Lancelot and men’s love servitude

By Douglas Galbi

Knight jousting horse medieval Flickr commons

In twelfth-century Europe, did men unquestioningly accept love servitude to women? Today, many men don’t protest men being deprived of all reproductive rights whatsoever. Men say little about acute anti-men gender discrimination in family courts and child custody decisions. Men maintain stoic indifference to being smeared as rapists and being targeted on college campuses for absurd sex regulations. Perhaps men enjoy love servitude to women, relish working as slaves, and cherish being imprisoned. Yet Chrétien de Troyes’s late-twelfth-century Arthurian romance Lancelot hints at a different answer. Men apparently resisted love servitude to women with the same tactics subordinate workers resist orders around the world today.

In Lancelot, a girl rescued the knight Lancelot from his imprisonment atop a tall tower. In popular romance, usually the white knight in shining armor rescues the damsel in distress from imprisonment atop a tall tower. The white knight Lancelot, however, was a manlet. That helps to explain some subsequent events. After the girl rescued Lancelot from the tower, she took him to her favorite retreat, a country house, safe, secluded, and well stocked with provisions. There servants removed Lancelot’s cloths, which were filthy from his languishing in prison. Then:

the girl put him to sleep
In a tall, magnificent bed,
And later gave him a bath
And such wonderful care that I couldn’t
Tell you half if I tried:
She treated him as sweetly
As if he’d been her father.
She brought him back to life,
Completely renewed and restored. [1]

An earlier Latin romance, Apollonius King of Tyre, presented a much different account of a young man-doctor reviving a beautiful young woman. If the girl in Lancelot was receptive and not ugly, a manly knight might have expressed his gratitude to her in a more exciting way. Perhaps she noticed something lacking extension. That would explain why she gave him a bath and treated him as if he were her father.

Urging the girl to rescue him, the manlet Lancelot swore to be her obedient servant. He implicitly promised to be not like other men in servitude to women. Lancelot declared:

I swear I’ll be yours to command
For all the rest of my life

there’ll never be a day
When I won’t do what you ask.
Whatever you ask, if it’s in
My power, will be done — and done
as quickly as I can do it. [2]

Most women who order their man-servant (husband, boyfriend, etc.) to do something resent the response “not today.” Lancelot swore that there would never be such a day. Another standard man-servant response is “later.” Lancelot swore that he would obey the woman’s orders “as quickly as I can.” Lancelot, of course, hedged and qualified with words about his potency. Those reservations about potency probably were relevant when the girl gave him a bath.

From the commanding heights of culture, influential institutions and voices teach men to be subordinate to women. But boys aren’t stupid, and men aren’t stupid, either. Overpowered in social communication, men resort to passive resistance. Such passive resistance, however, isn’t sufficient to advance men’s liberation.

* * * * *

Notes:

[1] Chrétien de Troyes, Lancelot ll. 6670-8, from Old French trans. Raffel (1997) p. 210.

[2] Lancelot ll. 6597-8, 6001-5. The ideal of men’s love servitude to women has come to be widely celebrated as courtly love (amour courtois).

Article licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

Feature image by Spencer Wright

Reference:

Raffel, Burton, trans. 1997. Chrétien de Troyes. Lancelot, the knight of the cart. New Haven: Yale University Press.

Teoría del Ginocentrismo (Conferencias 5-8)

Teoría del Ginocentrismo

Las conferencias seminales que se encuentran a continuación fueron pronunciadas en 2011 por Adam Kostakis:

Greek goddess

5. Anatomía de una Ideología de Víctima

Conferencia Nº 5

Entre los peores errores que un pueblo amante de la libertad puede cometer es el de estereotipar a la feministas como un pequeño grupo variopinto de lesbianas rabiosas que ha dejado de ser relevante hace mucho tiempo. Tomen nota: este estereotipo les ayuda.

Debo repetirlo: este estereotipo les ayuda.

Piensen en eso un momento. Cada vez que ustedes menosprecian a las feministas como un montón de viejas gruñonas que nadie toma en serio, han ayudado ustedes a oscurecer el programa feminista y, sin duda, su misma existencia como una forma de poder organizado. Menosprécienlas, deben hacerlo – ¡pero háganlo de una manera que las exponga, no que las esconda! Porque el feminismo está lejos de ser una reliquia del pasado. El movimiento feminista es tomado muy en serio por aquellos que tienen el poder para hacer cumplir sus objetivos:

(1) La expropiación de los recursos de los hombres hacia las mujeres.
(2) El castigo de los hombres
(3) Incrementar (1) y(2) en términos de alcance e intensidad indefinidamente.

La obscuridad ayuda en la realización de esas metas al crear dudas entre los opositores potenciales. La identificación inapropiada del feminismo como un artefacto cultural que ya no tiene ningún peso sobre las operaciones del gobierno y la sociedad es un producto de la metamorfosis del feminismo en sí. Noten que la esencia, o la sustancia del feminismo no cambiado a lo largo de los años, tan solo su forma, o su empaque. El cambio de empaque ha demostrado ser tan efectivo que ahora hay algunos que incluso niegan que el producto exista.

Por el contrario. Así como los tiempos han cambiado con el feminismo, el feminismo ha cambiado con el tiempo. En la transformación del feminismo de un movimiento en oposición al gobierno y a la sociedad en general, al un movimiento que controla al estado y a la opinión pública –y usa esa posición para perseguir a los nuevos enemigos del estado– sus estrategias se han sometido a cierto tipo de sofisticación. Hoy en día, las feministas ya no necesitan hacer rabietas para conseguir lo que quieren, porque aunque antes luchaban contra el sistema, ahora lo controlan. Este es el cambio verdaderamente profundo en las sociedades Occidentales desde el zenit de la conciencia respecto al feminismo en la mitad del siglo pasado; no es que las feministas se hayan hecho menos relevantes, sino más.

Como Fidelbogen lo puso hace poco:

El feminismo está ahora afianzado en las estructuras institucionales, y por lo tanto, es “respetable”. Se podría comparar al crimen organizado, que solía ser abiertamente grosero y hostil en los primeros días de la mafia, pero que una vez lograron poner a su gente en el ayuntamiento, y en la política electoral, aprendió a vestir corbata de seda y a jugar el juego de manera diferente.

Cuando las feministas estaban fuera de la carpa, el ofender era una de sus primeras armas –pobremente disfrazada como una osada transgresión de los límites. ¿Quién recuerda esta adorable pieza de odio propagandístico, publicada en la década de 1970?

Pic

La de arriba es precisamente el tipo de cosas que las feministas de hoy en día quieren pretender que nunca pasó. Ahora que las feministas se encuentran dentro de la carpa, están obligadas a defender sus ganancias, en la década de 1970, cuando se concibió la imagen de arriba, ellas atacaban desde afuera, y buscaban tumbar la moralidad oficial en lugar de (como lo hacen ahora) definirla y dictarla.

¿Y qué mejor para mantener el control que castigando a lo que atacan, o podrían atacar, al nuevo status quo? Nos referimos claro a los hombres, que son los que más tienen que perder de los tres objetivos esenciales del proyecto feminista que ya mencionamos arriba. Hoy en día, las feministas creen que las mujeres tienen el derecho inalienable de no sentirse ofendidas, y no temen emplear la violencia de estado para imponer este derecho. Perseguir a aquellos (hombres) que las ofendan es su nueva arma, una que reemplaza a la anterior (ofender). Desde luego, perseguir a la gente simplemente porque dicha gente es ofensiva es bastante menos caritativo de lo que los hombres fueron para con las feministas antes de que éstas tomaran el poder. Pero, como nos lo explica la Teoría del Ginocentrismo, los hombres sólo eran caritativos con las mujeres ofensivas en los primeros días del feminismo porque las mujeres ya ejercían un control sustancial.

¿Creen acaso las feministas que están haciendo lo correcto? La respuesta es un inequívoco si para la mayoría de ellas –ellas realmente creen que son gente virtuosa, y que aún cuando son conscientes de estar mal, lo racionalizan de tal manera que también, simultáneamente, están bien. ¿Cómo puede ser esto posible) Bueno, déjenme mostrarles cómo funciona, rastreando la anatomía de una ideología de víctima.

Una vez que un periodo de concientización ha propagado la creencia de que los miembros de un grupo son –por su naturaleza esencial como miembros de ese grupo– víctimas, el grupo perseguirá tres objetivos:

(1) Igualarse con el grupo designado como “enemigo”;
(2) Forjar su propia “identidad de víctima”, distinto del grupo “enemigo”, al que no le tiene que rendir cuentas.

Se darán cuenta de que, mientras el primer objetivo acerca al grupo “víctima” al grupo “enemigo”, en términos de estatus, expectativas, autonomía, etc., el segundo amplia el espacio entre ambos grupos. El primer objetivo, nos dicen, nos unirá en nuestra humanidad común, y otorgará libertad a todos, y otras cosas agradables como esa. Pero tan pronto como no acercamos a ese objetivo, tiende a haber un cambio hacia proclamaciones de importancia del segundo objetivo. Nada será nunca suficiente para satisfacer al grupo “víctima”, pues éstos se ven a sí mismos como esencial e inherentemente víctimas del grupo “enemigo”, sin importar de lo que haya cambiado en realidad. Una ideología de víctima es anti-contextual, y sus seguidores ¬–las auto-designadas víctimas– nunca se verán a sí mismas como otra cosa. Su victimismo es confirmado con anterioridad, y los hechos se deben acomodar a la narración. En otras palabras, continuarán tergiversando cualquier situación para hacer ver siempre que se les trata de la peor manera.

Es por eso que feministas como Hillary Clinton se pueden salir con la suya al decir cosas como esta:

Las mujeres siempre han sido las principales víctimas de la guerra. Mujeres que pierden a sus esposos, sus padres, sus hijos en combate.

Bueno, sin duda –perder a miembros de la familiar en muertes horribles es mucho peor que tener que experimentar esas muertes horribles. Esto es, si toda su visión de mundo está manchada por el sexismo y usted reduce el estatus de los hombres a Objetos que Protegen/Proveen. En la cita de la Sra. Clinton, no se les otorga ningún tipo de humanidad a los hombres. El problema real no es que estos hombres sean traumatizados, mutilados o hechos pedazos per se; es que, como están siendo sujetos a esas atrocidades, los hombres no podrán cumplir con sus obligaciones de proteger/proveer de manera efectiva. Es por ello que son las mujeres quienes pierden, porque los hombres realmente no importan en tanto no puedan asistir a las mujeres. Este es precisamente el tipo de actitud que emerge de una ideología de víctima. Toda su existencia, en toda su maravillosa complejidad, se reduce a un primitivismo sin matices: mi gente importa, la suya no. O, como ya veremos, mi gente es buena, la suya mala. Todo lo que sea bueno para mi gente es bueno, no importa si es bueno o malo para su gente.

A este tipo de pensamiento se le conoce como Esencialismo Maniqueo, y es la piedra de toque metafísica de todo el feminismo. Décadas de concientización han asegurado que las mujeres son reflexivamente consideradas como objeto de injuria, sean cuales sean los hechos. Si no se puede encontrar ejemplos genuinos de mujeres que hayan sido agraviadas, el privilegio compensatorio se convierte en la meta aprobada. Es decir, se trata de manera más indulgente a las mujeres en un asunto porque se cree que ellas están en desventaja en asuntos no relacionados, o simplemente en desventaja en general. Un ejemplo reciente de lo anterior del Reino Unido es la orden emitida por la Dama Laura Cox a los jueces que dice que éstos deben tratar a las mujeres criminales con mayor indulgencia, una resolución que simultáneamente reduce a los hombres Británicos a un estatus de segunda clase mientras le da luz verde a mujeres abusivas que de otra manera hubieran sido disuadidas.

Hay algunas que van aún más lejos. La Baronesa Corston, quien se identifica explícitamente como feminista, cree que las mujeres no deberían ser castigadas en lo absoluto cuando cometen crímenes. Su informe de Gobierno de 2007 aboga por la clausura de todas las prisiones de mujeres, y que aún las delincuentes más violentas y abusivas no deberían ser encerradas. Sin duda, ellas

ya no irían a una de las 15 prisiones de mujeres de país, que serían todas clausuradas. En su lugar, asesinas como Rose West, quien cumple una condena por el asesinato de 10 mujeres y niñas, serían enviadas a “sencillas” unidades de custodia locales. Allí se les permitiría vivir como una “unidad familiar” con otras 20 o 30 prisioneras, quienes organizarían sus compras, presupuestos y cocina. Las unidades también les permitirían a esas mujeres permanecer cerca a sus familias…Todas las cárceles de mujeres se cerrarían en la próxima década, y en su lugar se podrían convertir en prisiones para hombres…El informe sostiene que “Hombres y mujeres son diferentes. El trato igual a hombres y mujeres no produce resultados iguales.”

El de arriba es un ejemplo clásico de la Neolengua Orwelliana. Anti-feministas de todos los tipos han venido diciendo por décadas que los hombres y las mujeres son esencialmente diferentes. Las feministas han insistido que hombres y mujeres son esencialmente iguales, y que por ello se les debe dar igual trato. Pero tan pronto como la igualdad resulta retrógrada para la meta de empoderamiento femenino, se suelta como una papa caliente, y las feministas se retuercen en una increíble gimnasia semántica para justificar ese súbito giro.

Las mujeres tampoco serán enviadas a prisión para “enseñarles una lección”.

Por supuesto que no. Las mujeres no deberían tener que aprender cómo obedecer la ley, mucho menos cómo ser miembros funcionales de la civilización. Se les debería permitir correr libres y salvajes, abusando y destruyendo todo lo que les dé la gana con absoluta impunidad. No deberían esperar siquiera una mínima amonestación por su mal comportamiento – eso sería violencia doméstica ¿acaso no lo sabía?

Pero si el feminismo realmente se tratara de igualdad, ¿no deberían las feministas tratar de pasar nuevas leyes para criminalizar a más mujeres, en lugar de su enfoque anti-igualitario de encarcelar a menos mujeres y a más hombres? ¿o es que acaso la igualdad sólo importa cuando son las mujeres las que son consideradas desiguales? (en sí mismo, esto implicaría fuertemente que las mujeres son una clase privilegiada como ninguna otra.)

La encarcelación femenina es tan sólo un octavo de la de los hombres en los Estados Unidos (Wikipedia, consultada el 10 de Octubre de 2010) mientras que las mujeres suman tan sólo el 5.7% de los reclusos en la Gran Bretaña (consultada el 10 de Octubre de 2010). Sin duda, si la igualdad fuera la meta, relajaríamos las leyes punitivas inspiradas por el feminismo en contra de los hombres, y buscaríamos castigar a más mujeres en su lugar. No se me ocurre ningún otro sector de nuestra sociedad que sea más predominantemente dominado por los hombres que el sistema penal –algo que, en aras de la igualdad sexual, necesita cambiar.

Pero no – rotundamente contrario a los principios de la justicia neutra e imparcial, las feministas consideran que encerrar a menos mujeres ¡es algo bueno en sí mismo! Es como si las mujeres que son culpables de crímenes no son realmente culpables –y por lo tanto son víctimas de lo que sea que se les haga como castigo. Es una noción popular que las mujeres están en desventaja –generalmente, inherentemente, esencialmente, con cada fibra de su ser– y por lo tanto están en desventaja en cada área particular de la vida; por ello, cualquier cosa que se pueda hacer para ayudarlas debe ser una reducción de desventajas injustas. Cualquier persona racional puede ver qué tan absurdo es todo esto, e incluyo a feministas destacadas en ese grupo, puesto que son astutas pero no estúpidas. Sólo desiertos, disuasión, trato justo, al diablo con la civilización; éste es el Ginocentrismo en acción.

Para recapitular, las ideologías de víctima, como el feminismo, buscan:

(1) Igualarse con el grupo “enemigo”;
(2) Forjar su propia “identidad de víctima”, distanciarse y no rendirle cuentas al grupo “enemigo”.

Que estos dos objetivos estén en contradicción no es solamente un error de lógica; es parte de una estrategia que le permite al grupo “víctima” cambiar su posición según lo requieran las circunstancias. Se podría perseguir el objetivo (1) durante un corto tiempo. Pero si se somete al grupo al escrutinio por colocar en desventaja al grupo “enemigo”, las “víctimas” pueden simplemente cambiarse al objetivo (2) y hacer énfasis en la importancia de su propia singularidad en maneras para las que la igualdad no es suficiente. O, como lo puso la feminista Germaine Greer:

En 1970, el movimiento era llamado “Liberación de la Mujer” o, despectivamente, “Lib de las Mujeres”. Cuando se dejó a un lado el nombre de “Libbers” por el de “Feministas” todos nos aliviamos. Lo que nadie notó es que el ideal de liberación estaba desapareciendo con la palabra. Nos estábamos conformando con la igualdad. La lucha por la liberación no se trata de la asimilación sino de afirmar la diferencia, dotando a esa diferencia con dignidad y prestigio, e insistiendo en ella como una condición de auto-definición y auto-determinación. …las feministas visionarias de finales de los sesenta y comienzo de los setenta sabían que las mujeres nunca podrían encontrar la libertad al acordar vivir las vidas de hombres cautivos.

Una vez que se alcanza un estatus igual, se puede desechar la retórica de la igualdad, porque ¿quién en todo caso quiere ser igual a un hombre? Aquí, en blanco y negro, está la declaración de la supremacía femenina.

Como ha sido siempre.

Si la igualdad hubiese sido la meta final, entonces las desventajas de los hombres habrían sido abordadas seriamente, y no exacerbadas mientras los hombres mismos eran provocados. Hasta el día de hoy, la única vez en que una feminista se molesta en abordar alguna desventaja masculina es cuando al señalarla se beneficia a las mujeres –como es el caso de la licencia por paternidad. Hacer cumplir las licencias de maternidad y paternidad descarta cualquier elemento disuasorio que los empleadores puedan tener al contratar a una mujer. Una feminista dejará de lado su treta de “todos los padres son violadores y abusadores”, justo lo suficiente como para insistir que los hombres deberían tener los mismos derechos en lo que respecta a la crianza –pero esto es presentado típicamente como una exigencia a que los hombres compartan la carga de criar a los niños para que las mujeres puedan obtener más poder en su lugar de trabajo. Aún cuando se trata de reivindicar las injusticias que sufren, los hombres no son más que herramientas para el mejoramiento de las mujeres.

Como ha sido siempre.

Otro ejemplo es la violación de hombres en las cárceles. Las feministas recalcan este problema ocasionalmente, pero sólo para mostrar que los hombres son los opresores, lo que les permite atacar a la masculinidad misma. Las feministas toman la antorcha una vez que el violador ha hecho lo suyo; ellas completan la humillación sexual de la víctima al destruir su identidad, envenenando su mente con calumnias que dicen que la masculinidad misma es la culpable por su victimización; por lo que una parte fundamental e inmutable de ese hombre víctima es la causa de violación. Ellas fuerzan sobre él la identidad de violador junto con la de víctima, su denigración de la “masculinidad tóxica” sirve para asegurarle que él comparte las características abusivas de su abusador. Por otra parte, se ignora o se niega el alto nivel de culpabilidad femenina en el abuso de niños, tanto sexual como no-sexual.

Ésta es la razón por la cual nuestra definición universalmente aplicable de feminismo no podría haber incluido ninguna referencia a la “igualdad” –no es una declaración razonable si hemos de utilizar herramientas analíticas más incisivas que el Esencialismo Maniqueo. La definición universal permanece, y es posible ceder ningún terreno: el feminismo es el proyecto de incrementar el poder de las mujeres.

¿Poder en qué sentido? ¿Poder para hacer qué? Tales preguntas surgen inevitablemente. La respuesta, si ha seguido el texto de cerca, es obvia –para lo que les dé la gana, sin importar quién más puede salir lastimado. El silencio no es consentimiento, pero es complicidad cuando se tiene el poder de llamar la atención hacia el abuso, así como los recursos para detenerlo, pero aún así se fracasa en hacerlo si los abusadores tienen genitales parecidos a los suyos.
Y es a esto a lo que hemos llegado, amigos – estamos lidiando con primitivos en traje de pantalón.
Adam

* * *

6. Vino Viejo, Botellas Nuevas

Conferencia Nº 6

“Lo que sea que destroce la individualidad es despotismo, no importa con qué nombre se le llame” – J.S. Mill

Dominación. Mucho del análisis feminista gira en torno a este concepto. Un hombre que golpea a su mujer no está simplemente molesto con ella; está intentando dominarla. Un hombre que no está de acuerdo con una mujer y habla por encima de ella no está simplemente siendo grosero; está tratando de dominarla. Un violador realmente no está preocupado por el sexo; su crimen es una exhibición de poder, tan sólo quiere dominar a la mujer.

Verán, el hecho de que estas cosas sucedan no es suficiente para las fanáticas anti-hombres del mundo. Ellas siempre necesitarán más abasto para el molino misándrico. Castigar a los verdaderos criminales es una cosa, pero sencillamente no es tan gratificante como podría serlo dejar las cosas ahí – ellas necesitan articular lo que su intuición de mujer siempre les ha dicho, y es atacar a todos los hombres. El problema es, por supuesto, que la abrumadora mayoría de hombres no atacan a las mujeres de ninguna manera perceptible en lo absoluto. La solución, como se han dado cuenta las feministas, es jugar al Dr. Freud y plantear alguna motivación subconsciente, subyacente – una mentalidad oscura, sexual, anormal, que actúa como una explicación universal del comportamiento masculino.

Incluso cuando los hombres no se dedican a actos criminales, la criminalidad sigue allí, simplemente es latente – o es lo que las feministas nos quieren hacer creer. La idea según la cual todos los hombres poseen un mal latente, inherente, y las mujeres no, funciona como un pretexto para todo el discurso de odio sexista contra los hombres. Lo vemos en el trabajo, en las diatribas sin sentido en contra de una “cultura de violación” que no puede ser refutada, en campañas para prohibir el consumo privado de pornografía, y en la defensa de mujeres maliciosas que acusan falsamente a hombres de crímenes sexuales. Consideremos esta declaración de Mary Koss: “la violación representa un comportamiento extremo pero que se encuentra en flujo continuo con el comportamiento masculino normal dentro de la cultura.”

La desviación masculina inherente, según dicen (o insinúan), se manifiesta como un flujo continuo de masculinidad disfuncional, abarcando todo desde una simple desavenencia verbal hasta el asesinato del cónyuge. Todas las acciones masculinas que no contribuyan al proyecto feminista – incrementar el poder de las mujeres – se deben tomar como evidencia de una masculinidad inherentemente defectuosa que busca, sobre todo, dominar al bello sexo.

Pongámoslo de esta manera. ¿Dirían ustedes que ser asesinado ayuda a incrementar el poder de las mujeres?

¿No?

Bien, ¿qué me dicen de perder un combate verbal? ¿Esto ayuda a que la mujer incremente su poder? ¿O no? Sin duda parece que uno tendría más autonomía si ella puede convencer más fácilmente a los demás que su parecer es correcto.

Entonces, si los dos ejemplos anteriores existen en un flujo continuo en el que las mujeres pierden poder, el corolario del cual es la dominación patriarcal, entonces por supuesto que es culpa de los hombres. Esto es, si nuestro análisis está basado en dudosas conjeturas feministas.

El concepto de dominación, tan tomado por sentado en su manifestación presente, es un ejemplo supremo del cambio lingüístico que ya discutí previamente. Como término, conlleva contrabando ideológico, escondido en un abrigo de rectitud. Originalmente, el término dominación, que tiene su raíz en el latín dominus, se refería específicamente al poder ejercido por un amo sobre sus esclavos. Como tantos otros términos de los que las feministas se han apropiado con el fin de manipular las percepciones de la realidad, dominación se ha vuelto objeto de un descoloramiento semántico.

Lo que es realmente interesante de todo esto es que nuestro nuevo concepto de dominación –como jerarquía injusta que se debe atacar y a la que hay que oponerse– se usa en una dirección específica: como promotor del verdadero despotismo. La señal más obvia que marca el camino al despotismo es la intrusión de la esfera pública en la vida privada de los individuos. El despotismo es precisamente el tipo de jerarquía injusta con la que identificamos a la dominación; sin embargo, si se amplía lo suficiente este último término como para abarcar todas las áreas de la vida privada, entonces el resultado inevitable es una dictadura brutal y devastadora.

Este es el contexto en el que debemos entender el eslogan feminista que ha perdurado por más tiempo: lo personal es político. Nótese que (según ese eslogan), lo personal no es simplemente un asunto que interesa a lo político; no forma parte de lo político; no es de importancia equivalente a lo político. Realmente es lo político.

Los dos términos son presentados como si fueran idénticos, intercambiables.

Lo personal es político.

Si esto es cierto, entonces no existe ni el más pequeño espacio de privacidad, que es algo que corresponde exclusivamente al individuo –es decir, sobre el cual el individuo es soberano. Es cierto que una vida privada digna de su título no sería posible sin una estructura pública dominante –es la ley la que protege todas las libertades que hace posible la existencia de las vidas e intereses privados. Para usar la analogía favorita de J.F. Stephen, la ley es la tubería a través de la cual fluyen las aguas de la libertad. Es cuando la vida pública –el estado– fracasa en reconocer sus propios límites que la sociedad se ve amenazada por el despotismo.

Los intelectuales de todas la épocas han elaborado las razones más ingeniosas por las que su manera de pensar en superior a aquellas que han existido antes. La mayoría de la gente sencillamente ha asumido esto sin la necesidad de que se lo justifiquen. Lo que es peculiarmente moderno es la construcción de fronteras artificiales entre nuestro tiempo y las épocas pasadas. Nosotros, por ejemplo, no consideramos que estemos viviendo en el mismo plano histórico que los de la Europa Medieval, ni mucho menos de la Grecia Antigua. Éstos son tiempo inexplicables e inaccesibles para nosotros. Es una fantasía seductora con la que nos liberamos de cualquier miedo conjurado por los horrores de los libros de historia. Nos gusta creer que las autocracias sangrientas se encuentran confinadas a esas páginas, y que cosas como esas no podrían pasar aquí, ni ahora; no en la vida real. Sin duda, hemos progresado más allá de todo ello. Nosotros somos Iluminados, a diferencia de los seres humanos que existieron antes de nosotros.

¿Pero acaso no estamos nosotros en el mismo plano histórico que vio surgir al Comunismo Soviético y al partido Nazi? Estos reinados del terror en particular ocurrieron en el último siglo, no importa qué tanto nos gustaría pensar que hemos progresado más allá de ese barbarismo. Supuestamente, nosotros en el mundo Occidental aborrecemos los regímenes totalitarios; y sin embargo el surgir de esos dos que acabamos de mencionar es indicativo de una tendencia que existe dentro de nuestra cultura política. Junto con el bagaje que hemos heredado de la Ilustración se encuentra el concepto de utopía. El término fue acuñado en el siglo XVI, y designaba, por primera vez, la noción de un orden socio-político perfecto. Con el nacimiento de esta idea, se sembraron las semillas para la limpieza de impedimentos humanos como un programa político puesto en marcha.

Antes de la Ilustración, se asumía que la vida humana era cíclica. Tan cierto como que el sol sale por la mañana y se oculta una vez más al anochecer, los grandes poderes surgirían y caerían, para que otros nuevos tomaran su lugar. Esa era la ciencia de Polibio, cuya obra histórica no disponía los eventos en orden cronológico, sino que representaba la experiencia humana como una unidad. Las dinastías, imperios, culturas, así como los pueblos y sus comunidades, vivían y morían en las oscilaciones del péndulo cósmico.

Una de las mayores innovaciones conceptuales de la modernidad es el progreso como ideal guía en la política y la sociedad. No solo asumimos que estamos constantemente distanciándonos de nuestra propia historia; persiste la creencia de que sólo es cuestión de tiempo antes de que cada problema dé lugar a su solución. La fe en el conocimiento humano nunca ha sido tan grande como en la Era de la Información; nosotros buscamos activamente vencer lo que antes se consideraba como los hechos inextricables de la vida.

El propósito de esta digresión no es sembrar dudas sobre las posibilidades del conocimiento humano, ni sugerir que cualquier intento por mejorar la condición humana es una búsqueda innoble. Es para señalar que somos hijos de la Ilustración, independientemente de cuál es nuestra inclinación dentro del espectro político. Es para señalar que hay ciertas suposiciones que forman la base y el andamiaje del pensamiento político Occidental, y que es sobre estas suposiciones que están construidas ideologías tan diversas como el conservadurismo, el liberalismo, el Nacional Socialismo y el feminismo.

El –ismo en sí es un fenómeno completamente moderno. Un –ismo (o, podríamos decir, una “ideología”) asume una diferencia entre cómo la sociedad es y cómo debería ser, predicado sobre una perspectiva moral del mundo. Esto es obviamente verdad para aquellas ideologías que abogan explícitamente por un cambio –liberalismo, socialismo, feminismo, y así. Es igualmente cierto para el conservadurismo y el tradicionalismo, ideologías que (como ellas mismas lo ven) apuntan a recuperar aquellas cosas valiosas que se han perdido a través de las épocas.

Típicamente, lo que las ideologías encuentran tan censurable acerca del mundo es la configuración vigente de poder. Los grandes textos y oradores de la ideología que describe una configuración de poder pelean porque ésta se reconozca como injusta, y luego presentan los medios a través de los cuales se puede lograr el cambio deseado. Estos medios pueden involucrar el trabajar a través de las instituciones estatales vigentes, o puede que éstas necesiten ser derrocadas, o puede que se eviten las prácticas convencionales y se abogue por encantar a la sociedad civil.

Lo que sea que la ideología suponga en práctica, esta es una diferencia marcada con lo que ocurría antes. El progreso, no la recurrencia, se encuentra en la raíz de toda expectativa política. Ya sea un progreso hacia una sociedad sin clases, o pureza étnica, o el retorno a los valores tradicionales, el progreso es una constante. La perspectiva de que algo está mal y se necesita hacer algo al respecto, como una declaración política, es un invento reciente, uno que define nuestra cultura política compartida. Los conservadores se encuentran atrapados en la misma telaraña “progresiva”, pero también los iconoclastas, quienes evidencian su cumplimiento de los modos convencionales de pensamiento aun cuando declaran sus intenciones de alejarse de ellos. Entre más luchan contra esta inevitabilidad, más atrapados se encuentran. Para poner un ejemplo relevante, las feministas han declarado a veces que ellas se están distanciando completamente de las suposiciones “patriarcales”, y construyendo su propia visión de mundo desde cero, que no está corrompida por la influencia masculina. En realidad, nadie empieza desde cero, y el feminismo continúa profundamente incrustado en formas de pensamiento que han evolucionado a lo largo de los siglos, exclusivamente a través de las mentes de los hombres. La ideología feminista, y todas sus innovaciones, sencillamente no pudieron haber ocurrido sin previos siglos de trabajo masculino.

La conferencia de la próxima semana mirará más de cerca la afirmación feminista según la cual lo personal es político, y las implicaciones ocultas contenidas dentro de este lema. En las semanas que vienen, consideraremos el concepto de utopía, que esta vez fue mencionado por encima. Por ahora será suficiente un comentario breve: utopía es la extensión lógica del progreso, y ese es el fin de todo progreso, la última etapa de la existencia humana. Es una idea profundamente peligrosa, responsable de los más opresivos regímenes y de las revoluciones más sangrientas que ha conocido el mundo. Mientras la gloria y el poder personales pueden haber sido la fuerza motivadora detrás de las acciones de individuos despóticos incluso en los últimos tiempos, fue la visión colectiva y utópica la que incitó a sus seguidores a llevar a cabo las más violentas fantasías. En todos los casos en que los utópicos toman las riendas del poder, los seres humanos que no encajan en su visión de un nuevo orden mundial son tratados como la basura viviente de un régimen desaparecido.

Es con asco y horror que el Occidente mira hacia atrás a los déspotas utópicos del siglo XX, y sin embargo estos despotismos particulares corresponden a una tendencia que forma la infraestructura de nuestra propia política. Pero el asco y el horror son suficientemente reales, y quizás el cambio más verdaderamente progresivo de los últimos tiempos es el rechazo al extremismo, en todas sus formas, por poblaciones determinadas a dejar atrás un siglo de genocidio.

No obstante, eso no es tan fácil. Se puede tirar de las puntas y talar los troncos de la tierra, pero a menos de que se desentierren las raíces, pronto se verá brotar de nuevo esas flores. El utopismo, con la purificación de los impedimentos humanos que siempre implica, está codificado en nuestro ADN político. El desprecio generalizado hacia esos recientes totalitarismos fracasados no hará que lo anterior desaparezca; tan sólo puede hacer que la tendencia despótica se quede dormida por un tiempo. Un nuevo despotismo sólo puede emerger si lo hace silenciosamente, disfrazado como algo diferente –tal vez como una oposición organizada a ciertas formas de dominación injusta, cuya solución siempre es incrementar el poder del estado relativo a la autonomía del individuo.

Lo personal es político, dicen las feministas.

Ya puedo escuchar que se acerca la marcha a paso de ganso.

Adam.

* * *

7. Lo Personal, en Contraste con lo Político

Conferencia Nº 7

“Ellos se enorgullecían de pertenecer a un movimiento, a diferencia de un partido, y un movimiento no estaba atado a un programa” – Hanna Arendt

La semana pasada miramos cómo el concepto de dominación se ha convertido en una justificación para transgredir hacia el despotismo. No debería ser una sorpresa para aquellos lectores atentos que virtualmente cada palabra clave en el léxico feminista se usa de una manera similar. Ya sea que el término que se está discutiendo sea misoginia, o violación, o patriarcado, la tendencia es ampliar su significado hasta cubrir el área semántica más amplia posible, contrabandeando la máxima cantidad de alijo ideológico posible dentro de un abrigo de rectitud. El efecto en el mundo real de todo esto es restringir la autonomía masculina a través de la criminalización de las acciones de los hombres. Las posibilidades ilimitadas del descoloramiento semántico corresponden con las vastas sentencias a prisión y multas descomunales. La intención es criminalizar la norma. Cada movimiento que un hombre haga debería ocasionarle escalofríos, forzarlo a mirar sobre sus hombres, con una expresión de pánico, y preguntándose “¿Qué ley he roto ahora?” los hombres deberían vivir en un estado perpetuo de vigilancia y culpa presunta – una existencia panóptica en la que son repetidamente reprendidos por hacer las cosas mal. Es decir, según un estándar moral ajeno e invasivo que ellos son invitados a obedecer, no a entender, y ciertamente no a cuestionar o a refutar.

Pero cuando el comportamiento criminalizado cae dentro del campo de las acciones que tanto hombres como mujeres realizan, el argumento requiere un corolario según el cual es diferente, y peor, cuando los hombres lo hacen. Por ejemplo, ciertos individuos desagradables de ambos sexos cometen acoso sexual, pero nosotros tenemos que entender que cuando los hombres se lo hacen a las mujeres, es aceite, y cuando las mujeres se lo hacen a los hombres es agua. Ambas cosas, se nos asegura, con incomparables, no importa cómo vea las cosas un hombre que ha sido victimizado– después de todo, incluso en su victimismo, él tiene su percepción cegada por su privilegio.

Todo el cuento de hadas se puede resumir en el mantra feminista, lo personal es político. Como se discutió la semana pasada, el contexto propio en el que esta declaración debería ser vista es la historia reciente del mundo Occidental. Hay que darle atención particular a una corriente dentro de nuestra cultura política compartida que ha provocado gobiernos despóticos y amenaza con hacerlo de nuevo. ¿Cómo más podemos interpretar una declaración según la cual todas las cosas dentro del dominio del individuo son en realidad asuntos del gobierno? Si no poseemos, ni tenemos el control de, aquellas cosas que son personales para nosotros, no puede haber nada de lo que podamos hablar que controlemos o poseamos, incluidas nuestras vidas.

Pero sería un error ver ese mantra simplemente como una declaración o una creencia, es decir que la persona que lo dice simplemente cree que lo personal es lo político. Todo tipo de personas tienen todo tipo de teorías excéntricas, y un grupo de gente que comunica su creencia de que todos los aspectos de nuestras vidas son manejadas por el estado sería tan problemático como aquellos teóricos de la conspiración que usan sombreros de papel aluminio o la Sociedad de la Tierra Plana. Cuando una feminista dice que lo personal es político, sin embargo, ella no está simplemente enunciando una creencia; está haciendo un llamado a la acción. Hay implicaciones ocultas en esa frase.

La discusión de la semana pasada incluyó una sección sobre ideologías, y las suposiciones progresistas que se encuentran en las raíces de la cultura política occidental. Para recapitular, las ideologías asumen una diferencia entre cómo es la sociedad y cómo debería ser, predicada sobre una perspectiva moral específica del mundo. Lo que esto significa, en lo que le incumbe al análisis feminista, es que actualmente lo personal no es político, entonces se debería hacer que lo sea. Prácticamente, toda la innovación política consiste en convertir esas cosas que son personales en asuntos políticos. El extremo lógico se encuentra allí donde no hay acciones estrictamente personales, no hay afirmaciones, intenciones, pensamientos o creencias personales; todas éstas, ya sean expresadas públicamente o en privado, serían estrictamente políticas. Cada decisión, hasta los detalles más minúsculos de la vida diaria, se vuelve asunto político del que los individuos deben rendir cuentas, no como transgresiones individuales, sino como miembros de una clase opresiva que debe responder por sus pecados.

“Lo político” es otro de esos conceptos esencialmente polémicos –en otras palabras, es uno de esos conceptos que son más vulnerables al abuso. Es una idea imprecisa, que puede ser captada pero nunca determinada con precisión– y los intentos para hacerlo son como intentar agarrar el aire de un colchón inflable. Una de las cosas que podemos decir sobre “lo político” es que no siempre ha sido identificado con “lo ideológico” –lo que parece sensato, ya que “lo ideológico” es un producto de la modernidad, un recién llegado en lo que a la política se refiere.

Hubo una vez en que “lo político” era un término que se refería a Reyes, Reinas, cortesanos y nobles, sus luchas y sus sucesiones; pero ciertamente no a la doctrina. Ese cambio se dio a cabo gradualmente, con el declive del fervor religioso que marca a la modernidad.

Soy consciente de que estoy muy cerca de caer en una falacia etimológica, así que déjenme aclarar que es lo que estoy argumentando. No estoy reclamando que haya un significado apropiado de términos como “lo político” que ha pasado de moda. Ya he reconocido previamente que el lenguaje está en un flujo perpetuo. Como corolario, reconozco que las definiciones objetivamente correctas son una rareza. Mi propósito, al resaltar el cambio lingüístico, es resaltar complementariamente el cambio social. Uno rara vez sufre un cambio de paradigma sin afectar al otro. Hay un poder inmenso en el lenguaje, no sólo al reflejar sino al definir el mundo experiencial. Si queremos entender porqué las cosas con como son, debemos fijar nuestra atención en los cambios históricos en el vocabulario –es ahí donde encontraremos las nocionales células germen que dieron origen a la enfermedad del feminismo.

Ese es el caso de “lo político”. Hoy en día, todo lo que sea controversial es reflexivamente considerado como un asunto político. Ya sea que estemos discutiendo el estilo de vida inusual de alguna persona, o una nueva obra de arte que desafía los límites, o una página web que propone una perspectiva del mundo innovadora, nos sentimos bastante seguros de que lo que estamos discutiendo es una declaración política. Lo controversial es entonces político; o quizás sería más exacto decir que lo inusual es político. Se incita a los inconformistas de todo tipo a adherir algún propósito político a sus acciones o creencias. El efecto de este desafío tan público es encerrar a los individuos en un sistema de control ubicuo; salirse de los límites lo convierte a uno en un blanco.

Y esto es precisamente lo que el feminismo requiere –que los hombres se alineen, y que persigan a los que no lo hagan. Es mucho más fácil lograr el proyecto de aumentar el poder de las mujeres cuando uno puede silenciar a aquellos que tienen más que perder en caso de que el proyecto tenga éxito.

El otro lado de la moneda es el beneplácito “compensatorio” cada vez más mayor que se les da a las mujeres. Son solamente las vidas privadas de los hombres las que deben estar atrapadas en un sistema de control público; las mujeres, por otra parte, han de disfrutar del botín de la victoria en una nueva era de anarquía sexual femenina. Quizás el único consuelo que nos queda, siendo realistas, es que los despotismos son grandes generadores de iluminación espiritual entre los oprimidos. Fue la persecución de los primeros cristianos lo que llevó a hombres y mujeres piadosos a vivir solos en el desierto, imitando a Jesús –fue tan sólo en el siglo V que la Iglesia se apropió de estos monásticos, después de que hubieran buscado una existencia puramente asceta como alternativa del mundo material que los había expulsado. De manera similar, los regímenes opresivos del periodo Helenístico llevaron a muchos, dentro de las ciudades-estado griegas, a acogerlas filosofías místicas que abogaban por el rechazo del mundo. Dado que nosotros vamos en camino hacia un despotismo feminista, no es de sorprenderse que un desarrollo paralelo se esté incubando, en la forma del movimiento Hombres que Siguen Su Propio Camino (MGTOW [Men Going Their Own Way]). Los MGTOW han rechazado la exigencia ginocéntrica según la cual los hombres deben definirse de acuerdo a su destreza sexual. Como consecuencia de haber sido aliviados de ese peso, muchos MGTOW han asumido una deliberación introspectiva sobre la naturaleza del hombre y la masculinidad –discusiones que son androcéntricas, y por lo tanto no rinden cuentas a la ortodoxia feminista. En su núcleo, el movimiento MGTOW se aparta del mundo –del matrimonio, de los hijos, de los empleos sacrificantes, incluso de cualquier relación con mujeres– buscando calma de los agentes hostiles, así como lo hicieron los ascetas y místicos del mundo antiguo.

Aunque yo respaldo el estilo de vida MGTOW, soy consciente de que no es suficiente –para la realización o para la supervivencia. El feminismo simplemente no está en el negocio de dejar a los hombres en paz. Es una ideología progresista, lo que quiere decir que seguirá creciendo, sin ningún control interno sobre sus propias actividades; ¡no tiene frenos! Cualquier intento de auto-criticismo da paso a una mayor radicalización. Incapaz de percibir el mundo desde fuera de la burbuja feminista, sus discípulas piensan y actúan de una manera anti-contextual y abstracta. El único control sobre las actividades de semejantes ideologías debe venir de afuera –es decir, del resto de la sociedad. Si el feminismo no desacelera y se detiene voluntariamente, entonces les corresponde a agentes externos construir un muro de ladrillo en su camino. Este es un requerimiento moral –la alternativa es permitirle que reine libremente, en cuyo caso terminaremos inevitablemente en un despotismo. Hasta ahora, el feminismo ha mostrado ser notablemente socio-dinámico, y no se ha enfrentado a mucha resistencia política –lo que quiere decir que la velocidad de persecución va a aumentar.

Me gustaría aclarar algo. La palabra “feminismo” se puede referir a más de una cosa. De manera más obvia, feminismo como movimiento no es precisamente lo mismo que el feminismo como ideología; de manera más precisa, el primero es motivado por las máximas del segundo. El feminismo como ideología es una ideología de víctimas, lo que quiere decir que existe en defensa de un cierto tipo de gente que se ha designado como las víctimas. Los objetivos duales de una ideología de víctimas son, como ya lo había mencionado anteriormente:

(1) Igualarse con el grupo “enemigo”;
(2) Forjar su propia “identidad de víctima”, diferente del grupo “enemigo” y al que no tiene que rendirle cuentas.

Si se logra el objetivo (1), entonces la ideología sencillamente deja de existir, lo que quiere decir que el movimiento deja de existir. El movimiento, sin embargo, no es una entidad inorgánica que cumple de manera mecánica con las necesidades de la ideología. Está conformado por gente que se ha vuelto dependiente de él, tanto financiera como psicológicamente. El fin de la desigualdad, como sea que se hubiera medido al principio, significaría un desastre para las graduadas en Estudios de Género en todo el mundo. Por ejemplo, la inhabilidad de las organizaciones feministas en admitir que los índices de violación están en declive y que las acusaciones falsas están llegando a niveles de epidemia significaría grandes pérdidas que afrontarían los ideólogos que trabajan en los centros de asistencia a víctimas de violación (que generalmente se encuentran vacíos). No se puede permitir que la ideología muera –hay demasiado en juego, en particular el movimiento, y todos aquellos recursos de los que sus actores principales hayan podido echar mano. Así como con mucha otra gente, la amenaza del desempleo es suficiente como para sacar un conservadurismo radical, que insiste, en este caso, en la existencia de nuevos tipos de opresión que aún se deben superar. Hay muchísimo dinero en el negocio de la percepción constante de las mujeres como seres en desventaja. El feminismo ya no es simplemente un movimiento, sino una industria –bien llamada por muchos la industria de los agravios sexuales.

En caso de que está industria se derrumbe, dejaría un vacío en las carteras de las feministas profesionales casi tan grande como el vacío que dejaría entre sus orejas. La alternativa a un apoyo estatal continuo para superar las nuevas opresiones es casi inimaginable. No sólo significaría el fin del subsidio que se extrae a los hombres para su propia persecución –también amenazaría con dejar un vacío físico en la mente de muchas feministas profesionales. ¿Qué harían entonces, una vez que se les quite ese dinero ensangrentado?

Las feministas tienen, desde luego, un plan de contingencia. Los remito al objetivo (2). La razón por la cual las ideologías de víctimas tienden a no morir fácilmente cuando se ha logrado la igualdad, o incluso la supremacía del grupo “víctima”, es esta: porque cambian sus objetivos hacia la separación inherente entre los grupos de “víctimas” y “enemigos”, y rehúsan tomar cualquier tipo de responsabilidad para con el resto del mundo. Sin duda, cualquier intento de una persona externa al grupo designado como “víctima”, de hacer a los miembros de ese grupo responsables por sus transgresiones, es mancillado como un intento de frenar el objetivo (1) –y la persona que se atrevió a quejarse será insultada con todo tipo de nombres.

Una ideología de víctimas es necesariamente tripartita en su entendimiento del tiempo. El pasado es identificado con la Opresión, el presente con la Lucha, y el futuro con la Liberación. La historiografía tripartita es constante. Si cualquiera de los tres estados –Opresión, Lucha o Liberación– es removido, entonces no tenemos una ideología de víctima. Se derrumba debido a su inconsistencia. Tiene que haber una Opresión pasada, pues esto justifica la Lucha presente, que también tiene que existir en el presente, como una tautología; ¿de qué más estaríamos hablando? La Lucha debe ser en pos de algo, y ese algo es la Liberación, prometida en el futuro. Abajo hay una especia de diagrama, presentado desde la perspectiva feminista:

ideology1

Es una caricatura infantil, apropiada para una perspectiva de mundo infantil. Es importante mencionar lo que se requiere para que la triada Opresión, Lucha, Liberación tenga sentido –el actor que lleva a cabo la opresión, contra quien se debe luchar, y de quien las víctimas designadas deben liberarse. Ese actor es, desde luego, el hombre.

La imagen de arriba se presenta desde la perspectiva feminista, en la que el tiempo se mueve de manera horizontal, de izquierda a derecha. En el mundo real, la línea de tiempo está rota. Estamos permanente congelados en la fase presente, y desde allí, el tiempo se mueve verticalmente y hacia abajo:

ideology2

Hay sencillamente demasiadas personas que se benefician del feminismo (por ejemplo, la industria de los agravios sexuales) para permitir que la verdadera liberación de la mujer sea reconocida. Si se admitiera que las mujeres no sólo han sido liberadas, sino que han recibido varias ventajas sobre los hombres, entonces el movimiento y la ideología, y por lo tanto la industria que es el feminismo, se volverían irrelevantes. El papel actual de las mujeres, que puede ser descrito de la manera más apropiada como Privilegiado, no es ni siquiera concebible en el tiempo feminista. La Liberación debe permanecer siempre como una meta futura, y no se puede permitir que sea percibida como un logro presente. El feminismo es auto-sostenible de esta manera –al impulsarse a sí mismo hacia nuevas Luchas. El entendimiento tripartito del tiempo es independiente del contexto; es fundamentalmente abstracto y anti-contextual. Se asume la triada antes de que la verdad acerca del mundo sea establecida en cualquier momento, y los hechos del mundo deben ser martillados hasta que adquieran una forma amigable a la perspectiva feminista.

No importa mucho que las grandes Luchas hayan sido ganadas. Las feministas pueden simplemente crear unas nuevas. Y como los hombres son (como debe ser siempre) los opresores contra los que se debe luchar, es bastante justificable quitarles cualquier poder que aún posean.

Hasta que no posean ninguno

Adam

* * *

8. Persiguiendo Arco Iris

Conferencia Nº 8

“La igualdad, entendida correctamente como nuestros padres fundadores la entendían, lleva hacia la libertad y a la emancipación de diferencias creativas; entendida de manera errónea, como ha sucedido trágicamente en nuestro tiempo, lleva primero a la conformidad y luego al despotismo.” –Barry Goldwater

¿Qué es lo que nos permite vivir vidas significativas? Esta es una pregunta que tiene una larga historia, y después de más de dos mil años de rascarnos la cabeza, nuestra especie no es mucho más sabia. Las respuestas fracasan tan fácilmente como se forman. Tal vez la única sabiduría real impartida por siglos de búsqueda espiritual es que la solución no se puede reducir a la materialización de un único valor. Los esfuerzos para ocasionar un sistema social basado en la materialización de un valor en particular –ya sea una doctrina religiosa, la voluntad de la nación, o igualdad social– han resultado invariablemente en una represión extendida, y no en la época dorada de paz y virtud como lo postulan sus ideologías. Por el contrario, esas sociedades que han logrado crear y mantener un espacio para que la gente pueda realmente vivir lo que podrían llamar “vidas significativas” son aquellas que han mantenido un número de valores en equilibrio. Esta no es una solución muy emocionante, pero es mejor sentirse insatisfecho con los grandes misterios de la vida que ser un siervo o un “desaparecido” por un régimen que persigue una máxima más seductora.

Sea cual sea el caso, el argumento a favor de la autonomía parece convincente –equilibrado, como debe ser, respecto a otros valores. Es difícil ver cómo la vida podría ser significativa allí donde no se poseen los derechos más básicos de auto-determinación. En este punto, estoy superficialmente de acuerdo con las feministas, quienes han hecho de la autonomía (y no la igualdad) su principio guía. Desde luego, en su caso, la única que cuenta es la autonomía de las mujeres, y ésta se debe extender tanto como sea posible. Sin embargo, coincidimos en que la autonomía, en sí misma, es algo bueno, aunque yo añadiría el corolario de que ésta debe estar en equilibrio respecto a otros valores de manera que no se vuelva una autorización parar hacer cualquier cosa.

Es entonces una ironía espectacular el que, en tanto sigan siendo feministas, las mujeres nunca podrán saborear la libertad. El feminismo es una ideología de víctima que paraliza a las mujeres en una Lucha perpetua; no se puede permitir el disfrutar la Liberación, pues de lo contrario se acaba el juego. Para seguir jugando, las feministas deben imaginar que están bajo el control de fuerzas externas que son responsables del destino que les acaece, y tienen un nombre para este delirio masivo: El Patriarcado. Cada mala decisión, cada consecuencia no deseada, cada menor inconveniente puede ser rastreado a este sistema de control místico, mítico e invisible que ejerce su influencia sobre las mujeres, de manera similar a como las tribus animistas explican varios fenómenos climatológicos a través de deidades enfurecidas y vengativas. Si las feministas han de pretender que la Lucha aún es relevante, entonces no se puede admitir que las mujeres tienen el control de sus propios actos, puesto que ello implicaría que son agentes morales libres. Se debe hacer creer a las mujeres que son delicadas embarcaciones arrojadas a una tormenta en el océano, sin tierra a la vista, en la que tratar de navegar o conducir es inútil. Tal vez podríamos contrastar esto con el movimiento MGTOW, que asemeja a una serie de canoas, ligeras pero resistentes, cuyos ocupantes reman en mares calmos –por lo pronto, al menos.

Aun cuando las mujeres sean privilegiadas más allá de sus sueños más salvajes –lo que es inconcebible en la teoría feminista– todavía no se pueden considerar libres. A las mujeres no se les permite disfrutar la libertad; se les debe negar de manera que la ideología sobreviva. Se debe reiterar, hasta que venga a la mente como si fuera un reflejo, que “todavía vivimos en un patriarcado”, y que “las mujeres todavía no son iguales”, etcétera. Las adherentes la feminismo no pueden descansar jamás, porque ellas mismas no se lo pueden permitir. Están persiguiendo arco iris perpetuamente.

Han construido una barricada mental, cerradas al mismo mundo al que le imponen sus designios. Están forzadas a concebirse a sí mismas como en una Lucha eterna, a menos de que se Liberen, en cuyo caso se volverían irrelevantes. Como lo dije la semana pasada, una percepción tripartita de la historia (el pasado como Opresión, el presente como Lucha, el futuro como Liberación) es una constante del feminismo, y todo esto se decide antes de los hechos. Sin importar el contexto, el presente es Lucha, con la Liberación perpetuamente establecida en algún punto en el futuro. Como lo dice el proverbio, el mañana jamás llega.

Como lo mencioné previamente, el feminismo es fundamentalmente anti-contextual, tomando decisiones respecto a lo que sucede antes de que suceda, y luego acomodando los hechos a dichas decisiones. El proceso es simple: tomar los puntos clave respecto a la situación dada, y a través de la falta de lógica, la erística, el relativismo moral, el simbolismo, la auto-contradicción, y la fantasía, enmarcan el discurso como uno en el que las mujeres pasan de la Opresión a la Liberación, pero en el que no llegarán allí sin la Lucha feminista.

Esto no significa que el feminismo opere de manera estática. El primer paso en el proceso que acabo de describir es actuar sobre los hechos de la vida real. Si las feministas no hicieran esto, su sermón no tendría ningún atractivo para el sector no-feminista, porque daría la impresión de no ser aplicable al mundo experiencial. El feminismo es anti-contextual en el sentido de que la narración se decide antes de los hechos, pero aún así depende del contexto de cualquier situación particular. El contexto de la vida real debe ser vivido y entendido, y sólo entonces podrá ser cooptado dentro del discurso feminista. Para dar un ejemplo claro, las feministas en Estados Unidos, hoy en día, no protestan por el derecho de las mujeres al voto. No lograrían nada si lo hicieran porque, teniendo ya el voto, no tienen a dónde más ir (en este aspecto). El sufragio no es un asunto relevante en el contexto del mundo real. Por otra parte, el hecho de que la mayoría de los líderes de negocios sean hombres puede ser verificado por la mayoría de la gente en el mundo; esto, entonces, se puede arrastrar hasta el discurso feminista como un ejemplo de Opresión.

Discúlpenme si soy demasiado simplista, pero se debe aclarar cómo el proceso de fabricación de la Lucha juega un papel crucial en la naturaleza cambiante de los derechos.

¿Qué es un derecho? Como se ha entendido típicamente, un derecho es una reivindicación que, en circunstancias usuales, es inviolable. En otras palabras, si yo tengo un derecho, entonces tengo una prerrogativa –el permiso para hacer algo que deseo hacer, o para ser protegido de algo que no deseo– y otros individuos no pueden quitarme dicha reivindicación. Un ejemplo claro sería que yo tengo el derecho a no ser atacado –no les está permitido a otros individuos atacarme. No obstante, puede que lo hagan, en cuyo caso habrán transgredido mi derecho; habrán hecho aquello que no les está permitido hacer, y me habrán impedido hacer (o evitar) aquellas cosas que se me está permitido hacer (o evitar). Por consiguiente, tengo la prerrogativa de buscar una recompensa por la violación de mi derecho.

Una teoría de derechos requiere un encargado de hacerlos cumplir, de tal manera que prevenga transgresiones a los derechos y otorgue recompensas a aquellos cuyos derechos han sido violados. El encargado con el cual ya estamos familiarizados es el estado, en particular aquellas instituciones involucradas en la creación y práctica de la ley: la legislatura, el poder judicial, la fuerza policiaca, etcétera. Es necesario que el estado posea el monopolio en el uso de la fuerza, pues de lo contrario no se lograría que se hicieran cumplir las reglas, y no habría un factor disuasorio en contra de las violaciones de derechos. En un caso extremo, los ciudadanos podrían rebelarse y tumbar un estado débil, y de manera subsecuente instituir su propia forma de justicia que podría no ser imparcial. Max Weber describió célebremente al estado como “el monopolio del uso legítimo de la fuerza”. Yo he dejado por fuera de mi definición la palabra “legítimo”, porque me parece un juicio totalmente subjetivo, sin mencionar inevitable, desde el punto de vista de aquellos que están en control del estado. Aquellos que toman el poder y lo usan para perseguir a un sector de la población, seguramente creerán que su monopolio en el uso de la fuerza es legítimo –sin duda, probablemente crean que su uso de la fuerza tiene más legitimidad que el del régimen que depusieron, sin importar cómo se haya comportado dicho régimen.

Es de notar que no hay un límite inherente al concepto de los derechos; no tiene un sistema de frenado. Nunca habrá un punto en el que podamos decir, “ahora tenemos todos los derechos”. Potencialmente, siempre habrá más derechos que los que podamos poseer, lo que no significa que debamos poseer más derechos. La posesión absoluta de todos los derechos concebibles sería una licencia inconcebible –autonomía total, en la que todas las reclamaciones serían permitidas. Esto significaría que el individuo con autorización estaría en la libertad de violar los derechos de los otros. En este caso, los derechos de otros serían insignificantes cada vez que se encuentren con el individuo con la autorización total. Lógicamente, no toda la gente puede tener posesión total de todos los derechos, debido a que a cada uno se le permitiría infringir los derechos de los demás –lo que implicaría que los derechos de nadie estarían seguros, y que el individuo o grupo más fuerte tendría derecho a establecer una regla arbitraria basada sólo en su fuerza física.

Es evidente que necesitamos limitaciones, y la Constitución de los Estados Unidos de América es un ejemplo en este aspecto. Como la mejor declaración de libertad personal y democracia representativa que el mundo haya conocido, existe para proteger una serie de derechos fundamentales de ser anulados por el grupo más fuerte de individuos –específicamente, el gobierno. Las leyes pueden ir y venir, pero mientras la constitución se mantenga, los derechos fundacionales del ciudadano individual son inmodificables –o, al menos, son extremadamente difíciles de remover o alterar. Donde sea que un gobierno viole repetidas veces su propia constitución, corre el riesgo (idóneamente, al menos) de ser derrocado por un levantamiento de sus ciudadanos, quienes formarían un colectivo más fuerte.

La Constitución de los Estados Unidos, adoptada en 1787, está construida sobre la filosofía liberal del tiempo, más especialmente la de John Locke. Algunas secciones de la Declaración de Independencia, firmada once años antes, son más o menos sacadas de su Segundo Tratado de Gobierno. Las ideas expresadas en esta obra no son las del liberalismo que conocemos hoy en día; son más próximas a los que ahora conocemos con el nombre de libertarismo. Fue solo en la segunda mitad del siglo XIX que el liberalismo experimentó una profunda transformación hacia una ideología colectivista con la que asociamos más fácilmente el término hoy en día.

En su texto de 1859, Sobre la Libertad, J. S. Mill introdujo una nueva articulación de la defensa moral liberal tradicional de los derechos individuales. Dice algo así como: los individuos tienen el derecho de hacer lo que escojan, mientras esto no lastime a otros. Mill ejercía precaución cuando consideraba la aplicación de este principio: uno no sería lastimado, por ejemplo, por perder en una competencia (ejemplo: el mercado libre). Siguiendo a Tocqueville, expresó su preocupación según la cual la democracia, si no se moderaba, podría resultar en una tiranía de la mayoría.

Podemos agradecer a los sucesores de Mill por pervertir el liberalismo individual y transformarlo en una filosofía colectivista y autoritaria. Sólo había un pequeño paso del axioma de Mill –los individuos tienen el derecho de hacer lo que escojan, siempre y cuando no lastimen a otros– a la doctrina del Nuevo Liberalismo: si no puedo hacer lo que de otra manera escogería, entonces alguien debe estar lastimándome. Fue el auto-proclamado “socialista liberal”, Leonard Trelawny Hobhouse, quien trabajó sobre las premisas de Mill y añadió un giro nuevo: que la libertad no es buena en sí misma, sino que deber subordinarse para un fin más alto. En consecuencia, cualquier libertad que no esté subordinada a este fin más alto, no está justificada moralmente. Fue el radical social Richard Henry Tawney quien, expandiendo esta idea, abogaba por una sociedad igualitaria, basado en la premisa según la cual “la libertad para el pez grande es la muerte de los peces pequeños” –en otras palabras, que ciertos grupos identificables no merecen la misma autonomía, sino que la suya debe ser restringida. Fue Lester Frank Ward quien repudió al individuo totalmente y arguyó que el estado debería dirigir todo desarrollo económico y social, incluyendo la felicidad de sus ciudadanos. Quizá lo más revelador de todo es que Ward era un entusiasta partidario de la noción según la cual las mujeres son innatamente superiores a los hombres. Para citar un pasaje especialmente relevante:

Y ahora desde el punto de vista del desarrollo intelectual mismo la encontramos lado a lado, y hombro a hombro con él, suministrando, desde el comienzo, allá en los tiempo prehistóricos, pre-sociales, e incluso pre-humanos, el complemente necesario para su carrera unilateral, apresurada, y obstinada, sin el cual él habría torcido y distorsionado la raza y la habría vuelto incapaz del progreso mismo que él declara inspirar exclusivamente. Y por esta razón, nuevamente, aun en el ámbito del intelecto, donde él reinaba supremo de buen grado, ella ha probado ser su igual y tiene derecho a parte del crédito que se añada al progreso humano conseguido hasta ahora.

El propósito de haberme desviado hacia la naturaleza cambiante de los derechos era para podernos concentrar en el desarrollo histórico que precipitó ciertos aspectos del feminismo moderno. Algunos colaboradores del Movimiento de Derechos de los Hombres han atacado la “modernidad” y los “valores de la Ilustración” de una manera algo abstracta. Esto está bien si tienen la intención de atacar la autonomía individual en general, pero debemos mirar detenidamente si realmente queremos llegar a la raíz de los problemas que los hombres deben enfrentar, como hombres, hoy en día –lo que resultaría, en mi opinión, en la privación de la autonomía masculina. Es la modernidad, y particularmente el pensamiento de la Ilustración, la que ha hecho posible la autonomía individual –y es el liberalismo social, y más específicamente el feminismo, el que la está volviendo imposible para los hombres.

La innovación del liberalismo social es evidente en la sección de la cita de Ward de más arriba en la que ya he hecho énfasis. Es exigir el derecho a algo; la creación de nuevas obligaciones que otros deben cumplir; la concepción de los derechos de las reivindicaciones, no de individuos, que deben ser iguales, pero en contra de un segmento identificado de la población (el grupo “enemigo”). Desde luego, cada derecho, si ha de ser tomado seriamente, exige obligaciones de parte de los otros –si yo tengo el derecho a no ser atacado, entonces usted no debe atacarme, y viceversa. La diferencia entre dicha afirmación y las demandas del Nuevo Liberalismo es que la primera es una obligación a la inacción, mientras que la última es una obligación a actuar. Mis obligaciones a la inacción significan que no puedo transgredir ciertos límites –los derechos de otras personas. No puedo lastimarlos, ni robarles, ni dañarles sus posesiones. Se me tiene prohibido hacer ciertas cosas que podrían interferir con la autonomía de otros, pero aparte de eso, puedo hacer lo que quiera. Las obligaciones a actuar son de una clase muy diferente: aquel que pueda forzarme a una obligación de ese tipo tiene el poder de darme órdenes. Me dirá cómo actuar, y yo no puedo actuar de ninguna otra manera, lo que restringe mi autonomía.

Por ejemplo, si usted requiere algún objeto para poder llevar a cabo algún proyecto, entonces su autonomía está restringida hasta que no posea dicho objeto. Por lo tanto, usted tiene el derecho a reclamar mi objeto, presumiendo que yo posea uno así. No importa si yo me he ganado dicho objeto o si lo poseo de manera legítima; la teoría dice que usted puede tener el objeto de todas maneras. Las reclamaciones sobre el derecho de propiedad están subordinadas a la autonomía de los individuos, es decir a los deseos (no las necesidades) de un grupo especialmente identificado como “víctimas”. Si, por ejemplo, yo estoy entrevistando a un hombre y a una mujer para un puesto en mi compañía, y la mujer exige que se le dé a ella el empleo puesto que es un paso crucial en su plan de carrera, le estoy negando su autonomía si no la contrato a ella, incluso si no es la candidata más calificada. Ella necesita el puesto para poder lograr aquello que en últimas quiere, y por lo tanto se le perjudica si no lo consigue. La doctrina del Nuevo Liberalismo –si yo no puedo hacer lo que elijo entonces alguien me debe estar haciendo daño– evidentemente sirve a los fines de víctima del feminismo. Cualquier límite impuesto a las acciones de las mujeres, incluyendo aquel que se establece en nombre de la equidad y la imparcialidad, puede ser tomado como la nueva Opresión, de acuerdo a esta doctrina.

El “Nuevo” Liberalismo, o liberalismo “social”, es de hecho una perversión y una corrupción del liberalismo –y encuentra su mayor expresión en el sistema de castas de derechos que las feministas están ocupadas creando. Los derechos de la mujeres, un eslogan pegajoso alguna vez proclamado como la marcha progresiva hacia un futuro más justo, se ha convertido en el as bajo la manga que nunca pierde su valor, listo para ser jugado en cualquier momento en que una mujer quiera “ganarle una a los muchachos”. En los primeros días, la idea de la Lucha era más creíble, e incluso parecía admirable en retrospectiva. Las mujeres luchaban por los derechos que los hombres poseían: el derecho al voto, el derecho a poseer propiedades, el derecho al divorcio, el derecho a tener el mismo salario que un hombre por el mismo trabajo. Había una vez en que era perfectamente plausible, para un observador imparcial, que el feminismo significara llegar a la igualdad entre los sexos. Esto no quiere decir que dicha perspectiva sea inherentemente correcta, sólo que es creíble, desde un punto de vista externo al feminismo, que dicha ideología tuviera en mente esa meta tan altruista.

¿Pero cuáles son los derechos de las mujeres por los que se aboga hoy en día? El derecho a confiscar el dinero de los hombres, el derecho a cometer alienación paternal, el derecho a cometer fraude de paternidad, el derecho a ganar el mismo salario por hacer menos trabajo, el derecho a pagar menos impuestos, el derecho a mutilar hombres, el derecho a confiscar esperma, el derecho a asesinar niños, el derecho a que nadie puede estar en desacuerdo con ellas, el derecho a la elección reproductiva, y el derecho a tomar esa decisión por los hombres también. En una interesante paradoja legal, algunas han incluso abogado –con éxito– para que las mujeres tengan el derecho a no ser castigadas por crímenes en lo absoluto. El resultado eventual de esto es un tipo de feudalismo sexual, en el que las mujeres gobiernan arbitrariamente, y en el que los hombres son mantenidos en sumisión, con menos derechos y más obligaciones. Hasta la fecha, la transformación de derechos en obligaciones a actuar nos ha ocasionado un estado de bienestar en el que, de acuerdo a The Futurist,

Virtualmente todos los gastos del gobierno […] desde Medicare hasta Obamacare, los subsidios de bienestar, los empleos en el sector público para mujeres, y la expansión de la población en prisión, son una transferencia neta de riqueza de los hombres a las mujeres, o un subproducto de la destrucción del Matrimonio 1.0. En cualquier caso, el “feminismo” es la causa […] Recordemos que las ganancias de los hombres pagan el 70%-80% de la totalidad de los impuestos.

El feminismo ve la independencia de los ciudadanos individuales como una barrera, no como una medida protectora. La autonomía personal obstaculiza el progreso del feminismo en moralizar al mundo y en desangrar a los hombres para el beneficio de las mujeres.

¿Derechos de las mujeres? Todo eso no es más que un intento de usurpar el poder.

Adam.

 

Stanford historian says falsified medieval history helped create feminism

Through research into the first historians of medieval Europe, Professor Paula Findlen discovers that an interest in women’s history began much earlier than is assumed.

Harley 4431 f.4

Detail of a miniature of medieval writer Christine de Pizan. Stanford historian Paula Findlen has studied Renaissance biographies of medieval women and says these often embellished tales represent a kind of feminism.

Today, feminism is often associated with the political protests of the 1960s or the earlier women’s suffrage movement, but Stanford historian Paula Findlen‘s latest research reveals that the impetus to champion women started in the late Middle Ages.

A scholar of the Italian Renaissance, Findlen has collected biographies of medieval women, written in Italy from the 15th to 18th centuries, several centuries after the women lived.

Through a close examination of these texts, Findlen found that these early modern writers were so passionate about medieval women that they sometimes fabricated stories about them.

As Findlen carefully tracked down the claims in these stories, she found they varied from factual to somewhat factual to entirely false.

These invented women were often mentioned in regional histories, with imaginary connections to important institutions. They were described as having law degrees or professorships, claims that turned out to be fictitious.

Findlen argues that these embellished tales represent what could possibly be described as the origins of a certain kind of feminism.

“Early modern forgers used stories of women to create precedents in support of things they wanted to see in their own time but needed to justify by invoking the past,” Findlen said. “While debating the existence of these medieval women, the writers also contributed to the science of history as we know it.”

Expanding her archival base from Bologna to other Italian cities, and observing how these stories traveled beyond Italy, Findlen found that the stories of local women gained international recognition.

Findlen described her foray into conjectural history “a project partly about how early modern medievalists invented the Middle Ages, claiming and defining this past.” She added, “Making up history is a way of ensuring that you get the past you want to have.”

In her forthcoming publication, currently titled “Inventing Medieval Women: History, Memory and Forgery in Early Modern Italy,” Findlen pays particular attention to Alessandro Macchiavelli, an 18th-century lawyer from a Bolognese family.

Macchiavelli was passionate about finding evidence to support Bologna’s reputation as a “paradise for women.” He created stories and footnotes about learned medieval women from the region, including writer Christine de Pizan.

According to Findlen, “He aggressively made up [biographies of] medieval women and supplied the evidence that was missing for them.”

Presented as facts, these fables forged the medieval origins of Bologna’s female intelligentsia. Findlen initially worked on this material because she was searching for – and failing to find – evidence of medieval precedents that kept being invoked in early modern sources. “In the end,” she said, “it intrigued me.”

While people later recognized that Macchiavelli was a forger, it was true that he brought critical attention to women’s lives.

In a sense, Macchiavelli demonstrates “a quirky early modern male version of feminism,” Findlen said. He also contributed to the beginnings of the discipline of medieval history. When he forged a document, he did so based on extensive knowledge of the archives and a fine understanding of historical method.

“Medieval history is one of the really important subjects where people develop a documentary culture during the late 17th and 18th centuries, and they begin to identify and select the documents that matter for defining the Middle Ages,” Findlen said.

Imagining the women of Bologna

Between the 15th and 18th centuries, Findlen said, representations of medieval women enhanced a city’s reputation.

For example, scholars in Bologna wanted to learn about its presumed tradition of learned women. They craved information about medieval women who could provide historical precedents for someone like Laura Bassi, the first woman who can be documented as receiving a degree and professorship from the University of Bologna in 1732. Having precedents made her seem like a reinvention of the old rather than someone threateningly new.

Findlen first turned to Christine de Pizan (c. 1364-1430), the daughter of a University of Bologna graduate and professor. She is perhaps best known for her writings praising women.

In her Book of the City of Ladies (1405), a catalog of illustrious women, Christine contemplated her Italian roots. This longing for her past inspired Christine to imagine “what the ingredients were of this world that made her, and other women like her,” Findlen said.

Although inspired by some kernels of truth, Christine’s writings invented evidence to fill out her narratives, Findlen said. In this way, Christine provides a starting point for Bologna’s interest in women’s history that will unfold over the next four centuries.

What we want from history

Findlen’s project rethinks our compulsion to write about the past. “Some of the stuff we take for granted is legend, not fact,” she said, “but I think that I’m even more interested in having people understand why we want it.”

Despite the presence of fake facts in medieval women’s biographies, Findlen emphasized that “the unreliability of the past is also part of the evidence that we have to account for.” Moreover, she added, this project requires “knowing the archives … well enough to catch the nuances.”

“The process of creating a history of women,” Findlen said, “starts with this impulse to create collective biographies in the 14th and 15th centuries onward.”

Envisioning the wider impact of her work, Findlen said: “I would like this project to offer an interesting window into the invention of history, taking Italy as a case study, to understand why [early modern] people were so passionate about the Middle Ages.”

During the Renaissance, “people are increasingly concerned with documenting the history that was,” Findlen said. “They’re interested in the history that might have been. And then they’re also interested in the history that should have been. And those are three different approaches to history.”

Article reprinted with permission.

Teoría del Ginocentrismo (Conferencias 1-4)

Teoría del Ginocentrismo

Las conferencias seminales que se encuentran a continuación fueron pronunciadas en 2011 por Adam Kostakis:
Greek goddess

1. Mirando hacia afuera desde el abismo

Conferencia Nº 1

“Me encanta una oposición que tenga convicciones” –Federico el Grande

La Batalla de los Sexos ha degenerado en una Guerra Sucia, y nosotros, cada uno de nosotros, estamos siendo reclutados en ella por fuerzas a las que no les importa ni una pizca la igualdad o la ecuanimidad.

La Propaganda, como una herramienta de control, sólo es efectiva en tanto que la visión del mundo que presenta concuerde con la percepción del mundo que el público que se desea capturar con esa propaganda experimente en el día a día. Entre más amplio es el vacío entre el mundo que se percibe y la representación propagandística del mundo, menos efectiva –y por lo tanto menos útil– se vuelve eventualmente la propaganda. Hemos alcanzado un punto crítico en el que las mujeres están rechazando cada vez más el feminismo por considerarlo irrelevante o inaplicable a sus vidas, pues el mundo que describe la ortodoxia feminista no parece existir en el planeta Tierra. Al mismo tiempo, nos estamos acercando al zénit del control feminista sobre el mundo habitado, que combina la represión estatal con el tribalismo de género, y ambas fuerzas se intensifican exponencialmente mientras se usan mutuamente como palanca para seguir y seguir subiendo.

Esto me recuerda un antiguo acertijo que hace la pregunta, ‘¿qué tan alto se puede escalar una montaña?’ La respuesta es ‘hasta la cima,’ porque una vez que se alcanza la cúspide, el único camino posible es hacia abajo. El Feminismo ya no tiene ningún obstáculo; el control total está al alcance de la mano, y por total, me refiero a que será totalitarista. La carta de víctima ha servido como un pase de entrada por la puerta de atrás del estado y las instituciones supranacionales. Ahora que tienen poder sobre los hombres, las feministas han restablecido los principios del Manifiesto Scum de Valerie Solanas, declarando –con un lenguaje que evoca claramente la Solución Final– que pronto seremos testigos de El Fin de los Hombres. La ‘guerra de los sexos’ no se está enfriando en tanto las mujeres se acercan a (o en algunos casos, sobrepasan) la igualdad con los hombres –se está calentando. Las feministas no sólo están incitando el odio hacia los hombres públicamente y se están saliendo con la suya; están usando sus puestos en el gobierno, en la academia, en comités de expertos y en los medios para hacer realidad sus violentas fantasías, abogando por la renuncia de los derechos humanos básicos de los hombres.

Para tomar un ejemplo reciente, la Secretaria de Estado de la nación más poderosa del mundo declaró hace poco que una unidad internacional móvil de persecución será establecida para apuntarle, específicamente, a hombres alrededor del mundo. O para tomar otro ejemplo reciente, una destacada feminista ha sugerido que ciertos principios legales diseñados para proteger ciudadanos inocentes de persecución o encarcelamiento injustos, que datan de la firma de la Carta Magna, deberían retirárselos a los hombres. Los hombres son sujetos al régimen arbitrario de las mujeres en la India, enfrentándose a severas penalidades por haber causado la más mínima ofensa, aun involuntariamente.

Nada de esto cuadra con el cliché de las ‘mujeres como víctimas’, el cual ha sido muy útil para que las feministas llegaran a este punto. No obstante, el feminismo está firmemente afianzado y en control de los mecanismos que ostentan el monopolio del poder físico, ya sea legítimo o no. Difícilmente queda alguna fuerza que haga algún contrapeso. Occidente ha encontrado su nueva Misión imperial para reemplazar al Cristianismo Global: el culto forzado a las mujeres. Y mientras cualquier voz disidente es inmediata y violentamente silenciada, las feministas son libres de radicalizar su agenda anti-masculina hasta el punto de náusea moral, y de desencadenar sobre el mundo todo tipo de atrocidades vengativas.

Pues ya ven ustedes, cuando la propaganda deja de ser una herramienta efectiva de control, quien quiera controlar simplemente encontrará otras formas de hacerlo. El control del estado –el monopolio de la fuerza física– es el medio que las feministas han buscado. Pero a diferencia de la propaganda, que manipula la mente, el control estatal sólo brutaliza el cuerpo. El poder de quien controla siempre yace eventualmente sobre la resistencia de los controlados, y por lo tanto el consentimiento debe ser fabricado. El Imperio Romano no duró quinientos años ejerciendo la fuerza bruta, sino con el apoyo masivo; el Emperador era glorificado como una deidad mortal, e incluso en las aldeas más pequeñas de su reino se erigían voluntariamente estatuas y altares en su honor. Por demasiado tiempo han estado los hombres prosternados ante el altar de las mujeres, y es tentador creer que esta sumisión psicológica no cederá incluso ante la opresión física o la exterminación –que los hombres marcharán hacia su muerte como corderos expiatorios, esperando ganarse el favor de las mujeres con sus últimas acciones serviles. Pero las proclamaciones que hacen referencia al Fin de los Hombres pueden resultar tan vacías como aquellas que se hicieron hace casi veinte años con respecto al Fin de la Historia. El así-llamado Choque de Civilizaciones que siguió llevó a su autor a refutar su propia posición. Deberíamos ser optimistas con respecto a que un verdadero Choque de los Sexos terminará pronto con las feministas humilladas y admitiendo su derrota.

En tanto el feminismo crece más y más poderoso, y comienza a darse cuenta de sus ambiciones radicales, simultáneamente extenuará su capacidad para fabricar consentimiento. Aquellas ilusiones caballerescas que aseguran el consentimiento de los hombres, y sobre las que en últimas yace el feminismo –‘las mujeres como víctimas’, y otras– serán más difíciles de mantener con el tiempo. Entre más fuerza sea utilizada contra los hombres para someter e inhibir sus vidas, más descontento empezará a cultivarse entre ellos. La burbuja de la misandria debe estallar en cualquier momento, y con cada ejemplo de exageración, que pone a hombres inocentes en el papel de criminales y sometidos a castigos humillantes y despiadados, una nueva grieta aparece en el muro, otro paso hacia el día en el que toda esa odiosa edificación colapse bajo su propio peso –y, crucialmente, bajo el nuestro.

Nuestra tarea es, entonces, doble: primero, abrir el camino para apresurar el colapso del feminismo.

Segundo (y complementario al primero): diseñar las armas ideológicas para ayudar a prevenir un resurgimiento feminista después de que éste colapse.

Ambas metas requieren, no fuerza, sino su propia propaganda. Siendo como son las cosas, esto no requiere que distorsionemos la verdad. Por el contrario, debemos, en la mayor parte, exponer aquellas verdades que otros han distorsionado; revelando los hechos a una audiencia más amplia que aún no los ha recibido, de manera diligente y sin remordimientos. Como un notable activista en el campo lo puso recientemente, no se necesita atacar feministas –todo lo que se tiene que hacer es citarlas. Simplemente, el exponer el odio feminista a la luz desinfectante del mundo podría ser suficiente para cambiar la marea –razón por la cual enormes cantidades de energía se utilizan para informar mal, descreditar, neutralizar y obscurecer a los argumentos y defensores de la oposición.

Una estrategia clave para el logro de nuestra tarea fue anunciada en una conferencia en Abril de 2010 en la forma de Estudios Masculinos, una nueva disciplina que ya está enfrentando la hostilidad del mundo académico que desde hace mucho tiempo ha sido un bastión del feminismo radical. Que este dedo en la llaga, esta espina en el costado de la uniformidad académica pueda provocar semejante indignación como lo ha hecho no debería ser una sorpresa. He aquí una selección de los temas que el programa de Estudios Masculinos de propone abarcar:

Los factores socioeconómicos que llevan a la predominancia masculina en el sistema de justicia criminal, subempleo y oportunidades limitadas como padres, que resultan de los cambios en la ley de custodia infantil (economía, medicina forense, derecho, política pública);

Representaciones misándricas de niños y hombres adultos en los medios y en la publicidad (estudios de medios incluyendo cine, televisión e internet, y publicidad);

Testimonios de la experiencia de ser hombre (historia, literatura, autobiografía);

Asuntos urgentes relacionados con el bienestar emocional de niños y adultos mayores, notablemente la depresión y el suicidio (psicología clínica, medicina y psiquiatría, trabajo social).

Friedrich Nietzsche, en el siglo XIX, advirtió que si uno mira dentro del abismo demasiado tiempo, uno se dará cuenta que el abismo devuelve la mirada. Debe ser profundamente alarmante para las feministas despertar una mañana y encontrar que otra gente las está deconstruyendo a ellas, que se ha puesto como misión en la vida exponer y corregir las ofensas feministas.

Esta parece ser la respuesta de la respuesta abusiva del sector feminista a la idea de que los hombres discutan ideas de sexo y sexismo sin la supervisión de las mujeres. No importa lo que las feministas piensen sobre los Estudios Masculinos, porque las feministas no son el público que esta disciplina pretende captar; su éxito no depende de la aprobación feminista, un hecho con el que les será difícil reconciliarse. En cualquier caso, aún si lanzaran una campaña organizada para impedir que los hombres discutan sus experiencias a través del foro de la academia, las feministas son incapaces de evitar que esto suceda en alguna parte. El verdadero escollo hoy en día para las dictadoras en potencia es que vivimos en una Era de la Información. Es difícil controlar el flujo de información cuando la época misma en la que vivimos está definida por ello. Entonces, tengamos estas discusiones ahora mismo –mientras la gente pueda utilizar Internet para congregarse y decir lo que piensa, nada puede detenernos. Tengamos estas discusiones en un millón de lugares, en el mundo real –porque si lo hombres no hubieran hablado de sus experiencias, como hombres, entonces no estaríamos anhelando el comienzo de los Estudios Masculinos en el futuro cercano.

Ya hay un gran número de sitios de internet dedicados a asuntos relacionados con los Derechos de los Hombres; ciertamente, éstos parecen haber proliferado en los últimos años, ¡brotando en todas partes como deliciosos hongos! Para la mayoría de estos blogs, su contenido no necesita un tema unificador más grande que la oposición al feminismo. Dada la activa y creciente red de gente interesada en el estatus de los hombres actualmente, ha sido posible ampliar los límites un poco más allá. Este blog tiene como objetivo alentar la cristalización intelectual de lo que llamamos el Movimiento por los Derechos de los Hombres, al llevar a cabo un análisis atento en un amplio espectro de temas. Este sitio web está dedicado a la elucidación de la Teoría del Ginocentrismo.

¿Qué es la Teoría del Ginocentrismo? Para ponerlo de manera sencilla, es un sistema que explica las relaciones sociales entre los sexos. Reemplaza a la Teoría del Patriarcado, la piedra angular del pensamiento feminista. Ahora memética, la Teoría del Patriarcado ha demostrado ser una herramienta excelente para negarles a los hombres sus derechos, incluyendo sus derechos más básicos a la dignidad y a la integridad corporal, con la pretensión de que todos los hombres son opresores (o al menos, aliados con hombres opresivos de quienes obtienen beneficios) y que todas las mujeres son víctimas del poder masculino. La Teoría del Ginocentrismo es la articulación de muchos años de esfuerzo por parte de varios pensadores en el ámbito de los Derechos de los Hombres para describir una visión de mundo que refleje de una manera mucho más precisa las experiencias de los hombres –y de muchas mujeres también. En contraste con el tribalismo simplista y que no acepta matices de la Teoría del Patriarcado, la Teoría del Ginocentrismo no equipara la realización masculina con la celebración del poder tiránico sobre las mujeres. La Teoría del Ginocentrismo no acepta que los hombres actúen en bloque de poder. Por el contrario, la Teoría del Ginocentrismo expone la divergencia entre estadísticas demográficas e intereses; fundamentalmente, que mientras un pequeño número de hombres pueden ser los que tienen el poder social y político, esto no quiere decir en lo absoluto que lo hacen para el beneficio de todos los hombres; y que de hecho, más a menudo, lo hacen para el beneficio de la mayoría de las mujeres y en detrimento de la mayoría de los hombres. La Teoría del Ginocentrismo defiende la idea de que el poder sea entendido como multifacético, y que esa norma históricamente ha sido una cuestión de atraer, y proteger, a las mujeres.

Lo anterior, sin duda, confundirá a aquellos que asumen que el poder en todos los niveles puede ser identificado de acuerdo a la forma de los genitales de aquellos que toman las decisiones importantes –independientemente de lo que decidan.

Cualquier otra cosa está más allá del alcance de esta conferencia introductoria. Y así, continuaremos con este hilo de ideas la próxima semana. Las conferencias se ofrecen los sábados, y estudiantes de todas partes del mundo están invitados a asistir –o a ponerse al día en su propio tiempo si así lo desean. Habrá discusiones inmediatamente después de las conferencias. A diferencia de la mayoría de los blogs feministas, cuyas autoras se asemejan a su mentora Mary Daly en negarles sistemáticamente a los hombres su derecho a hablar, todo el mundo será bienvenido para hablar aquí, aunque se justificarán expulsiones en caso de que alguien publique material obsceno o información personal. Prefiero que las feministas sean requisadas a que se les niegue la entrada, pero el destino de aquellos trolls que sean verdaderamente persistentes estará a mi discreción.

Les deseo a todos un día de reflexión, y los veré pronto.

Antes de lo que piensan.

Adam Kostakis

* * *

2. La Misma Vieja Historia Ginocéntrica

Conferencia Nº 2

Mis lectores deben entender que las preocupaciones que aborda la Teoría Ginocéntrica no se limitan al feminismo. El feminismo aún es relativamente nuevo en la escena, mientras que el Ginocentrismo ha estado presente desde que se tiene registro. El Movimiento de los Derechos de los Hombres busca abordar problemas asociados con el feminismo, pero no limita su atención a estos problemas. Muchos de ellos empezaron antes de la emergencia del feminismo como tal en los últimos años del siglo XIX, aunque se hayan expandido y exacerbado desde entonces. El feminismo no es más que el empaque moderno del Ginocentrismo, un producto antiguo, que ha sido posible en su forma presente gracias a las extensas políticas de asistencia social en el periodo de la posguerra.

A pesar de su retórica radical, el contenido del feminismo o, se podría decir, su esencia, es extraordinariamente tradicional; tan tradicional de hecho, que sus ideas claves se toman por sentado, como dogmas indiscutidos e incuestionables, que disfrutan del consentimiento uniforme a lo largo del espectro político. El feminismo es distinguible sólo porque toma cierta idea tradicional –la deferencia de los hombres hacia las mujeres– a un extremo insostenible. El extremismo político, producto de la modernidad, pondrá fin, adecuadamente, a esa idea tradicional; es decir, como secuela de su sorprendente, espectacular acto final.

Permítanme aclarar. La idea tradicional que se está discutiendo es el sacrifico masculino para el beneficio de las mujeres, el cual denominamos Ginocentrismo. Esta es la norma histórica, y ha sido la manera en que se mueve el mundo mucho antes de que algo llamado ‘feminismo’ se diera a conocer. Hay una enorme cantidad de continuidad entre el código de la clase caballeresca que surgió en la Edad Media y el feminismo moderno, por ejemplo. El hecho de que los dos sean diferenciables es bastante claro, pero el último es simplemente una extensión progresiva del otro a lo largo de muchos siglos, habiendo retenido su esencia después de un largo periodo de transición. Uno podría decir que son la misma entidad, que ahora existe en una forma más madura –ciertamente no estamos lidiando con dos creaturas distintas. Tomemos cualquiera de los grandes imperios que barrieron el mundo –el Romano, el Otomano, el Español, el Británico– y encontraremos que el Ginocentrismo es la orden del día. Esas extensas empresas geopolíticas, testamentos históricos del triunfo del hombre sobre la tierra y el mar, fueron construidas y mantenidas por hombres perfectamente acostumbrados a la idea de morir por el bien de sus mujeres. Es una idea que ha sobrevivido a cualquier otra, y perdura hoy en día en nuestro Imperio Americano. Que los hombres deban sacrificarse a sí mismos totalmente –su misma esencia, su ser y su identidad, para salvar a mujeres que ni siquiera conocen– está claramente encapsulado en aquella frase popular, ‘mujeres y niños primero’.

(Y si le ponemos especial cuidado, nos daremos cuenta de que nunca se dice ‘niños y mujeres primero’. ¡Tan sólo pensarlo así es absurdo! La razón es que lo que en realidad se quiere decir con esa frase es ‘mujeres primero, niños segundo.’)

La resistencia de estos códigos sociales y de clase no se debe en lo absoluto al control totalitario. Incluso cuando se llevan a cabo sangrientas revueltas en contra de monarcas tiranos y élites de terratenientes, los hombres que aspiran al poder dejan el código Ginocéntrico intacto. El sacrificio de los hombres es una constante sexual que ha sobrevivido a todos los cambios de régimen. El Ginocentrismo, parece, traía ciertos beneficios a los hombres; en los tiempos de paz, un hombre podía tener asegurado una estructura familiar estable y así como la paternidad de los niños que ayudaba a criar. En todo caso, lo que se le ofrecía a los hombres era compensatorio. Durante la mayor parte de la historia, los hombres aparentemente consideraban que esta compensación era suficientemente razonable –o quizás el Ginocentrismo estaba tan arraigado que simplemente no lo consideraban siquiera. A través de sus acciones, ellos reafirmaban (y renovaban) el Ginocentrismo, y ya sea que fuera llamado honor, nobleza, caballerosidad, o feminismo, su esencia no ha cambiado. Sigue siendo un deber peculiarmente masculino ayudar a las mujeres a subirse a los botes salvavidas, mientras los hombres se enfrentan a una muerte helada y segura.

Es sólo hasta ahora, con los desarrollos sociales y políticos del siglo XX que han abierto una brecha entre los sexos, que el tipo de pensamientos que se encuentran en este blog pueden emerger. La modernidad tardía nos provee nuevos recursos conceptuales –nuevas maneras de pensar, que datan de la Ilustración de los siglos XVII y XVIII. El feminismo eventualmente reptó fuera de este crisol intelectual, una vengativa mezcla del Ginocentrismo clásico, el fetichismo por las víctimas, utopismo radical y presuposiciones liberales.

Sería una simplificación excesiva decir que las feministas se proponen obtener ganancias. Por el contrario, ellas exigen pérdidas y ganancias por igual. Lo que ellas querían era ganar los derechos de los hombres, pero perder sus responsabilidades tradicionales como mujeres. Esto, parecía, pondría a las mujeres en una posición social igual a la de los hombres. Era un argumento enraizado en las tendencias liberales del individualismo, la igualdad cívica y la auto-definición. En la retórica, si no en la realidad, el feminismo asevera sus puntos coincidentes con los aspectos más admirables del liberalismo tradicional: igualdad ante la ley, la renuncia a la regla arbitraria, entre otros. Otorgar derechos a las mujeres parecía, lógicamente, ser la fase sucesiva de la liberación humana después de otorgar derechos a todos los hombres.

Se asumió –qué tontos fuimos– que una vez que se les otorgaran derechos iguales, las mujeres adoptarían voluntariamente las responsabilidades que acompañaban a esos derechos, responsabilidades con las que los hombres siempre habían cumplido. Pero esto no sucedió. Las feministas estaban felices de obtener los derechos de los hombres y de perder las responsabilidades que tenían como mujeres, pero se horrorizaban ante la mera sugerencia de que deberían adoptar las responsabilidades de los hombres como consecuencia. En vez de que hombres y mujeres compartieran las cargas del mundo, lo que obtuvimos fue la Campaña de la Pluma Blanca:

Esta campaña empezó en los primeros días de la Primera Guerra Mundial en Gran Bretaña, en la que se alentaba a las mujeres a ponerles plumas blancas a aquellos hombres jóvenes que no llevaran uniforme. Lo que se esperaba era que esta marca de cobardía los avergonzara lo suficiente como para que ‘hicieran su parte’ en la guerra. Esta práctica pronto llegó a Canadá, donde mujeres patrióticas, como respuesta al declive en las cifras de reclutamiento voluntario, organizaban comités que expedían plumas blancas a los hombres en ropa de civil y denunciaban públicamente a los ‘holgazanes’ y a los ‘flojos’.

Sin duda vale la pena resaltar que muchas de estas mujeres eran sufragistas; y por lo tanto, incluso cuando hacían campaña para obtener derechos iguales a los hombres, utilizaban la misma herramienta para asegurarse de que los hombres, y sólo los hombres, cumplieran con las obligaciones tradicionalmente masculinas. En particular el deber de dar sus vidas, sólo porque eran hombres, por el bien de las mujeres. Cualesquiera que hubieran sido las desventajas que las mujeres sufrían en esa época, seguro que no hay chantaje más grande que la muerte.

Mucho ha cambiado desde la Primera Guerra Mundial, y el proyecto feminista de holgazanear y evadir las responsabilidades de las mujeres mientras obtenían su licencia para actuar como les viniera en gana ha encontrado un amplio éxito. Y es precisamente esta situación la que nos lleva a hacernos ciertas preguntas, que son posibles gracias a los recursos conceptuales que hemos heredado de la Ilustración: ¿qué pasa si un hombre no quiere vivir de esta manera? ¿Por qué habría un hombre de continuar cumpliendo o desempeñando sus obligaciones tradicionales cuando las mujeres no están a la altura de las suyas, pero tampoco están dispuestas a adoptar las responsabilidades que corresponden a sus derechos en este momento? Las preguntas surgen. ¿Estaban equivocados los hombres todo este tiempo al sacrificarse por el bien de las mujeres? ¿Deberíamos, de hecho, no tener ninguna obligación en lo absoluto para con las mujeres?

La razón por la cual el Movimiento de los Derechos de los Hombres despierta tanta hostilidad, tanto de la derecha como de la izquierda, es que es el primer intento verdadero en la historia en el que un sexo trata de escapar de su papel tradicional. El feminismo no hace nada de esto; es la consolidación del poder que las mujeres ya tenían. El Movimiento de los Derechos de los Hombres hoy en día va más allá de simplemente denunciar a las feministas por sus crímenes. Sus partidarios trabajan en el análisis histórico y el criticismo social, y con el beneficio de dos siglos y medio de imaginación e innovación que se desprenden de la Ilustración, pueden concebir un mundo en el que los hombres, por primera vez en la historia, no necesitan sacrificarse por las mujeres.

Este es sin duda el futuro, y es una reacción inevitable en contra –y al mismo tiempo, una consecuencia accidental– del feminismo mismo. En otros tiempos, cuando los hombres podían pedir una compensación por su sacrificio, aceptaban que así funcionaba el mundo. En la ausencia de dicha compensación, y con las tuercas apretando cada vez más a los hombres en cada ámbito de la vida, éstos son incitados a cuestionar la medida arbitraria, y a formular su propio proyecto de liberación en respuesta.

Mi declaración de más arriba –que el extremismo político, producto de la modernidad, pondrá fin a la idea tradicional– debería ser claro en este punto. El feminismo, que es una forma extrema de Ginocentrismo, pondrá fin a éste totalmente a través de la reacción que aquel crea. Llevamos ya cincuenta años en el tremendo acto final: una gran representación orquestal, una exhibición teatral que hace un uso sin precedentes de sonido y luz para crear ilusiones y confusión. Pero si el mundo es en verdad un escenario, entonces todos los hombres y las mujeres son actores –con papeles que hemos escogido nosotros mismos, y ahora con la libertad de arrojar a un lado los guiones que nos entregaron y crear una nueva historia en el lugar de la vieja.

Y cuando la cortina caiga finalmente, realmente creo que no habrá repeticiones.

Adam

* * *

3. Refutando el Recurrir al Diccionario

Conferencia Nº 3

“¿Te has molestado en buscar la definición de feminismo en el diccionario? Quiere decir igualdad entre los sexos. No tiene nada que ver con odiar a los hombres. Esto es muy sencillo, y lo sabrías si realmente lo hubieras buscado –Diva

Después del resumen de la semana pasada respecto al Ginocentrismo antes y ahora, yo propongo que hay un hilo conductor de adoración a las mujeres, y que además une los conceptos tradicionales de masculinidad –históricamente expresados en los que podríamos llamar ‘patriarcado’– y el feminismo, que se ha apoderado del estado y de las instituciones supranacionales, y se dispone a desencadenar la persecución explícita de los hombres.

Es posible que tome más que tan sólo estas conferencias antes de que el concepto anterior sea totalmente elucidado, pero lo menciono aquí con dos propósitos. El primero es un recordatorio de la referencia al hilo conductor que toca todas estas reflexiones: que el ginocentrismo ha estado con nosotros por un largo, largo tiempo, y que sólo ha cambiado de forma mas no de contenido. Este es el punto crucial de la Teoría del Ginocentrismo, y es el enfoque limitado que utilizo para analizar un amplio espectro de temas.

El segundo es cambiar la discusión hacia el feminismo. Existe el peligro de tomar la Teoría del Ginocentrismo como una minimización de los efectos del feminismo, considerando que no es más que la versión más moderna de un fenómeno que existe hace muchos siglos. Por otro lado, sin embargo, es la forma más activa de Ginocentrismo con la que debemos lidiar actualmente; es el enemigo, y es el tremendo y espectacular acto final en ese respecto, un fenómeno que vale la pena estudiar por aparte.

¡Más vale malo conocido! Se dice que es mejor conocer a tu enemigo, pero las feministas son muy eficaces en obscurecer sus intenciones, sus acciones, su historia, y su afición por utilizar la Erística. Entre el humo y los espejos, se puede escuchar un coro de voces estridentes provenientes de todas partes proclamando “¡no es nuestro trabajo educarte sobre el feminismo!”

Está bien –entonces tendremos que investigar por nosotros mismos, escarbar en busca de gemas de conocimiento, y procurar nuestros propios juicios respecto a qué es feminismo. Y como las mismas feministas han rechazado su papel como educadoras, las conclusiones a las que lleguemos no requerirán su autorización. Si no es su trabajo educarnos sobre el feminismo, entonces difícilmente podría ser el trabajo de cualquier otra persona que no seamos nosotros mismos ¿verdad? Y sin embargo, extrañamente, cuando salimos en la búsqueda de ese conocimiento por nuestra cuenta, ellas objetan vehementemente todo lo que encontramos, como si después de todo si tuvieran el papel de educadoras. Se ha sugerido repetidas veces que tal vez deberíamos mirar el diccionario.

Esta es una solicitud espuria, en particular porque no hay tal cosa como ‘el diccionario’. En su lugar hay más bien diccionarios (plural). Recurrir al Diccionario es un argumento utilizado por gente que, para ponerlo de manera franca, no es muy brillante. Esa gente aparentemente cree que el lenguaje es una variedad finita de palabras, cada una con su definición única y objetiva, y cuyo juez final es El Diccionario.

En el mundo real, el lenguaje fluctúa y además es corruptible. Es una colección de significados, designada por términos – pero el cómo éstos están configurados está determinado por los caprichos del tiempo y el lugar. Y muy a menudo la gente no está de acuerdo respecto a cómo son, o deberían ser, los términos designados a los significados – ¡y cómo los significados son, o deberían ser, designados a los términos!

La sola existencia de terminología impugnada, entonces, parece refutar el argumento de Recurrir al Diccionario. Cada vez que surjan disputas sobre la definición o el uso de un término, esto es un indicativo de que tenemos múltiples significados (o ideas, o conceptos, si así lo prefieren) apiñados bajo la misma palabra. Para ponerlo de otra forma: hay varias cosas, pero a todas ellas se les asigna la misma palabra. Una configuración dada de términos a significados podría beneficiar a cierta gente, pero ser perjudicial para otra.

Tomemos un ejemplo – a veces, la afirmación según la cual el feminismo apoya a las mujeres a hacer acusaciones falsas de violaciones ha sido refutada por la referencia del manifestado apoyo de las feministas por la igualdad sexual. “El feminismo”, diría una feminista, “se trata de la igualdad sexual, y de nada más.”

Y sin embargo, las acusaciones falsas todavía suceden – así como la complicidad feminista en hacerlas. Este tema solamente ha sido privado de reconocimiento en el lenguaje. La feminista ha ocultado expertamente la complicidad del feminismo en hacer acusaciones falsas de violación al encubrir la ideología con la máscara de “igualdad sexual, y nada más.” Si aceptamos su argumento de que el feminismo sólo se refiere al apoyo en lo relacionado con la igualdad sexual, entonces ya no tendremos términos con los cuales discutir o entender las acusaciones de violación falsas, más allá de verlas como una serie de incidentes aislados. Sin duda, no podríamos considerar las acusaciones de violación falsas en su contexto específico, que es parte de un sistema de control y persecución. El fenómeno de las acusaciones de violación falsas ciertamente no se explica por lo que entendemos como “igualdad sexual”, y como el feminismo no es otra cosa, entonces quedamos sin recursos lingüísticos con los cuales hablar sobre ello de manera significativa; nos hemos quedado sin palabras. En pocas palabras, tenemos una cosa que existe, pero la cual no puede ser designada por ninguna palabra. ¿Cómo podemos entonces llamar la atención sobre ese tema, o criticarlo, u oponerse a él?

Tomemos otro ejemplo. Una feminista puede crear una partición falsa en el problema de los Derechos de los Padres, al definirlo de tal manera que la culpabilidad feminista es ignorada. Ella podría, por ejemplo, decir que “el patriarcado tiene la culpa por el trato desigual que se les da a los padres”. Una vez más, ella ha controlado el lenguaje – los significados se dividen entre términos, o se comprimen en uno solo, ¡y el resultado intencional es que la parte culpable evita ser llamada a rendir cuentas!

Ahora, ustedes podrían pensar –“¿por qué importa esto? Una feminista podría decir esto y lo otro, pero yo no le creo; mi propia experiencia me dice que no es cierto, y es poco probable que ella me engañe con lo que dice.”

Todo eso está muy bien. Pero hay gente que si será engañada por lo que ella diga – incluyendo aquellos que tienen el poder físico, muy real, de enviarte a la cárcel, destruirte, o aislarte de aquellos que amas. Las feministas no sólo le están diciendo esto a gente como tú o yo – sus sandeces sale a borbotones en todas las direcciones, como el petróleo cuando sale de una tubería reventada, fluyendo hacia cualquier persona que esté dispuesta a escuchar, y especialmente aquellos que pueden “hacer algo al respecto”. Su mensaje se transmite de manera clara y más ruidosa que una catarata, ya sea que quieras oír o no – y todo su proyecto depende de la repetición implacable de una docena de mantras, y de clavar sus sentimientos en el inconsciente colectivo. ¡Esta es la razón por la cual ellas parlotean incesantemente, repitiendo típicamente frases aprendidas como células subordinadas en un enjambre! Lo hacen porque funciona – al menos, hasta que alguien se ponga de pie y señale que el Emperador está desnudo.

Y entonces, ¡se desata todo un pandemonio!

Era necesario extenderse en este punto, porque debemos darnos cuenta de que el lenguaje político nunca es neutral, y las implicaciones siempre están ocultas en una configuración de ideas y términos. El papel de los Defensores de los Derechos de los Hombres es evaluar críticamente el uso feminista del lenguaje, y determinar dónde sería útil separar varias ideas que se refieren a un mismo término, o comprimir varios términos en uno solo. Nunca debemos responder a un argumento feminista sin antes mirar críticamente los términos que se utilizan para manifestarlo. Para ponerlo en lenguaje de Juego, ¡debemos “controlar el marco”!

El argumento de Recurrir al Diccionario puede ser descartado brevemente. Los diccionarios oficiales representan la posición de la clase dominante. El feminismo, como está de moda, es definido oficialmente de la manera como a sus seguidores les gustaría que el mundo viera el feminismo; no está definido de una forma que describe, o rinde cuenta por, la totalidad del proyecto. Aquello que sucedió, y aún sucede, pero que no refleja la opinión de la clase dominante, es simplemente ignorado. Definir al feminismo como

La defensa de los derechos de la mujer en términos de la igualdad política, social y económica con respecto al hombre…

es echar a un lado gran parte de su desagradable historia – y negarles a los escépticos los recursos para un análisis lingüístico e histórico no oficial del término. Esta vieja revisión de la página de Wikipedia de ‘Feminismo e Igualdad’ contiene bastante material que disputa la definición sin matices del diccionario, aunque la página misma ha sido presa de las mismas fuerzas que buscan delimitar las oportunidades lingüísticas de sus críticos. Afortunadamente, Wikipedia guarda los archivos de las versiones antiguas de sus artículos, así que los esfuerzos de Nick Levinson de exponer el tenor explícitamente anti-masculino de varias obras feministas no se ha perdido. ¡Manos a la obra!

Jill Johnston, en ‘Lesbian Nation’ [Nación Lesbiana], exigía a los hombres eliminar las cualidades que mantenían como hombres. “El hombre está desfasado con la naturaleza. La naturaleza es mujer. El hombre es el intruso. El hombre que se vuelve a sintonizar con la naturaleza es el hombre que se de-masculiniza a sí mismo y se elimina a sí mismo como hombre […] Una pequeña pero significativa cantidad de mujeres enojadas e históricamente orientadas comprenden la revolución de la mujer en el sentido visionario de un fin de la catastrófica hermandad y un regreso a la antigua gloria y sabia ecuanimidad de los matriarcados.”

Mary Daly, in Gyn/Ecology, escribió a favor de revertir el poder entre los sexos […] “Como una cristalización creativa del movimiento más allá del estado de la Parálisis Patriarcal, este libro es un acto de Desposeimiento; y por lo tanto, en un sentido más allá de las limitaciones de la etiqueta anti-masculina, es absolutamente Anti-androcrata, Sorprendentemente Anti-masculina, Furiosa y Finalmente Femenina.”

“¿Necesitan las mujeres tierra y un ejército…; o un gobierno feminista en el exilio…? O es acaso más simple: la cama le pertenece a la mujer; la casa le pertenece a la mujer; cualquier tierra le pertenece a la mujer; si un amigo íntimo hombre es violento, es retirado del lugar donde ella tiene el derecho superior e inviolable, arrestado, sin posibilidad de libertad condicional, y procesado…¿Podrían las mujeres poner un alto precio a nuestra sangre? –Andrea Dworkin

Phyllis Chesler, en ‘Women and Madness’ [Mujeres y Locura], hace uso de la historia matriarcal, la mitología Amazona, y de la psicología y, con alguna ambivalencia respecto a apoyarse en la biología únicamente como justificación, argumenta que siempre ha esta ha estado en proceso una guerra de los sexos y que las mujeres se beneficiarían de usar sus poderes para ser las únicas con poder político para producir una sociedad desigual en la que los hombres viven pero son relativamente desvalidos, aun si una sociedad así no es más justa que un patriarcado, e hizo un llamado a las feministas de dominar las instituciones públicas en interés propio. “La sociedad Amazona, como mitología, historia, y pesadilla masculina universal, representa una cultura en la que las mujeres imperan culturalmente debido a su sexo […] En la sociedad Amazona, sólo los hombres, cuando se les permitía quedarse, eran, en grados ampliamente diferentes, desvalidos y oprimidos […] si las mujeres toman sus cuerpos seriamente –e idealmente deberíamos hacerlo– entonces a su expresión total, en términos de placer, maternidad, y fuerza física, le irá mejor cuando las mujeres controlen los medios de producción y reproducción. Desde este punto de vista, simplemente no conviene a las mujeres apoyar el patriarcado o incluso una imaginaria ‘igualdad’ con los hombres.”

Una organización que se llamaba Las Feministas estaba interesada en el matriarcado. Dos miembros querían “la restauración del régimen femenino”.

A menos de que la organización y los libros mencionados no existan, estamos obligados a concluir que el feminismo no puede haber sido solamente sobre la defensa de los derechos de la mujer en términos de igualdad con el hombre. Como mínimo, lo que debemos decir es que algunas feministas puede que hayan apoyado la igualdad, en tanto que otras feministas hayan ignorado la igualdad y hayan apoyado abiertamente la superioridad femenina. Y tampoco puede ese último grupo ser reducido a un puñado de lunáticas marginadas. Como lo señala Nick Levinson (para el disgusto de las moderadoras feministas), se vendieron dos millones y medio de copias del libro de Phyllis Chesler, Mujeres y Locura.

Esa es una gran cantidad de odio.

Y una gran cantidad de energía se invierte en esconder bajo la alfombra este tipo de cosas, por parte de aquellos que se han dado cuenta de qué tan perjudicial puede ser la honestidad para su caso. Las feministas modernas son mucho más disciplinadas retóricamente que sus directas antecesoras, y han concluido que los planes impopulares no pueden ser puestos en marcha si se discuten abiertamente. La disciplina retórica añade una nueva capa de subterfugios a todos eso que se ha dicho respecto a designarle términos a las ideas. No será suficiente solamente con mirar lo que ellas han dicho; debemos observar cuidadosamente lo que hacen. ¿Y acaso no hay recomendaciones de las hechas arriba que se hayan hecho verdad gracias a las acciones de las feministas? ¿No sucede ahora acaso que hombres acusados de violencia son retirados de sus casas en las que la mujer tiene el derecho superior e inviolable, como lo deseaba Andrea Dworkin? ¿Acaso las feministas no han dominado las instituciones públicas en beneficio propio como lo proponía Phyllis Chesler? Como nos lo dice la Teoría del Ginocentrismo, las mujeres ya tenían un “alto precio en su sangre” –mucho más alto que el de los hombres, en casi cualquier punto de la historia. Este simple hecho es la razón por la cual era posible lograr las prescripciones de las feministas radicales en primer lugar –y marginalizar sin ningún esfuerzo a los disidentes.

No obstante, los tiempos cambian. Las clases dominantes se vuelcan, y las palabras son oficialmente redefinidas. Si la definición nueva de una palabra resulta más precisa, entonces ésta debió haber existido por algún tiempo, no oficialmente, antes de que se revisara el significado de esa palabra. Algunas veces, la clase dominante debe cambiar antes de que los términos se pongan al día. El diccionario se queda rezagado detrás de la definición, porque la clase dominante está atrapada en el barro. Yo predigo que, en la medida en que nos acercamos a la masa crítica de oposición al feminismo, y poco antes de su colapso, podremos ver algunas concesiones en la forma en que las definiciones alternativas del término empiezan a ser aceptadas.

Adam

* * *

4. Latín Cerdo

Conferencia Nº 4

Para recapitular la conferencia de la semana pasada: Los Defensores de los Derechos de los Hombres no deberían temer el jugar con las palabras; replantear el debate; reestructurar los usos lingüísticos convencionales como sea que nos parezca apropiado. No temamos hacer de todo ello un juego. Usemos las palabras –y los significados que elegimos atribuirles– para burlarse, humillar, y confundir a nuestro enemigos. He aquí un buen ejemplo –utiliza la fraseología feminista típica, pero con una diferencia importante:

No todos los patriarcas son así. Yo soy un patriarca –y orgulloso de serlo– pero eso no quiere decir que yo, personalmente, sea responsable de lo que los otros patriarcas hacen, en especial no esos patriarcas radicales. Pero el patriarcado no es un monolito. No hay un solo tipo de patriarcado. Hay muchos tipos de patriarcas diferentes con puntos de vista diferentes.

Noten que definirse a sí mismos como patriarcas no necesariamente implica que nos definamos a nosotros mismos como las feministas creen que los patriarcas deberían ser. Las feministas no son jueces lingüísticos; nosotros somos totalmente libres de llamarnos a nosotros mismos patriarcas utilizando nuestra propia definición del término, que puede o no coincidir hasta cierto punto con la definición que ellas tienen de la misma palabra. No obstante, sea cual sea el caso, sin lugar dudas no necesitamos explicar cuáles cualidades poseemos nosotros que, en opinión nuestra, nos hace patriarcales. Sin embargo, al anunciar que se es un patriarca, uno puede notar cómo las feministas intentan manipularlo para que uno le dé una forma definida a su tipo de patriarcado; ellas ya tienen en su mente dicha forma, por lo que la tarea que tienen es lograr que uno reconozca que la que uno tiene es la misma. Ella dirá algo emotivo como, “oh ¿entonces usted cree que los hombres simplemente deberían ser capaces de violar mujeres con impunidad?”

Nuestra respuesta inicial, desde luego, será un ceño fruncido. Entonces diremos, “por supuesto que no pienso así. Y sin embargo yo soy, sin lugar a dudas, un patriarca.”

En este ejemplo, uno puede definir patriarcado como uno quiera; al haber decidido con antelación que el feminismo no es confiable, uno ha descartado del todo cualquier noción de lo que el patriarcado es. Uno podría incluso, si así lo desea, definirse como un patriarca en base al hecho de que uno apoya la igualdad entre hombres y mujeres. Si, ese tipo de juego de palabras las fastidiará bastante, porque el feminismo depende de una configuración peculiar de palabras y significados, lo que no puede ser circunnavegado sin señalar primero que hay una amenaza a la base de poder del feminismo.

¿Les parece que la sugerencia anterior es algo ridícula? Pues bien, no puedo más que referirlos al ejemplo real de un movimiento social, cuyo éxito ha dependido, en su mayor parte, de este tipo de habilidad para la manipulación lingüística. Estoy hablando, por supuesto, del feminismo, cuyos proponentes han hecho carrera en reestructurar percepciones de la realidad a través de la redefinición de las palabras. Pero esta arma está disponible para todos aquellos que han sido marginalizados; es la clase dominante la que debe defender su ortodoxia, ¡no los marginados! Y aunque las feministas alguna vez hicieron un muy buen uso de esta estrategia en el campo de batalla lingüístico, se ha convertido en un punto vulnerable para ellas, ahora que son parte del sistema, en lugar de luchar contra él. En este momento¸ verán ustedes, ellas deben consolidar sus ganancias; ellas deben conservar lo que han creado; y por lo tanto, están a la defensiva, protegiendo sus ortodoxias etimológicas de todos aquellos que no piensan igual. Como lo mencioné en la primera conferencia, su capacidad para controlar percepciones está tambaleando. El hierro está caliente. ¡Es tiempo de golpear!

Pero ¿acaso he sido demasiado apresurado en descartar la definición de feminismo que ofrecen las feministas? Creo que sí. Incluso conceptos esencialmente refutados, como W. B. Gallie solía referirse a ellos, deben tener significados que son más grandes que la norma o, por el contrario, la comunicación al respecto de los mismos sería imposible. Es decir –existe algún tipo de consenso general sobre lo que quiere decir feminismo entre feministas y anti-feministas, ¡o no podríamos discutir sobre ello! Aún a pesar de las diferencias entre el punto de vista feminista y el nuestro, debe existir algún contenido compartido en cierto punto, o estaríamos hablando de cosas totalmente diferentes. Ellas podrían estar hablando del movimiento feminista, en tanto que yo podría estar hablando de adiestrar caballos, aunque ambos nos refiramos a nuestros respectivos temas como “feminismo” –pero no tendríamos mucho que decirnos el uno al otro si ese fuera el caso ¿verdad?

Entonces, plantearé lo siguiente como una definición universalmente aplicable de feminismo; es decir, dicha definición debería ajustarse a los criterios de todo el mundo respecto a lo que es feminismo, a pesar de las perspectivas diferentes que diferentes personas mantengan sobre su naturaleza. Es una definición apropiadamente limitada, puesto que sólo puede abarcar aquellas partes del feminismo que todas las definiciones tienen en común. Luego, aquí está: el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres.

Esa es, pues, la idea que todo el que discuta sobre feminismo tiene en común respecto al concepto, ya sea que lo apoyen, sea escépticos, o nihilistamente indiferentes. Ninguna feminista, creo yo, podría negar que ésta sea, como mínimo, la esencia del feminismo, aún si esa persona preferiría desmenuzarlo en más detalle. Pero eso no funcionará, porque más allá de esta estrecha inferencia, discrepamos el uno del otro. Para ser lo más objetivo posible, se debe tomar aquello en lo que todo el mundo esté de acuerdo, es decir nuestra definición universalmente aplicable.

Noten que no hay mención de igualdad. Esto se debe a que, como lo descubrí la semana pasada con ayuda de Nick Levinson, hay un número de feministas que, explícitamente, no buscan la igualdad sino la supremacía. Entonces, la igualdad no puede ser incluida en la definición universal de feminismo, puesto que incluso las feministas radicales mismas, algunas de ellas, lo rechazan. ¡Decir que el feminismo ‘tiene que ver con la igualdad’, equivaldría entonces a colocarse en oposición total a varias feministas extremadamente influyentes! ¡Y eso sería misógino!

Tampoco se puede decir del feminismo que sea el proyecto para incrementar el poder de las mujeres relativo a los hombres, puesto que, en opinión de este contra-feminista, las feministas a menudo se dan por satisfechas al incrementar el poder de las mujeres en un sentido absoluto. Es decir, su misión es agarrar todo lo que puedan para las mujeres, sin referencia al estatus del hombre. La frase ‘relativo a los hombres’ sólo sirve pues para insinuar que las mujeres no tienen poder en relación con los hombres en este momento, y así muestran el feminismo bajo una luz favorable. En realidad, una vez que las mujeres han alcanzado un poder que es igual o equivalente al de los hombres, las exigencias de las feministas no se detendrán. Veremos que el poder femenino se atrincherará, extenderá, y cuando sobrepase el poder masculino, será esto a lo que llamen ‘paridad’ y será ignorado por las feministas, al menos, cuando no se estén regodeando de esta nueva invalidez de los hombres.

Tampoco podemos incluir en nuestra definición universal las áreas específicas de la vida, o esferas, en las que aplica el proyecto feminista. Esto se debe a que el feminismo es inherentemente generalizador; busca dominar y colonizar cada una de las facetas de la vida en la que se encuentran hombres y mujeres. Apunta a la dominación en cada ámbito de la vida, real y potencial.

Puede que usted no esté de acuerdo con algunos de los puntos que he mencionado arriba, en particular si apoya el feminismo. Pero eso no cambia en nada nuestra definición universal, porque todo lo que podemos decir acerca de esos puntos es que son contenciosos. Es decir, feministas y no-feministas, que se han educado en lo que es feminismo, discrepan en cuanto a estos aspectos del feminismo, y sería simplemente tendencioso tomar uno u otro punto de vista por sentado. Sería como preguntarles únicamente a los jacobinos sobre los logros históricos del Club Jacobino, o encuestar sólo a los conservadores para que estos expliquen el liberalismo moderno. Sería un buen ejemplo de una metodología mediocre, y nos ayudaría muy poco en nuestra búsqueda de la verdad. ¿No es verdad? Entonces, nuestra definición universalmente aplicable no puede ser expandida más allá de lo que hemos establecido anteriormente: el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres.

No podemos ser influenciados por los tentativas feministas de negar lo tendencia generalizadora del feminismo. En sus intentos por ganar el debate sobre lo que es el feminismo, las feministas son famosas por sintetizar su propia ideología en fracción de su todo, y en presentar su apoyo –y su disentimiento– hacia la idea de pretender que el feminismo yace en un solo asunto. Les daré un ejemplo, en el que se verán confrontados por el Apelo a la Franquicia. Ustedes han dicho que no apoyan el feminismo. La siguiente jugada de su oponente feminista es reducir todo lo que tiene que ver con feminismo a obtener el derecho al voto para las mujeres –y por lo tanto insinuando que ustedes deben oponerse a ello puesto que se oponen al feminismo. Lo que ustedes deben hacer simplemente es recordarles a los espectadores que el feminismo se trata de más cosas que tan sólo ese tema en particular y que no puede ser reducido a un solo asunto como ella ha intentado hacerlo. Ustedes pueden decir abiertamente que apoyan ese tema –en este caso el voto– mientras que aún así mantienen su antipatía hacia el feminismo, que no se puede reducir tan sólo al derecho de las mujeres al voto.

Esencialmente, su conciencia está limpia, y ustedes son libres de etiquetarse como no-feministas –e incluso, como anti-feministas– sin la implicación de que por ello apoyen todo aquello a lo que el feminismo se opone.

Entonces, para recapitular: la única cosa en la que podremos ponernos de acuerdo es que el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres. Como lo habrán notado, las feministas van un poco más allá cuando hablan de lo que ellas creen que es el feminismo, y si se les pide de manera cortés, tendrán para ofrecer un montón de verdades a medias y ofuscaciones–aunque, recuerden, no es el trabajo de ellas educarnos sobre estas cosas.

Como tal, hay que dejarlas a ellas con sus acogedoras fantasías e ir más allá de la definición universal, llegar a una que tenga en cuenta las experiencias de los hombres del mundo de manera más precisa.

Aquí está entonces la definición que yo ofrezco: “el feminismo es la más reciente, y actualmente la más dominante, forma de Ginocentrismo. Es una ideología de víctimas que explícitamente defiende la idea de la supremacía femenina, en cada faceta de la vida en la que se encuentran hombres y mujeres; lo hace en concordancia con su tendencia generalizadora, y por ello lo hace en cada ámbito de la vida, incluyendo, pero extendiéndose más allá de, lo político, lo social, lo cultural, lo personal, lo emocional, lo sexual, lo espiritual, lo económico, lo gubernamental y lo legal. Por supremacía femenina me refiero a la noción de que las mujeres deberían poseer un estatus de superioridad, poder y protección relativo a los hombres. Es el paradigma cultural dominante en el mundo Occidental y más allá. Es moralmente indefensible, aunque sus seguidores se aseguren de que su hegemonía no tenga oposición a través de la dominación de instituciones sociales y el uso de la violencia de estado.”

En respuesta a la conferencia de la semana pasada, Primal ofreció su propia definición de feminismo, que no es igual que la mía, pero que sin duda es complementaria:

El feminismo de género es una ideología global construida sobre una serie de mentiras flagrantes. Como la primera superstición reverso-sexista de la era Posmoderna, establece los fundamentos de la supremacía sexual femenina en nombre de la equidad de ‘género’. Como otras fantasías utópicas mal concebidas, es totalitaria en esencia. Se forma de un brebaje de reliquias recicladas pero desacreditadas de la caneca de basura de la historia… reliquias como el Marxismo, el Romanticismo y el Clasismo. Sus proponentes orgullosamente destruyen estándares de escolaridad bien establecidos para forzar a otros a que tomen esa ideología en serio. Sus seguidores han se expandido como patógenos cancerígenos en instituciones autoritarias…donde sea que el poder es corrompido por razones políticas. Su filosofía es absurda, circular, y autocomplaciente. Como el fundamento moral principal para los grupos de odio prevalecientes que operan en nombre de los Derechos de las Mujeres alrededor del mundo, el feminismo de género es un dogma peligroso, y que no tiene espacio en el lenguaje civilizado.

Ambas definiciones son algo largas, aunque creo que es útil tener una declaración sobre aquello a lo que nos referimos exactamente con la palabra. Podría acortarse mucho más y presentarse de la siguiente manera: el feminismo equivale a la búsqueda de la supremacía femenina.

Que la versión corta sea más memorable es compensado por las implicaciones infortunadas según las cuales i) sólo las mujeres son feministas, y ii) todas las mujeres apoyan al feminismo. Ni la premisa i) ni la ii) son correctas. Tan sólo el cargo de tener como objetivo la supremacía es realmente suficiente para nuestros propósitos; deja mucho por decir respecto a lo que quiere decir búsqueda de supremacía, y a la tasa de éxito del feminismo hasta ahora. Para el propósito de abreviar, eso servirá, pero se debe recordar que es una reducción de definiciones más amplias como ya se resolvió aquí y en otros espacios.

Lo que puede ser más útil para nuestros propósitos de presentar nuestra perspectiva de lo que el feminismo es es una breve declaración de sus metas. El feminismo persigue esencialmente las siguientes metas:

(1) La expropiación de los recursos de los hombres hacia las mujeres.
(2) El castigo de los hombres.
(3) Incrementar (1) y (2) en términos de alcance e intensidad indefinidamente.

Me parece que esa definición tocará una fibra sensible en las feministas mismas –porque las golpea muy de cerca. Que los efectos reales del proyecto feminista hayan sin duda sido (1) y (2), y que éstos hayan aumentado en alcance e intensidad a lo largo de los años (3) es francamente irrefutable.

El tiempo ha mostrado lo que en verdad sucede cuando mujeres de pensamiento feminista ocupan las posiciones más poderosas en la sociedad, y es que los Derechos de los Hombres son sistemáticamente destrozados. Entre más poder tengan las feministas, más leyes serán creadas para lograr una mayor confiscación de la propiedad de los hombres y para intensificar las violaciones contra su libertad, integridad corporal, y sus vidas.

Pero hay esperanza. Puesto que son los actos, no las palabras, los que le hablaran a nuestros enemigos. Tengan un feliz fin de semana.

Adam

“Stang riding” as punishment for male victims of intimate partner violence

domestic violence DV woman commons

Stang riding, alternatively referred to as stanging, charivari, or riding the skimmington is a centuries-old practice intended to shame male victims of intimate partner violence by parading them through town on a wooden platform while enduring mockery and ridicule by onlookers. Essentially a vigilante justice action, the practice ceased by the earlier part of last century, or rather has been supplanted by more subtle forms of shaming male victims; ie. telling them to “man up” or by insinuating that a man must have done something wrong to “cause” his female partner to act violently.

From old newspaper reports in England we get clear evidence of the desire to shame those who rode the stang:

Stang riding – It has been asserted by an old writer that “Shame produceth reformation, where punishment faileth.” 1

“Riding the stang” was one of the few old customs still remaining by which the people of a particular place took the law into their own hands as an assumed right. It was formerly the tendency of the law that for minor offenses the culprits should be punished by some process that appealed to their sense of shame, such as that of the stocks or ducking stool, the pillory and so forth, and “riding the stang” was a popular way of acting on the same principle. 2

Stang riding was employed for married men and women transgressing social norms, including the norm that a man should defend himself when his wife perpetrated physical violence against him – i.e. If the man failed to defend himself he was forced to ride the stang, as described in the following English newspaper articles from the 1800s:

Stang Riding, or Riding the Skimmington, a mode of punishing certain delinquencies, or of ridiculing a man who allows his wife to beat him, [is] still followed in some parts of the country. It consists of making him ride a wooden horse in procession, with the accompaniment of much noise.3

__________________________

Stanging, or riding the stang, was a name by which a mode of punishment, at one time very popular, especially in the north of England, was known. It was resorted to in cases where, through the frailty or fault of either party, conjugal felicity had been violated. Sometimes the punishment was occasioned by a rustic swain having allowed his termagant wife to beat him; and this form of the custom has given rise to the slang word “stangey,” ie. a person under petticoat government.4

__________________________

In several parts of this country there was an old custom… believed to be of Saxon origin, prevailing, which was called Riding Stang. It occurred when a woman was known to have beaten her husband, and the mode of procedure was as follows:- the neighbours being assembled together, two men get into a cart and are drawn about by other men, when they beat an old tin can with a stick, a number of nonsensical lines are repeated, and the assembled multitude shout; and all this must be done in four neighbouring townships before the Stang Riding can be completed. Two men of the names Bent and Muddyman sometime ago came to reside at Hyde from a Stang Riding district, where they had not long been, before Bent got married, and Muddyman promised that when he [ie. Bent] allowed his wife to thrash him, he would give him the benefit of a Stang Ride. It was not long before Muddyman’s anticipations that Bent’s wife would thrash him were realized, and not forgetting his promise, a muster was made, and the ceremony was commenced on the evening of the 27th of July, when the plaintiff and Muddyman got into a cart, with a stick and a saucepan, with which they contrived to make some music, and the plaintiff repeated the following lines:-

Ran, dan, dan,
This you mun know by the sound of our can,
One of our neighbours has beat her good man;
Not for eating or drinking or feeding on souse,
But for spending two-pence in a neighbour’s house;
If he’ll be a good fellow and do so no more,
We won’t never sound our can at no neighbour’s door.

Muddyman, who was in the cart, and held one of the musical instruments, then made the following beautiful response:-

Tink of a kettle—tank of a pan,
This brassy-faced woman has beaten her man,
Neither with sword, dagger or knife,
But with an old shuttle she’d like to have taken his life.

The can was then again tinkled, and the shout having been set up, the cart was drawn to the townships of Godley and Haughton, the crowd accompanying it, where the same ceremony was performed, and the cavalcade returned in perfectly good order, through Hyde, toward another township, it being necessary that they should visit four.5

__________________________

The stang is of Saxon origin, and is practiced in Lancashire, Cumberland, and Westmoreland, for the purpose of exposing a kind of gynocracy, or, the wife wearing the gallskins. When it is known (which it generally is) that the wife falls out with her spouse, and beats him right well, the people of the town or village produce a ladder, and instantly repair to his house, where one of the partly is powdered with flour–face blackened–cocked hat placed upon his cranium–white sheet thrown over his shoulders–is seated astride the ladder–with his back where his face should be–they hoist him upon men’s shoulders–and in his hands he carries and long brush, tongs, and poker. A sort of mock proclamation is then made in doggerel verse at the door of all the ale-houses in the parish, or wapentake, as follows:

It is neither for your sake nor my sake
That I ride the stang;
But it is for Nancy Thomson,
Who did her husband hang.
But if I hear tell that she doth rebel,
Or him complain, with fife and drum
Then we will come,
And ride the stang again.
With a ran tan tang,
And a ran tan tan tang,” &c.6

Notice the man in the latter example is forced to carry a “long brush, tongs, and poker,” household objects usually attended by women, perhaps as an attempt to feminize and portray him as unmanly. One is reminded here of the centuries old Henpecked Club which held annual street processions of battered men carrying women’s household utensils, which symbolized their humility and humiliation.

Stanging as a method of shaming abused men took many forms, differing from town to town and from incident to incident. However one thing these rituals had in common was the attempt to shame male victims of domestic violence. While this history is readily available in newspaper and other archives, today’s historians of sociology have avoided any publishing or commentary on the material, hence this article to raise awareness of what we might aptly refer to as his-tory.

Sources:

[1] Chester Chronicle – Friday 28 May, 1813
[2] Cork Examiner – Monday 28 August, 1865
[3] Salisbury and Winchester Journal – Saturday 27 September, 1856
[4] Kent and Sussex Courier – Friday 13 August, 1880
[5] Chester Chronicle – Friday 27 April, 1827
[6] Lancashire Mirror – 18 January, 1829

See also:

Riding the Donkey Backwards: Men as the Unacceptable Victims of Marital Violence
Fire-poker princesses: a snapshot of female violence in nineteenth-century England
The Henpecked Club – a 200 year fellowship of abused husbands
A random selection of nineteenth century newspaper articles referencing stanging

Le blasme des femmes: Misogyny in the myth of patriarchy

By Douglas Galbi

Waterhouse decameron Wikipedia commons

Le blasme des femmes (The culpability of women) is medieval vernacular literature of men’s sexed protest. It’s scarcely understood or tolerated today. Many persons now believe that men ruling in patriarchy have brutally oppressed their wives, mothers, daughters and all other women throughout history. Belief in patriarchy and men’s brutality toward women has to explain away the literature of men’s sexed protest. Why have some men cried out about the abuse, deceptions, and betrayals that they felt men suffer from women?

A man cannot withstand her guile
Once she has picked him for her wile;
Her will to power will prevail,
She vanquishes most any male.

Woman lives in constant anger,
Do I even dare harangue her? [1]

Patriarchy myth-makers dismiss men’s sexed protests as misogyny. While ruling over women, exploiting women, and controlling women as their own personal property, men complained bitterly about women simply because men hate women, according to the now dominant mythic view of men. Hate is a word for mobilizing social repression. Calling men’s sexed protest misogyny socially justifies repressing it.

A man who slanders women
Is a man I must condemn,
For a courtier whom one respects
Would never malign the opposite sex. [2]

As master narratives, patriarchy and misogyny are social obfuscation. The lives of men and women have always been intimately intertwined in successfully reproducing societies. Those aren’t plausible circumstances for absolute, hierarchical rule and hatred of the other. Men’s sexed protest doesn’t indicate misogyny. Patriarchy has no significance to most men. Men’s sexed protest, and the social suppression of it, reflect men’s social subordination and women’s social dominance.

I would tell it clearly,
But all truths are not good to say. [3]

Today men are incarcerated for doing nothing more than having consensual sex and being too poor to fulfill their obligations of forced financial fatherhood. Through state-institutionalized undue influence, misrepresentations, and mis-service, forced financial fatherhood is imposed on many men without regard for the biological truth of paternity. Men face massive discrimination in child custody decisions, the criminalization of men’s sexuality is ever-expanding, the vastly disproportionate violence against men attracts no public concern, and men continued to be sex-selected for disposal in military service. Why aren’t more men protesting the privileges of women relative to men?

Therefore each man ought to honor
And value women above all. [4]

When men protest the sex-based injustices they suffer, gynocentric society generates quarrels about women, apologies for women, and defenses of women. Men’s servitude to women is deeply entrenched in European culture. Men historically have tended to understand their worth as persons in terms of defending women and children, and in providing resources to women and children. Women are superior to men in social communication. Women are the decision-makers for a large majority of consumer spending. In many high-income countries, women also make up the majority of voters by a larger margin than that which commonly decides major elections. Myths of patriarchy and misogyny work to keep men in their socially subordinate place.

There’s no clerk so shrewd,
Nor any other so worthy,
Who would want to blame women
Nor argue anything against them,
Unless he be of base lineage.
Because of this, they say nothing but good. [5]

Are women equally to blame for the evil done to men? The current dominant view is that the injustices done to men are all men’s fault. Blame patriarchy for the highly disproportionate suicides of men. Blame patriarchy for the highly disproportionate incarceration of men. Blame “toxic masculinity” for men’s suffering. But don’t blame women. Say nothing but good about women.

Sweet friend, be assured
That he will be cursed by God
Who, with evil and empty words,
Speaks dishonor or contempt to women. [6]

Le blasme des femmes is necessary for true democratic equality.[7] Women and men, whose lives have always been intimately intertwined, are equally responsible for injustices against women and men.

Notes:

[1] Le blasme des femmes {The culpability of women} ll. 113-6, 142-3, from Anglo-Norman French trans. Fiero, Pfeffer & Allain (1989) pp. 127, 129. Le blasme des femmes appears to have been composed for oral recitation. Manuscripts of it exist with many variations. Fiero, Pfeffer & Allain (1989)’s version is based on the manuscript Cambridge, University Library, Gg I.i, f. 627r. Text dated 1272-1310. Id. pp. 15-6. Another version of Le blasme des femmes exists in the Harley 2253 Manuscript, Art. 77.

The Cambridge manuscript of Le blasme des femmes concludes with five lines of Latin verse. The last line:

uxorem duxi quod semper postea luxi
{Now, ever since I took a wife,
Calamity has marred my life.}

Id. pp. 130-1. The concluding Latin verse has the leonine rhyme that Matheolus used in his seminal work of men’s sexed protest.

Medieval literature of men’s sexed protest was much less prominent and influential than medieval literature of courtly love. Courtly love literature abased men and pedestalized women.

[2] Le bien des fames {The good of women} ll. 1-4, from Francien French trans. Fiero, Pfeffer & Allain (1989) p. 107. Text dated 1272-1310. For the source text word courtois I’ve used “courtier” rather than “chap.”

[3] La contenance des fames {The ways of women} ll. 170-1, from Francien French trans. Fiero, Pfeffer & Allain (1989) pp. 97, 104 (literal translation version). Text dated 1272-1310. The source text:

Cleremont le deviseroie,
Mais touz voirz ne sont bonds a dire.

Above I’ve added the explicit translation “but” for mais.

[4] Le dit des femmes {The song on women) ll. 65-6, MS Harley 2253, Art. 76, from Anglo-Norman French trans. Fein (2014).

[5] Le dit des femmes {The song on women) ll. 51-6, MS Harley 2253, Art. 76, from Anglo-Norman French trans. Fein (2014).

[6] ABC a femmes {ABC of Women} ll. 276-9, MS Harley 2253, Art. 8, from Anglo-Norman French trans. Fein (2014).

[7] Fiero, Pfeffer & Allain (1989) p. xi explains:

The greater space given to the anti-female material in our discussions reflects the misogynic tradition that prevailed in medieval times and subtly persists into our own age. Since, according to Webster’s dictionary definition, the word feminist refers to one who advocates the political, economic, and social equality of the sexes or generally defends the rights and interests of women, we have avoided the words pro-feminist and anti-feminist, preferring instead pro- and anti-female.

The subtle incoherence of Webster’s alternate definitions of feminist seems to have eluded these scholars. The underlying social problem is far from subtle. On the term antifeminist, see my Matheolus post, note [7].

[image] Front page of Pravda (Moscow, USSR) newspaper, 18 November, 1940. It features a photo of Soviet Commissar M.B. Molotov and Adolf Hitler meeting in Berlin. Thanks to Wikimedia Commons.

References:

Fein, Susanna, ed. with David B. Raybin, and Jan M. Ziolkowski, trans. 2014. The complete Harley 2253 Manuscript (vol. 1, vol. 2, vol. 3). Medieval Institute Publications, Western Michigan University. Kalamazoo, Michigan.

Fiero, Gloria, Wendy Pfeffer, and Mathé Allain. 1989. Three medieval views of women: La contenance des fames, Le bien des fames, Le blasme des fames. New Haven, Conn: Yale University Press.

Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License

Ulrich von Liechtenstein’s servitude to women

By Gouglas Galbi

representation of knight Ulrich von Liechtenstein in Frauendienst

In Frauendienst (Service of Ladies), written in German about 1250, the knight Ulrich von Liechtenstein describes mis-education, delusion, and suffering. Poets and wise men, the teachers of that time, urged Ulrich to subordinate himself to a woman. Ulrich recalled:

This I heard the wise men say:
none can be happy, none can stay
contented in this world but he
who loves and with such loyalty
a noble woman that he’d die
if it would save her from a sigh.
For thus all men have loved who gain
the honor others can’t obtain. [1]

Men’s lives are thus valued lower than a woman’s sigh. Only a very brave man would dare to reject that honor. Ulrich sought it:

“I’ll give my body, all my mind
and life itself to womankind
and serve them all the best I can.
And when I grow to be a man
I’ll always be their loyal thane:
though I succeed or serve in vain
I’ll not despair and never part
from them,” thus spoke my childish heart.

Whoever spoke of women’s praise
I followed, just to hear each phrase,
for it would make my heart so light
and fill me with true delight.
I heard from many a learned tongue
their excellence and honor sung;
they praised one here and praised one there,
they praised the ladies everywhere. [2]

This is the sort of literature that gave rise to Hitler. If children were to read Theophrastus’s Golden Book rather than Dr. Theophrastus Seuss’s One Fish, Two Fish, Red Fish, Blue Fish, they would recognize that praise of ladies is a funny thing.[3] Or at least they would develop a sense of humor lacking today.

Ulrich pledged servitude to a lady. He engaged his aunt to plead his love suit. The lady replied to the aunt:

That he excels I’ll take your word
(although it’s more than I have heard)
in every virtue, every skill,
yet for a woman it must still
prevent a close relationship
to see his most unsightly lip.
You must forgive my saying so:
it isn’t pretty, as you know. [4]

The lady rejected Ulrich for his cleft lip. Oblivious to the lady’s cruelty, he underwent a painful operation to have his cleft lip joined. Critical post-structuralists and ananavelist scholars have determined that the lady’s rejection of Ulrich on the grounds of his cleft lip figures and problematizes the prevalence of male genital mutilation in medieval European Christian culture. More to the point, Ulrich served a heartless lady.

Ulrich enacted his loving devotion to his lady in various ridiculous ways. In one joust, he damaged a finger. After his lady expressed doubt about the seriousness of his wound, he had his finger cut off. He sent the cut-off finger to his lady along with a poem praising her. She responded to his messenger with a message of scorn:

Go back and tell him my regret;
he’d serve the ladies better yet,
were it not that his hand is shy
a finger. Tell him too that I
shall always keep the finger near,
buried in my dresser here,
that I shall see it every day,
and that I mean just what I say.

Tell him from me now, courtly youth:
I’ll keep the finger — not, in truth,
because my heart at last is moved
so that his prospects are improved
by a single hair. Make sure he hears
this: should he serve a thousand years,
the service I would always scorn.
By my constancy I’ve sworn.

Ulrich was delighted. He thought that his lady continually viewing his amputated appendage was a sign that she loved him. But women preoccupied with amputation of men’s appendages do not truly love men.[5]

Ulrich sought to please his lady by pretending to be a woman. He dressed himself as a woman, called himself Lady Venus, and traveled around Europe participating in dangerous jousting tournaments. He was wounded in the chest and took at least one lance blow to the head. While Ulrich was in a bathtub bathing a wound, an admirer showered him in rose petals.[6] Bodily wounds to men aren’t socially understood to bleed real blood.

One day, Ulrich’s lady summoned him to appear before her in secret. She told him to appear in rags like a leper. Ulrich raced to his lady to fulfill her summons. He donned rags and ate with lepers outside his lady’s castle. His lady forced him to sleep outside the castle overnight in the rough, in the rain. The next morning he was instructed to wait until the evening. That evening, as instructed, he laid in hiding outside the castle. The castle warden making rounds took a long piss on him. After more misadventures, he was finally pulled up with a bedsheet onto the castle balcony.[7] Ulrich then declared to his lady:

Lady, grant me grace.

Lady, you’re my chief delight,
may I be favored in your sight,
may your compassion take my part.
Consider the longing of my heart
which constant love for you inspired.
Consider that I have not desired
a thing more beautiful than you,
a lovelier I never knew.

You’re dearer far than all that I
have ever seen. If I could lie
with you tonight then I’d possess
all that I’ve dreamed of happiness.
My life will gain by your assent
a lofty spirit and content
more and more until it ends.
It’s you on whom my joy depends.

That’s a courtly speech by a man drenched in piss. Ulrich obviously hadn’t learned from Ovid. His lady refused to lie with him.

Exploiting Ulrich’s inferiority in guile, his lady got rid of him with deceptive hand-holding. She explained that she would do his will if he would re-enact his entrance and give her the opportunity to greet him as a lover. That meant for him to get on the bedsheet and be lowered down slightly, and then brought up again. Ulrich rightly was suspicious that she would let him down and never pull him up again. She offered to hold his hand as a good-faith guarantee. Ulrich agreed:

Though worried, I then took my seat
inside the tightly knotted sheet.
They let me down a little ways
to where they were supposed to raise
me up. My sweet continued slyly,
“God knows, I never thought so highly
of any noble in the land
as of the knight that holds my hand.

“My friend,” she spoke, “be welcome so.
We both are freed from care and woe
and I can now invite you in.”
While speaking thus, she raised my chin
and said, “Dear one, give me a kiss.”
I was so overjoyed with this
I let her hand go free and I
quite soon had cause to grieve thereby.

They dropped Ulrich down and pulled the sheet back up over the wall. Ulrich was in deep despair. If not for his comrade’s intervention, he would have drowned himself in a dark lake.

Ulrich von Liechtenstein’s Service of Ladies is far more than a playful game. Like the thirteenth-century Old French nouvelle The Three Knights and the Chainse, Service of Ladies represents the social construction of male disposability. Men will not achieve gender equality until men reject a life of service to ladies.[8]

Notes:

[1] Ulrich von Liechtenstein, Frauendienst (Service of Ladies) s. 9, trans. Thomas (1969) p. 52. Ulrich’s book is now commonly recognized to be fictional rather than autobiographical. Ulrich von Liechtenstein was historically a knight in thirteenth-century Germanic lands.

[2] Id. ss. 11, 13.

[3] Dr. Theophrastus Seuss’s One Fish, Two Fish, Red Fish, Blue Fish declares, “From there to here, from here to there, funny things are everywhere.”

[4] Frauendienst, s. 80, trans. Thomas (1969). Subsequent quotes are from id. ss. 453-4, {1198, 1205-6}, 1267-8. The aunt acts as the old woman go-between common in medieval Iberian literature.

[5] On pre-occupation with castration, see the discussion of the serranas stories in Libro de buen amor, note [8] and comparative criticism of the Old French works, Fisherman of Pont-sur-Seine and Lecheor.

[6] Frauendienst, ss. 733-5.

[7] Stories of Virgil and Hippocrates being suspended in a basket from a women’s window are part of the literature of men’s sexed protests. The summons for the secret meeting is ss. 1114-5; sleeping in the rain, 1168-70; getting pissed on, s. 1189.

[8] Classen (2004) emphasizes the theatrical, ludic element of Frauendienst. But Frauendienst, like Pamphilus, has significance extending all the way to scholarly life today. For example, a recent scholarly analysis of Frauendienst centered on the pleasures of ridiculing masculinity:

Ulrich’s lady openly mocks her male suitor, ridiculing his masculinity. What pleasures does such mockery offer to male and female audiences?

Perfetti (2003) p. 129. As scholarly work, id. could be regarded as a joke. But it’s wide-ranging effects are apparent.

[image] Ulrich von Liechenstein, painting on folio 237r, Cod. Pal. germ. 848, Große Heidelberger Liederhandschrift (Codex Manesse). Zürich, ca. 1300 bis ca. 1340,

References:

Classen, Albrecht. 2004. “Moriz, Tristan, and Ulrich as Master Disguise Artists: Deconstruction and Reenactment of Courtliness in Moriz von Crau?n, Tristan als Mo?nch, and Ulrich von Liechtenstein’s Frauendienst.” The Journal of English and Germanic Philology. 103 (4): 475-504.

Perfetti, Lisa. 2003. “‘With them she had her playful game’ The Performance of Gender and Genre in Ulrich von Lichtenstein’s Frauendienst.” Ch. 4 in Women & laughter in medieval comic literature. Ann Arbor: University of Michigan Press.

Thomas, J. W., trans. 1969. Ulrich von Liechtenstein’s Service of ladies. Translated in condensed form into English verse with an introduction to the poet and the work. Chapel Hill: University of North Carolina Press.

Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License

Pleasure-seeking vs. relationships

Friends in night club

Pleasure-seeking and relationships are the two most powerful forces informing societies, families and the inner life of individuals – and they are often pitted against each other, with one dominating at the expense of the other.

Pleasure-seeking as a philosophical enterprise has been around since at least the ancient Greek philosopher Epicurus, and was more fully elaborated in the writings of Sigmund Freud whose “pleasure principle” lays at the base of all psychoanalytic theory; “What decides the purpose of life,” writes Freud, “is simply the programme of the pleasure principle.”1

For Freud the human libido is a pleasure seeking force, and his popularization of this idea gave the project of global capitalism part of its internal rationale: every individual is an appetite ruthlessly seeking pleasure, a non-stop consumer. The majority of societies and economies around the world are now reliant on this principle in order to perpetuate themselves.

According to Freud, the pleasure principle is:

– backed by instinctual drive
– selfish
– ruthless
– narcissistic
– focused on the individual above relationships

After 100 years of promoting the importance of the pleasure principle, indeed over-promoting it, today we have become devotees at its shrine, promoting ideas like these:

– narcissism
– sense of entitlement
– pick up artistry
– rampant consumerism
– commodification of interpersonal relationships

How are we feeling about all that pleasure – are we enjoying it yet or are we sick of it? Do you want to dial up the hedonism some more, or do you want to join me in questioning the premise?

Despite capitalism’s incestuous relationship with the pleasure-principle, a behavior it does more to perpetuate than merely serve, early psychoanalysts began to see problems with it. The problem was not with the idea that humans are pleasure seekers, but that the idea had been afforded far more importance in human behavior than it deserved – there were other more important factors to human being that had been given short shrift.

Like relationships.

Early psychoanalyst Ronald Fairbairn was amongst the first to write about the importance of relationships over pleasure seeking. In 1944 Fairbairn explained the impasse with Freud’s theory as follows;

In a previous paper (1941) I attempted to formulate a new version of the libido theory and to outline the general features which a systematic psychopathology based upon this re-formulation would appear to assume. The basic conception which I advanced on that occasion, and to which I still adhere, is to the effect that libido is primarily object-seeking (rather than pleasure-seeking, as in the classic theory), and that it is to disturbances in the object-relationships of the developing ego that we must look for the ultimate origin of all psychopathological conditions. This conception seems to me not only to be closer in accord with psychological facts and clinical data than that embodied in Freud’s original libido theory, but also to represent a logical outcome of the present stage of psychoanalytical thought and a necessary step in the further development of psychoanalytical theory… 2

This revolution in psychoanalytic thinking launched the school of Object Relations psychology, with the word ‘Object’ standing for real people we enter into relationships with. Object Relations psychology is based more on attachment theory than on the pleasure principle. In a nutshell this school, which superseded psychoanalysis, is described as:

Object relations is based on the theory that the primary motivational factors in one’s life are based on human relationships, rather than sexual or aggressive triggers. Object relations is a variation of psychoanalytic theory and diverges from Freud’s belief that we are pleasure seeking beings; instead it suggests that humans seek relationships.3

Has the mental health industry caught up? Yes, I’m pleased to say that portions of the industry have not only caught up, they are driving the research on attachment forward. Other sections of the industry, however, especially those on the front line of offering services, continue to devote undue importance to pleasure-seeking through the advocacy of self-actualization and ‘me and my wants.’

The problems of gynocentrism and treating of men as utilities will not be addressed until we look at how these things are used to generate pleasure. One reason we have stalled in relativizing the pleasure-principle and affirming the findings of attachment science, is that it’s obviously not in the current society’s interest to do so. To catch up and look in the mirror is to die – the whole goddam system collapses – our beliefs, our customs, our financial systems.

But look at it we must, both collectively and individually if we wish to promote mental health.

Do we really need more shopping, drugs, stimulation, sex and food? Frankly many men are done… they’ve had enough food and sex to last 20 lifetimes. They don’t need more pick-up techniques, they don’t need more research fads focusing on sexual drives a-la-Freud, and they certainly don’t need to consume more – they’ve consumed quite enough, thank you.

If we insist on believing the pleasure principle is paramount, that it is our most pressing genetic imperative, along with the belief that “all men want is sex” that so many men find annoying, then our only escape is to follow a sick, nihilistic version of retreat from the world. How else to escape the call of pleasure? Our western culture’s devotion to the pleasure principle leaves it stuck in its own insoluble loop, like a snake devouring itself and not realizing that the tail it is eating is its own.

I say western culture because there are whispers of an alternative in other cultures that, alas are also being corrupted for the newfangled focus on the pleasure principle that drives the mighty dollar. I have listened to people from various Asian countries – Cambodia, China, Thailand – who talk of valuing their relationships and families somewhat more than their own pleasure-seeking ambitions. Watch how they eat together, having several dishes of food on the table that they all share, not everyman for his own narcissistic pleasure. I have also heard some Asians ask, perplexed, why women wear skimpy clothes in winter, not knowing that our cultures are all about inviting consumption and commodification of every person in order to feed each others’ predatory pleasures.

None of this is to deny the pleasure principle and its powerful pull on men’s lives. But pleasure quickly becomes hedonism without relationship to temper it, and it leads not to a meaningful life but to emptiness and nihilism where ‘opting out’ is the only alternative response – a response that looks more like a sickness than a cure.

Now what does all this mean to the wellbeing of men? In short, everything. Getting these two vital aspects of human nature in balance is not only the secret to psychological health, but our lives may literally depend on it. Regaining that balance can start with paying more attention to our relationship needs and less to pleasure – more to the girl-next-door and less to the girl with the exaggerated cleavage, boob jobs, and love bombs.

Moreover, the problem does not stop at intimate adult relations, and applies to family as well. If every family member is chasing his or her own pleasures, they are more likely than ever to spin off in their own directions like atoms rapping in a void – there’s no glue holding the unit together, no relationship – and custody battles, selfishness and estrangement are the inevitable result: Me and my pleasures first.

To be sure, regular relationships also afford experiences of pleasure or contentment, albeit of lower intensity than the pleasure-seeking described by Freud. Another distinguishing feature is that relationships don’t involve the use of people in the same ruthless manner as does the pleasure principle – ie. not the same as we experience when devouring food or having sex. Relationship is more concerned with situating oneself in a context and gaining emotional satisfactions from that – from belonging, from being-with-others, as contrasted with using objects to satisfy appetite. A second distinguishing feature of intimate relationships is that the individual has concern for the objects of his attachment – whereas the pleasure-seeking appetite has no concern over its use of people nor its destruction of same.

Jungian analyst Robert A. Johnson writes about the two impulses as two kinds of “love.” He calls the pleasure-seeking impulse romantic love, and the relationship-seeking version human love. Here is his description of the two;

Many years ago a wise friend gave me a name for human love. She called it “stirring-the-oatmeal” love. She was right: Within this phrase, if we will humble ourselves enough to look, is the very essence of what human love is, and it shows us the principal differences between human love and romance. Stirring the oatmeal is a humble act-not exciting or thrilling. But it symbolizes a relatedness that brings love down to earth. It represents a willingness to share ordinary human life, to find meaning in the simple, unromantic tasks: earning a living, living within a budget, putting out the garbage, feeding the baby in the middle of the night. To “stir the oatmeal” means to find the relatedness, the value, even the beauty, in simple and ordinary things, not to eternally demand a cosmic drama, an entertainment, or an extraordinary intensity in everything. Like the rice hulling of the Zen monks, the spinning wheel of Gandhi, the tent making of Saint Paul, it represents the discovery of the sacred in the midst of the humble and ordinary.

Jung once said that feeling is a matter of the small. And in human love, we can see that it is true. The real relatedness between two people is experienced in the small tasks they do together: the quiet conversation when the day’s upheavals are at rest, the soft word of understanding, the daily companionship, the encouragement offered in a difficult moment, the small gift when least expected, the spontaneous gesture of love. When a couple are genuinely related to each other, they are willing to enter into the whole spectrum of human life together. They transform even the unexciting, difficult, and mundane things into a joyful and fulfilling component of life. By contrast, romantic love can only last so long as a couple are “high” on one another, so long as the money lasts and the entertainments are exciting. “Stirring the oatmeal” means that two people take their love off the airy level of exciting fantasy and convert it into earthy, practical immediacy. Love is content to do many things that ego is bored with. Love is willing to work with the other person’s moods and unreasonableness.

Love is willing to fix breakfast and balance the checkbook. Love is willing to do these “oatmeal” things of life because it is related to a person, not a projection. Human love sees another person as an individual and makes an individualized relationship to him or her.4

I attempted to outline the importance of relational attachments in a past article Sex and Attachment and another sketching a way to build relationships that avoid some of the predatory themes at the heart of Western gynocentrism, entitled Love and friendship. Hopefully these provide some discussion points, but more important is asking of the initial question: are we ready to interrogate the pleasure-principle as the foundation of our society?

References:

[1] Sigmund Freud, Civilization, Society and Religion (PFL 12) p. 263 (1991)
[2] Ronald Fairbairn, Psychoanalytic Studies of the Personality pp. 82-83 (1952)
[3] Object Relations, definition from GoodTherapy.org (August 2015)
[4] Robert A. Johnson, We: Understanding the Psychology of Romantic Love, p. 195 (1983)

Feminism

 

FEMINISM

Below is a selection of articles showing the feminist project as a continuation of the longer gynocentric tradition to which it belongs. The underlying thesis of the articles is summarized in this passage by Adam Kostakis:

Feminism is only the modern packaging of Gynocentrism, an ancient product, made possible in its present form by the extensive public welfare arrangements of the post-war period. In spite of its radical rhetoric, the content of feminism, or one could say, its essence, is remarkably traditional; so traditional, in fact, that its core ideas are simply taken for granted, as unquestioned and unquestionable dogma, enjoying uniform assent across the political spectrum. Feminism is distinguishable only because it takes a certain traditional idea – the deference of men to women – to an unsustainable extreme. Political extremism, a product of modernity, shall fittingly put an end to the traditional idea itself; that is, in the aftermath of its astounding, all-singing, all-dancing final act.

The traditional idea under discussion is male sacrifice for the benefit of women, which we term Gynocentrism. This is the historical norm, and it was the way of the world long before anything called ‘feminism’ made itself known. There is an enormous amount of continuity between the chivalric class code which arose in the Middle Ages and modern feminism, for instance. That the two are distinguishable is clear enough, but the latter is simply a progressive extension of the former over several centuries, having retained its essence over a long period of transition. One could say that they are the same entity, which now exists in a more mature form – certainly, we are not dealing with two separate creatures.

Selection of articles:

La Querelle des Femmes
Ernest B. Bax on “Chivalry feminism”
Feminism: the same old gynocentric story
Gynocentrism and its Discontents
Feminism: gynocentric or egalitarian?
Feminism, sex-differences and chivalry
Nathanson and Young on gynocentric feminism
Gynocentrism, humanism and The Patriarchy™
Offering a concise definition of feminism
Gynocentrism 2.0, compassion, and choice
Damseling, chivalry and courtly love in modern feminism
Book review of ‘Governance Feminism: An Introduction’
Mythologies of The Men’s Rights And Feminist Movements
Hera, Ancient Greek Goddess of Feminism
Tradwives, Modwives and Feminists
A New Aristocracy
Women of color feminists vs. white feminist tears
White Supremacy: A Euphemism For White Women Worship