argument, and thus irrefutable – because it is inherently unreasonable. That is to say, it cannot be reasoned with. It is a waste of time trying to get feminists to see sense, and every MRA soon learns that he will more easily squeeze blood from a stone. The only discourse which will make feminists sit up and change their ways is the discourse of power: and this is a discourse that must be backed by action. Anti-feminists must be comfortable with the idea of wielding power over feminists, at least enough to marginalize them into irrelevance. This is the end game. Building critical mass is how we get from here to there, but we take a step backwards every time we indulge feminists in their sophistry.

Take, for example, the feminist sophism that we are ‘locked in’ to a perspective determined by the sex we belong to. Any counter-feminist argument launched by a man, no matter how accurate his observations, no matter how evidenced his claims, can be dismissed on the grounds that it was made by a man. The argument goes like this: “you’re only saying that because you’re a man. If you weren’t a man, you wouldn’t have a male perspective, and so you wouldn’t be saying that.” The implication is that a male perspective is inherently wrong – that a man, owing to his being a man, is incapable of grasping truth. So you see, this is really the same ‘false consciousness’ trick as practiced by Marx and Engels and their followers – the feminist has not explained how or why it is that a woman’s perspective, owing to her being a woman, is necessarily the one which yields to truth.

The ‘false consciousness’ trick is, ultimately, an evasion. In one dishonorable move, the feminist has sidestepped the argument itself and attacked the interlocutor – “you can’t possibly be right, because you are male.” For the feminist, this is enough. She considers the matter closed, and moves on. By the same undisclosed reasoning by which Marx knew that the proletariat possessed the truth, the feminist ‘knows’ (i.e. strongly feels) that her own ideology possesses the truth. But that undisclosed reasoning, whatever it is, does not work in reverse. The feminist is confident enough that a counter-argument, using the same tactic – “you wouldn’t be saying that if you weren’t a woman” – is inapplicable and impossible. The implication is that feminist women view the world objectively, whereas mere men are ‘locked in’ to a privileged perspective and cannot see the way things truly are. An attack on the perspective of a man, for it being a male perspective – even the identification of a perspective as peculiarly ‘male’ – is nothing less than a statement of female supremacy.

As for non-feminist women, they too are oppressed by ‘false consciousness.’ You see, when women use their own minds to decide things for themselves, they are being manipulated by the patriarchy! But when they stop thinking for themselves, and defer to feminist consciousness without question, then their minds are ‘liberated!’ Do you see how this works?

Now, I hate to ruin their fun by being a man who says things he wouldn’t say if he wasn’t a man, but there’s something that doesn’t quite make sense about all this. What the feminists are trying to impart is a kind of sexual determinism. That is, the notion that they are attempting to propagate is one which states that our actions and behaviors are determined according to our sex, and we have no freedom of choice in the matter. We are moral robots, hard-wired from birth to view the world in one particular way, from which we cannot deviate.

This theory would only be meaningful if it could tell us how men and women will act or think. Yet, both men and women are far less predictable than the pigeon-holers of the world would like them to be. There are, for instance, feminists who are men, MRAs who are women, and people of both sexes who buck all the trends we can imagine. Feminist sexual determinism, then, has become a useless theory; if there is any truth to it, it is limited to those aspects of human behavior that cannot be identified. It has been reduced to tautology: we will always do those things which we will always do!

 

brain

It hardly needs stating that men and women are not two opposed and internally homogeneous classes of people. Feminists would very much like them to be. Indeed, feminism rests upon this faulty perception. The idea that men and women should be opposed to each other is a feminist construction, and any deviation from this is a threat to the whole feminist enterprise – hence the imperative of familial destruction. This is also why the most venomous attacks are reserved for male ‘feminist allies.’ That small number of men who exert the strictest self-discipline in accordance with feminist orthodoxy come under the most fire for being not feminist enough. This happens because every man who is pro-female in the slightest is a thorn in the side of feminism, just as much as the most outspoken anti-feminist woman (perhaps even moreso: in the case of feminist men, there is no equivalent to the ‘false consciousness’ argument used to dismiss anti-feminist women). It must be denied that feminist men could ever be feminist enough! The illusion must be maintained that men are ‘the enemy’ – and this means repudiating the friendly intentions of male allies. In declaring themselves feminist, those men fail to conform to feminist sexual determinism, thus contradicting feminist theory and threatening the progress of the movement as a whole. It is not so easy to paint them as atavistic brutes, and this is largely down to their own efforts to make themselves amenable – which is precisely why they receive such vitriolic scorn.

To get back on track: there is more that Marxism and feminism hold in common than the Appeal to False Consciousness. Both fit a certain template, upon which we could map any modern radical ideology. Again, it is developments in language and thought which allow for the theoretical configurations making possible social movements like feminism. Socialism was only possible once the state and the economy were conceptually distinguished – in feudal times, no distinction between the two was discernible, rendering moot the possibility of a socialist system being idealized. It was in response to the rise of capitalism, with all that this entailed – Enlightenment thought, economic individualism, free markets, free labor, an end to tax farming, the formation of the business and working classes – that Utopian socialism and (later) Marxism became possible in the realm of the imagination.

Similarly, nationalism – in its modern form, as an ideology – only became possible once society and culture were distinguished in language and thought. Our question here is, what had to be distinguished before feminism could become a possibility?

This is a question which would take a great deal of space to answer – more space than I have available here. It will suffice to say that the escalating liberties being granted to men resulted in a divergence of expectations between men and women. Reasonably enough, we might think, a small number of women began to question why the Enlightenment notion of individual freedom extended only to men. However, what is often missed is that these women began from a position of strength – they were already the beneficiaries of Gynocentric cultural codes that placed them high above men, atop pedestals. Over the coming decades, men tripped over themselves delivering whatever women demanded. It is likely that most of them sincerely believed that individual freedom should be extended to women as to men. But the very fact that Gynocentrism was already in full force meant that female supremacy was the only possible outcome of feminism. The ‘equality’ feminists sought was an ‘equality’ to do all the things men are permitted to do, and to retain their traditional advantages over men, accrued through centuries of Gynocentrism. The recipients of additional advantages are, of course, not equal at all, but privileged at the expense of all others. This was always the intention.

Despite the occasional claims of feminists that they are dispensing with all forms of male thought and creating anew, feminism slots in neatly with other radical ideologies which preceded it (and which were, of course, dreamed up by men). To take the most obvious fact about modern radical ideologies, their basis is in forms of association – Marxists oppose the proletariat to the bourgeoisie, nationalists oppose their own culture or race to a culturally or racially diverse society, and feminists oppose women to men. The key relationships, used by ideologues as total explanations for all human phenomena, correspond to the forms of association which are emphasized. For Marx, the key relationship is economic – the control of the workers by the capitalists is an economic relationship, and all else (politics, religion, culture) is mere ‘superstructure’ atop this ‘base.’ The superstructure may change, but nothing fundamental will alter unless the economic relationship of the classes is reconfigured. Similarly, for nationalists, the key relationship is cultural (or racial, if the two are differentiated). This is the ‘base,’ upon which everything else is built. Changes to the superficial structures on top of the ‘base’ (e.g. modifications to political and social institutions) are irrelevant; the only fundamental change will come about via transformations in culture and/or racial demographics.

We find the same pattern in feminism. Opposing women to men, the key relationship for feminists is, of course, sexual. It is the relationship of men to women which determines all else (politics, economics, culture, religion, and so on). The elements of the superstructure may well change, but until the domination of women by men is smashed at the base level, nothing fundamental will be achieved.

It is this belief which ultimately explains feminist attempted logic. Their attempts at rational argument are clouded by a belief in collective guilt – that all problems or inconveniences faced by women result from this base relationship (the domination of women by men), so that, as long as problems or inconveniences remain, it must be the case that men (collectively) are dominating women (collectively). It does not matter if a particular man is innocent – he is still ‘the enemy,’ as feminists are more than willing to admit (see: The Redstockings Manifesto). Nor does it matter if a particular woman is guilty – she is absolved in the name of collective innocence.

And on these grounds, we encounter the peculiar feminist debating tactic called Kafka-Trapping. I did not invent the term; the credit must go to Eric S. Raymond, whose original article on the subject is linked below. Nor did Eric intend the term to be used only for feminists – any member of a victim ideology can effectively Kafka-Trap their opponents. The name, Kafka-Trapping, is a reference to Franz Kafka’s work The Trial, in which the protagonist is told that he is very, very guilty, although his crime is never specified; and, as he soon discovers, the only ‘way out’ is to admit his guilt (though he knows not what of), thus acquiescing in his own destruction.

In Eric’s own words, a Kafka-Trap is:

an unfalsifiable claim, about thoughtcrime, intended to induce guilt so the subject becomes manipulable.

The most chilling thing about this tactic is that the Kafka-Trapper declares your mind to be out of bounds to you – her judgment is a dismissal of your own opinion about your own thoughts. Think you know what you think? Think again, buddy!

Now, I shall reproduce, from Eric’s blog, six models of the Kafka-Trap which feminists will use against you. Learn them. Know them. Recognize them for what they are: nothing more than ad hominem evasions. Calling out the tactic, as a Kafka-Trap, is sufficient for its refutation.

(Note: in the following examples, I have used the terms ‘sexist’ and ‘sexism’ but these may be replaced by ‘misogyny,’ ‘woman-hating,’ ‘patriarchy,’ etc.)

Model A Kafka-Trap

Your refusal to acknowledge that you are guilty of sexism confirms that you are guilty of sexism.


Model C Kafka-Trap

Even if you do not feel yourself to be guilty of sexism, you are guilty because you have benefited from the sexist behavior of others in the system.


Model P Kafka-Trap

Even if you do not feel yourself to be guilty of sexism, you are guilty because you have a privileged position in the sexist system.


Model S Kafka-Trap

Skepticism about any particular anecdotal account of sexism, or any attempt to deny that the particular anecdote implies a systemic problem in which you are one of the guilty parties, is itself

sufficient to establish your guilt.

Model L Kafka-Trap

Your insistence on applying rational skepticism in evaluating assertions of pervasive sexism itself demonstrates that you are sexist.


Model D Kafka-Trap

The act of demanding a definition of sexism that can be consequentially checked and falsified proves you are sexist.

It is the last model, Model D, which I find the most intriguing. It implies – and my experience with feminists verifies – that simply asking how to not be sexist will be taken as evidence of one’s sexism. The reason why I focused so heavily on definitions in my earlier lectures is because of the utility of attaching concrete meanings to terms. If we have a concrete definition of sexism, for instance, I could check my own behavior against this definition, and potentially discover that I do not fulfil any of the criteria – i.e., I am not sexist. But this does not satisfy the feminist notion of collective guilt. It feels like a panicked response on their part, then, to insist that any man who tries to discover whether or not he is sexist is automatically sexist simply for trying to find this out. In other words, he is a sexist for not wanting to be a sexist. Could there be any clearer indication that feminists want men and women to be two conflicting classes of people?

The purpose of the Kafka-Trap is to leave absolutely no room for the trapped individual to believe in his own innocence. A denial that he is oppressive is further evidence that he is oppressive; the only other option is to admit that he is oppressive, which is also evidence that he is oppressive. (Note the following from the Violence Wheel, designed by the Domestic Abuse Intervention Project: “saying the abuse didn’t happen” is abusive. So, you see, whether you plead “guilty” or “not guilty” in a court of law, both pleas are evidence of your guilt.) Oppression is alleged because the individual is a member of a group – but not necessarily one that he identifies with. The in-group identification is ascribed to the individual by the operator of the Kafka-Trap. To quote from Eric once more,

 

Real crimes – actual transgressions against flesh-and-blood individuals – are generally not specified. The aim of the kafkatrap is to produce a kind of free-floating guilt in the subject, a conviction of sinfulness that can be manipulated by the operator to make the subject say and do things that are convenient to the operator’s personal, political, or religious goals. Ideally, the subject will then internalize these demands, and then become complicit in the kafkatrapping of others.

That actual transgressions are not specified is true for all models apart from Model S, in which a specific transgression is specified, but any doubt regarding the alleged victim’s account of things is taken as evidence that the doubter is guilty along with the alleged perpetrator. How familiar this all sounds! Is it not the precise experience of anyone who encounters feminists while discussing the prevalence of false rape accusations? On that note, I shall refer you to a comment from the feminist Amanda Marcotte, which she quickly deleted, but not before Fidelbogen saved a copy:

 

marcotteGaffe

Let’s talk about Amanda Marcotte some more, shall we? In fact, in her honor, I would like to define a seventh model of the Kafka-Trap, Model J:

Model J Kafka-Trap

Even if your innocence is proven in a court of law, this not only confirms your guilt; it also confirms the guilt of the (legal) system that found you innocent.

Exhibit A for Model J is a series of comments that Amanda Marcotte made in the wake of the Duke Lacrosse false rape accusations. Unable to accept that the accused men could possibly be innocent (hey, why do we even have trials?), she said the following:

 

In the meantime, I’ve been sort of casually listening to CNN blaring throughout the waiting area and good fucking god is that channel pure evil. For awhile, I had to listen to how the poor dear lacrosse players at Duke are being persecuted just because they held someone down and fucked her against her will—not rape, of course, because the charges have been thrown out. Can’t a few white boys sexually assault a black woman anymore without people getting all wound up about it? So unfair.

Leaving aside the content of her raging diatribe, doesn’t the style of her writing strike you as that of a twelve-year old, perhaps one who has only just discovered swear words, and believes that using them as much as possible is ‘cool’? In the spirit of this post, then, and given the evidence before us, I hereby believe that Amanda Marcotte is, in fact, twelve years old. Any argument to the contrary, from Amanda or anyone else, will be taken as further evidence that she is twelve years old.

All right then. Since she has clearly not been brought up properly, I shall recommend a regimen of discipline that will soon have her speaking as a proper young lady should! I suggest, first, that Amanda Marcotte shall have her mouth vigorously washed out with soap; next, that she shall receive a stern, bare-bottom spanking (over some patriarch’s knee, of course); and then, that she shall be sent to bed without dinner for a week. This will soon set her straight! And since I refuse to believe any evidence to the contrary of my opinion that she is twelve years old, any disagreement with my opinions on this matter shall only reinforce my contention that she is utterly deserving of this punishment. Now, what do you think about that?

Adam

 

Further Reading:

Eric S. Raymond. Kafkatrapping

Fidelbogen. Do You Know What ‘Kafka-trapping’ Is?

Michael Miller. Femspeak

 

GYNOCENTRISM THEORY LECTURE SERIES:
1. Staring Out From the Abyss
2. The Same Old Gynocentric Story
3. Refuting the Appeal to Dictionary
4. Pig Latin
5. Anatomy of a Victim Ideology
6. Old Wine, New Bottles
7. The Personal, as Contrasted to the Political
8. Chasing Rainbows
9. False Consciousness & Kafka-Trapping
10. The Eventual Outcome of Feminism, Part I
11. The Eventual Outcome of Feminism, Part II
12. How to Break a Dialectic

Chasing Rainbows

Lecture No. 8

“Equality, rightly understood as our founding fathers understood it, leads to liberty and to the emancipation of creative differences; wrongly understood, as it has been so tragically in our time, it leads first to conformity and then to despotism.” – Barry Goldwater

What is it that enables us to live meaningful lives? This is a question with a long history, and after more than two thousand years of scratching our heads, our species is not much the wiser. Answers fall just as easily as they are formed. Perhaps the only real wisdom to be imparted by centuries of soul-searching is that the solution cannot be reduced to the realization of only one value. Efforts to bring about a social system based upon the realization of one value in particular – be it religious doctrine, the will of the nation, or social equality – have invariably resulted in widespread repression, and not the golden age of peace and virtue as postulated by their ideologues. In contrast, those societies which have managed to create and maintain the space for people to actually live what they might call ‘meaningful lives’ are those which have kept a number of values in balance. This is not a very exciting solution, but it is better to be dissatisfied with the great mysteries of life than to be enserfed or ‘disappeared’ by a regime in pursuit of a more enticing dictum.

Whatever the case, the argument for autonomy seems convincing – balanced, as it must be, against other values. It is difficult to see how one’s life could be considered meaningful where one does not possess even the most basic rights of self-determination. On this point, I am superficially in agreement with the feminists, who have made autonomy (and not equality) their guiding principle. Of course, in their case, it is only women’s autonomy that matters, and this is to be extended as far as possible. Nevertheless, we do agree that autonomy, in and of itself, is a good thing, although I would qualify my support with the corollary that it must be balanced against other values so that it does not become license.

It is the most spectacular irony, then, that so long as they remain feminists, women will never knowingly taste freedom. Feminism is a victim ideology which freezes women perpetually in Struggle; it cannot afford to indulge in Liberation, else the game is up. To continue playing, feminists must imagine that they are under the control of external forces which are responsible for every fate that befalls them. They have a name for this mass delusion: The Patriarchy. Every bad decision, every unwanted consequence, every minor inconvenience can be traced back to this mystical, mythical and invisible system of control which exerts influence over women, in much the same way that animistic tribes explained severe weather phenomena by reference to angered and vengeful deities. If feminists are to pretend that Struggle is still relevant, then it cannot be admitted that women are in control of their own actions, for this would imply that they are free moral agents. Women must be made to believe that they are delicate vessels being tossed about in an ocean storm, with navigation and steering rendered futile, and no land in sight. Perhaps we could contrast this to the MGTOW movement, which resembles a series of wooden canoes, light but durable, whose occupants paddle alone on calm seas – for the time being, at least.

pirate-ship-sinking

Even when women are privileged beyond their wildest dreams – which is inconceivable in feminist theory – they still may not be considered free. Women are not permitted to enjoy freedom; it must be denied for the ideology to survive. It must be reiterated, until it comes to mind reflexively, that “we still live in a patriarchy,” and “women are still not yet equal,” and so forth. Feminism’s adherents can never rest, because they will not allow themselves to. They are forever chasing rainbows.

They are mentally barricaded in, shut off from the very world that they impose their designs upon. They are forced to conceive of themselves forever Struggling, lest they become Liberated, and therefore irrelevant. As I said last week, a tripartite perception of history (past as Oppression, present as Struggle, and future as Liberation) is a constant of feminism, and this is decided upon in advance of the facts. Regardless of context, the present is Struggle, with Liberation perpetually set some way off into the future. As the proverb states, tomorrow never comes.

As I have mentioned previously, feminism is fundamentally anti-contextual, deciding upon the story in advance, and then fitting the facts around this. The process is simple. Take the key points about the given situation, and through the use of dislogic, eristic, moral relativism, symbolism, self-contradiction and dreamlike fantasy, frame the discourse as one in which women are moving from Oppression to Liberation, but will not get there without feminist Struggle.

This is not to say that feminism operates statically. The first step in the process just described is to draw in the facts from real life. If feminists did not do this, their preaching would have zero appeal to the non-feminist sector, because it would seem to have no bearing on the experiential world. Feminism is anti-contextual in the sense that the story is decided prior to the facts, but it is nevertheless dependent on the context of any particular situation. The real life context must first be experienced and understood, and only then can it be co-opted into feminist discourse. To take a clear example, feminists in the United States today do not agitate for women’s right to vote. They would get nowhere if they did, because, having the vote, they have nowhere else to go (in this regard). The franchise is not now a relevant issue in the context of the real world. On the other hand, the fact that most business leaders are men will be verified by most people’s experiences of the world; this, then, can be drawn into feminist discourse, as an example of Oppression.

Forgive me for being overly simplistic. It must be made clear how the process of manufacturing Struggle is playing a pivotal role in the changing nature of rights.

What is a right? As it has typically been understood, a right is a claim which, in usual circumstances, is inviolable. In other words, if I have a right, then I have some kind of claim – the permission to do something I wish to do, or to be protected from something I do not wish for – and other individuals may not deprive me of this claim. To take a clear example, I have the right not to be assaulted – other individuals are not permitted to assault me. They may do so nonetheless, in which case they have transgressed against my right; they have done what they are not permitted to do, and prevented me from doing (or avoiding) those things which I am permitted to do (or avoid). Accordingly, I am permitted to seek recompense for the violation of my right.

A theory of rights requires an enforcer, in order to prevent rights transgressions and provide recompense to those whose rights have been violated. The enforcer that we are familiar with is the state, particularly those institutions involved in the creation and practise of law: the legislature, the judiciary, the police force, and so on. It is necessary that the state possesses the monopoly on the use of force, else its rule would go unenforced, and there would be no deterrent against rights violations. In an extreme case, the citizens may rise up and overthrow a weak state, subsequently instituting their own form of justice which may be far from impartial. Max Weber famously described the state as “the monopoly of the legitimate use of force.” I have left out the word ‘legitimate’ from my definition here, because it strikes me as an entirely subjective judgment, not to mention an inevitable one from the point of view of those in control of the state. Those who seize power and use it to persecute one section of the population will surely believe their own monopoly on the use of force to be legitimate – indeed, they will most likely believe their own use of force to be of greater legitimacy than that of the regime which they deposed, no matter how that regime conducted itself.

Note that there is no inherent limitation to the concept of rights; there is no in-built brake system. There can never be a point where we say, “now we have all the rights.” There will always be potentially more rights that we could possess. That is not to say we categorically should possess more rights. The full possession of all conceivable rights would be an inconceivable license – total autonomy, in which all claims would be permitted. This would mean that the individual with license would be free to violate the rights of others. In this case, the rights of others would be meaningless whenever they encounter the licensed individual. Logically, all people cannot have total possession of all rights, because each would be permitted to infringe upon the rights of all the others – which means that nobody’s rights would be secure, and the strongest individual or group would be entitled to establish arbitrary rule by physical force alone.

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Clearly we need limitations, and the Constitution of the United States of America is the exemplar in this regard. As the finest statement of personal liberty and representative democracy the world has ever known, it exists to protect a number of fundamental rights from being overturned by the strongest collection of individuals – namely, the government. Laws may come and go, but so long as the constitution is upheld, the foundational rights of the individual citizen are set in stone – or, at least, are extremely difficult to remove or alter. Where a government repeatedly violates its own constitution, it (ideally, at least) runs the risk of being overthrown by an uprising of citizens, who would, together, form a stronger collective.

The United States Constitution, adopted in 1787, built upon the liberal philosophy of the time, most especially that of John Locke. Sections of the Declaration of Independence, signed eleven years previous, are more or less lifted from his Second Treatise of Government. The ideas expressed in this work are not those of the liberalism we know today; they sit somewhere closer to what we would now term libertarianism. It was only in the second half of the nineteenth century that liberalism underwent the profound transformation into the collectivist ideology we more readily associate with the term today.

In his 1859 text, On Liberty, J. S. Mill introduced a new articulation of the traditional liberal moral defence of individual rights. It runs something like this: individuals have the right to do whatever they choose, so long as this does not harm others. Mill exercised caution when considering the application of this principle: one would not be harmed, for instance, by losing in open competition (e.g. the free market). Following Tocqueville, he voiced concern that democracy, if unmoderated, could devolve into majoritarian tyranny.

We may thank the successors of Mill for the perversion of individualist liberalism into a collectivist and authoritarian philosophy. It was one small step from Mill’s axiom – individuals have the right to do whatever they choose, so long as this does not harm others – to the doctrine of New Liberalism: if I cannot do what I would otherwise choose, then somebody must be harming me. It was the self-proclaimed ‘liberal socialist,’ Leonard Trelawny Hobhouse, who built upon Mill’s premises and added a new twist: that freedom is not good in and of itself, but must be subordinated to some higher end. It follows that any freedom which is not subordinated to this higher end is not morally justified. It was the social radical Richard Henry Tawney, building on this development, who advocated an egalitarian society based on the premise that “freedom for the pike is death for the minnows” – in other words, that certain identifiable groups are not deserving of equal autonomy, but must have their share restricted. It was Lester Frank Ward who disavowed the individual altogether and argued that the state should direct all social and economic development, including the happiness of its citizens. Perhaps most tellingly of all, he was an enthusiastic supporter of the notion that women are innately superior to men. To quote an especially relevant passage:

And now from the point of view of intellectual development itself we find her side by side, and shoulder to shoulder with him furnishing, from the very outset, far back in prehistoric, presocial, and even prehuman times, the necessary complement to his otherwise one-sided, headlong, and wayward career, without which he would soon have warped and distorted the race and rendered it incapable of the very progress which he claims exclusively to inspire. And herefore again, even in the realm of intellect, where he would fain reign supreme, she has proved herself fully his equal and is entitled to her share of whatever credit attaches to human progress hereby achieved.

The purpose of this detour into the changing nature of rights was to hone in on the historical developments that precipitated certain aspects of modern feminism. Some contributors to the Men’s Rights Movement have somewhat abstractly attacked ‘modernity’ and ‘Enlightenment values.’ This is fine if they are intending to attack individual autonomy in general, but we must look more carefully if we actually want to get to the root of the problems facing men, as men, today – which, I would argue, coalesce into the deprivation of male autonomy. It is modernity, and particularly Enlightenment thought, which made individual autonomy a possibility – and it is social liberalism, and most especially feminism, which are turning it into an impossibility for men.

ScalesOfJustice

 

The innovation of social liberalism is conspicuous in the section of the Ward quote above which I have emphasized. It is entitlement; the creation of new obligations for others to fulfil; the construction of rights claims, not rights of individuals, to be held equally, but against an identified segment of the population (the ‘enemy’ group). Of course, every right, if it is taken seriously, demands obligations of others – if I have a right to not be assaulted, then you must not assault me, and vice versa. The difference between such a claim and the claims of New Liberalism is that the former is an obligation to inaction, while the latter is an obligation to action. My obligations to inaction mean that I cannot transgress certain boundaries – the rights of other people. I may not hurt them, steal from them, or do damage to their possessions. I am forbidden to do certain things which would interfere with the autonomy of others, but apart from that, I am free to do as I please. Obligations to action are of a different sort altogether: the one who holds me to such an obligation has the power to command me. I am told how to act, and I am forbidden to act any other way. This curtails my autonomy.

For instance, if you require some object in order to accomplish a certain project, then your autonomy is curtailed if you do not possess the object. Therefore, you have a claim to my object, presuming that I possess one. It matters not if I have earned or otherwise rightfully own my object; the theory goes that you should have it anyway. Claims of ownership and desert are subordinated to the autonomy of individuals, which translates to the wants (not needs) of specially identified ‘victim’ groups. If, say, I am interviewing a man and a woman for a position in my employ, and the woman demands that she be given the job as a crucial step in her career plan, I am denying her autonomy by not employing her, even if she is the least qualified candidate. She needs the position in order to achieve what she ultimately wants, and so she is wronged if she does not get it. The doctrine of New Liberalism – if I am unable to do what I would otherwise choose, then somebody must be harming me – clearly serves the victim agenda of feminism. Any limit whatsoever on the actions of women, including those introduced in the name of fairness and impartiality, can be taken as a new Oppression according to this doctrine.

‘New’ or ‘social’ liberalism is in fact the perversion and corruption of liberalism – and it finds its highest expression in the caste system of rights feminists are busy creating. Women’s rights, a catch phrase once trumpeted as a progressive march towards a fairer future, has become the trump card that never loses its value, ready to be played any time a woman wants to ‘get one over the guys’. In the early days, the idea of Struggle was more creditable, and even seems admirable in retrospect. Women struggled for rights which men possessed: the right to vote, the right to own property, the right to divorce, the right to the same wage as a man doing the same job. Once upon a time, it was perfectly plausible, to an unbiased observer, that feminism meant to bring about equality between the sexes. That is not to say this view is inherently correct, only that it was believable, from a point of view external to feminism, that the feminist project carried this altruistic goal.

But what are the women’s rights advocated today? The right to confiscate men’s money, the right to commit parental alienation, the right to commit paternity fraud, the right to equal pay for less work, the right to pay a lower tax rate, the right to mutilate men, the right to confiscate sperm, the right to murder children, the right to not be disagreed with, the right to reproductive choice and the right to make that choice for men as well. In an interesting legal paradox, some have advocated – with success – that women should have the right to not be punished for crimes at all. The eventual outcome of this is a kind of sexual feudalism, where women rule arbitrarily, and men are held in bondage, with fewer rights and far more obligations. To date, the transformation of rights into obligations to action have given us a welfare state in which, according to The Futurist,

virtually all government spending […] from Medicare to Obamacare to welfare to public sector jobs for women to the expansion of the prison population, is either a net transfer of wealth from men to women, or a byproduct of the destruction of Marriage 1.0. In either case, ‘feminism’ is the culprit […] Remember again that the earnings of men pays 70%-80% of all taxes.

Feminism views the independence of individual citizens as a barrier, not a safeguard. Personal autonomy hinders feminism’s progress in moralizing the world and bleeding men dry for the benefit of women.

Women’s rights? It’s nothing but a power grab.

Adam
Further Reading:

Michael Weiss and Cathy Young. Feminist Jurisprudence: Equal Rights or Neo-Paternalism?

Founding Fathers of the United States. The Declaration of Independence

Pelle Billing. Men’s Rights Manifesto

 

GYNOCENTRISM THEORY LECTURE SERIES:
1. Staring Out From the Abyss
2. The Same Old Gynocentric Story
3. Refuting the Appeal to Dictionary
4. Pig Latin
5. Anatomy of a Victim Ideology
6. Old Wine, New Bottles
7. The Personal, as Contrasted to the Political
8. Chasing Rainbows
9. False Consciousness & Kafka-Trapping
10. The Eventual Outcome of Feminism, Part I
11. The Eventual Outcome of Feminism, Part II
12. How to Break a Dialectic

The Personal, as Contrasted to the Political

Lecture No. 7

“They prided themselves on belonging to a movement, as distinguished from a party, and a movement could not be bound by a program.” – Hannah Arendt

Last week, we looked at how the concept of domination has become a justification for encroaching despotism. It should not come as a shock to attentive readers that virtually every keyword in the feminist lexicon is used in a similar way. Whether the term being discussed is misogyny or rape or patriarchy, the tendency is to broaden its meaning to cover as wide a semantic area as possible, smuggling the maximum possible ideological contraband within an overcoat of righteousness. The real-world effect of all this is to restrict male autonomy through the criminalization of men’s actions. The limitless possibilities for semantic bleaching correspond to extensive prison sentences and crippling fines. The intention is to criminalize the norm. Every move that a man makes should send a shiver down his spine, should force him to look over his shoulder, with a panic-stricken expression, wondering, “what new law have I just broken?” Men are to live in a perpetual state of surveillance and presumed guilt – a panoptical existence in which they are repeatedly chastized for doing wrong. That is, according to an invasive, alien moral standard that they are invited to obey, not understand, and certainly not to question or refute.

But when the criminalized behavior falls within the domain of actions in which both men and women engage, the argument requires a corollary that it is different, and worse, when men do it. For instance, certain nasty individuals of both sexes engage in sexual harassment, but we must understand that when men do it to women, it is chalk, and when women do it to men, it is cheese. The two, we are assured, are incomparable, regardless of how a victimized man might see things – after all, even in his victimhood, he is blinkered by his privilege.

The whole fairy tale is aptly summed up in the feminist mantra, the personal is political. As was discussed last week, the proper context in which this claim should be viewed is the recent history of the Western world. Particular focus should be given to a current within our shared political culture, which has given rise to despotic government and threatens to do so again. How else are we to interpret a statement that all things within the domain of the individual are in fact the business of government? If we do not own or control those things which are personal to us, there cannot be anything to speak of that we do own or control, up to and including our lives.

But it would be a mistake to view the mantra simply as a statement of belief, i.e. that its speaker merely believes the personal to be political. All manner of people have all manner of kooky theories, and a group of people communicating their belief that all aspects of our lives are managed by the state would be about as troubling as tin foil conspiracy theorists or the Flat Earth Society. When a feminist says that the personal is political, however, she is not simply stating a belief; she is making a call to action. There are implications hidden within the phrase.

Last week’s discussion involved a section on ideologies, and the progressivist assumptions at the roots of Western political culture. To recap, ideologies assume a difference between how society is and how it ought to be, predicated upon a specific moral view of the world. What this means, as far as feminist analysis is concerned, is that if the personal is not currently political, then it should be made that way. Practically all feminist innovation consists of making those things which are personal into political matters. The logical end-point is to be found where there are no strictly personal actions, no personal utterances, intentions, thoughts or beliefs; all of these, expressed publicly or privately, would be strictly political. Every decision, down to the minutiae details of everyday life, becomes a political matter for which individuals are held to account, not as individual transgressors, but as members of an oppressive class which must answer for its sins.

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‘The political’ is another one of those essentially contested concepts – in other words, it is one of those concepts most open to abuse. It is an elusive idea, which can be grasped but never precisely pinned down – and attempts to do so are rather like trying to grab all the air in an inflatable mattress. One of the things we can say about ‘the political,’ is that it has not always been identified with ‘the ideological’ – which seems sensible enough, since ‘the ideological’ is a product of modernity, a relative newcomer as far as politics is concerned.

Once upon a time, ‘the political’ was a term which referred to Kings, Queens, courtiers and nobles, their struggles and their successions; but certainly not to doctrine. That change came about gradually, with the steady fall of religious fervor that marks modernity.

I am aware that I skate close to etymological fallacy, so let me clarify what I am arguing. I am not complaining that there is a proper meaning of terms such as ‘the political’ which has fallen out of fashion. I have previously acknowledged that language is forever in flux. As a corollary, I do recognize that objectively correct definitions are something of a rarity. My purpose, in highlighting linguistic change, is a correlative highlighting of social change! The one rarely undergoes a paradigm shift without bringing the other along. There is immense power in language, to not only reflect but to define the experiential world. If we want to understand how things came to be the way that they are, we should cast a searing torch beam over historic changes in vocabulary – it is here that we will find the notional germ cells that gave rise to the feminist disease.

Such as in the case of ‘the political’. Today, everything controversial is reflexively considered a political matter. Whether we are discussing a person’s unusual lifestyle, or a new work of art that pushes boundaries, or a website that advances an innovative worldview, we feel quite certain that what we are discussing is a political statement. The controversial, then is political; or perhaps it would be more accurate to say that the unusual is political. Non-conformists of all stripes are prompted to attach some political purpose to their actions or beliefs. The effect of this very public challenge is to lock individuals into a system of pervasive control; stepping out of line makes one into a target.

And this is precisely what feminism requires – for men to stand in line, and to target those who do not. It’s a lot easier to pursue the project for increasing the power of women when you can effectively gag those who stand to lose the most from its success.

The flip side to all this is women’s exponentially increasing and ‘compensatory’ license. It is men alone whose private lives are to be locked into the system of public control; women, in contrast, are to enjoy the spoils of victory in a new era of female sexual anarchism. Perhaps the only consolation we can realistically take is that despotisms are great generators of spiritual enlightenment among the oppressed. It was the persecution of early Christians that drove pious men and women to live alone in the desert, in imitation of Jesus Christ – it was only in the fifth century that these monastics were co-opted into the Church, having sought a purely ascetic existence as an alternative to the material world that had driven them out. Similarly, the oppressive regimes of the Hellenistic period led many in the Greek city-states to embrace mystical philosophies which advocated turning away from the world. Given that we are well on our way towards feminist despotism, it is not surprising that a parallel development is fledgling, in the form of the Men Going Their Own Way (MGTOW) movement. MGTOW have rejected the Gynocentric demand that men must define themselves according to their sexual prowess. Accordingly unburdened, many MGTOW have taken up introspective deliberation on the nature of man and masculinity – discussions which are androcentric and therefore not accountable to feminist orthodoxy. At its core, the MGTOW movement turns away from the world – from marriage, children, self-sacrificing employment, even relationships with women altogether – seeking solace from hostile agents as did the ascetics and mystics of the ancient world.

Although I endorse the MGTOW lifestyle, I am conscious that it is not enough – for fulfillment or for survival. Feminism is simply not in the business of leaving men alone. It is a progressivist ideology, which means it just keeps on growing, with no internal checks on its own activities; it has no brakes! All attempted self-criticism yields to further radicalization. Unable to perceive the world from outside of the feminist bubble, its disciples think and act in an anti-contextual, abstract fashion. The only checks on the activities of such ideologies must come from the outside – i.e., from the rest of society. If feminism will not slow down and stop of its own accord, then external agents must build a brick wall in its path. This is a moral requirement – the alternative is to allow it free reign, in which case we will inevitably end up with despotism. Thus far, feminism has proved remarkably socio-dynamic, and has faced very little political resistance – meaning that the velocity of persecution is set to increase.

I should like to clarify. The word ‘feminism’ can refer to more than one thing. Most obviously, feminism the movement is the not precisely the same thing as feminism the ideology; rather, the former is driven by the dictates of the latter. Feminism the ideology is a victim ideology, which means that it exists in defense of a certain class of people which has been designated as the victims. The dual objectives goals of a victim ideology are, as I have remarked previously:

(1) To equalize with the ‘enemy’ group;

(2) To forge its own ‘victim identity,’ separate from and unaccountable to the ‘enemy’ group.

If objective (1) is ever achieved, then the ideology simply ceases to be, which means that the movement also ceases to be. The movement, however, is not an inorganic entity which mechanistically fulfills the needs of the ideology. It is made up of people who have become dependent upon it, psychologically and financially. The end of inequality, however it was originally measured, would spell disaster for Women’s Studies graduates everywhere. For instance, the inability of feminist organizations to admit that rape rates are falling and that false allegations are reaching epidemic levels is down to the losses that would be sustained by ideologues sitting in (usually empty) rape crisis centers. The ideology cannot be permitted to die – there is far too much riding on it, namely, the movement, and whatever goodies its principal actors have managed to get their paws on. As with many people, the threat of redundancy is enough to bring out a hard-line conservatism, which insists, in this case, on the existence of brand new oppressions still to be overcome. There is an awful lot of money riding on the continued perception that women are disadvantaged. Feminism is not merely a movement any more, but an industry – aptly referred to by some as the sexual grievance industry.

Should this industry crash, it would leave a hole in the purses of career feminists nearly as large as the hole it would leave between their ears. The alternative to continued state support for the overcoming of new oppressions is almost unthinkable. It would not only mean an end to men subsidizing their own persecution – it would also threaten to leave a psychic vacuum in the minds of professional feminists. Whatever would they do, should they be deprived of their blood money?

The feminists do, of course, have a backup plan. I refer you to objective (2). The reason why victim ideologies tend to die hard when equality or even supremacy of the ‘victim’ group is achieved is this: they shift their aims towards the inherent separateness of the ‘victim’ and ‘enemy’ groups, and refuse accountability to the rest of the world. Indeed, any attempt by a person external to the designated ‘victim’ group, to hold the members of said group accountable for their transgressions, is tarnished as the effort to roll back objective (1) – and the person who dared to raise the complaint will be called any number of amazing names.

A victim ideology is necessarily tripartite in its understanding of time. The past is identified with Oppression, the present with Struggle, and the future with Liberation. This tripartite historiography is a constant. If any one of the three states – Oppression, Struggle or Liberation – is removed, then we no longer have a victim ideology. It falls apart, owing to its inconsistency. There must have been past Oppression, as this justifies the present Struggle, which also must be the case for the present, as a matter of tautology -; what else would we be talking about? Struggle must be towards something, and this is Liberation, promised in the future. Below is a diagram of sorts, presented from the feminist perspective:

ideology1

 

It is a childish caricature, fitting for a childish worldview. Note what is required for the tripartite Oppression, Struggle, Liberation to make sense – the actor who did the oppressing, who must be struggled against, and from whom the designated victims shall be liberated. This is, of course, men.

The above picture is presented from the feminist perspective, in which time moves horizontally, from left to right. In the real world, time’s arrow is broken. We are frozen permanently in the present phase, and from there, time moves vertically and downwards:

ideology2

 

There is simply too much riding on feminism (i.e. the sexual grievance industry) to allow the actual liberation of women to be acknowledged. If it were to be admitted that women are not only liberated, but the recipients of a number of advantages over men, then the movement and the ideology, and thus the industry that is feminism, would become moot. Women’s current role, which is perhaps more appropriately described as Privileged, is not even conceivable on feminist time. Liberation must always remain a future goal, and can never be permitted as a present achievement. Feminism is self-sustaining this way – by forever propelling itself into new Struggles. The tripartite understanding of timeis independent of context; it is fundamentally abstract and anti-contextual. The tripartite is assumed before the truth about the world at any given moment is ascertained, and the facts of the world must then be hammered out into a feminist-friendly shape.

It is of little consequence that all the great Struggles have been won. Feminists can just create new ones. And since men are (as the case must always be) the oppressors to be struggled against, it is quite justifiable to take away whatever power they still possess.

Until they possess none.

Adam


Further Reading:

Fidelbogen. The Bright Line

Adrian Smyth. Feminism: The Birthplace of

Sexist Hypocrisy

Archivist. The ‘under-reporting’ canard

 

GYNOCENTRISM THEORY LECTURE SERIES:
1. Staring Out From the Abyss
2. The Same Old Gynocentric Story
3. Refuting the Appeal to Dictionary
4. Pig Latin
5. Anatomy of a Victim Ideology
6. Old Wine, New Bottles
7. The Personal, as Contrasted to the Political
8. Chasing Rainbows
9. False Consciousness & Kafka-Trapping
10. The Eventual Outcome of Feminism, Part I
11. The Eventual Outcome of Feminism, Part II
12. How to Break a Dialectic

Old Wine, New Bottles

Lecture No. 6

“Whatever crushes individuality is despotism, by whatever name it may be called” – J. S. Mill

Domination. So much of feminist analysis revolves around this concept. A man who punches his wife is not just angry at her; he is attempting to dominate her. A man who disagrees with a woman and talks over her is not just being rude; he is trying to dominate her. A rapist is not really that bothered about sex; his crime is a display of power, he just wanted to dominate the woman.

You see, the fact that these things happen at all is not enough for the male-bashers of the world; they shall forever require more grist for the misandric mill. Punishing actual criminals is one thing, but it’s simply not gratifying enough to leave it there – they need to articulate what their womyn’s intuition has always told them, and go on the attack against all men. The problem, of course, is that the overwhelming majority of men don’t attack women in any perceptible way whatsoever. The solution, as feminists found, is to play Dr. Freud and posit some subconscious, underlying motivation – a dark, sexual, deviant, violent mentality, which acts as a universal explanation for male behavior.

You see, even when men are not actually engaging in criminal acts, the criminality is still there, it is just latent – so the feminists would have us believe. The idea that all men possess an inherent, latent evil, and that women do not, serves as a useful cover for all sexist hate speech against men. We find it at work in senseless diatribes against a non-falsifiable “rape culture,” in campaigns to prohibit the private consumption of pornography, and in apologia for malicious women who falsely accuse men of sex crimes. Consider this statement from Mary Koss: “rape represents an extreme behavior but one that is on a continuum with normal male behavior within the culture.”

Inherent male deviancy, so they say (or imply), manifests as a continuum of dysfunctional maleness, covering everything from a simple verbal disagreement, all the way up to the murder of a spouse. All male actions which do not contribute towards the feminist project – increasing the power of women – are to be taken as evidence of an innately flawed masculinity which seeks, above all, to dominate the fair sex.

Put it this way. Would you say that being murdered helps to increase a woman’s power?

No?

Well, what about losing a verbal sparring match – does this help to increase her power? Or doesn’t it? It certainly seems that one will have greater autonomy if she can more easily convince others that her view is correct.

So, if both of the above examples exist on a continuum of women losing power, the corollary of which is patriarchal domination, then of course men are to blame. That is, if our analysis is based in dubious, feministic assumptions.

The concept of domination, so taken for granted in its present manifestation, is a supreme example of the linguistic shifting I have discussed previously. As a term, it carries ideological contraband, concealed in an overcoat of righteousness. Originally, the term domination, which has its root in the Latin dominus, referred specifically to the power exercised by a master over slaves. Like so many other terms that feminists have seized upon in order to manipulate perceptions of reality, domination has become an object of semantic bleaching.

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What is really interesting about all this, is that our new concept of domination – as unjust hierarchy, to be opposed and attacked – has been put to use in a specific direction: as a sponsor for true despotism. The single most obvious red flag marking the road to despotic rule is the encroachment of the public sphere into the private lives of individuals. Despotism is precisely the type of unjust hierarchy with which we identify domination; yet if the latter term is broadened sufficiently, to encompass all areas of private life, then a crushing and brutal dictatorship is the inevitable result.

This is the context in which we should understand the feminist slogan which has had the most staying power: the personal is political. Note that (according to the slogan), the personal is not only a matter of interest to the political; it does not form part of the political; it is not of equivalent importance to the political. It actually is the political.

The two terms are presented as though they are identical, interchangeable.

The personal is political.

If this is true, then there does not exist the smallest space of privacy which is a matter for the individual alone – that is, over which the individual is sovereign. It is true enough that a private life worth anything would not be possible without an overarching public structure – it is law which protects all the liberties that make private lives and interests possible. To use J. F. Stephen’s favorite analogy, law is the pipe through which the waters of liberty flow. It is when public life – the state – fails to recognize its own limits that society becomes threatened by despotic rule.

Intellectuals of all ages have come up with the most ingenious of reasons for why it is that their mode of thought is superior to all that passed before. The majority of people have simply assumed this without the need for justification whatsoever. What is peculiarly modern is the construction of artificial boundaries between our own time and epochs past. We do not, for instance, consider ourselves to be living on the same historical plane as those of Medieval Europe, let alone of Ancient Greece. These are times inexplicable and inaccessible to us. It is a seductive fantasy by which we explain away any fears conjured up by the horrors of history books. We like to believe that bloody autocracies will confine themselves safely to those pages, and that such things could not happen here, not now; not in real life. Surely, we have moved beyond all that. We are Enlightened, unlike the human beings that existed before us.

But are we not on the same historical plane that gave rise to Soviet Communism and the Nazi party? These particular reigns of terror occurred within the last century, no matter how much we might like to think of ourselves as having progressed beyond such barbarism. Supposedly, we in the Western world abhor totalitarian regimes; and yet the rise of the two mentioned previously is indicative of a trend existing within our political culture. Among the baggage we have inherited from the Enlightenment is the concept of utopia. The term was coined in the 16th century, and it designated, for the first time, the notion of a perfect socio-political order. With the birth of this idea, the seeds were sown for the cleansing of human impediments as an operationalized political program.

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Prior to the Enlightenment, human life was mostly assumed to be cyclical. As surely as the sun would rise in the morning and set once more in the evening, so great powers would rise and fall, only for new ones to take their place. Such was the science of Polybius, whose historical works did not arrange events in chronological order, but presented human experience as a unity. Dynasties, empires, cultures, people and their communities lived and died in the swings of the cosmic pendulum.

One of the major conceptual innovations of modernity is progress as the guiding ideal in politics and society. Not only do we assume that we are constantly on the move away from our own history; the belief persists that it is only a matter of time before each problem yields to a solution. Faith in human knowledge has never been so great as in the Information Age; we actively seek to overcome what were long considered intractable facts of life.

The purpose of this digression is not to cast doubt over the possibilities for human knowledge, nor to suggest that an attempt to improve the human condition is an ignoble pursuit. It is to point out that we are all children of the Enlightenment, no matter where we fall on the political spectrum. It is to point out that there are certain peculiar assumptions which form the base and scaffolding of Western political thought, and it is upon these assumptions that ideologies as diverse as conservatism, liberalism, National Socialism and feminism are built.

The -ism itself is an altogether modern phenomenon. An -ism (or we might say, an ‘ideology’) assumes a difference between how society is and how it ought to be, predicated upon a specific moral view of the world. This is obviously true for those ideologies explicitly advocating change – liberalism, socialism, feminism, and so on. It is just as true for conservatism and traditionalism, ideologies which (as they see it) aim to resuscitate the baby that has been thrown out with the bathwater of the ages.

Typically, that which ideologues find so objectionable about the world is its existing configuration of power. The great texts and speakers of the ideology describe a configuration of power, argue for its recognition as injustice, and then present the means for achieving the desired change. The means may involve working through the existing institutions of state, or they may necessitate their overthrow, or they may shun mainstream practices altogether and advocate working their magic through civil society.

Whatever the ideology implies in practice, this is a marked difference from what went before. Progress, not recurrence, is at root of all political expectation. Whether this is progress towards the classless society, or ethnic purity, or the return of traditional virtues, progress is the constant. The view that something is wrong and something needs to be done about this, as a political statement, is a recent invention, one which defines our shared political culture. Conservatives are caught up in the same ‘progressive’ web, but then, so too are iconoclasts, who signal their compliance with conventional modes of thought even as they state their intentions to break away. The more they struggle against this inevitability, the more stuck they find themselves. To take a relevant example, feminists have sometimes declared that they are moving away from ‘patriarchal’ assumptions altogether, and building up their own worldview from scratch, quite untainted by male influence. In truth, nobody starts from scratch, and feminism remains deeply embedded in modes of thought which have evolved over centuries, exclusively through the minds of men. The feminist ideology, and all of its innovations, simply could not occurred without centuries of work by men beforehand.

Next week’s lecture shall take a closer look at the feminist assertion that the personal is political, and the hidden implications contained within this catch phrase. In the weeks that follow, we will consider the concept of utopia, which has been mentioned only in passing here. A brief comment here will suffice: utopia is the logical extension of progress, in that it is the end of all progress, the final stage of human existence. It is a profoundly dangerous idea, one responsible for the most oppressive regimes and bloody revolutions the world has ever known. While personal power and glory may have been the motivating force behind the actions of despotic individuals still in recent memory, it was a collective, utopian vision that aroused their followers to make manifest the most violent of fantasies. In all cases where utopians grip the reigns of power, the human beings which do not fit into their vision of a new world order are treated as the living garbage of a faded regime.

It is with disgust and horror that the West looks back at the utopian despots of the twentieth century, and yet these particular despotisms correspond to a tendency that forms the infrastructure of our own politics. The disgust and horror is real enough, though, and perhaps the most truly progressive shift in recent times is the rejection of extremism, in all its forms, by populations determined to leave behind the century of genocide.

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Only, it’s not that simple. You can pull up the heads, and tear the stalks clean from the earth, but unless you dig out the roots, you will find those flowers in bloom again before long. Utopianism, with the cleansing of human impediments that it always implies, is coded into our political DNA. Widespread detestation of the recent, failed totalitarianisms will not make this go away; it can only make the despotic tendency fall quiet for a little while. A new despotism can only emerge if it does so silently, in disguise as something quite different – perhaps as organized opposition to certain forms of unjust domination, the solution for which is always to increase the power of the state relative to the autonomy of the individual.

The personal is political, say the feminists.

I can hear the goosesteps getting closer.

Adam

Further Reading:

Fidelbogen. The Redstockings Manifesto

W. F. Price. Who Really Wants Control?

Angry Harry. The Governmental Beast

 

GYNOCENTRISM THEORY LECTURE SERIES:
1. Staring Out From the Abyss
2. The Same Old Gynocentric Story
3. Refuting the Appeal to Dictionary
4. Pig Latin
5. Anatomy of a Victim Ideology
6. Old Wine, New Bottles
7. The Personal, as Contrasted to the Political
8. Chasing Rainbows
9. False Consciousness & Kafka-Trapping
10. The Eventual Outcome of Feminism, Part I
11. The Eventual Outcome of Feminism, Part II
12. How to Break a Dialectic