Teoría del Ginocentrismo (Conferencias 1-4)

Teoría del Ginocentrismo

Las conferencias seminales que se encuentran a continuación fueron pronunciadas en 2011 por Adam Kostakis:
Greek goddess

1. Mirando hacia afuera desde el abismo

Conferencia Nº 1

“Me encanta una oposición que tenga convicciones” –Federico el Grande

La Batalla de los Sexos ha degenerado en una Guerra Sucia, y nosotros, cada uno de nosotros, estamos siendo reclutados en ella por fuerzas a las que no les importa ni una pizca la igualdad o la ecuanimidad.

La Propaganda, como una herramienta de control, sólo es efectiva en tanto que la visión del mundo que presenta concuerde con la percepción del mundo que el público que se desea capturar con esa propaganda experimente en el día a día. Entre más amplio es el vacío entre el mundo que se percibe y la representación propagandística del mundo, menos efectiva –y por lo tanto menos útil– se vuelve eventualmente la propaganda. Hemos alcanzado un punto crítico en el que las mujeres están rechazando cada vez más el feminismo por considerarlo irrelevante o inaplicable a sus vidas, pues el mundo que describe la ortodoxia feminista no parece existir en el planeta Tierra. Al mismo tiempo, nos estamos acercando al zénit del control feminista sobre el mundo habitado, que combina la represión estatal con el tribalismo de género, y ambas fuerzas se intensifican exponencialmente mientras se usan mutuamente como palanca para seguir y seguir subiendo.

Esto me recuerda un antiguo acertijo que hace la pregunta, ‘¿qué tan alto se puede escalar una montaña?’ La respuesta es ‘hasta la cima,’ porque una vez que se alcanza la cúspide, el único camino posible es hacia abajo. El Feminismo ya no tiene ningún obstáculo; el control total está al alcance de la mano, y por total, me refiero a que será totalitarista. La carta de víctima ha servido como un pase de entrada por la puerta de atrás del estado y las instituciones supranacionales. Ahora que tienen poder sobre los hombres, las feministas han restablecido los principios del Manifiesto Scum de Valerie Solanas, declarando –con un lenguaje que evoca claramente la Solución Final– que pronto seremos testigos de El Fin de los Hombres. La ‘guerra de los sexos’ no se está enfriando en tanto las mujeres se acercan a (o en algunos casos, sobrepasan) la igualdad con los hombres –se está calentando. Las feministas no sólo están incitando el odio hacia los hombres públicamente y se están saliendo con la suya; están usando sus puestos en el gobierno, en la academia, en comités de expertos y en los medios para hacer realidad sus violentas fantasías, abogando por la renuncia de los derechos humanos básicos de los hombres.

Para tomar un ejemplo reciente, la Secretaria de Estado de la nación más poderosa del mundo declaró hace poco que una unidad internacional móvil de persecución será establecida para apuntarle, específicamente, a hombres alrededor del mundo. O para tomar otro ejemplo reciente, una destacada feminista ha sugerido que ciertos principios legales diseñados para proteger ciudadanos inocentes de persecución o encarcelamiento injustos, que datan de la firma de la Carta Magna, deberían retirárselos a los hombres. Los hombres son sujetos al régimen arbitrario de las mujeres en la India, enfrentándose a severas penalidades por haber causado la más mínima ofensa, aun involuntariamente.

Nada de esto cuadra con el cliché de las ‘mujeres como víctimas’, el cual ha sido muy útil para que las feministas llegaran a este punto. No obstante, el feminismo está firmemente afianzado y en control de los mecanismos que ostentan el monopolio del poder físico, ya sea legítimo o no. Difícilmente queda alguna fuerza que haga algún contrapeso. Occidente ha encontrado su nueva Misión imperial para reemplazar al Cristianismo Global: el culto forzado a las mujeres. Y mientras cualquier voz disidente es inmediata y violentamente silenciada, las feministas son libres de radicalizar su agenda anti-masculina hasta el punto de náusea moral, y de desencadenar sobre el mundo todo tipo de atrocidades vengativas.

Pues ya ven ustedes, cuando la propaganda deja de ser una herramienta efectiva de control, quien quiera controlar simplemente encontrará otras formas de hacerlo. El control del estado –el monopolio de la fuerza física– es el medio que las feministas han buscado. Pero a diferencia de la propaganda, que manipula la mente, el control estatal sólo brutaliza el cuerpo. El poder de quien controla siempre yace eventualmente sobre la resistencia de los controlados, y por lo tanto el consentimiento debe ser fabricado. El Imperio Romano no duró quinientos años ejerciendo la fuerza bruta, sino con el apoyo masivo; el Emperador era glorificado como una deidad mortal, e incluso en las aldeas más pequeñas de su reino se erigían voluntariamente estatuas y altares en su honor. Por demasiado tiempo han estado los hombres prosternados ante el altar de las mujeres, y es tentador creer que esta sumisión psicológica no cederá incluso ante la opresión física o la exterminación –que los hombres marcharán hacia su muerte como corderos expiatorios, esperando ganarse el favor de las mujeres con sus últimas acciones serviles. Pero las proclamaciones que hacen referencia al Fin de los Hombres pueden resultar tan vacías como aquellas que se hicieron hace casi veinte años con respecto al Fin de la Historia. El así-llamado Choque de Civilizaciones que siguió llevó a su autor a refutar su propia posición. Deberíamos ser optimistas con respecto a que un verdadero Choque de los Sexos terminará pronto con las feministas humilladas y admitiendo su derrota.

En tanto el feminismo crece más y más poderoso, y comienza a darse cuenta de sus ambiciones radicales, simultáneamente extenuará su capacidad para fabricar consentimiento. Aquellas ilusiones caballerescas que aseguran el consentimiento de los hombres, y sobre las que en últimas yace el feminismo –‘las mujeres como víctimas’, y otras– serán más difíciles de mantener con el tiempo. Entre más fuerza sea utilizada contra los hombres para someter e inhibir sus vidas, más descontento empezará a cultivarse entre ellos. La burbuja de la misandria debe estallar en cualquier momento, y con cada ejemplo de exageración, que pone a hombres inocentes en el papel de criminales y sometidos a castigos humillantes y despiadados, una nueva grieta aparece en el muro, otro paso hacia el día en el que toda esa odiosa edificación colapse bajo su propio peso –y, crucialmente, bajo el nuestro.

Nuestra tarea es, entonces, doble: primero, abrir el camino para apresurar el colapso del feminismo.

Segundo (y complementario al primero): diseñar las armas ideológicas para ayudar a prevenir un resurgimiento feminista después de que éste colapse.

Ambas metas requieren, no fuerza, sino su propia propaganda. Siendo como son las cosas, esto no requiere que distorsionemos la verdad. Por el contrario, debemos, en la mayor parte, exponer aquellas verdades que otros han distorsionado; revelando los hechos a una audiencia más amplia que aún no los ha recibido, de manera diligente y sin remordimientos. Como un notable activista en el campo lo puso recientemente, no se necesita atacar feministas –todo lo que se tiene que hacer es citarlas. Simplemente, el exponer el odio feminista a la luz desinfectante del mundo podría ser suficiente para cambiar la marea –razón por la cual enormes cantidades de energía se utilizan para informar mal, descreditar, neutralizar y obscurecer a los argumentos y defensores de la oposición.

Una estrategia clave para el logro de nuestra tarea fue anunciada en una conferencia en Abril de 2010 en la forma de Estudios Masculinos, una nueva disciplina que ya está enfrentando la hostilidad del mundo académico que desde hace mucho tiempo ha sido un bastión del feminismo radical. Que este dedo en la llaga, esta espina en el costado de la uniformidad académica pueda provocar semejante indignación como lo ha hecho no debería ser una sorpresa. He aquí una selección de los temas que el programa de Estudios Masculinos de propone abarcar:

Los factores socioeconómicos que llevan a la predominancia masculina en el sistema de justicia criminal, subempleo y oportunidades limitadas como padres, que resultan de los cambios en la ley de custodia infantil (economía, medicina forense, derecho, política pública);

Representaciones misándricas de niños y hombres adultos en los medios y en la publicidad (estudios de medios incluyendo cine, televisión e internet, y publicidad);

Testimonios de la experiencia de ser hombre (historia, literatura, autobiografía);

Asuntos urgentes relacionados con el bienestar emocional de niños y adultos mayores, notablemente la depresión y el suicidio (psicología clínica, medicina y psiquiatría, trabajo social).

Friedrich Nietzsche, en el siglo XIX, advirtió que si uno mira dentro del abismo demasiado tiempo, uno se dará cuenta que el abismo devuelve la mirada. Debe ser profundamente alarmante para las feministas despertar una mañana y encontrar que otra gente las está deconstruyendo a ellas, que se ha puesto como misión en la vida exponer y corregir las ofensas feministas.

Esta parece ser la respuesta de la respuesta abusiva del sector feminista a la idea de que los hombres discutan ideas de sexo y sexismo sin la supervisión de las mujeres. No importa lo que las feministas piensen sobre los Estudios Masculinos, porque las feministas no son el público que esta disciplina pretende captar; su éxito no depende de la aprobación feminista, un hecho con el que les será difícil reconciliarse. En cualquier caso, aún si lanzaran una campaña organizada para impedir que los hombres discutan sus experiencias a través del foro de la academia, las feministas son incapaces de evitar que esto suceda en alguna parte. El verdadero escollo hoy en día para las dictadoras en potencia es que vivimos en una Era de la Información. Es difícil controlar el flujo de información cuando la época misma en la que vivimos está definida por ello. Entonces, tengamos estas discusiones ahora mismo –mientras la gente pueda utilizar Internet para congregarse y decir lo que piensa, nada puede detenernos. Tengamos estas discusiones en un millón de lugares, en el mundo real –porque si lo hombres no hubieran hablado de sus experiencias, como hombres, entonces no estaríamos anhelando el comienzo de los Estudios Masculinos en el futuro cercano.

Ya hay un gran número de sitios de internet dedicados a asuntos relacionados con los Derechos de los Hombres; ciertamente, éstos parecen haber proliferado en los últimos años, ¡brotando en todas partes como deliciosos hongos! Para la mayoría de estos blogs, su contenido no necesita un tema unificador más grande que la oposición al feminismo. Dada la activa y creciente red de gente interesada en el estatus de los hombres actualmente, ha sido posible ampliar los límites un poco más allá. Este blog tiene como objetivo alentar la cristalización intelectual de lo que llamamos el Movimiento por los Derechos de los Hombres, al llevar a cabo un análisis atento en un amplio espectro de temas. Este sitio web está dedicado a la elucidación de la Teoría del Ginocentrismo.

¿Qué es la Teoría del Ginocentrismo? Para ponerlo de manera sencilla, es un sistema que explica las relaciones sociales entre los sexos. Reemplaza a la Teoría del Patriarcado, la piedra angular del pensamiento feminista. Ahora memética, la Teoría del Patriarcado ha demostrado ser una herramienta excelente para negarles a los hombres sus derechos, incluyendo sus derechos más básicos a la dignidad y a la integridad corporal, con la pretensión de que todos los hombres son opresores (o al menos, aliados con hombres opresivos de quienes obtienen beneficios) y que todas las mujeres son víctimas del poder masculino. La Teoría del Ginocentrismo es la articulación de muchos años de esfuerzo por parte de varios pensadores en el ámbito de los Derechos de los Hombres para describir una visión de mundo que refleje de una manera mucho más precisa las experiencias de los hombres –y de muchas mujeres también. En contraste con el tribalismo simplista y que no acepta matices de la Teoría del Patriarcado, la Teoría del Ginocentrismo no equipara la realización masculina con la celebración del poder tiránico sobre las mujeres. La Teoría del Ginocentrismo no acepta que los hombres actúen en bloque de poder. Por el contrario, la Teoría del Ginocentrismo expone la divergencia entre estadísticas demográficas e intereses; fundamentalmente, que mientras un pequeño número de hombres pueden ser los que tienen el poder social y político, esto no quiere decir en lo absoluto que lo hacen para el beneficio de todos los hombres; y que de hecho, más a menudo, lo hacen para el beneficio de la mayoría de las mujeres y en detrimento de la mayoría de los hombres. La Teoría del Ginocentrismo defiende la idea de que el poder sea entendido como multifacético, y que esa norma históricamente ha sido una cuestión de atraer, y proteger, a las mujeres.

Lo anterior, sin duda, confundirá a aquellos que asumen que el poder en todos los niveles puede ser identificado de acuerdo a la forma de los genitales de aquellos que toman las decisiones importantes –independientemente de lo que decidan.

Cualquier otra cosa está más allá del alcance de esta conferencia introductoria. Y así, continuaremos con este hilo de ideas la próxima semana. Las conferencias se ofrecen los sábados, y estudiantes de todas partes del mundo están invitados a asistir –o a ponerse al día en su propio tiempo si así lo desean. Habrá discusiones inmediatamente después de las conferencias. A diferencia de la mayoría de los blogs feministas, cuyas autoras se asemejan a su mentora Mary Daly en negarles sistemáticamente a los hombres su derecho a hablar, todo el mundo será bienvenido para hablar aquí, aunque se justificarán expulsiones en caso de que alguien publique material obsceno o información personal. Prefiero que las feministas sean requisadas a que se les niegue la entrada, pero el destino de aquellos trolls que sean verdaderamente persistentes estará a mi discreción.

Les deseo a todos un día de reflexión, y los veré pronto.

Antes de lo que piensan.

Adam Kostakis

* * *

2. La Misma Vieja Historia Ginocéntrica

Conferencia Nº 2

Mis lectores deben entender que las preocupaciones que aborda la Teoría Ginocéntrica no se limitan al feminismo. El feminismo aún es relativamente nuevo en la escena, mientras que el Ginocentrismo ha estado presente desde que se tiene registro. El Movimiento de los Derechos de los Hombres busca abordar problemas asociados con el feminismo, pero no limita su atención a estos problemas. Muchos de ellos empezaron antes de la emergencia del feminismo como tal en los últimos años del siglo XIX, aunque se hayan expandido y exacerbado desde entonces. El feminismo no es más que el empaque moderno del Ginocentrismo, un producto antiguo, que ha sido posible en su forma presente gracias a las extensas políticas de asistencia social en el periodo de la posguerra.

A pesar de su retórica radical, el contenido del feminismo o, se podría decir, su esencia, es extraordinariamente tradicional; tan tradicional de hecho, que sus ideas claves se toman por sentado, como dogmas indiscutidos e incuestionables, que disfrutan del consentimiento uniforme a lo largo del espectro político. El feminismo es distinguible sólo porque toma cierta idea tradicional –la deferencia de los hombres hacia las mujeres– a un extremo insostenible. El extremismo político, producto de la modernidad, pondrá fin, adecuadamente, a esa idea tradicional; es decir, como secuela de su sorprendente, espectacular acto final.

Permítanme aclarar. La idea tradicional que se está discutiendo es el sacrifico masculino para el beneficio de las mujeres, el cual denominamos Ginocentrismo. Esta es la norma histórica, y ha sido la manera en que se mueve el mundo mucho antes de que algo llamado ‘feminismo’ se diera a conocer. Hay una enorme cantidad de continuidad entre el código de la clase caballeresca que surgió en la Edad Media y el feminismo moderno, por ejemplo. El hecho de que los dos sean diferenciables es bastante claro, pero el último es simplemente una extensión progresiva del otro a lo largo de muchos siglos, habiendo retenido su esencia después de un largo periodo de transición. Uno podría decir que son la misma entidad, que ahora existe en una forma más madura –ciertamente no estamos lidiando con dos creaturas distintas. Tomemos cualquiera de los grandes imperios que barrieron el mundo –el Romano, el Otomano, el Español, el Británico– y encontraremos que el Ginocentrismo es la orden del día. Esas extensas empresas geopolíticas, testamentos históricos del triunfo del hombre sobre la tierra y el mar, fueron construidas y mantenidas por hombres perfectamente acostumbrados a la idea de morir por el bien de sus mujeres. Es una idea que ha sobrevivido a cualquier otra, y perdura hoy en día en nuestro Imperio Americano. Que los hombres deban sacrificarse a sí mismos totalmente –su misma esencia, su ser y su identidad, para salvar a mujeres que ni siquiera conocen– está claramente encapsulado en aquella frase popular, ‘mujeres y niños primero’.

(Y si le ponemos especial cuidado, nos daremos cuenta de que nunca se dice ‘niños y mujeres primero’. ¡Tan sólo pensarlo así es absurdo! La razón es que lo que en realidad se quiere decir con esa frase es ‘mujeres primero, niños segundo.’)

La resistencia de estos códigos sociales y de clase no se debe en lo absoluto al control totalitario. Incluso cuando se llevan a cabo sangrientas revueltas en contra de monarcas tiranos y élites de terratenientes, los hombres que aspiran al poder dejan el código Ginocéntrico intacto. El sacrificio de los hombres es una constante sexual que ha sobrevivido a todos los cambios de régimen. El Ginocentrismo, parece, traía ciertos beneficios a los hombres; en los tiempos de paz, un hombre podía tener asegurado una estructura familiar estable y así como la paternidad de los niños que ayudaba a criar. En todo caso, lo que se le ofrecía a los hombres era compensatorio. Durante la mayor parte de la historia, los hombres aparentemente consideraban que esta compensación era suficientemente razonable –o quizás el Ginocentrismo estaba tan arraigado que simplemente no lo consideraban siquiera. A través de sus acciones, ellos reafirmaban (y renovaban) el Ginocentrismo, y ya sea que fuera llamado honor, nobleza, caballerosidad, o feminismo, su esencia no ha cambiado. Sigue siendo un deber peculiarmente masculino ayudar a las mujeres a subirse a los botes salvavidas, mientras los hombres se enfrentan a una muerte helada y segura.

Es sólo hasta ahora, con los desarrollos sociales y políticos del siglo XX que han abierto una brecha entre los sexos, que el tipo de pensamientos que se encuentran en este blog pueden emerger. La modernidad tardía nos provee nuevos recursos conceptuales –nuevas maneras de pensar, que datan de la Ilustración de los siglos XVII y XVIII. El feminismo eventualmente reptó fuera de este crisol intelectual, una vengativa mezcla del Ginocentrismo clásico, el fetichismo por las víctimas, utopismo radical y presuposiciones liberales.

Sería una simplificación excesiva decir que las feministas se proponen obtener ganancias. Por el contrario, ellas exigen pérdidas y ganancias por igual. Lo que ellas querían era ganar los derechos de los hombres, pero perder sus responsabilidades tradicionales como mujeres. Esto, parecía, pondría a las mujeres en una posición social igual a la de los hombres. Era un argumento enraizado en las tendencias liberales del individualismo, la igualdad cívica y la auto-definición. En la retórica, si no en la realidad, el feminismo asevera sus puntos coincidentes con los aspectos más admirables del liberalismo tradicional: igualdad ante la ley, la renuncia a la regla arbitraria, entre otros. Otorgar derechos a las mujeres parecía, lógicamente, ser la fase sucesiva de la liberación humana después de otorgar derechos a todos los hombres.

Se asumió –qué tontos fuimos– que una vez que se les otorgaran derechos iguales, las mujeres adoptarían voluntariamente las responsabilidades que acompañaban a esos derechos, responsabilidades con las que los hombres siempre habían cumplido. Pero esto no sucedió. Las feministas estaban felices de obtener los derechos de los hombres y de perder las responsabilidades que tenían como mujeres, pero se horrorizaban ante la mera sugerencia de que deberían adoptar las responsabilidades de los hombres como consecuencia. En vez de que hombres y mujeres compartieran las cargas del mundo, lo que obtuvimos fue la Campaña de la Pluma Blanca:

Esta campaña empezó en los primeros días de la Primera Guerra Mundial en Gran Bretaña, en la que se alentaba a las mujeres a ponerles plumas blancas a aquellos hombres jóvenes que no llevaran uniforme. Lo que se esperaba era que esta marca de cobardía los avergonzara lo suficiente como para que ‘hicieran su parte’ en la guerra. Esta práctica pronto llegó a Canadá, donde mujeres patrióticas, como respuesta al declive en las cifras de reclutamiento voluntario, organizaban comités que expedían plumas blancas a los hombres en ropa de civil y denunciaban públicamente a los ‘holgazanes’ y a los ‘flojos’.

Sin duda vale la pena resaltar que muchas de estas mujeres eran sufragistas; y por lo tanto, incluso cuando hacían campaña para obtener derechos iguales a los hombres, utilizaban la misma herramienta para asegurarse de que los hombres, y sólo los hombres, cumplieran con las obligaciones tradicionalmente masculinas. En particular el deber de dar sus vidas, sólo porque eran hombres, por el bien de las mujeres. Cualesquiera que hubieran sido las desventajas que las mujeres sufrían en esa época, seguro que no hay chantaje más grande que la muerte.

Mucho ha cambiado desde la Primera Guerra Mundial, y el proyecto feminista de holgazanear y evadir las responsabilidades de las mujeres mientras obtenían su licencia para actuar como les viniera en gana ha encontrado un amplio éxito. Y es precisamente esta situación la que nos lleva a hacernos ciertas preguntas, que son posibles gracias a los recursos conceptuales que hemos heredado de la Ilustración: ¿qué pasa si un hombre no quiere vivir de esta manera? ¿Por qué habría un hombre de continuar cumpliendo o desempeñando sus obligaciones tradicionales cuando las mujeres no están a la altura de las suyas, pero tampoco están dispuestas a adoptar las responsabilidades que corresponden a sus derechos en este momento? Las preguntas surgen. ¿Estaban equivocados los hombres todo este tiempo al sacrificarse por el bien de las mujeres? ¿Deberíamos, de hecho, no tener ninguna obligación en lo absoluto para con las mujeres?

La razón por la cual el Movimiento de los Derechos de los Hombres despierta tanta hostilidad, tanto de la derecha como de la izquierda, es que es el primer intento verdadero en la historia en el que un sexo trata de escapar de su papel tradicional. El feminismo no hace nada de esto; es la consolidación del poder que las mujeres ya tenían. El Movimiento de los Derechos de los Hombres hoy en día va más allá de simplemente denunciar a las feministas por sus crímenes. Sus partidarios trabajan en el análisis histórico y el criticismo social, y con el beneficio de dos siglos y medio de imaginación e innovación que se desprenden de la Ilustración, pueden concebir un mundo en el que los hombres, por primera vez en la historia, no necesitan sacrificarse por las mujeres.

Este es sin duda el futuro, y es una reacción inevitable en contra –y al mismo tiempo, una consecuencia accidental– del feminismo mismo. En otros tiempos, cuando los hombres podían pedir una compensación por su sacrificio, aceptaban que así funcionaba el mundo. En la ausencia de dicha compensación, y con las tuercas apretando cada vez más a los hombres en cada ámbito de la vida, éstos son incitados a cuestionar la medida arbitraria, y a formular su propio proyecto de liberación en respuesta.

Mi declaración de más arriba –que el extremismo político, producto de la modernidad, pondrá fin a la idea tradicional– debería ser claro en este punto. El feminismo, que es una forma extrema de Ginocentrismo, pondrá fin a éste totalmente a través de la reacción que aquel crea. Llevamos ya cincuenta años en el tremendo acto final: una gran representación orquestal, una exhibición teatral que hace un uso sin precedentes de sonido y luz para crear ilusiones y confusión. Pero si el mundo es en verdad un escenario, entonces todos los hombres y las mujeres son actores –con papeles que hemos escogido nosotros mismos, y ahora con la libertad de arrojar a un lado los guiones que nos entregaron y crear una nueva historia en el lugar de la vieja.

Y cuando la cortina caiga finalmente, realmente creo que no habrá repeticiones.

Adam

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3. Refutando el Recurrir al Diccionario

Conferencia Nº 3

“¿Te has molestado en buscar la definición de feminismo en el diccionario? Quiere decir igualdad entre los sexos. No tiene nada que ver con odiar a los hombres. Esto es muy sencillo, y lo sabrías si realmente lo hubieras buscado –Diva

Después del resumen de la semana pasada respecto al Ginocentrismo antes y ahora, yo propongo que hay un hilo conductor de adoración a las mujeres, y que además une los conceptos tradicionales de masculinidad –históricamente expresados en los que podríamos llamar ‘patriarcado’– y el feminismo, que se ha apoderado del estado y de las instituciones supranacionales, y se dispone a desencadenar la persecución explícita de los hombres.

Es posible que tome más que tan sólo estas conferencias antes de que el concepto anterior sea totalmente elucidado, pero lo menciono aquí con dos propósitos. El primero es un recordatorio de la referencia al hilo conductor que toca todas estas reflexiones: que el ginocentrismo ha estado con nosotros por un largo, largo tiempo, y que sólo ha cambiado de forma mas no de contenido. Este es el punto crucial de la Teoría del Ginocentrismo, y es el enfoque limitado que utilizo para analizar un amplio espectro de temas.

El segundo es cambiar la discusión hacia el feminismo. Existe el peligro de tomar la Teoría del Ginocentrismo como una minimización de los efectos del feminismo, considerando que no es más que la versión más moderna de un fenómeno que existe hace muchos siglos. Por otro lado, sin embargo, es la forma más activa de Ginocentrismo con la que debemos lidiar actualmente; es el enemigo, y es el tremendo y espectacular acto final en ese respecto, un fenómeno que vale la pena estudiar por aparte.

¡Más vale malo conocido! Se dice que es mejor conocer a tu enemigo, pero las feministas son muy eficaces en obscurecer sus intenciones, sus acciones, su historia, y su afición por utilizar la Erística. Entre el humo y los espejos, se puede escuchar un coro de voces estridentes provenientes de todas partes proclamando “¡no es nuestro trabajo educarte sobre el feminismo!”

Está bien –entonces tendremos que investigar por nosotros mismos, escarbar en busca de gemas de conocimiento, y procurar nuestros propios juicios respecto a qué es feminismo. Y como las mismas feministas han rechazado su papel como educadoras, las conclusiones a las que lleguemos no requerirán su autorización. Si no es su trabajo educarnos sobre el feminismo, entonces difícilmente podría ser el trabajo de cualquier otra persona que no seamos nosotros mismos ¿verdad? Y sin embargo, extrañamente, cuando salimos en la búsqueda de ese conocimiento por nuestra cuenta, ellas objetan vehementemente todo lo que encontramos, como si después de todo si tuvieran el papel de educadoras. Se ha sugerido repetidas veces que tal vez deberíamos mirar el diccionario.

Esta es una solicitud espuria, en particular porque no hay tal cosa como ‘el diccionario’. En su lugar hay más bien diccionarios (plural). Recurrir al Diccionario es un argumento utilizado por gente que, para ponerlo de manera franca, no es muy brillante. Esa gente aparentemente cree que el lenguaje es una variedad finita de palabras, cada una con su definición única y objetiva, y cuyo juez final es El Diccionario.

En el mundo real, el lenguaje fluctúa y además es corruptible. Es una colección de significados, designada por términos – pero el cómo éstos están configurados está determinado por los caprichos del tiempo y el lugar. Y muy a menudo la gente no está de acuerdo respecto a cómo son, o deberían ser, los términos designados a los significados – ¡y cómo los significados son, o deberían ser, designados a los términos!

La sola existencia de terminología impugnada, entonces, parece refutar el argumento de Recurrir al Diccionario. Cada vez que surjan disputas sobre la definición o el uso de un término, esto es un indicativo de que tenemos múltiples significados (o ideas, o conceptos, si así lo prefieren) apiñados bajo la misma palabra. Para ponerlo de otra forma: hay varias cosas, pero a todas ellas se les asigna la misma palabra. Una configuración dada de términos a significados podría beneficiar a cierta gente, pero ser perjudicial para otra.

Tomemos un ejemplo – a veces, la afirmación según la cual el feminismo apoya a las mujeres a hacer acusaciones falsas de violaciones ha sido refutada por la referencia del manifestado apoyo de las feministas por la igualdad sexual. “El feminismo”, diría una feminista, “se trata de la igualdad sexual, y de nada más.”

Y sin embargo, las acusaciones falsas todavía suceden – así como la complicidad feminista en hacerlas. Este tema solamente ha sido privado de reconocimiento en el lenguaje. La feminista ha ocultado expertamente la complicidad del feminismo en hacer acusaciones falsas de violación al encubrir la ideología con la máscara de “igualdad sexual, y nada más.” Si aceptamos su argumento de que el feminismo sólo se refiere al apoyo en lo relacionado con la igualdad sexual, entonces ya no tendremos términos con los cuales discutir o entender las acusaciones de violación falsas, más allá de verlas como una serie de incidentes aislados. Sin duda, no podríamos considerar las acusaciones de violación falsas en su contexto específico, que es parte de un sistema de control y persecución. El fenómeno de las acusaciones de violación falsas ciertamente no se explica por lo que entendemos como “igualdad sexual”, y como el feminismo no es otra cosa, entonces quedamos sin recursos lingüísticos con los cuales hablar sobre ello de manera significativa; nos hemos quedado sin palabras. En pocas palabras, tenemos una cosa que existe, pero la cual no puede ser designada por ninguna palabra. ¿Cómo podemos entonces llamar la atención sobre ese tema, o criticarlo, u oponerse a él?

Tomemos otro ejemplo. Una feminista puede crear una partición falsa en el problema de los Derechos de los Padres, al definirlo de tal manera que la culpabilidad feminista es ignorada. Ella podría, por ejemplo, decir que “el patriarcado tiene la culpa por el trato desigual que se les da a los padres”. Una vez más, ella ha controlado el lenguaje – los significados se dividen entre términos, o se comprimen en uno solo, ¡y el resultado intencional es que la parte culpable evita ser llamada a rendir cuentas!

Ahora, ustedes podrían pensar –“¿por qué importa esto? Una feminista podría decir esto y lo otro, pero yo no le creo; mi propia experiencia me dice que no es cierto, y es poco probable que ella me engañe con lo que dice.”

Todo eso está muy bien. Pero hay gente que si será engañada por lo que ella diga – incluyendo aquellos que tienen el poder físico, muy real, de enviarte a la cárcel, destruirte, o aislarte de aquellos que amas. Las feministas no sólo le están diciendo esto a gente como tú o yo – sus sandeces sale a borbotones en todas las direcciones, como el petróleo cuando sale de una tubería reventada, fluyendo hacia cualquier persona que esté dispuesta a escuchar, y especialmente aquellos que pueden “hacer algo al respecto”. Su mensaje se transmite de manera clara y más ruidosa que una catarata, ya sea que quieras oír o no – y todo su proyecto depende de la repetición implacable de una docena de mantras, y de clavar sus sentimientos en el inconsciente colectivo. ¡Esta es la razón por la cual ellas parlotean incesantemente, repitiendo típicamente frases aprendidas como células subordinadas en un enjambre! Lo hacen porque funciona – al menos, hasta que alguien se ponga de pie y señale que el Emperador está desnudo.

Y entonces, ¡se desata todo un pandemonio!

Era necesario extenderse en este punto, porque debemos darnos cuenta de que el lenguaje político nunca es neutral, y las implicaciones siempre están ocultas en una configuración de ideas y términos. El papel de los Defensores de los Derechos de los Hombres es evaluar críticamente el uso feminista del lenguaje, y determinar dónde sería útil separar varias ideas que se refieren a un mismo término, o comprimir varios términos en uno solo. Nunca debemos responder a un argumento feminista sin antes mirar críticamente los términos que se utilizan para manifestarlo. Para ponerlo en lenguaje de Juego, ¡debemos “controlar el marco”!

El argumento de Recurrir al Diccionario puede ser descartado brevemente. Los diccionarios oficiales representan la posición de la clase dominante. El feminismo, como está de moda, es definido oficialmente de la manera como a sus seguidores les gustaría que el mundo viera el feminismo; no está definido de una forma que describe, o rinde cuenta por, la totalidad del proyecto. Aquello que sucedió, y aún sucede, pero que no refleja la opinión de la clase dominante, es simplemente ignorado. Definir al feminismo como

La defensa de los derechos de la mujer en términos de la igualdad política, social y económica con respecto al hombre…

es echar a un lado gran parte de su desagradable historia – y negarles a los escépticos los recursos para un análisis lingüístico e histórico no oficial del término. Esta vieja revisión de la página de Wikipedia de ‘Feminismo e Igualdad’ contiene bastante material que disputa la definición sin matices del diccionario, aunque la página misma ha sido presa de las mismas fuerzas que buscan delimitar las oportunidades lingüísticas de sus críticos. Afortunadamente, Wikipedia guarda los archivos de las versiones antiguas de sus artículos, así que los esfuerzos de Nick Levinson de exponer el tenor explícitamente anti-masculino de varias obras feministas no se ha perdido. ¡Manos a la obra!

Jill Johnston, en ‘Lesbian Nation’ [Nación Lesbiana], exigía a los hombres eliminar las cualidades que mantenían como hombres. “El hombre está desfasado con la naturaleza. La naturaleza es mujer. El hombre es el intruso. El hombre que se vuelve a sintonizar con la naturaleza es el hombre que se de-masculiniza a sí mismo y se elimina a sí mismo como hombre […] Una pequeña pero significativa cantidad de mujeres enojadas e históricamente orientadas comprenden la revolución de la mujer en el sentido visionario de un fin de la catastrófica hermandad y un regreso a la antigua gloria y sabia ecuanimidad de los matriarcados.”

Mary Daly, in Gyn/Ecology, escribió a favor de revertir el poder entre los sexos […] “Como una cristalización creativa del movimiento más allá del estado de la Parálisis Patriarcal, este libro es un acto de Desposeimiento; y por lo tanto, en un sentido más allá de las limitaciones de la etiqueta anti-masculina, es absolutamente Anti-androcrata, Sorprendentemente Anti-masculina, Furiosa y Finalmente Femenina.”

“¿Necesitan las mujeres tierra y un ejército…; o un gobierno feminista en el exilio…? O es acaso más simple: la cama le pertenece a la mujer; la casa le pertenece a la mujer; cualquier tierra le pertenece a la mujer; si un amigo íntimo hombre es violento, es retirado del lugar donde ella tiene el derecho superior e inviolable, arrestado, sin posibilidad de libertad condicional, y procesado…¿Podrían las mujeres poner un alto precio a nuestra sangre? –Andrea Dworkin

Phyllis Chesler, en ‘Women and Madness’ [Mujeres y Locura], hace uso de la historia matriarcal, la mitología Amazona, y de la psicología y, con alguna ambivalencia respecto a apoyarse en la biología únicamente como justificación, argumenta que siempre ha esta ha estado en proceso una guerra de los sexos y que las mujeres se beneficiarían de usar sus poderes para ser las únicas con poder político para producir una sociedad desigual en la que los hombres viven pero son relativamente desvalidos, aun si una sociedad así no es más justa que un patriarcado, e hizo un llamado a las feministas de dominar las instituciones públicas en interés propio. “La sociedad Amazona, como mitología, historia, y pesadilla masculina universal, representa una cultura en la que las mujeres imperan culturalmente debido a su sexo […] En la sociedad Amazona, sólo los hombres, cuando se les permitía quedarse, eran, en grados ampliamente diferentes, desvalidos y oprimidos […] si las mujeres toman sus cuerpos seriamente –e idealmente deberíamos hacerlo– entonces a su expresión total, en términos de placer, maternidad, y fuerza física, le irá mejor cuando las mujeres controlen los medios de producción y reproducción. Desde este punto de vista, simplemente no conviene a las mujeres apoyar el patriarcado o incluso una imaginaria ‘igualdad’ con los hombres.”

Una organización que se llamaba Las Feministas estaba interesada en el matriarcado. Dos miembros querían “la restauración del régimen femenino”.

A menos de que la organización y los libros mencionados no existan, estamos obligados a concluir que el feminismo no puede haber sido solamente sobre la defensa de los derechos de la mujer en términos de igualdad con el hombre. Como mínimo, lo que debemos decir es que algunas feministas puede que hayan apoyado la igualdad, en tanto que otras feministas hayan ignorado la igualdad y hayan apoyado abiertamente la superioridad femenina. Y tampoco puede ese último grupo ser reducido a un puñado de lunáticas marginadas. Como lo señala Nick Levinson (para el disgusto de las moderadoras feministas), se vendieron dos millones y medio de copias del libro de Phyllis Chesler, Mujeres y Locura.

Esa es una gran cantidad de odio.

Y una gran cantidad de energía se invierte en esconder bajo la alfombra este tipo de cosas, por parte de aquellos que se han dado cuenta de qué tan perjudicial puede ser la honestidad para su caso. Las feministas modernas son mucho más disciplinadas retóricamente que sus directas antecesoras, y han concluido que los planes impopulares no pueden ser puestos en marcha si se discuten abiertamente. La disciplina retórica añade una nueva capa de subterfugios a todos eso que se ha dicho respecto a designarle términos a las ideas. No será suficiente solamente con mirar lo que ellas han dicho; debemos observar cuidadosamente lo que hacen. ¿Y acaso no hay recomendaciones de las hechas arriba que se hayan hecho verdad gracias a las acciones de las feministas? ¿No sucede ahora acaso que hombres acusados de violencia son retirados de sus casas en las que la mujer tiene el derecho superior e inviolable, como lo deseaba Andrea Dworkin? ¿Acaso las feministas no han dominado las instituciones públicas en beneficio propio como lo proponía Phyllis Chesler? Como nos lo dice la Teoría del Ginocentrismo, las mujeres ya tenían un “alto precio en su sangre” –mucho más alto que el de los hombres, en casi cualquier punto de la historia. Este simple hecho es la razón por la cual era posible lograr las prescripciones de las feministas radicales en primer lugar –y marginalizar sin ningún esfuerzo a los disidentes.

No obstante, los tiempos cambian. Las clases dominantes se vuelcan, y las palabras son oficialmente redefinidas. Si la definición nueva de una palabra resulta más precisa, entonces ésta debió haber existido por algún tiempo, no oficialmente, antes de que se revisara el significado de esa palabra. Algunas veces, la clase dominante debe cambiar antes de que los términos se pongan al día. El diccionario se queda rezagado detrás de la definición, porque la clase dominante está atrapada en el barro. Yo predigo que, en la medida en que nos acercamos a la masa crítica de oposición al feminismo, y poco antes de su colapso, podremos ver algunas concesiones en la forma en que las definiciones alternativas del término empiezan a ser aceptadas.

Adam

* * *

4. Latín Cerdo

Conferencia Nº 4

Para recapitular la conferencia de la semana pasada: Los Defensores de los Derechos de los Hombres no deberían temer el jugar con las palabras; replantear el debate; reestructurar los usos lingüísticos convencionales como sea que nos parezca apropiado. No temamos hacer de todo ello un juego. Usemos las palabras –y los significados que elegimos atribuirles– para burlarse, humillar, y confundir a nuestro enemigos. He aquí un buen ejemplo –utiliza la fraseología feminista típica, pero con una diferencia importante:

No todos los patriarcas son así. Yo soy un patriarca –y orgulloso de serlo– pero eso no quiere decir que yo, personalmente, sea responsable de lo que los otros patriarcas hacen, en especial no esos patriarcas radicales. Pero el patriarcado no es un monolito. No hay un solo tipo de patriarcado. Hay muchos tipos de patriarcas diferentes con puntos de vista diferentes.

Noten que definirse a sí mismos como patriarcas no necesariamente implica que nos definamos a nosotros mismos como las feministas creen que los patriarcas deberían ser. Las feministas no son jueces lingüísticos; nosotros somos totalmente libres de llamarnos a nosotros mismos patriarcas utilizando nuestra propia definición del término, que puede o no coincidir hasta cierto punto con la definición que ellas tienen de la misma palabra. No obstante, sea cual sea el caso, sin lugar dudas no necesitamos explicar cuáles cualidades poseemos nosotros que, en opinión nuestra, nos hace patriarcales. Sin embargo, al anunciar que se es un patriarca, uno puede notar cómo las feministas intentan manipularlo para que uno le dé una forma definida a su tipo de patriarcado; ellas ya tienen en su mente dicha forma, por lo que la tarea que tienen es lograr que uno reconozca que la que uno tiene es la misma. Ella dirá algo emotivo como, “oh ¿entonces usted cree que los hombres simplemente deberían ser capaces de violar mujeres con impunidad?”

Nuestra respuesta inicial, desde luego, será un ceño fruncido. Entonces diremos, “por supuesto que no pienso así. Y sin embargo yo soy, sin lugar a dudas, un patriarca.”

En este ejemplo, uno puede definir patriarcado como uno quiera; al haber decidido con antelación que el feminismo no es confiable, uno ha descartado del todo cualquier noción de lo que el patriarcado es. Uno podría incluso, si así lo desea, definirse como un patriarca en base al hecho de que uno apoya la igualdad entre hombres y mujeres. Si, ese tipo de juego de palabras las fastidiará bastante, porque el feminismo depende de una configuración peculiar de palabras y significados, lo que no puede ser circunnavegado sin señalar primero que hay una amenaza a la base de poder del feminismo.

¿Les parece que la sugerencia anterior es algo ridícula? Pues bien, no puedo más que referirlos al ejemplo real de un movimiento social, cuyo éxito ha dependido, en su mayor parte, de este tipo de habilidad para la manipulación lingüística. Estoy hablando, por supuesto, del feminismo, cuyos proponentes han hecho carrera en reestructurar percepciones de la realidad a través de la redefinición de las palabras. Pero esta arma está disponible para todos aquellos que han sido marginalizados; es la clase dominante la que debe defender su ortodoxia, ¡no los marginados! Y aunque las feministas alguna vez hicieron un muy buen uso de esta estrategia en el campo de batalla lingüístico, se ha convertido en un punto vulnerable para ellas, ahora que son parte del sistema, en lugar de luchar contra él. En este momento¸ verán ustedes, ellas deben consolidar sus ganancias; ellas deben conservar lo que han creado; y por lo tanto, están a la defensiva, protegiendo sus ortodoxias etimológicas de todos aquellos que no piensan igual. Como lo mencioné en la primera conferencia, su capacidad para controlar percepciones está tambaleando. El hierro está caliente. ¡Es tiempo de golpear!

Pero ¿acaso he sido demasiado apresurado en descartar la definición de feminismo que ofrecen las feministas? Creo que sí. Incluso conceptos esencialmente refutados, como W. B. Gallie solía referirse a ellos, deben tener significados que son más grandes que la norma o, por el contrario, la comunicación al respecto de los mismos sería imposible. Es decir –existe algún tipo de consenso general sobre lo que quiere decir feminismo entre feministas y anti-feministas, ¡o no podríamos discutir sobre ello! Aún a pesar de las diferencias entre el punto de vista feminista y el nuestro, debe existir algún contenido compartido en cierto punto, o estaríamos hablando de cosas totalmente diferentes. Ellas podrían estar hablando del movimiento feminista, en tanto que yo podría estar hablando de adiestrar caballos, aunque ambos nos refiramos a nuestros respectivos temas como “feminismo” –pero no tendríamos mucho que decirnos el uno al otro si ese fuera el caso ¿verdad?

Entonces, plantearé lo siguiente como una definición universalmente aplicable de feminismo; es decir, dicha definición debería ajustarse a los criterios de todo el mundo respecto a lo que es feminismo, a pesar de las perspectivas diferentes que diferentes personas mantengan sobre su naturaleza. Es una definición apropiadamente limitada, puesto que sólo puede abarcar aquellas partes del feminismo que todas las definiciones tienen en común. Luego, aquí está: el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres.

Esa es, pues, la idea que todo el que discuta sobre feminismo tiene en común respecto al concepto, ya sea que lo apoyen, sea escépticos, o nihilistamente indiferentes. Ninguna feminista, creo yo, podría negar que ésta sea, como mínimo, la esencia del feminismo, aún si esa persona preferiría desmenuzarlo en más detalle. Pero eso no funcionará, porque más allá de esta estrecha inferencia, discrepamos el uno del otro. Para ser lo más objetivo posible, se debe tomar aquello en lo que todo el mundo esté de acuerdo, es decir nuestra definición universalmente aplicable.

Noten que no hay mención de igualdad. Esto se debe a que, como lo descubrí la semana pasada con ayuda de Nick Levinson, hay un número de feministas que, explícitamente, no buscan la igualdad sino la supremacía. Entonces, la igualdad no puede ser incluida en la definición universal de feminismo, puesto que incluso las feministas radicales mismas, algunas de ellas, lo rechazan. ¡Decir que el feminismo ‘tiene que ver con la igualdad’, equivaldría entonces a colocarse en oposición total a varias feministas extremadamente influyentes! ¡Y eso sería misógino!

Tampoco se puede decir del feminismo que sea el proyecto para incrementar el poder de las mujeres relativo a los hombres, puesto que, en opinión de este contra-feminista, las feministas a menudo se dan por satisfechas al incrementar el poder de las mujeres en un sentido absoluto. Es decir, su misión es agarrar todo lo que puedan para las mujeres, sin referencia al estatus del hombre. La frase ‘relativo a los hombres’ sólo sirve pues para insinuar que las mujeres no tienen poder en relación con los hombres en este momento, y así muestran el feminismo bajo una luz favorable. En realidad, una vez que las mujeres han alcanzado un poder que es igual o equivalente al de los hombres, las exigencias de las feministas no se detendrán. Veremos que el poder femenino se atrincherará, extenderá, y cuando sobrepase el poder masculino, será esto a lo que llamen ‘paridad’ y será ignorado por las feministas, al menos, cuando no se estén regodeando de esta nueva invalidez de los hombres.

Tampoco podemos incluir en nuestra definición universal las áreas específicas de la vida, o esferas, en las que aplica el proyecto feminista. Esto se debe a que el feminismo es inherentemente generalizador; busca dominar y colonizar cada una de las facetas de la vida en la que se encuentran hombres y mujeres. Apunta a la dominación en cada ámbito de la vida, real y potencial.

Puede que usted no esté de acuerdo con algunos de los puntos que he mencionado arriba, en particular si apoya el feminismo. Pero eso no cambia en nada nuestra definición universal, porque todo lo que podemos decir acerca de esos puntos es que son contenciosos. Es decir, feministas y no-feministas, que se han educado en lo que es feminismo, discrepan en cuanto a estos aspectos del feminismo, y sería simplemente tendencioso tomar uno u otro punto de vista por sentado. Sería como preguntarles únicamente a los jacobinos sobre los logros históricos del Club Jacobino, o encuestar sólo a los conservadores para que estos expliquen el liberalismo moderno. Sería un buen ejemplo de una metodología mediocre, y nos ayudaría muy poco en nuestra búsqueda de la verdad. ¿No es verdad? Entonces, nuestra definición universalmente aplicable no puede ser expandida más allá de lo que hemos establecido anteriormente: el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres.

No podemos ser influenciados por los tentativas feministas de negar lo tendencia generalizadora del feminismo. En sus intentos por ganar el debate sobre lo que es el feminismo, las feministas son famosas por sintetizar su propia ideología en fracción de su todo, y en presentar su apoyo –y su disentimiento– hacia la idea de pretender que el feminismo yace en un solo asunto. Les daré un ejemplo, en el que se verán confrontados por el Apelo a la Franquicia. Ustedes han dicho que no apoyan el feminismo. La siguiente jugada de su oponente feminista es reducir todo lo que tiene que ver con feminismo a obtener el derecho al voto para las mujeres –y por lo tanto insinuando que ustedes deben oponerse a ello puesto que se oponen al feminismo. Lo que ustedes deben hacer simplemente es recordarles a los espectadores que el feminismo se trata de más cosas que tan sólo ese tema en particular y que no puede ser reducido a un solo asunto como ella ha intentado hacerlo. Ustedes pueden decir abiertamente que apoyan ese tema –en este caso el voto– mientras que aún así mantienen su antipatía hacia el feminismo, que no se puede reducir tan sólo al derecho de las mujeres al voto.

Esencialmente, su conciencia está limpia, y ustedes son libres de etiquetarse como no-feministas –e incluso, como anti-feministas– sin la implicación de que por ello apoyen todo aquello a lo que el feminismo se opone.

Entonces, para recapitular: la única cosa en la que podremos ponernos de acuerdo es que el feminismo es el proyecto para incrementar el poder de las mujeres. Como lo habrán notado, las feministas van un poco más allá cuando hablan de lo que ellas creen que es el feminismo, y si se les pide de manera cortés, tendrán para ofrecer un montón de verdades a medias y ofuscaciones–aunque, recuerden, no es el trabajo de ellas educarnos sobre estas cosas.

Como tal, hay que dejarlas a ellas con sus acogedoras fantasías e ir más allá de la definición universal, llegar a una que tenga en cuenta las experiencias de los hombres del mundo de manera más precisa.

Aquí está entonces la definición que yo ofrezco: “el feminismo es la más reciente, y actualmente la más dominante, forma de Ginocentrismo. Es una ideología de víctimas que explícitamente defiende la idea de la supremacía femenina, en cada faceta de la vida en la que se encuentran hombres y mujeres; lo hace en concordancia con su tendencia generalizadora, y por ello lo hace en cada ámbito de la vida, incluyendo, pero extendiéndose más allá de, lo político, lo social, lo cultural, lo personal, lo emocional, lo sexual, lo espiritual, lo económico, lo gubernamental y lo legal. Por supremacía femenina me refiero a la noción de que las mujeres deberían poseer un estatus de superioridad, poder y protección relativo a los hombres. Es el paradigma cultural dominante en el mundo Occidental y más allá. Es moralmente indefensible, aunque sus seguidores se aseguren de que su hegemonía no tenga oposición a través de la dominación de instituciones sociales y el uso de la violencia de estado.”

En respuesta a la conferencia de la semana pasada, Primal ofreció su propia definición de feminismo, que no es igual que la mía, pero que sin duda es complementaria:

El feminismo de género es una ideología global construida sobre una serie de mentiras flagrantes. Como la primera superstición reverso-sexista de la era Posmoderna, establece los fundamentos de la supremacía sexual femenina en nombre de la equidad de ‘género’. Como otras fantasías utópicas mal concebidas, es totalitaria en esencia. Se forma de un brebaje de reliquias recicladas pero desacreditadas de la caneca de basura de la historia… reliquias como el Marxismo, el Romanticismo y el Clasismo. Sus proponentes orgullosamente destruyen estándares de escolaridad bien establecidos para forzar a otros a que tomen esa ideología en serio. Sus seguidores han se expandido como patógenos cancerígenos en instituciones autoritarias…donde sea que el poder es corrompido por razones políticas. Su filosofía es absurda, circular, y autocomplaciente. Como el fundamento moral principal para los grupos de odio prevalecientes que operan en nombre de los Derechos de las Mujeres alrededor del mundo, el feminismo de género es un dogma peligroso, y que no tiene espacio en el lenguaje civilizado.

Ambas definiciones son algo largas, aunque creo que es útil tener una declaración sobre aquello a lo que nos referimos exactamente con la palabra. Podría acortarse mucho más y presentarse de la siguiente manera: el feminismo equivale a la búsqueda de la supremacía femenina.

Que la versión corta sea más memorable es compensado por las implicaciones infortunadas según las cuales i) sólo las mujeres son feministas, y ii) todas las mujeres apoyan al feminismo. Ni la premisa i) ni la ii) son correctas. Tan sólo el cargo de tener como objetivo la supremacía es realmente suficiente para nuestros propósitos; deja mucho por decir respecto a lo que quiere decir búsqueda de supremacía, y a la tasa de éxito del feminismo hasta ahora. Para el propósito de abreviar, eso servirá, pero se debe recordar que es una reducción de definiciones más amplias como ya se resolvió aquí y en otros espacios.

Lo que puede ser más útil para nuestros propósitos de presentar nuestra perspectiva de lo que el feminismo es es una breve declaración de sus metas. El feminismo persigue esencialmente las siguientes metas:

(1) La expropiación de los recursos de los hombres hacia las mujeres.
(2) El castigo de los hombres.
(3) Incrementar (1) y (2) en términos de alcance e intensidad indefinidamente.

Me parece que esa definición tocará una fibra sensible en las feministas mismas –porque las golpea muy de cerca. Que los efectos reales del proyecto feminista hayan sin duda sido (1) y (2), y que éstos hayan aumentado en alcance e intensidad a lo largo de los años (3) es francamente irrefutable.

El tiempo ha mostrado lo que en verdad sucede cuando mujeres de pensamiento feminista ocupan las posiciones más poderosas en la sociedad, y es que los Derechos de los Hombres son sistemáticamente destrozados. Entre más poder tengan las feministas, más leyes serán creadas para lograr una mayor confiscación de la propiedad de los hombres y para intensificar las violaciones contra su libertad, integridad corporal, y sus vidas.

Pero hay esperanza. Puesto que son los actos, no las palabras, los que le hablaran a nuestros enemigos. Tengan un feliz fin de semana.

Adam

Men’s Rights Convention of 1851

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Independence Hall, site of Men’s Rights Conference in the year 1851.

In 1851 the following article was penned by Chericot in Godey’s Lady’s Book, a United States magazine for women published in Philadelphia. The article entitled Men’s Rights Convention was designed to mock proceedings of men’s rights conference held at Independence Hall. Did the conference really take place? It appears that it did, and the mocking article was an attempt to distort proceedings, engage in shaming, and dissuade men’s advocates from holding future conferences. – PW

002

MEN’S RIGHTS CONVENTION – SEPTEMBER 20th 1851

EXTRAORDINARY PROCEEDINGS, EXCITING SCENES, AND CURIOUS SPEECHES .
FROM OUR OWN REPORTER, CHERICOT.

Yesterday, at 10 o’clock in the forenoon, an immense mass meeting of gentlemen from all parts of the country was held at Independence Hall. It was convened upon notices to that effect, which were issued directly after the late extraordinary and treasonable Female Convention at Massachusetts, and which, being distributed among the principal cities in the Union, had resulted in the collection of an enthusiastic crowd of gentlemen of all grades, trades, and politics, one common danger uniting them, in the effort to repel the proposed feminine aggression of their rights.

On taking- a survey of the meeting, one thing struck us very forcibly—the uneasy and restless anxiety that characterized the demeanor of most of the men; the slightest noise caused a general sensation; and, in one instance, the shrill cry of a fishwoman threw a gentleman into hysterics, which he explained, on his recovery, to have resulted from his mistaking it for the voice of his wife.

When the excitement had, in some measure, subsided, the meeting was called to order by Mr. Wumenheyter, of New York, who said, the first business being the choice of a president, he moved that Mr. H. P. Husband, of Maryland, be appointed.

Brass Blackstone, of Philadelphia, seconded the motion, which was unanimously adopted.

After the vice presidents and secretaries were duly chosen, and a business committee appointed to draw up resolutions expressive of the sense-of tho meeting, the president addressed the convention as follows:—

“The object which has called this great assemblage together is one which not only concerns mankind in general, but Americans in particular. This is emphatically a land of liberty — liberty which, achieved by the exertions of our forefathers, has commanded the respect of the tyrannical governments of the Old World, and resisted all unhallowed attempts to subvert it. This liberty, gentlemen, is threatened with destruction: by the establishment, within the very bounds of this republic, of a despotism that has no parallel in ancient or modern history. Yes, there is a conspiracy afoot in the very midst of us, which, should it succeed in it aspiring aims, will annihilate us as men, and convert us into mere household appendages to that rebellious sex who, after having for years shown a disposition to encroach on some of our rights and privileges, now boldly assert a claim to all. Patience; gentlemen, is no longer a virtue; stem determination and resolute action alone can put down this ambitious usurpation and re-establish our authority on its legitimate basis.

“These firebrands on our domestic hearths must be extinguished, or the sparks, lighting into a flame, will consume us.”

Here the sensation produced by Mr. Husband’s fiery eloquence was so intense that groans and sobs resounded from all parts of the building, and the gentleman was so overcome by his own flights of fancy that it was some time before he could proceed.

“I have, in the relations of husband, son, and brother, stood aloof. I have borne, with dignity and Spartan fortitude, the assumption, by my female relatives, of those garments which, from time immemorial, have been our rightful badge, trusting that the breach into which they were throwing themselves would prove of such an ‘imminent and deadly’ nature as to deprive them of any desire to go further. But late events have opened my eyes to the treasonable nature of their designs, and to the danger of the mine on which we have been heedlessly treading; and, regardless alike of family ties and possible consequences, I have boldly sounded the alarm which has brought us together this day. This terrible danger I discovered by chance, having picked up —in my own room, gentlemen— a letter addressed to my wife by a female friend. I will, gentlemen, read a passage from this incendiary production, premising that the preceding paragraphs, after giving an account of the late meeting at Worcester, refer to the female millennium about to commence:—

“Now then, my dear,
We’ll smoke and cheer and drink our lager beer;
We’ll have our latch-keys, stay out late at nights;
And boldly we’ll assert our female rights;
While conquered men, our erewhile tyrant foes,
Shall stay at home and wear our cast-off clothes,
Nurse babies, scold the servants, get our dinners;
‘Tis all that they are fit for, wretched sinners!”

“Imagine my feelings on finding treason a t work in my domestic sanctuary — at detecting the wife of my bosom in a plot against my peace!”

Here Mr. Husband was so overpowered by his emotions that he was compelled to pause for a few moments, ere he recovered his voice. Deep sympathy was manifested by the audience.

“I would now repeat the necessity of prompt action, for which I doubt not the wisdom and intelligence of this assembly will be found sufficient. Our business now is to find a remedy for the evil. Let us therefore, in a bold and uncompromising manner, address ourselves to the duties before us.”

While awaiting the action of the business committee, the following letters were read from distinguished gentlemen who had been invited to attend the meeting:—

Mr. Webster stated that the onerous nature of his diplomatic duties prevented his accepting the invitation extended to him. Had it, however, been in his power to do so, he should still have declined it, as the handsome manner in which the ladies had defended him in his native State obliged him to remain remain neuter in the conflict between the great contending parties. He would remark, in conclusion, that, devoted as he was to the Union, faithful as he had ever been in maintaining the Constitution, he had no sympathy with anything tending to infringe the conditions of the matrimonial compact, and therefore solemnly recommended that both parties should meet and conclude a treaty of peace.

Mr. Clay regretted his necessary attendance on Congress precluded his presence at this important meeting; for, faithful to his great principle, he should have endeavored to suggest such a compromise as should reconcile all parties. But he trusted that an amiable spirit would pervade their proceedings, and unity and concord be the result.

Mr. Horace Mann repeated Jus determination of not siding with either party. He referred again to the book he was writing, which he thought would satisfy both sides.

Mr. Buckeye, of Ohio, wrote to excuse his attendance, as the duties of the pork-killing season required his attention; and Mrs. Buckeye’s absence at a Socialist meeting, in the interior of the State, prevented his leaving home.

Mr. Wumenheyter, chairman of the committee, now rose to say that their report was ready. He
then read the following resolutions:—

Resolved, That a crisis has arrived in our domestic relations that admits of no temporizing measures, but requires us openly to insist on those rights so boldly and outrageously assailed by that weaker portion of humanity, whose duty it is to be satisfied with the inferior position assigned them by nature, and to yield in all things to man.

Resolved, That an unblushing claim has not only been made on our clothes, but on all our masculine privileges; and as this evil has resulted, in the first place, from the impunity with which the women have put their hands in our pockets, and as it will end only in the usurpation of our business, and of our sole right to the ballot-box, it becomes necessary for us to impress upon this rebellious sex our united determination to resist their aggressions.

Resolved, That this effort becomes imperatively necessary when we consider the treacherous nature of women, and remember that, should they succeed in their attempt, we shall meet no mercy at their hands. Universal decapitation of the men, and an Amazonian form of government will undoubtedly be
the result.

Resolved, That, while we shall use our lawful and united authority to put down this revolt, we will show clemency to the culprits, and, tempering justice with mercy, render their punishment as light as may be consistent with our own safety.

These resolutions were ordered to be laid on the table for discussion.

Mr. Wumenheyter said he wished particularly for the attention of the audience while he offered a few remarks on these resolutions. “ He was,” he said “proud to call himself a New Yorker. His city was the greatest in the world. It had a great canal, a great line, of steamships, a great many railroads, a great many bankB, and”——

Here a voice from the crowd exclaimed, “ And a great many other humbugs!” Mr. W. was, for a moment, disconcerted; but, resuming his remarks, he said—

“I do not regard this rude interruption. I shall still assert the superiority of my State to all others; and, at the same time, acknowledge that, with all our talents and business enterprise, we cannot manage the women. I confess that, in our great State, the attempt on our privileges was first made ; but I can also assure this convention that we shall be the first to defend those privileges. I have been so unhappy as to have had three wives, but, fortunately, have buried them all; and I can assert, from personal experience, that

‘Woman, woman, whether lean or fat, is
In face an angel, and in soul a cat!’

A spirit of philanthropy urges me to warn you against the female snares which my fatal destiny has inflicted on me, and from which I am therefore desirous to save others, as my several wives were so many different forms of evil, and I suffered intensely in consequence. I hope my misery will deter others from such experiments. If I rescue one wretch from the horrors of matrimony, my purpose will be answered, and my past sufferings forgotten.”

Mr. W. urged the adoption of immediate and relentless measures, and trusted that some available remedy might be suggested for the evil that was in their midst.

Cotte Bettie, Esq., from Delaware, said, “I fully agree with the gentleman from New York in his views on this terrible crisis. I am as proud of my State as he can be of his. I am not ashamed to call myself one of the Blue Hen’s Chickens.’ Delawarians are true blue — they always were, and always will be blue. They were the first to rally at freedom’s call, and would not now be found wanting. While he thus obeyed his instructions in proffering their aid, he must at the same time, assure this assembly that it was very advisable for them to keep their proceedings as secret as possible, lest a premature disclosure should put the women on their guard.”

C. Colesworth Pinokney, from South Carolina, remarked, “Had any one told him ft few months since that he should be meeting in amity with his northern brethren, he should have indignantly denied the possibility of such an act. He did not intend now, however, to allude to the difference of opinion that prevailed between the South and North; the several States of Georgia, Alabama, Florida, and South Carolina, that had appointed him a delegate to this convention, having empowered him to bury all sectional causes of discord in oblivion, and to unite energetically with the representatives of other States in putting down, this terrible conspiracy. He had come prepared, then, to assure them of the cordial co-operation of the Southern States in any action that might be taken in the crusade against women. He would only remark that there should be no delay either in their resolves or execution—‘if ’twere done, ’twere well ’twere done quickly.’ With this end in view, he recommended bringing before the present Session of Congress a fugitive women bill, by which every man might be empowered to reclaim and punish a runaway or rebellious wife.”

Mr. Jonathan Whittle, from Massachusetts, “Guessed that there needn’t be much talk about the matter. Wimmen’s place was tu hum, and it was man’s business to keep em there. Pritty much all they was fit for was to dry innions, make squash pies, and get a fellow a good dinner on Thanks-givin’. He calkerlated that if each indiwiddiwel present had the spunk he orter havo, he could manage his wimmen himself, without anybody to help him. Yankees knew a leetle somethin’ besides makin’ wooden nutmegs, mushmellion, and cowcumber seeds, and they didn’t want anybody to come there and tell ’em how to do: they’d better stay tu hum, and take care of their own affairs;”

Here Mr. Whittle was called to order from all parts of the house, and sat down in a state of high indignation, wiping his face with a blue cotton handkerchief.

George Washington Patrick Henry John Randolph Powhatan, Esq., from Virginia, said, “I regret the irritable state of feeling which seems to sway the gentleman from New England. I wonder at his assertion of our Yankee brethren’s ability to manage their women, when the fact is notorious that Mr. Whittle*s native State was the scene chosen for the outbreak of the rebellion. Belonging, as I do, to one of the first families in Virginia, descended in a direct line from Pocahontas on one side, and Richard Coeur de Lion on tho other, collaterally related to the Virgin Queen and a far-off connection of the present British sovereign, I know nothing of those menial duties which Mr. Whittle thinks properly distinguish the female sphere. I cannot, nor can any one associated with me, be supposed to know anything of such menial avocations. In Virginia, nothing is required of the fair sex but to give orders to their servants, and that sufficiently occupies their time. I feel proud to assert my belief that no lady from that State is mixed up in this sad affair; but, knowing the danger of bad- example, I cannot answer for the future, and am therefore ready to give my counsel both a8 to prevention and cure. I know the female character well enough to assure this meeting that opposition will but add fuel to the flame. In short, my advice is—

‘Let them alone and they’ll come home,
And leave their whims behind them.’ ”

Dr. Singleman, a middle-aged gentleman, from Vermont, thought the gentleman from Virginia mistaken in his opinion that the let-alone system was the best treatment for the epidemic raging among them. Acute diseases required active remedies. When the pulse of tho domestic frame was disordered, every member of tho body suffered, and depiction should be freely resorted to, and the constitution restored to a healthy state, or he would not answer for tho consequences. His idea — which he advanced with some hesitation, for, being a bachelor, he knew little of the sex — was that every man should try the effect of the three popular systems of medicine on his female relatives, and he would venture to promise the revolt would noon be quelled. A course of bleeding, leeching, and cupping, with blisters to their heads, and sinapisms on their feet, aided by hydropathic douche and plunge baths, and accompanied with homoeopathic quantities of nourishment, would tame the greatest shrew that ever lived.”

Mr. Easyled, of Tennessee, said, “ There is an old provorb about bachelors’ wives being well managed—

‘As for my wife,
I would you had her spirit in such another:
Were the third of the world yours, with a snaffle
You may pace easy, bu t not such a wife.’

The measures that the learned physician proposes are easily suggested; but, I would ask, where is the man in this assembly who would have tho nerve to try them ? There is another old proverb that says, when you sup with a certain personage you should use a long apron; and, in this case, that precaution is very necessary. It was best to let the ladies have their own way. To quote the immortal bard again—

‘Should all despair
That have revolted wives, tho tenth of mankind
Would hang themselves.’

He would inform all present, from his own sad experience, that

‘He’s a fool who thinks, by force or skill,
To turn the current of a woman’s will;
For when she will, she will, you may depend on’t,
And when she won’t, she won’t, and there’s an end on’t.’”

Mr. Hoosier, from Indiana, u Didn’t want to ‘front nobody, but he.reckoned Mr. Whittle had said about the only sensible things he’d heerd that day, and them was his sentiments exactly. There was plenty for wimmen to do in the cabin, with mindin’ the children and keepin’ the pot a bilin’, and out of it with takin care of the cattle and the farm, while the men was hard at work shootin’ and fishin’. Corn-dodgers and cracklins was wimmen’s business, and just about as much, he reckoned, as they’d sense for. He, for one, didn’t feel afeerd of any of ’em.”

General Boanerges Bluster, from Kentucky, said, “He disagreed very much with Mr. Hoosier. He once heerd a Methodist minister tell what Heaven was like, and, after talkin’ a great deal about it, he said, ‘In short, brethren, it’s a Kentucky of a place!’ He reckoned, when he said that, he forgot the wimmen. In their State, where females was three-quarters bacon, and t’other quarter hominy, they was dangerous critters. General, as he was, of the milishy, and holdin’ a great many offices under government, he had to mind his wife, who was big enough to lick three of him. Last ‘lection he was candidate for Congress; and, just as he was makin’ a stump speech to his constichents, and was tollin’ ’em what a great soldier he was, and how he’d fou’t the Ingins under Harrison, and would be sure to stand up for their rights, ’cause he wa’n’t afeerd of nothin’, his woman walked up to him right cool, and, takin’ him off the platform, said to the people, This man’s a fool. I know it, ’cause I’m his wife. Ho an’t fit for nothin’ but to mind the house and take care of the children, while I go visitin’. I can’t spare him; and you must ‘lect the other candidate.’ He expected he felt about as mean as dog-pie, and sneaked off as soon as ho could; and everybody hurrahed for Mrs. Bluster, and said she should go to Congress. And, ever since, she’d done nothin’ but snub him, and had gone off to the wimmen’s meetin’ in spite of him; and ’twas her that said woman was better than man, ’cause he was made out of the raw materi’l, and she was made out of the manerfected;’ and he only hoped she wouldn’t find out where he was, or there’d be an orful time of it.”

Mr. Sucker, from Illinois, remarked, “ That it wa’n’t with his own will he was at this here meetin’; but, bein” lected, he had to come; and, as it was the season for shootin’ prairie hens, he wanted to be off agin. He didn’t want to make words himself, and hoped that other people would be short and sweet in what they had to say. As to Mrs. Sucker, she hadn’t the spirit of a mouse now, and, if she ever had, which he didn’t know, the fever and ager had shuck it all out of her. He reckoned about the best way he could tell ’em of, was to send all the wimmen where they’d catch it, and, if it didn’t end ’em, it would mend ’em.”

Captain Salt, of Nantucket, a veteran tar in a blue roundabout and glazed hat, rose, coolly took his quid out of his month, and, depositing it in his pocket, made the following short and pithy remarks: I an’t a reg’lar delergate to this here meetin’, soe-in’ as I’m pretty nearly all the time afloat; but, bein’ as I’m ashore just now, I thought I’d come and see how things was a purceedin’. I know all about whales, and have a pretty good notion of a vessel, but I don’t know nothin’ about a woman. Hows’ever, I’ve heerd them as did say she was like a ship, ’cause her riggin’ cost more than her hull. If so be that’s the case, why she’s easy manoovered. Keep a tight lookout for squalls, and, when you soe’em cornin’, reef your sails, scud before the storm, and, if she ‘s bent on goin’ down, take to the boats and leave her.”

Captain Salt sat down amid shouts of applause, with a very red face after his unwonted exertions, and an earnest request for a glass of grog; but, none being At hand, he contented himself with his quid.

Patrick O’Dougherty, of St. Louis, got up and said, “Jontlemen, this is my first appearance before the public since I left off being an Irishman, and became a native of this country, and I hope yees will excuse all blunders. I needn’t tell this enlightened meetin’ that, both as an Irishman and ‘Merikin, I love the purty cratures of wimmen, and, faith, I’m sorry they’ve got themselves in such a mess. St. Pathrick knows that, ‘with my friend and pitcher,’ my little Cruiskeen Lawn, and my Molly Astore, I could live all alone in a desert by myself, without any trouble; and sure never a one of me knows why ye can’t manage yeer wives. Trate ’em like an Irish pig : drive ’em the way you don’t want ’em to go, and they’ll take the right track in spite of you.”

Here Mr. O’Dougherty was interrupted by a considerable bustle in the hall. There was a great disturbance, and many gentlemen looked pale and anxious; but the excitement was allayed by the appearance of an Indian chief in his war paint, who stalked solemnly up to the platform, and spoke as follows:—

“My nation was once a great nation in the lands near the setting sun. It is now a poor, small tribe, that has sold its hunting-grounds to the Great Father, at Washington, for blankets and corn, and have sent me to have a talk with him. Waw-tu-nobow-te-ma-tu is a brave; his white brothers call him Big Bulldog, and know that he has many wives. While he smoked the calumet of peace with his Father, in the Grand Lodge at Washington, a little bird sung in his ear that bis white brothers had trouble in the wigwam with their squaws, and he has come to help them, for his heart feels heavy for them. Let my white brothers keep their women at work, hoeing corn, pounding hominy, drying venison, and minding papooses, and let them have but little to eat, and they will give them no more trouble. If they do, let my brothers take their scalps. I have said.” And, whirling his tomahawk over his head, Waw-tu-no-bow-te-ma-tu gave a shrill war-whoop, and, bounding off the platform, disappeared in the crowd.

Brass Blackstone, from the city of Brotherly Love, remarked, that he had listened with attention to the proceedings, and had heard with delight the eloquent speeches delivered on this interesting occasion. It was with the modest timidity so characteristic of a Philadelphia lawyer, that he should offer a few remarks on the subject that occupied them; and he hoped it would not be considered presumptuous in him if his views should differ from those hitherto advanced in the assemblage of talent and influence, with whom it was his high privilege this day to be associated. He had deeply sympathized with all the orators it had been his good fortune to hear on this exciting subject: he had, in turn, been thrilled with the surpassing eloquence of Mr. Husband, the resolute determination of Mr. Wumenheyter, the patriotism of Pinckney, the easy indifference of Mr. Whittle, the dignified hautour of Mr. Powhatan, the professional talent of Dr. Single-man, the commendable meekness of Mr. Easyled, the heroic submission of General Bluster, the laconic sense of Mr. Sucker, the maritime beauty of Captain Salt’s similes, the enthusiasm of Mr. O’Dougherty, and the sententious wisdom of Big Bulldog. For himself, he had always been, and should ever continue to be, an ardent admirer of the fair sex. He was proud to say that his mother was a woman—that his native city was distinguished for its devotion to the fairer part of creation. Now York might boast of its canals, its railroads, its banks, and its steamships, but Philadelphia gloried in its women. He could lay his band on his heart, and proudly assert that even this rebellion had not estranged his feelings—

‘Woman, with all thy faults, I love thee still!’

lie could even say, with the Irish bard—

‘Sweet book, unlike the books of art,
Whose errors are thy fairest part:
In thee, the dear errata column
Is the best page in all the volume.’

With these feelings, he was present on this occasion to interpose his humble abilities between them and danger. He acknowledged that his clients bad not evinced their usual sagacity in risking their quiet, but powerful influence over man, by endeavoring to grasp ‘what would not enrich themselves, but make us poor indeed. Why they had done so, was a question more easily asked than answered, and he should therefore not attempt to solve the enigma. It was his business to implore that nothing should be rashly attempted on this delicate occasion which might result in wounding the feelings of his fair clients. He would assure them a little skillful management would be more effectual than open demonstrations of hostility; and, should the suggestion he was about to offer prove successful, he asked no better reward, as a man and a lawyer, than the friendship of the sex. In his opinion,

‘Fee simple and a simple fee,
And all the fees in tall,
Are nothing when compared to the«v
Thou best of fees-—fe-male.’

Not to detain them longer in suspense, he advised that the gentlemen should fill their houses with looking-glasses, and give the ladies time for reflection

Mr. Blackstone received much applause for his suggestion; and Mr. Bowieknife, of Texas, who succeeded him, said, “I so fully agree with the gentleman from Philadelphia in his love for the sex, and in all the sentiments he has advanced, that I will only add, should the measure he has recommended fail to make peace, I hope all the ladies will come to Texas. We have hearts and arms for all of them.

‘If all other States reject ’em,
Ours will freely, gladly take ’em.’ ”

Mr. Placer, from California, remarked, “That ho was for no half-way measures. It was his opinion that all tho women ought to be seized and sent to California; it was a new country, and tho minors wanted wives. When they were once there, he thought they could be managed. Judge Lynch was an active man. Show them that there was only the difference of a letter between altar and halter, and, if they would not marry, why let them hang!”

Mr. J. P. Husband said, “lie had listened with astonishment to the proceedings of the day. He really thought that, for all tho good that had been done or suggested, gentlemen might as well have staid at home. He had a few words still to offer on the subject, which he hoped they would hear with patience. Among other things, he had prepared a list of all tho bad women who had ever existed.” Hero Mr. Wumenheyter remarked, “That he must remind the gentleman time was precious; and, as all women who had ever existed were bad, Mr. Husband had better mention only the worst of them, among whom he must not forget his (Mr. W.’s) throe wives.”

Mr. Husband was so disconcerted at this interruption, that he forgot what he had to say, and could only remember that bis list begun with Eve, and ended with the present generation. “I see clearly, gentlemen,” continued he, that no one enters so warmly into this subject as myself. Well, be it so. I am ready to fall a martyr in such a cause; find I here solemnly declare that no obstacle shall induce me to swerve from the path that duty marks out for me to follow. I will make every endeavor to extirpate this vile heresy among tho women. I will immolate myself on tho altar of my country. I will sacrifice my domestic affections on its shrine —Mrs. Husband herself”——

“Here I am, my dear 1” said a sharp voice, and a small, thin, vinegar-faced lady entered the room, and walked up to the platform, at the head of a numerous procession of females. “My love,” continued she, “it is late; I am afraid you will take cold. Hadn’t you better come home?”

“If you think so, my dear, certainly,” replied Mr. Husband, turning pale, and trembling so he could scarcely stand, perceiving which, his wife affectionately offered him her arm. Mr. Easyled meekly obeyed an imperative gesture from Mrs. Easyled, and Mrs. Bluster picked up the general, who had fainted, and carried him out in her arms.

Exeunt omnes, in wild confusion.

Godeys-1890

Feature image of Independence Hall from Wikipedia Commons.

A Word for Men’s Rights (1856)

The following long article from 1856 discusses the sexist laws that oppressed men and benefited women, including the practice of frivolous, unjustified lawsuits for supposed breach of marriage promise (or implied promise, or imagined promise). Such suits came, by the late part of the nineteenth century to be a standard operating procedure for women who either felt genuinely spurned or, just as frequently, women who saw an opportunity to misuse laws to control men. By the late 1920s, the practice had become a widespread criminal enterprise, highly profitable for both weeping bogus sweetheart and racketeering lawyer that it gained the appellation, “The Heart Balm Racket.”

***

Putnam's 1856

— A Word for Men’s Rights —

FULL TEXT: The notions which rule inside of men’s heads, and the phrases in vogue to represent them are hardly less liable to fluctuation than is the fashion of the outward adornment, whether by hats, caps, bonnets, periwigs, or powder. Sixty or seventy years ago, scarcely anything was so much talked of as the rights of man. Where this phrase came from, we cannot tell. It is not to be met with in any writer of prior date to the middle of the last century. James Otis used it in his famous tract on the Rights of the American Colonies, nor are we aware of any earlier appearance of it in print. Sudden, however, and obscure as its first appearance was, it took, and soon became one of the most fashionable of phrases. It played a great part in the American Revolution. It found its way into our Declaration of Independence, and into the fundamental laws of most of our states. It played a still greater part in the French revolution. Ten or a dozen French constitutions, more or less, were founded upon it. Thomas Paine wrote a famous book, with this title. For a while, nothing was so much talked of as the rights of man—talked of, we say—for, as happened in the case of the thirsty Indian, so with respect to these rights, it was pretty much all talk, with very little cider.

In sixty years, however, fashions have changed. The rights of man —once in everybody’s mouth—are seldom heard of now-a-days—unless it be in an abolition convention—or, if mentioned at all, in Congress and other respectable places, these rights, once the hope of humanity, are referred to, only to be sneered at, as a flourish of rhetoric—a chimera of the imagination.

Still, we are not left speechless nor hopeless. Hope still remains at the bottom of the box, with a fine sounding phrase to back it. Let the men go to the deuce. What of that? Does not lovely woman still remain to us? Today, the fashionable phrase is—woman’s rights. The women have discovered, or think they have, that they are, and long have been tyrannized over, in the most brutal manner, by society, the laws, and their husbands. Woman’s rights is now the watch-word of a new movement for social reform, and even for political revolution—the women, among other things, claiming to vote.

It must be confessed that such general outcries are not commonly raised, without some reason. They are the natural expressions of pain and unsatisfied desire. It was not without reason that America and Europe, towards the close of the last century, raised the cry of the rights of man; and so, we dare say, it is not without reason that the rights of woman are now dinged into our ears. Nor is this cry without a marked effect, not merely upon manners and society, but also upon laws. Almost all our state legislatures are at work, with more or less diligence and enthusiasm, modifying their statute books, under the influence of this new zeal. To that we do not object. Putnam is for reform. Putnam is for progress. Putnam is for woman’s rights; but also for man’s rights—for everybody’s rights; and, in that spirit, we are going to offer a few hints to our legislators, whose vaulting zeal, on behalf of the ladies, seems a little in danger of overleaping itself, and jolting on t’other side. It is well to stand straight, but not well to tumble over backward, in attempting to do so.

Those who go about to modify our existing laws, as to the relation of husband and wife, will do well to reflect that the old English common law on this subject, if it be a rude and barbarous system, little suited to our advanced and refined state of society—which we do not deny—is also a consistent and logical system, of which the different parts mutually rest upon and sustain each other. In the repair, or modification of such a system, it is material that every part of it should be taken into account. Changes in one part will involve and require changes in other parts; otherwise, alterations, made with a view only to relieve the wife from tyranny and oppression, may work a corresponding injustice to the husband. Nor are the changes already made in our laws, partly by legislation and partly by usage, free from glaring instances of this sort.

The English common law makes the husband the guardian and master of the wife, who stands to him in the relation of a child and a servant. In virtue of this relation, the husband is legally responsible for the acts of the wife. If she slanders or assaults her neighbors, he is joined with the wife in the action to recover damages, and he alone is legally responsible for the amount of damages recovered, even to the extent of being sent to jail in default of payment. He is likewise responsible for debts contracted by the wife to the same extent that a father is responsible for the debts of his minor children. Even in criminal proceedings, it is he who must pay, or go to jail for not paying the fines imposed on his wife; and there are many cases, even cases of felony, in which the wife, acting in concert with her husband, is excused from all punishment, on the presumption that she acts by his compulsion, though in fact she may, as in the noted case of Macbeth’s wife, have been the instigator. Public opinion goes even further than the law, and holds the husband accountable, to a certain extent, for all misbehaviors and indiscretions on the part of his wife. Not only is he to watch that she does not steal, he is to watch that she does not flirt, and every species of infidelity, or even of levity on her part, inflicts no less disgrace upon him than upon her—disgrace which the received code of honor requires him to revenge upon the male delinquent not only in defiance of the law which forbids all breaches of the peace, but even at the risk of his own life.

The law and public opinion having anciently imposed all these heavy obligations on the husband, very logically and reasonably proceeded to invest him with corresponding powers and authority. Standing to the wife, as he was made to stand, in the relation of father and master, the law very reasonably invested him with all the rights and authority of a father and a master. How, indeed, was he to exercise the authority and to fulfill the obligations which the law and public opinion imposed upon him, of regulating the conduct of his wife, unless invested at the same time with means both of awe and coercion? Accordingly, the law and usage of England authorized the husband to chastise his wife—in a moderate manner—employing for that purpose a rod not thicker than his finger. The husband was also entitled to the personal custody of his wife, and was authorized in proper cases—if, for instance, she seemed disposed to run off with another man—to lock her up, and, if need were, to keep her on bread and water.

Now these, it must be confessed, were extensive powers—harsh and barbarous powers, if you please—though the law always contemplated that, in his exercise of them, the husband would .be checked by the same tenderness towards the wife of his bosom which tempers the exercise by the father of a similar authority over his children. But however extensive, however harsh or barbarous the powers of the husband may be, we appeal even to our female readers — if, indeed, a single female has had patience and temper to follow us thus far—we appeal even to that single female (or married one, as the case may be), to say how, in the name of common sense, is the husband to keep the wife in order, to the extent which the law and public opinion demands of him, except by the exercise of these powers, or at least by the awe which the known possession and possible exercise of them is fitted to inspire? If the fractious child is neither to be spanked nor shut up in the closet, how is domestic discipline to be preserved? What more effectual sedative to an excited and ungovernable temper, which might provoke both suits for assault and actions for slander, than retirement in one’s closet with the door locked and a glass of cold water to cool one’s burning tongue?

And so of another great topic of complaint on the part of the advocates of woman’s rights—the power which the husband has by the common law over the wife’s property. He being responsible for her debts and her acts, and being bound to provide for the support of the children, has, as a corollary thereto, the custody and disposition of the wife’s property, if she chances to inherit or to acquire any—which, unfortunately, in the middle ranks of life, where these notions of woman’s rights most extensively prevail, is, we are sorry to say, but too seldom the case.

Such are the relative rights and duties of the husband under the old English common law. Under this law a husband is not a mere chimera, a surd and impossible quantity. There is a logical consistency about him. He is, as Horace says of the stoic philosopher, terei ef rotundus, round and whole, armed at all points, provided with powers adequate to the duties expected of him.

In America we have no such husbands. Long before the cry of woman’s rights was openly raised, the powers and prerogatives of the American husband had been gradually undermined. Usage superseded law, and trampled it under foot. Sentiment put logical consistency at defiance, and the American husband has thus become a legal monster, a logical impossibility, required to fly without wings, and to run without feet.

Women care nothing for logic, but they have a sense of justice and tender hearts, and to their sense of justice we confidently appeal. Who can wonder that the men are so shy in taking upon them the responsibilities of the married state? Those responsibilities all remain exactly as in old times, while the means of adequately meeting them are either entirely taken away, or are in a fair way to be so. By the law as it now is, we believe in every state of the Union, the husband cannot lay his finger on his wife in the way of chastisement except at the risk of being complained of for assault and battery, and, perhaps, sued for a divorce, and (which is worse than either) of being pronounced by his neighbors a brutal fellow. The nominal custody of the person of the wife, which the law still, in some of the states, affects to bestow upon the husband, is a mere illusion. If he attempts to lock her up, she can sue out her habeas corpus, and oblige him to pay the expenses of it; and if she wishes to quit her husband’s house, and go elsewhere, he has no means of compelling her return. He may sue those with whom , takes refuge, for harboring her, but if he obtain damages at all, they will be only nominal. In many of the states, laws have been enacted and soon will be in all of them, giving the wife the exclusive control of her own property, acquired before or after marriage, by gift, inheritance, or her own industry.

While the wife is thus rendered to a great extent independent of her husband, he, by a strange inconsistency, is still held, both by law and public opinion, just as responsible for her as before. The old and reasonable maxim, that he who dances must pay the piper, not apply to wives—they dance, and the husband pays. To such an extent is this carried, that if the wife beats her husband, and he, having no authority to punish her in kind, applies to the criminal courts for redress, she will be fined for assault and battery, which fine he must pay, even thought she has plenty of money of her own. or, in default of paying, go to jail! Such cases are by no means of unprecedented occurrence in our criminal courts.

Now, what sense or reason is there in making the husband responsible for the licenses of the wife’s tongue, after he has lost all power to control it? If the wife is to hold her property separately, ought she not to be sued separately, both for debts and damages? If her property ought not to go to pay the husband’s debts, why ought his to go to pay hers? If the husband has lost the power to control tile goings in and runnings out of the wife, why ought public opinion to hold him any longer responsible therefor?

We have no objection to an amendment of the law in relation to husband and wife. Public opinion demands it. The progress of society requires it. But the new wine ought not to be put into old bottles, nor the old garments to be patched with new pieces, lest, as the proverb says, the rent be made worse than before.

But there is yet another recent innovation in the law, liable to still more serious objections. Not content with placing the unfortunate husband in an absurd and anomalous condition, not content with still demanding of him certain duties and obligations, at the same time that he is deprived of the powers and the rights essential to their fulfillment, reducing him in fact to a position hardly less ridiculous, and not at all less embarrassing, than that of a short-tail bull in fly-time—the law (as if conscious that, before entering into such an unequal alliance, the men would grow pretty critical as to the personal qualities of the women in whose power they were about so completely to place themselves) seeks to entrap us into matrimony against our inclinations, by holding, as it does, that any man who shows signs of having been impressed by a woman, becomes, if she is single, her lawful prize, and is bound to marry her if she insists upon it, or eke—stand a suit for breach of promise.

Though suits for breach of promise of marriage are comparatively a recent thing, in order fully to understand their nature it is necessary to go back to the dark ages. We pretend to be protestants; we rail against the popish church; yet in how many important matters are we still the mere slaves and tools of that church! The canon law was one of the most crafty devices of the middle age theocracy, and is a standing topic of reproach against Catholicism ; and yet in the most delicate of all our relations, that of marriage and divorce, we protestants are to this day substantially governed by the canon law! The canon law was made by monks, men forbidden to marry themselves, and therefore destitute of any personal experience by which to shape their legislation on this subject. They had, indeed, the Roman law as their guide, but this they departed from in the most essential particulars, as being altogether too reasonable to suit their ascetic theories or serve their purpose. The monks who made the canon law looked upon marriage as a sensual and unholy state, only to be tolerated in the gross laity, to prevent something worse; and they seem to have exerted their whole ingenuity to render this sinful condition as uncomfortable as possible. Hence the excessive hostility of the canon law to divorce, it being held a just punishment of the immorality of marrying at all, that persons Unsuitably or unhappily married should be kept during their natural lives tied together neck and heels, Bo that their torments in this world might give them, as it were, a relishing foretaste of what married sinners had to expect in the next. But while unhappy marriages were thus cursed with a perpetuity beyond the reach of the parties or the law, the ingenious canonists at the same time suspended over the heads of every happy couple the terror of an involuntary and forced separation, which should unmarry them and bastardize their children. One of the means employed for this devilish purpose was the doctrine of pre-contracts. A promise to marry was, according to the canon law, equivalent to a marriage, and every subsequent marriage to another party, pending the life of the party to whom the promise had been made, was vitiated by it. The canonists even went so far as to allow suits for the specific performance of these marriage contracts—the officers of their courts, on the suit of some disappointed virgin, entering the household of love, breaking up the family, stigmatizing the woman as a concubine and her children as illegitimate, and compelling the man to take his legal wife—as by virtue of some pretended pre-contract she was held to be—into his house and his bed. It is from this canonist doctrine of precontracts that our suits for breach of promise are derived. The common law, indeed, being the work of ruder hands, is ignorant of that beneficial process of the Roman law—the suit for specific performance. In the case of the nonperformance of a contract, the common law contents itself with attempting to set matters right, by awarding damages for the non-performance. In this particular case, even this defect in the common law was a very fortunate thing, as otherwise, instead of merely having damages to pay for refusing to marry against our inclination, we might have been brought up to the ring-bolt of specific performance, and forced into the yoke any how.

It is often said that no woman of any delicacy or self-respect ever would or ever does bring a suit for breach of promise of marriage. That may be so; still nothing prevents a great many women, who would be entirely unwilling to confess to any deficiency of delicacy or self-respect, from taking advantage of the law, or more properly speaking, of the public sentiment out of which the law grows and which sustains it, to force their once lovers, but lovers no longer, into a reluctant and repugnant marriage ceremony. Whose private experience does not enable him to recount instances, in which men, sensibility and honor have suffered themselves to be thus forced into unsuitable matches, of which the unfortunate result has corresponded with the inauspicious beginning? Contrary to every principle of common sense, as well as to every instinct of sentiment, as are suits for breach of promise of marriage, yet undoubtedly they are fully sustained by the prevailing public sentiment. Otherwise it would be impossible to explain the extravagant lengths to which courts have gone in inferring a promise of marriage from the most trivial circumstances—waiting on a lady home from church; going to see her of a Saturday night; asking her twice of a winter to a ball; corresponding with her, though nothing is said in the letters about love or marriage; allowing her to darn your stockings. There is, indeed, no circumstance, however light or trivial, upon which the busy tongues of a country parish get up a rumor of an engagement, which is not held amply sufficient by our courts of law to establish the fact of a promise of marriage, and to lay the foundation of a suit for damages.

It is not, however, upon these extreme cases that we rest our opposition. We object to the proceeding in any case, no matter how solemn and formal the promise, nor how often renewed. We object to the whole idea of obligation in such a case, and, of course, to the enforcement of such supposed obligation by law. The whole thing is a gross abuse—to speak the truth—a scandalous abomination. The very idea of marriage, according to any but the grossest and lowest conception of it, implies the free and full consent of both the parties to it. On the part of the man, if not of the woman, it implies something more, not a mere tacit consent, but a forward, active, joyous consent. A great deal of sympathy has been expended over women forced by tyrannical fathers to give their hands without their hearts. A miserable case, truly, but altogether less miserable than that of a man, drawn, by a false sense of honor and a ridiculous public opinion, to speak a public lie, and, in the face of God and man, to pledge himself as a husband, when he knows he cannot be one. All promises are made with this implied reservation—that he who promises shall have it in his power to fulfill. This is true even of mercantile promises. No man is held to be under any moral obligation to pay his debts, any further than he has the means to pay; and upon giving up the property that he has, our insolvent laws will discharge him from the legal obligation. A promise to marry carries with it the implied reservation that he who promises shall continue to love. The promise is not, and is not understood to be, either by him who makes, or her who receives it, a promise merely to assume the legal responsibility of marriage; it is a promise to assume the moral and sentimental responsibilities also; and if, by change of circumstances or change of mind, it has become impossible to fulfill one part of the promise, if it is impossible to love. the whole necessarily falls to the ground.

What is the object and intent of that intimacy called an engagement of marriage, unless to enable the parties to live together in that freedom of intercourse which the mutual expectation of marriage inspires, for the very purpose of giving them an insight they would not otherwise have into each other’s character, and an opportunity of repentance and retraction before taking the irrevocable step? And if this be the object of an engagement—as who will venture to say it is not—how absurd to hold a man bound to marry, by the very process of socking to discover whether it will be judicious for him to marry or not?

Of all miserable things in this world of misery, a miserable marriage is the most miserable, yet every acute observer must have noticed that the misery of many of these marriages arises from causes too immaterial, so to speak, too spiritual to attract the notice of the casual observer. At a time when our courts and our legislatures are besieged by wives and husbands struggling to get rid of uncongenial partners; when the laws on the subject of divorce are loudly complained of in so many quarters, as failing to afford that relief which they ought, one measure, it would seem, might suit equally well both the friends and the enemies of the freedom of divorce. An ounce of prevention is worth a pound of cure. It may be necessary to allow those married persons to separate, who have become not merely tiresome, but hateful to each other; but how much better to avoid the blunder of bringing such people together? Divorce at the pleasure of either party, after the marriage has been consummated, and especially after children are born, is limited to some very weighty objections; but what can be the objection to allowing the freedom of separation in cases where no marriage has yet been celebrated? If, indeed, to seek the intimacy of a lady with a view to discover if she is fit to be your wife, is to carry with it the obligation to make her so, at all events, we are in no respect better off than the Chinese, who marry their wives without over having seen them. So far, indeed, as the wife’s person is concerned, we have an advantage over the Chinamen, in the privilege of seeing so much of it as she exhibits to the world at large in the street, or as she displays to a select circle in a ballroom. Looks, however, in this climate, are not much to be depended upon. American beauty fades with marvellous rapidity; while, as to the lady’s temper, and mental and moral traits, which in our state of civilization are of at least equal importance with her face, if we are so impertinent as to peep into them, the law and public opinion insist that in so doing we have contracted an obligation to marry her. Thus, in fact, we are worse off than the Chinaman. He, if not suited with one wife, can take another, and so on, till he is suited. We, when once married, are done for. We can neither get rid of our uncongenial wife nor take a congenial one. Under these circumstances, we ought at least to have the privilege of making a choice with our eyes open, and not be held by the very act of examination to have precluded ourselves from declining to accept an article, which, however taking it might seem at first sight, proves, on being more closely looked at, not what we wanted.

[“A Word For Men’s Rights.” Putnam’s Monthly, A Magazine of Literature, Science , and Art, Vol. II, Feb. 1856, No. XXXVIII, p. 208]

“Stang riding” as punishment for male victims of intimate partner violence

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Stang riding, alternatively referred to as stanging, charivari, or riding the skimmington is a centuries-old practice intended to shame male victims of intimate partner violence by parading them through town on a wooden platform while enduring mockery and ridicule by onlookers. Essentially a vigilante justice action, the practice ceased by the earlier part of last century, or rather has been supplanted by more subtle forms of shaming male victims; ie. telling them to “man up” or by insinuating that a man must have done something wrong to “cause” his female partner to act violently.

From old newspaper reports in England we get clear evidence of the desire to shame those who rode the stang:

Stang riding – It has been asserted by an old writer that “Shame produceth reformation, where punishment faileth.” 1

“Riding the stang” was one of the few old customs still remaining by which the people of a particular place took the law into their own hands as an assumed right. It was formerly the tendency of the law that for minor offenses the culprits should be punished by some process that appealed to their sense of shame, such as that of the stocks or ducking stool, the pillory and so forth, and “riding the stang” was a popular way of acting on the same principle. 2

Stang riding was employed for married men and women transgressing social norms, including the norm that a man should defend himself when his wife perpetrated physical violence against him – i.e. If the man failed to defend himself he was forced to ride the stang, as described in the following English newspaper articles from the 1800s:

Stang Riding, or Riding the Skimmington, a mode of punishing certain delinquencies, or of ridiculing a man who allows his wife to beat him, [is] still followed in some parts of the country. It consists of making him ride a wooden horse in procession, with the accompaniment of much noise.3

__________________________

Stanging, or riding the stang, was a name by which a mode of punishment, at one time very popular, especially in the north of England, was known. It was resorted to in cases where, through the frailty or fault of either party, conjugal felicity had been violated. Sometimes the punishment was occasioned by a rustic swain having allowed his termagant wife to beat him; and this form of the custom has given rise to the slang word “stangey,” ie. a person under petticoat government.4

__________________________

In several parts of this country there was an old custom… believed to be of Saxon origin, prevailing, which was called Riding Stang. It occurred when a woman was known to have beaten her husband, and the mode of procedure was as follows:- the neighbours being assembled together, two men get into a cart and are drawn about by other men, when they beat an old tin can with a stick, a number of nonsensical lines are repeated, and the assembled multitude shout; and all this must be done in four neighbouring townships before the Stang Riding can be completed. Two men of the names Bent and Muddyman sometime ago came to reside at Hyde from a Stang Riding district, where they had not long been, before Bent got married, and Muddyman promised that when he [ie. Bent] allowed his wife to thrash him, he would give him the benefit of a Stang Ride. It was not long before Muddyman’s anticipations that Bent’s wife would thrash him were realized, and not forgetting his promise, a muster was made, and the ceremony was commenced on the evening of the 27th of July, when the plaintiff and Muddyman got into a cart, with a stick and a saucepan, with which they contrived to make some music, and the plaintiff repeated the following lines:-

Ran, dan, dan,
This you mun know by the sound of our can,
One of our neighbours has beat her good man;
Not for eating or drinking or feeding on souse,
But for spending two-pence in a neighbour’s house;
If he’ll be a good fellow and do so no more,
We won’t never sound our can at no neighbour’s door.

Muddyman, who was in the cart, and held one of the musical instruments, then made the following beautiful response:-

Tink of a kettle—tank of a pan,
This brassy-faced woman has beaten her man,
Neither with sword, dagger or knife,
But with an old shuttle she’d like to have taken his life.

The can was then again tinkled, and the shout having been set up, the cart was drawn to the townships of Godley and Haughton, the crowd accompanying it, where the same ceremony was performed, and the cavalcade returned in perfectly good order, through Hyde, toward another township, it being necessary that they should visit four.5

__________________________

The stang is of Saxon origin, and is practiced in Lancashire, Cumberland, and Westmoreland, for the purpose of exposing a kind of gynocracy, or, the wife wearing the gallskins. When it is known (which it generally is) that the wife falls out with her spouse, and beats him right well, the people of the town or village produce a ladder, and instantly repair to his house, where one of the partly is powdered with flour–face blackened–cocked hat placed upon his cranium–white sheet thrown over his shoulders–is seated astride the ladder–with his back where his face should be–they hoist him upon men’s shoulders–and in his hands he carries and long brush, tongs, and poker. A sort of mock proclamation is then made in doggerel verse at the door of all the ale-houses in the parish, or wapentake, as follows:

It is neither for your sake nor my sake
That I ride the stang;
But it is for Nancy Thomson,
Who did her husband hang.
But if I hear tell that she doth rebel,
Or him complain, with fife and drum
Then we will come,
And ride the stang again.
With a ran tan tang,
And a ran tan tan tang,” &c.6

Notice the man in the latter example is forced to carry a “long brush, tongs, and poker,” household objects usually attended by women, perhaps as an attempt to feminize and portray him as unmanly. One is reminded here of the centuries old Henpecked Club which held annual street processions of battered men carrying women’s household utensils, which symbolized their humility and humiliation.

Stanging as a method of shaming abused men took many forms, differing from town to town and from incident to incident. However one thing these rituals had in common was the attempt to shame male victims of domestic violence. While this history is readily available in newspaper and other archives, today’s historians of sociology have avoided any publishing or commentary on the material, hence this article to raise awareness of what we might aptly refer to as his-tory.

Sources:

[1] Chester Chronicle – Friday 28 May, 1813
[2] Cork Examiner – Monday 28 August, 1865
[3] Salisbury and Winchester Journal – Saturday 27 September, 1856
[4] Kent and Sussex Courier – Friday 13 August, 1880
[5] Chester Chronicle – Friday 27 April, 1827
[6] Lancashire Mirror – 18 January, 1829

See also:

Riding the Donkey Backwards: Men as the Unacceptable Victims of Marital Violence
Fire-poker princesses: a snapshot of female violence in nineteenth-century England
The Henpecked Club – a 200 year fellowship of abused husbands
A random selection of nineteenth century newspaper articles referencing stanging

Courtly love ideology leaves bitter men with only fantasies

By Douglas Galbi

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In medieval Latin love lyrics, courtly lovers yearn for carnal love. They praise women’s bodily beauty, they beg for love and pitifully lament being rejected, and they plaintively foretell their death through lovesickness. Medieval clerics, white knights, and courtiers are standard-bearers of courtly love. They display ignorance, dogma, and fantasy that endures to our day as an alternative to the empirical science of seduction.

For long now I have shown myself
to be a devoted soldier of Love,
as whose bidding I rushed headlong
to commit foolish, daring deed,
loving at great hazard
one who never casts a kindly eye on me.
If I now entirely ceased,
I would serve myself well,
But only the inferior man
flees the clamor of battle.
Let it be, as I will!
Carelessly I offer my life to fortune’s hazards.
She must know of my soul’s greatness,
greater than my bodily form,
for I climb the loftiest bough
seeking for fruit on the tree
and claiming: guile
has no place in a lover who knows no fear.[1]

Soldiers of love are men who believe in the ideology of courtly love. They are men such as Ulrich von Liechtenstein, Suero de Quinones, and Nitin Nohria. Living in fantasies, they are generally not successful in love with women. They commonly became bitter men who hate themselves and other men. They tend to marry as beta-provider hubbies. They face a high risk of sexless marriage and being cuckolded. You don’t want your son, if you have one, to become that kind of man.

In the Middle Ages, just as in our current Dark Age, a few transgressive poets challenged the benighted scholars, gynocentric apparatchiks, and sophistic social-climbers that construct and re-enforce the ideology of courtly love. Drawing upon the full resources of classical, biblical, and contemporary culture, these poets offered a messianic secret. Their secret is accessible only to those who read medieval Latin poetry knowingly.

If I were to speak with angelic and human tongues,
I could not describe the prize, no worthless one.
By that I am rightly set above all Christians,
while unbelieving rivals envy me.
Sing, my tongue, therefore of causes and effects!
Yet keep the lady’s name cloaked,
so that it isn’t spread widely among the people,
and the secret is kept apart and hidden from the masses.

{Si linguis angelicis loquar et humanis,
non valeret exprimi palma, nec inanis,
per quam recte preferor cunctis Christianis,
tamen invidentibus emulis profanis.
Pange, lingua, igitur causas et causatum!
nomen tamen domine serva palliatum,
ut non sit in populo illud divulgatum,
quod secretum gentibus extat et celatum.} [2]

The medieval Latin poem Si linguis angelicis, written in a Latin meter associated with satire, subtly mocks the delusions of courtly love. The lover’s case history begins with plausible circumstances of despair:

In a beautiful, flowering bush I stood,
turning around in my heart this: “What should I do?”
I hesitate to plant seeds in infertile soil.
Loving the flower of the world, behold, I am in despair.”

{In virgultu florido stabam et ameno,
vertens hec in pectore: “quid facturus ero?
dubito, quod semina in harena sero;
mundi florem diligens ecce iam despero.} [3]

This stanza thoroughly mixes sexual and biblical imagery: standing erect in a beautiful bush, God from a burning bush instructing Moses, sexual intercourse not propitious for creating descendants as numerous as the sand on the seashore, and the microcosm-macrocosm flower of the world / vulva of God. Life is wonderfully complex. The question in despair for every man conscious of his human nature: “what should I do?”

In the context of deeply rooted social hostility toward men’s sexuality, men increasingly are choosing to do nothing. As an alternative to life in the flesh, historically much more prevalent than pornography has been fantasies of courtly love:

I saw a blossoming flower, saw the flower of flowers,
saw a May rose more beautiful than all others,
saw a shining star brighter than the rest,
by which I passed into the experience of love.

{Vidi florem floridum, vidi florum florem,
vidi rosam Madii cunctis pulchriorem,
vidi stellam splendidam, cunctis clariorem,
per quam ego degeram sentiens amorem.}

The experience of courtly love centers on other-worldly idealization of the beloved woman. The deluded lover, feeling ineffable joy from this imaginary woman, rushes to her and greets her on bended knee:

Hail, most beautiful one, precious jewel!
Hail, glory of virgins, maiden glorious,
hail, light of lights, hail, rose of the world,
A Blanchefleur and a Helen, a noble Venus!

{Ave, formosissima, gemma pretiosa,
ave, decus virginum, virgo gloriosa,
ave, lumen luminum, ave, mundi rosa,
Blanziflour et Helena, Venus generosa!} [4]

Yes, even in medieval times, most women would regard this guy as creepy. She doesn’t even know him. He had seen her at a summer feast, fully five or six years ago. Since then, he has been suffering grievously from lovesickness. He has never spoken to her, but he thinks of her:

Drink, food, and sleep have deserted me,
By medicine I am unable to be healed.

These privations and many more have I endured,
No consolations fortify against my cares,
except repeatedly in the darkness of night
I am with you in forms shaped by the imagination.

{Fugit a me bibere, cibus et dormire,
medicinam nequeo malis invenire.

Has et plures numero pertuli iacturas,
nec ullum solacium munit meas curas,
ni quod sepe sepius per noctes obscuras
per imaginarias tecum sum figuras.}

Offering a fantastic alternative to the folklore motif “man gets sex without paying for it,” the imaginary woman declares:

So tell me, young sir, what you have in mind;
do you ask for silver, so as to enrich yourself,
or for precious stones to adorn yourself?
For if it be possible, I will give you whatever you seek.

{Dicas ergo, iuvenis, quod in mente geris;
an argentum postulas, per quod tu diteris,
pretioso lapide an quod tu orneris?
nam si esse poterit, dabo quidquid queris.}

Imagine — while he was secretly pining for her, she was also secretly in love with him! Even better, she wants to give him expensive gifts. Needless to say, real life five or six years after seeing a beautiful woman, but not speaking to her, isn’t like this. Continuing more realistically, the man dallies further verbally. Recognizing that he needs additional, explicit instruction, as many students do after being terrified in mandatory affirmative-consent classes, the loving woman declares:

Whatever you want to do, such I cannot foreknow,
however to your entreaties I desire to consent.
Therefore, what I have, sedulously investigate,
undertaking, if you can find it, whatever you seek.

{Quicquid velis, talia nequeo prescire;
tuis tamen precibus opto consentire.
ergo, quicquid habeo, sedulus inquire,
sumens si quod appetis, potes invenire.}

She speaks like a true scholastic. She even offers a hint of now-fashionable gender ambiguity. The lover throws his arms around her neck and kisses her a thousand times. As Ovid said after hugging his mistress Corinna’s lovely, naked body, who doesn’t know what then ensued?[5] Men bitter with the failures of courtly love will find pleasure in this fantasy. They must not lose heart, but have stronger hope that repeated failures of courtly love indicate forthcoming success.[6] Can anyone doubt that triumph in courtly love comes from fantasy, not empirical science?

Medieval Latin poetry shows a still more excellent way. With guile, amused mastery, and fear for his holiness, a man can aspire to be like God to the woman he wants to love:

Game, he may game, you all game! In your jesting now listen,
the sweet joys of the present life soothe and make merry:
the player roles the dice,
the student by his embraces
would delude women.
Love must be sung in sweet melodies;
It should not be held back in the shackles of grave homilies.
A little maiden should pledge her hand,
she flowering like a rose,
overcome by pious words.
She should say “yes!” readily, not refusing when asked,
Not inquiring of the aforesaid man’s standing.
She should do what is asked;
what is neglected to be requested,
the lauded young woman should provide.

{Lude, ludat, ludite! iocantes nunc audite,
quos presentis gaudia demulcent leta vite:
histrio tesseribus;
clericus amplexibus
deludat mulieres.
Amor est iam suavibus canendus melodiis,
qui non tardet gravibus detentus homiliis.
spondeat puellula
florens quasi rosula,
verbis devicta piis.
Dicat “ita!” facile, nil deneget rogata,
non viri notitiam rimetur prenotata.
faciat, quod petitur;
quod prece negligitur,
prestet virgo laudata.} [7]

The Virgin Mary said yes to the mysterious words of the angel Gabriel. About two millennia later, the Mystery Method has been extensively field-tested. Among all possible outrages — and medieval Latin provided now inconceivably broad latitude for outrageous words — the greatest of these is love.

* * * * *

Notes:

[1] Carmina Burana 166 (Iam dudum Amoris militem), from Latin my English translation, with borrowings from the English translations of Marshall (2014) p. 205 and Walsh (1993) p. 187. In the final Latin line, Walsh replaces non from the manuscript with nunc and translates the last two lines thus:

claiming that in a lover who knows no fear there is now a role for native talent.

Perhaps climbing trees is a “native talent,” but that makes little poetic sense in context. For the original manuscript text, Walsh provides the alternate translation:

in a lover who knows no fear, there is no place for the crafty approach.

Id. pp. 187-8. My translation is similar, but makes more clear that the relevant craft is social ingenuity (ingenio): guile.

The phrase amoris militem (soldier of Love) “sounds the keynote of the poem; this is to be the proclamation of the courtly lover.” Id. p. 187. Ovid explored that theme, but with much more insight and sophistication.

[2] Carmina Burana 77 (Si linguis angelicis loquar et humanis) st. 1-2, from Latin my English translation, with borrowings from the English translations of Marshall (2014) p. 101-5 and Walsh (1993) pp. 65-8. Here’s a complete Latin text of the poem from Biblotheca Augustana. Above I provide the Latin text from id. pp. 62-65. That Latin text has some small differences from Bibliotheca Augustana‘s Latin text. All the subsequent quotes above, except the final one, are similarly from Si linguis angelicis, stanzas 3, 6, 8, 20 (ll. 1-2) & 21, 26, and 28. This poem has survived only in the Carmina Burana manuscript (Bavarian State Library, Munich, clm 4660/4660a).

The opening line of Si linguis angelicis cites 1 Corinthians 13:1. The next three lines are boastful and arrogant. Cf. 1 Corinthians 13:4. Robertson (1976/1980) p. 141 insightfully notes:

the assertion of that self-esteem after the suggestion of charity in the first line is more than a little ridiculous and hence humorous. I do not mean that it produced loud laughter, but I am confident that it did produce a smile.

The reference in the second line to the prize (palma) plausibly derives from Apocalypse 7:9. Id.

The second stanza’s first two words Pange, lingua evoke the crucifixion hymn of Venantius Fortunatus. Fortunatus wrote that hymn for the presentation of a cross relic to Queen Radegund at Poitiers in 570. It subsequently was commonly used in the Christian liturgy for Good Friday. Robertson provides a learned exegesis of the phrase causas et causatum:

The rare participle causatus (from causo rather than the usual Classical causor) used substantially occurs prominently in only one familiar {sic} work: the translation of Aristotle’s Posterior Analytics by Boethius. It appears in 1.7 toward the close in the clause “cum non ex causatis sciat causis,” which forms part of an argument to show that demonstrative principles appropriate to one discipline cannot be used for demonstration in another discipline unless the axioms of the two are the same, or unless one discipline can be thought of as being logically subordinate to the other.

Without being able to draw upon insights from the subsequently developed body of seduction field reports, Robertson makes a false distinction:

Divinity and seduction do not have the same axioms, since it is an axiom of Divinity that fornication is forbidden. For the same reason Divinity cannot be subordinated to seduction. The two are incompatible, and our lover is speaking foolishly.

Id. p. 142. On the messianic secret, Mark 8:29-30 and Romans 16:25-6. On men’s love for women in relation to crucifixion, Ephesians 5:25. The issue of divinity and seduction is further elaborated in the discussion of Lude, ludat, ludite! above.

The satire on courtly love in Si linguis angelicis hasn’t been recognized within Latin literary scholarship that largely celebrates man-oppressing courtly love. Considering Si linguis angelicis, Dronke declares:

The poet makes constant liturgical allusions — yet these are not in any way parodistic or blasphemous: they are not to establish an incongruity but to overcome one.

Dronke (1965) p. 318. The poem is written in a “goliardic” meter. That form is commonly associated with “satirical or jocular purposes.” Walsh (1993) p. 69. The poem has technical similarities with the immediately preceding poem in the Carmina Burana, Dum caupona verterem. Id. pp. 59-60. Dum caupona verterem is about a man of distinction who spent three months in a brothel having sex with Venus. He left as a pauper with fantastic memories. In contrast to Dronke’s and Walsh’s views, both poems seem to me to ridicule men’s ignorance and folly in love.

[3] The phrase in harena more literally means “in sand.” Cf. Mark 4:5-6. Ovid, Heroides 5.115 associates sowing seed in sand with prophecy of death. The context is Paris leaving Oenone for Helen. Walsh (1993) p. 70, which notes that reference, observes “the crudity of this double entendre is lightened by the literary reminiscence.” Male sexual function isn’t crude; it’s natural, beautiful, and in some instances fruitful. In context, the reference to sand evokes barrenness. The reminiscence of Helen and the Trojan War adds a dark note of brutal violence against men.

[4] The first three lines of the above stanza evoke Marian hymns. The fourth line refers to a secular romance and traditional Roman myth. Walsh (1992) p. 197 observes:

The identification of the loved one with Helen, who is cited as an exemplum of peerless beauty without animadversion to morals, should not have troubled Dronke, since it is a prominent feature in other lyrics and is recommended in the rhetorical handbooks.

Robertson offers broader insight:

Although it is true that in the twelfth century after it became commonplace to see the bride in the Canticle as Mary, the attractiveness of her physical attributes was sometimes indicated in very frank terms, and love for her was often expressed in what is today startling imagery, no one would seriously have sought to combine the Blessed Virgin, Blanchefleur, Helen and Venus in the same person. To deny that the effect of this line is humorous seems to me to be insensitive. Whatever we may think of Blanchefleur, Helen had an unsavory reputation in the twelfth century; and it would hardly have been possible for a girl to be a “virgo gloriosa,” which Helen certainly was not, and a “Venus generosa” at the same time.

Robertson (1976/1980) p. 145. Being humorous doesn’t exclude the serious purpose of challenging the dominant ideology of courtly love.

Medieval writers fearlessly combined sacred and profane themes. Carmina Burana 215 (Lugeamus omnes in Decio) uses the form of the Mass as a disparaging liturgy against the god of dice. The mid-fifteenth-century Middle English poem Kyrie, so kyrie rewrites Jankyn’s subordination to Alisoun. The Arundel Lyrics is a wide-ranging collection that evokes the extraordinary mixture of the Incarnation. Boncompagno da Signa (c. 1170- c. 1240) in his Rhetorica novissima declared:

A certain man who had had carnal knowledge of a nun said: “I did not defile the divine bed, but since the Lord had favored me in his words, I wished to raise his horn.” Moreover, a nun could say to her lover: “Thy rod and thy staff, they comfort me.”

From Latin trans. Huot (1997) p. 67. Cf. on Boncompagno, Dronke (1965) p. 318. Luke 2:23 offered possibilities for celebrating the sacredness of men’s sexuality. For relevant discussion, Huot (1997) p. 67.

[5] Ovid, Amores 1.5-23-24.

[6] Cf. the last two stanzas of Si linguis angelicis. Those stanzas offer platitudinous inspiration for courtly lovers:

So let every lover be mindful of me. He must not lose heart, though at that point his lot is bitter. For certainly some day will dawn upon him at which he will later triumph over his troubles.

Indeed it is from bitterness that pleasant joys are sprung; the greatest gains are not won without toils. Those who seek sweet honey often feel the sting, so those whose lot is more bitter should maintain the stronger hope.

Trans. Walsh (1993) p. 68. A later hand inserted amara (bitternesses) to make the first line of the final stanza to be in part “it is from bitterness that bitternesses are sprung.” With some dissent, modern scholars have tended to amend amara to grata (pleasant joys). Id. p. 73.

Interpretations of Si linguis angelicis have varied considerably within common respect for courtly love. Walsh declared:

The poem is serious insofar as the poet enthusiastically associates himself with the courtly experience, but the theme is handled wittily as a literary mode rather than with deep emotional involvement. In short, the composition is a stylized exercise

Id. p. 68. Robertson didn’t take the poem seriously. He speculated its “original purpose may have been to serve as a grammatical exercise for students.” Robertson (1976/1980), p. 150. Dronke read the fantasy of courtly love in Si linguis angelicis to cover seriously amour courtois generally:

‘Si linguis angelics’ draws together some of the poetically most notable attitudes of the twelfth-century courtois love-lyric. … In many ways I am tempted to see this poem almost as an emblem of the twelfth- and thirteenth-century European poetry of amour courtois.

Dronke (1965) p. 330. The above quote is part of the concluding paragraph for the whole interpretive volume of Dronke’s learned and influential work on medieval Latin love lyric.

Scholars haven’t recognized the seriousness of the parodic critique of courtly love in Si linguis angelicis. Courtly love ideology has deep psychological roots among elite men. Walsh’s view of twelfth-century clerics probably applies more accurately to many leading modern scholars of medieval literature: their understanding of seduction is “filled in imagination by love encounters with the pen rather than by personal approaches to ladies in real life.” Walsh (1992) p. 203. The modern empirical science of seduction and online documentary field reports enable much better appreciation for extraordinary medieval Latin love poetry.

[7] Carmina Burana 172 (Lude, ludat, ludite!), from Latin my English translation, with borrowings from the English translations of Marshall (2014) p. 210. Flowering like a rose, interpreted as blushing, suggests an erotic aspect of pious words. Marshall, id., entitles the poem Magicians of Love. Mystery, the eponym of the Mystery Method, seduced women under the persona of a magician.

Dronke declares:

All mankind {humanity} is one in love, all aspects of love are linked. This is the basic assumption of a poem such as ‘Si linguis angelicus’. It is grounded in a unity of experience which can affirm divine love and every nuance of human love without setting up dichotomies: all are involved together in the ‘Rota Veneris’.

Dronke (1965) p. 318. Those abstract assertions, which have little connection to the text of Si linguis angelicus, can be given considerable textual and practical meaning with respect to Lude, ludat, ludite!

[image] Knight knocked off his horse. From Kottenkamp, Franz, and Friedrich Martin von Reibisch. 1842. Der Rittersaal, eine Geschichte des Ritterthums, seines Enstehens und Fortgangs, seiner Gebra?uche und Sitten. Stuttgart: Carl Hoffmann. Thanks to Wikimedia Commons.

References:

Dronke, Peter. 1965. Medieval Latin and the rise of European love-lyric. Vol. 1 — Problems and interpretations. Oxford: Clarendon Press.

Huot, Sylvia. 1997. Allegorical play in the Old French motet: the sacred and the profane in thirteenth-century polyphony. Stanford, Calif: Stanford University Press.

Marshall, Tariq. 2014. The Carmina Burana: Songs from Benediktbeuren: a full and faithfull translation with critical annotations. 3rd edition. Los Angeles: Marshall Memorial Press.

Robertson, D. W. 1976/1980. “Two Poems from the Carmina Burana.” American Benedictine Review 27 (1): 36-59, reprinted pp. 131-50 in Robertson, D. W. 1980. Essays in medieval culture. Princeton, N.J.: Princeton University Press (cited to pages in 1980 reprint).

Walsh, Patrick Gerard. 1992. “Amor Clericalis.” Ch. 12 (pp. 189-203) in Woodman, Anthony. J., and Jonathon G. F. Powell, eds. Author and audience in Latin literature. Cambridge, England: Cambridge University Press.

Walsh, Patrick Gerard. 1993. Love lyrics from the Carmina Burana. Chapel Hill: University of North Carolina Press.

Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

El Matrimonio es esclavitud

By Peter Wright (translation by Andres Bolaños)

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El matrimonio moderno evolucionó de un ritual histórico diseñado para contratar esclavos para los señores, aunque la mayoría de la gente ha olvidado su historia. Sin embargo, muchos de los comportamientos y rituales que son centrales en esta historia se pueden todavía discernir en el matrimonio moderno.

grooms_wedding_ring-02Se piensa que la práctica de intercambiar anillos de boda se extiende muy atrás en la historia antigua, y se ha encontrado evidencia de ese ritual en el Antiguo Egipto, Roma, y en diferentes culturas religiosas. Sin embargo, nuestra práctica moderna de anillos de bodas tiene un origen y un significado distinto, uno que podría ocasionar un estremecimiento en más de una persona. Como se sugiere en el blog Society of Phineas, el anillo funciona como un contrato feudal entre el hombre y su esposa:

“El anillo funciona como una prueba de habilidad en el juramento del vasallo a su esposa. Esto es cierto si se tienen en cuenta las expectativas tradicionales de la cantidad de recursos que han de utilizarse en comprar el anillo junto con los gastos del día de la boda. En este ambiente ginocéntrico, es un sacrilegio total no darle a la mujer su Anillo Único u ofrecerle uno que esté por debajo de los estándares de ella y de sus amigas. Ella utiliza su Anillo Único como prueba social de su estatus en el Equipo Mujer (es una competencia parecida a los regalos del Día de San Valentín), ya que ella no dudará lucirlo tanto como sea posible cuando lo consigue, si es que éste obtiene su aprobación.” (1)

Esta opinión encuentra apoyo en académicos medievalistas quienes muestran el origen de nuestro ritual de intercambio de anillos en primitivas fuentes literarias o en representaciones artísticas de la Edad Media. H.J. Chaytor, por ejemplo, escribió “El amante era colocado en su posición por la dama, hacía un juramento de fidelidad para con ella y recibía un beso para sellarlo, un anillo, o alguna otra posesión personal.” La Profesora Joan Kelly nos ofrece un resumen de la práctica:

“Un beso (como el beso de homenaje) sellaba el juramento, se intercambiaban los anillos, y el caballero entraba al servicio de su dama. El representar el amor en los términos del vasallaje tenía varias implicaciones liberadoras para las mujeres aristocráticas. Las más fundamentales, la ideas de homenaje y mutualidad, se introdujeron en la noción de las relaciones heterosexuales junto con la idea de libertad. Como se simbolizaba en los escudos y en otras ilustraciones que colocaban al caballero en actitud ritual de mención, arrodillándose ante su dama con sus manos dobladas entre las de ella, el homenaje significaba servicio masculino, no la dominación ni subordinación de la dama, y significaba también fidelidad, constancia en ese servicio.” (2)

155190-425x282-istock_000018156233xsmallComo en la descripción ofrecida por Kelly, los hombres continúan poniéndose sobre una rodilla y no tienen problema en demonstrar humildad declarando que la boda es “el día de ella”, traicionando el origen y la concepción del matrimonio al hacerla, en su estructura más feudal que cristiana. Con gestos como ese, es obvio que el matrimonio moderno está basado en los primeros rituales feudales conocidos como “ceremonia de mención” o “de elogio” en la que se crea un lazo entre el señor y su guerrero (es decir, su vasallo). La ceremonia de mención está compuesta de dos elementos, uno que es realizar el acto de homenaje y el otro que es un juramento de vasallaje. Para el juramento de vasallaje, el vasallo colocaba sus manos en la Biblia (como aún se practica) y juraba que nunca lastimaría a su señor en ninguna forma y que le sería fiel. Una vez que el vasallo había hecho el juramento de vasallaje, señor y siervo entraban en una relación feudal.

Como este contrato arcaico sigue en vigencia en nuestros matrimonios contemporáneos, también podríamos cuestionar los conceptos típicos de obediencia entre marido y mujer. En las antiguas ceremonias cristianas, la mujer a veces juraba amar, estimar y “obedecer” a su esposo. Sin embargo, como estaba enmarcada dentro de una relación de tipo feudal, la obediencia de la mujer estaba fuertemente compensada e incluso revertida en la práctica porque ella tendía a ser quien tenía el poder en relación al hombre. En este último caso, la mujer, como la figura más poderosa, simplemente obedece –si es que obedece del todo– a sus responsabilidades como un gentil señor feudal de su esposo. Es importante notar que en este caso se cambia la noción de patriarcado benévolo a un ginocentrismo amable que las feministas tratan de promover como amoroso, pacífico, e igualitario.

El servicio de amor

El modelo Medieval de servicio a un señor feudal fue transferido en su totalidad a relaciones de “servicio de amor” de los hombres a las mujeres. Dicho servicio es la marca distintiva del amor romántico y es caracterizado por la deferencia que el hombre le profesa a la mujer, quien es vista como superior moral. Durante ese periodo, los hombres se referían a las mujeres como domnia (rango dominante), midons (mi señor), y después como dame (autoridad respetada), términos que tienen su raíz en el latín dominus que quiere decir “señor”, o “dueño”, particularmente de esclavos. El experto en lenguaje Medieval Peter Makin confirma que los hombres que usaban estos términos debieron ser conscientes de lo que estaban diciendo:

“Guillermo IX llama a su dama midons, que he traducido como ‘mi Señor’… Estos hombres sabían latín y debieron ser conscientes de su origen y peculiaridad; de hecho, era claro que eran sus emociones y expectativas colectivas las que suscitaban lo que solía ser una metáfora del ámbito del señorío, de la misma manera que el proceso de creación colectiva de metáforas establece ‘bebé’ como un término para referirse a una novia, y que crea y transforma el lenguaje constantemente. Así mismo, al saber que don, ‘señor’, también se usaba para referirse a Dios, ellos debieron haber sentido alguna conexión con la adoración religiosa.” (3)

Recapitulación

Recapitulemos las prácticas que estaban asociadas con el ritual de dar anillos de bodas:

1. Genuflexión: el hombre se coloca sobre una rodilla para proponer matrimonio.
2. Símbolo de mención: se intercambian los anillos.
3. El beso de vasallo: se representa en la ceremonia.
4. Homenaje y vasallaje: implícito en los votos matrimoniales.
5. Sumisión: “Es el día de ella”.
6. Servicio: el hombre se dispone a trabajar para su esposa por el resto de su vida.
7. Desechabilidad: “Moriría por ti”.

¿Es de extrañar que las mujeres sientan tantas ganas de casarse y que los hombres estén rechazando el matrimonio en bandadas? El modelo feudal revela exactamente en qué se están metiendo los hombres a través de esa pequeña banda dorada –un compromiso de por vida con una mujer que está culturalmente preparada para actuar como nuestro señor. Mientras más hombres se dan cuenta de esta farsa, más escogerán rechazarla, y para aquellos que aún consideran casarse, los aliento a que lean este artículo una segunda vez; su habilidad de conservar o perder su libertad depende de ello.

[1] Website: Society of Phineas
[2] Joan Kelly, Women, History, and Theory, University of Chicago Press, 1986
[3] Peter Makin, Provence and Pound, University of California Press, 1978

El otro Mito de la Belleza

By Peter Wright (translation by Andres Bolaños)
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En 1991, Naomi Wolf escribió El Mito de la Belleza [The Beauty Myth] en el que afirma que las mujeres son oprimidas por la presión cultural de ser hermosas. Lo que le falto decirnos es dónde se originó este hábito, y cómo se utiliza esencialmente para ganar poder sobre el sexo masculino.

En los seres humanos, diferentes compulsiones y deseos están en conflicto entre sí, cada uno atropellando a los otros por lograr la supremacía momentánea en la que un imperativo usurpa los derechos del otro. Dicho juego ha alcanzado un punto muerto durante los últimos 800 años porque, durante ese periodo de tiempo relativamente corto, la cultura humana ha enfocado su apoyo a desarrollar, intensificar e imponer el uso de prácticas dudosas en el ámbito sexual, hasta el punto en el que nuestras compulsiones sexuales parecen infladas con esteroides y llevadas hasta extremos nunca antes vistos en la sociedad humana (a pesar de los mitos sobre difundidas orgías romanas). La obsesión con la belleza de las formas femeninas son parte importante del problema.

Si viviéramos en la Antigua Grecia, Roma o en cualquier otro sitio, veríamos al coito como a cualquier otra función corporal, parecida al comer, defecar o dormir –una función corporal básica sin toda la publicidad que se le hace. Sin embargo, después de la Edad Media, se convirtió en un producto que se podía explotar y con el que se podía negociar, y el culto del romance sexualizado que surgió de él resultó en una frustración de nuestras necesidades de apego más básicas –una frustración instigada y secundada por las instituciones sociales que colocaban la manipulación sexual en el centro de las interacciones humanas. Este desarrollo atrincheró una nueva creencia según la cual la belleza era una posesión original de las mujeres, y solamente de ellas, y que en cambio el deseo de poseer esa belleza pertenecía sólo a los hombres, creando así una división entre los sexos que perdura hoy en día.

Comparemos esta división con las creencias de otras culturas –India, Roma, Grecia, etc. – y veremos un fuerte contraste, en el que las culturas clásicas asignaban la belleza equitativamente a los hombres y el deseo sexual a las mujeres. En la Antigua Grecia, por ejemplo, los hombres dejaban crecer su cabello y lo peinaban con veneración, untaban aceite de oliva sobre su piel y ponían mucha atención a su atuendo –los colores de la toga, los materiales con los que estaba hecha, la manera como envolvía el cuerpo –y tal vez no hay cultura moderna sobre la Tierra en la que la belleza masculina era celebrada de manera más asombrosa en las artes que la Griega.

Otro ejemplo viene del Cantar de Salomón, en el que la apreciación de la belleza y su añoranza fluía en ambas direcciones entre el hombre y las mujeres, mientras que en el amor romántico la belleza sólo es atribuida a la mujer, y el deseo sólo al hombre –los papeles están divididos radicalmente. Además, en el Cantar de los Cantares no hay ninguna evidencia del arreglo ginocéntrico; el hombre no aparece como vasallo de las mujeres, quienes son tanto Señores como deidades. Para los amantes del Cantar de los Cantares ya existe un Dios, así que no hay adoración de la mujer como una cuasi-divinidad que puede redimir la patética existencia del hombre –como si sucede en el amor “romántico”.

Según Robert Solomon, el amor romántico requería un cambio dramático en el auto-concepto de las mujeres. Este autor cuenta:

Ellas también fueron liberadas de una identidad que dependía exclusivamente de sus roles sociales, es decir, de sus lazos consanguíneos y legales con los hombres, como hijas, esposas y madres. Fue en este periodo de la historia cristiana en el que la apariencia adquiere una importancia de primer orden, en el que ser hermoso importaba para todo, no sólo como un rasgo atractivo en una hija o en una esposa (que probablemente no contaba para mucho de todas maneras), sino como una señal de carácter, estilo, personalidad. Un buen acicalamiento, en vez de las propiedades, llegó a definir a la mujer individual, y su valor, que ya no dependía de su padre, esposo o hijos, ahora se concentraba en su apariencia. La prima se le otorgaba entonces a la juventud y a la belleza, y aunque algunas mujeres hayan, incluso entonces, condenado este énfasis como injusto, al menos constituía la primera ruptura con una sociedad que, hasta ese momento, dejaba poco espacio para la iniciativa personal o el avance individual. Podríamos decir que el prototipo de la Playmate de Playboy ya había sido creado hace ochocientos años, y no requería, como mucha gente ha defendido recientemente, de las páginas centrales de Hugh Hefner para hacer de la juventud, de la belleza y de una cierta vacuidad virtudes personales altamente estimadas. El problema es el porqué seguimos teniendo dificultades para superar todo esto sin, como lo hicieron algunos Platonistas, despreciar la belleza totalmente –el error opuesto. [1]

Modesta Pozzo escribió un libro en los años de 1500 titulado El Valor de las Mujeres: su Nobleza y Superioridad sobre los Hombres. [The Worth of Women: their Nobility and Superiority to Men]. Esta obra supuestamente registra una conversación entre siete mujeres de la nobleza veneciana que explora casi todos los aspectos de la experiencia femenina. Uno de los temas explorados es el uso de cosméticos y de la ropa por parte de las mujeres para intensificar la belleza, incluyendo la tintura del cabello, para la que hay veintiséis recetas diferentes. La siguiente es la voz de Cornelia, quien explica que el deseo sexual de los hombres hacia las mujeres (y el control que las mujeres tienen sobre ese proceso a través de la belleza) es la única razón por la que los hombres pueden amar:

“Pensando en ello directamente, ¿qué tema podemos encontrar que sea más digno y más adorable que el de la belleza, la gracia y las virtudes de la mujer?… Yo diría que una forma corpórea externa perfectamente compuesta es lo más digno de nuestra estima, puesto que es esta forma externa visible la que se presenta primero ante el ojo y nuestro entendimiento: la vemos e inmediatamente la amamos y la deseamos, empujados por un instinto incrustado en nosotros por la naturaleza. No es debido a que los hombres nos aman que llevan a cabo todas estas demostraciones de amor y de devoción imperecedera, sino porque nos desean. Por lo que en este caso el amor es el retoño, el deseo su progenitor, o, en otras palabras, el amor es el efecto y el deseo es la causa. Y como quitar la causa significa quitar el efecto, eso quiere decir que los hombres nos aman en tanto nos desean, y una vez que el deseo, que es la causa de su amor banal, ha expirado en ellos (ya sea porque han obtenido lo que querían o porque se dieron cuenta de que no pueden obtenerlo), el amor, que es el efecto de esa causa, muere exactamente al mismo tiempo.” [Escrito en 1592]

Cavalier 1964Lo que me parece más interesante es que, desde la Edad Media, como es evidente en las palabras de Cornelia, hemos mezclado colectivamente el amor masculino con el deseo sexual como si ambos fueran inseparables, y con la habilidad de las mujeres para controlar ese “amor” masculino a través de la hábil cultivación de la belleza. Se podría perdonar que uno rehusara creer que esto es siquiera amor, y que en vez de eso sea la creación de un deseo intenso de satisfacción del placer sexual debido a la atracción hacia la belleza. Al observar detenidamente, se puede ver que el “amor” generado por el sexo no necesariamente lleva a la compatibilidad entre las parejas en un amplio espectro de intereses, y puede ocurrir entre gente que, además de la atracción sexual, son totalmente incompatibles, con casi nada en común, por lo cual la relación a menudo se deteriora tanto cuando empieza a haber ciertos vacíos en el juego sexual.

Esto plantea la idea alternativa del amor basado en compatibilidad, en lo que podemos llamar “amor basado en amistad” que no está basada únicamente en el deseo sexual –de hecho para este tipo de amor el deseo sexual ni siquiera es esencial, aunque a menudo esté presente. El amor basado en la amistad tiene que ver con intereses comunes que la pareja comparte, con encontrar un alma compatible y con conocer a la otra persona en igualdad de condiciones. Sin embargo, apuntarle a un amor basado en amistad quiere decir que las mujeres ya no necesitan manejar los hilos del deseo sexual tal como se practica en la atracción basada en la belleza, lo que en últimas libera a hombres y mujeres para encontrarse como iguales en poderes y, con suerte, encontrar mucho en común para poder sostener una relación duradera.

[1] Robert Solomon, Love: Emotion, Myth, Metaphor, 1990 (p.62)
[2] Modesta Pozzo, The Worth of Women: their Nobility and Superiority to Men, 2007
[3] Nancy Firday, The Power of Beauty

El contrato de relaciones sexuales

Por Peter Wright (Traducción por Andrés Bolaños)
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El modelo ginocéntrico para llevar a cabo relaciones entre los sexos hoy en día viene de la antigua Europa en la forma de la caballerosidad y el amor cortés. La tradición empezó en Francia y Alemania en el siglo XII y se difundió rápidamente a todas las principales cortes de Europa. Desde allí se filtró a la cultura popular, siendo eventualmente llevada al nuevo mundo en las alas del expansionismo colonial – a América, India, Australia y así sucesivamente.

¿Por qué es importante esta historia para los hombres? Porque es una historia que seguimos representando hoy en día, inconscientemente, y sus consecuencias en los hombres tienen implicaciones psicológicas de largo alcance.

En el modelo medieval, los hombres se ofrecían a sí mismos como vasallos de las mujeres, quienes tomaban la posición de jefes supremos en lo que respecta a las relaciones sexuales – esto se daba porque las mujeres eran ampliamente vistas como los superiores morales de los hombres. Como lo demostraban los primeros trovadores, los hombres prometían homenaje y lealtad a las mujeres, quienes vigorosamente actuaban el papel de superiores de los hombres. Esta fórmula feudal, a la que llamaré provisionalmente feudalismo sexual, es avalada por los escritores de la Edad Media y posteriores, incluyendo a Lucrecia Marinella, quien en 1600 d.C. relataba que incluso las mujeres de clases socioeconómicas bajas eran tratadas como superiores por hombres que, como ella narra, actuaban como sirvientes o bestias que habían nacido para servirlas.

Muchos escritores de ambos sexos declaraban esta creencia, incluyendo a Modesta Pozzo, quien en 1590 escribió, “¿no vemos acaso que la tarea legítima de los hombres es ir a trabajar hasta el agotamiento tratando de acumular riqueza, como si fueran nuestros agentes o representantes, de tal manera que nosotras permanezcamos en casa como señoras de la heredad dirigiendo su trabajo y disfrutando de las ganancias de su labor? Esa, si lo quieren así, es la razón por la que los hombres son por naturaleza más fuertes y robustos que nosotras –ellos necesitan serlo, de tal manera que puedan soportar el pesado trabajo que deben padecer a nuestro servicio.”

Y este modelo implica mucho más que el que los hombres trabajen en el beneficio material de las mujeres. También incluye una creencia en la superioridad corpórea, moral y espiritual de las mujeres, de lo que hablaremos en más detalle.

Feudalismo sexual

Llegué a la frase feudalismo sexual como una manera abreviada de aludir al modelo de relaciones sexuales del ginocentrismo, y desde entonces he descubierto que la misma frase ha sido utilizada ocasionalmente en literatura; aquí hay algunos ejemplos que conllevan el mismo significado:

Camille Paglia (1990):

“… un feudalismo sexual de relaciones maestro-esclavo.”

Marjolin Februari (2011):

“De hecho propone una dictadura, la dictadura de la vagina, un tipo de feudalismo sexual que uno no querría que gobernara nuestras relaciones internacionales en el futuro… esas mujeres no están preocupadas en lo más mínimo en la guerra y la paz como cuestiones de principios; lo único que les interesa es asegurar sus propios intereses.”

Adam Kostakis (2011):

“¿Pero cuáles son los derechos femeninos que se defienden hoy en día? El derecho a confiscar el dinero de los hombres, el derecho a cometer alienación paternal, el derecho a cometer fraude de paternidad, el derecho al mismo sueldo por menos trabajo, el derecho a pagar menos impuestos, el derecho a mutilar hombres, el derecho a que nadie esté en desacuerdo con lo que dicen, el derecho a la elección reproductiva y el derecho a elegir por los hombres también. En una interesante paradoja legal, algunos han defendido –exitosamente– que las mujeres deberían tener el derecho de no ser castigadas en lo absoluto por cometer crímenes. El resultado eventual de esto es un tipo de feudalismo sexual, en el que las mujeres gobiernan arbitrariamente, y en el que los hombres se encuentran sometidos, con menos derechos y muchas más obligaciones.”

¿Cuándo empezó?

A continuación se encuentran compiladas una serie de citas acreditadas en el tema. Cada una apunta a la evidencia que hay del comienzo del feudalismo sexual en la Europa antigua, junto con otros factores que contribuían, como la veneración de la Virgen María y su influencia en el estatus de las mujeres.

? H.J. Chaytor, Los Trovadores: “En el siglo XI, el culto a la Virgen María se volvió ampliamente popular; la reverencia profesada a la Virgen se extendía a todo el sexo femenino en general, y así como un vasallo debía obediencia a su señor feudal, de la misma manera el hombre debía obediencia a su dama… Era así que había un servicio de amor tal como había un servicio de vasallaje, y el amante se colocaba en relación a su dama en una posición análoga a la que el vasallo tiene con su señor. Esa posición la lograba solamente en etapas; “hay cuatro etapas en el amor: la primera es aquella de aspirante (fegnedor), la segunda era la de suplicante (precador), la tercera era la del pretendiente reconocido (entendedor) y la cuarta era la del amante aceptado (drut)”. El amante era formalmente aceptado como tal por la dama, y aquel tomaba un juramento de fidelidad a ella y recibía un beso, un anillo o alguna otra posesión para sellar la cuestión.”

woman-on-a-pedestal? C.G. Crump, Legado de la Edad Media: “La Aristocracia y le Iglesia desarrollaron la doctrina de la superioridad de la mujer, esa adoración que congregaba a la Virgen en el cielo y a la dama en la tierra, y le entregaba al mundo moderno el ideal de la caballerosidad. El culto a la Virgen y el culto a la caballerosidad crecieron juntos, y continuamente uno era una reacción al otro. El culto a la dama era la contraparte mundana del culto a la Virgen y fue el invento de la aristocracia medieval. En la caballerosidad, la adoración romántica de una mujer era una cualidad tan necesaria para el caballero perfecto como lo era la adoración de Dios… Es obvio que la teoría que consideraba la adoración de una dama tan cercana como la adoración de Dios y que la concebía como el impulso primario de actos valientes, una creatura mitad romántica, mitad divina, debió haber hecho algo para contrarrestar el dogma del sometimiento. El proceso de colocar a las mujeres sobre un pedestal había empezado, y sea lo que sea que pensemos sobre el valor último de semejante elevación (pues pocos humanos estaban hechos para ser Estilitas, ya sean ascetas o románticos), al menos era mejor que ponerlas, como los Padres de la Iglesia estaban inclinados a hacer, en un pozo sin fondo.”

? C.S. Lewis, La Alegoría del Amor: “Todo el mundo ha escuchado sobre el amor cortés, y todo el mundo sabe que apareció muy repentinamente al final del siglo XI en Languedoc. El sentimiento, desde luego, es amor, pero amor de una clase altamente especializada, cuyas características podrían ser enumeradas como Humildad, Cortesía, y la Religión del Amor. El amante siempre es abyecto. La obediencia de los deseos más nimios de su señora, sin importar que caprichosos sean, y el consentimiento mudo a los reproches de ella, sin importar lo injustos que sean, son las únicas virtudes que él se atreve a reclamar. Este es un servicio de amor moldeado cuidadosamente sobre el servicio que un vasallo feudal le debe a su señor. El amante es el ‘hombre’ de la dama. Se dirige a ella como midons, que etimológicamente representa “mi señor” y no “mi señora”. Toda la actitud ha sido descrita apropiadamente como “una feudalización del amor”. Este solemne ritual amatorio es considerado como parte esencial de la vida cortesana”

? Joan Kelly ¿Tuvieron las mujeres un Renacimiento?: El amor cortés medieval, cuidadosamente ligado a los valores dominantes del feudalismo y la Iglesia, permitía de una manera especial la expresión de amor sexual por parte de las mujeres… si el amor cortés se quisiera definir a sí mismo como un fenómeno noble, tendría que atribuir una libertad esencial a la relación entre los amantes. Por tanto, la relación social del vasallaje se extendió a la relación amorosa, un “concepto” que Maurice Valency adecuadamente llamó “el principio formador de todo el diseño” del amor cortés… Por lo tanto, en los romances medievales, decaprioun acuerdo verbal seguía típicamente después de la declaración amorosa hasta que el amor ofrecido libremente era reciprocado libremente. Un beso (como un beso de homenaje) sellaba la promesa, se intercambiaban anillos, y el caballero entraba en servicio amoroso de su dama. Representar el amor en términos de vasallaje tenía varias implicaciones liberadoras para las mujeres aristocráticas. Lo más fundamental, las ideas de homenaje y mutualidad se introdujeron en la noción de relaciones heterosexuales junto con la idea de libertad. Como estaba simbolizado en escudos y en otras ilustraciones que colocaban al caballero en actitud ritual de recomendación, arrodillado frente a su dama con sus manos dobladas dentro de las de ella, homenaje significaba servicio masculino, no la dominación ni la subordinación de la dama, y significaba también fidelidad, constancia en ese servicio.”

? Peter Makin, Provence and Pound: “Guillermo IX llama a su dama midons, que yo he traducido como “mi Señor”. Este midons es, como dice Pound, “inexplicable”: es usado por los trovadores, para sus damas, y en trovadores posteriores lo encontramos en todas partes – Bernart de Ventadorn lo usó veintitrés veces. Su etimología es (?mi-) dominus, ‘mi amo, señor’, pero como se usaba sólo con las mujeres – su pronombre es ‘ella’ – ha sido difícil para los especialistas en glosarios asignarle un género. Aunque Mary Hackett ha mostrado que no parecía significar en el nivel primario “mi señor cuasi-feudal” por los trovadores que lo usaban, estos hombres sabían latín y debieron haber sido conscientes de su origen y peculiaridad; de hecho, fue de sus emociones y expectativas colectivas de donde salió lo que equivale a una metáfora del señorío, de la misma manera en que el proceso colectivo de creación de metáforas estableció la palabra “bebé” como un término para referirse a una novia y que crea y transforma el lenguaje constantemente. De manera similar, saber que Dominus era el término estándar para Dios, y que don, señor, también se usaba para referirse a Dios, ellos debieron haber sentido la conexión con la adoración religiosa. Guillermo IX hace eco a lo que dicen
las escrituras cuando dice

Cada alegría debe inclinarse ante ella
Y cada orgullo obedece a Midons…
Nadie puede encontrar una mujer más bella
Ni ningunos ojos ver, ni ninguna boca hablar de…

 

La cautivadora quinta estrofa de esta canción enumera los poderes que eran evocados cada día en la Virgen y en los santos. Guillermo IX es, metafóricamente, el vasallo feudal de su dama, así como su devoto. De esta manera hay tres estructuras paralelas: la feudal, la del amor cortés, y la religiosa; la estructura psicológica de cada una imitaba a la de las otras, por lo que era difícil pensar en una sin transferir las emociones que pertenecían a las otras. La dama era a su amante, lo que Dios era para el hombre, y lo que el señor feudal a su vasallo; y el señor feudal era al vasallo lo que Dios era al hombre. Nuestra era, tan orientada a lo socioeconómico, diría que las formas de las sociedades medievales debieron haber moldeado las relaciones de las otras dos esferas, y es muy probable que tanto la ética como la estética moldearan la economía y viceversa. Desde luego, el amor cortés no era “religioso” en el sentido de que hiciera parte de algún tipo de ética cristiana; pero era una religión en su psicología. El amante cortesano no pensaba en su dama como la Iglesia lo hacía, sino como la iglesia pensaba acerca de Dios.”

? Irving Singer, Amor: Cortés y Romántico: “Como la estructura social de la Edad Media era principalmente feudal y jerárquica, se esperaba que los hombres sirvieran a sus señores a la vez que se requería fidelidad de las mujeres. En el amor cortés, esto se transformó de tal manera que empezó a significar que el amante debía servir a su dama y que ella le sería fiel. Se dice a menudo que el amor cortés coloca a las mujeres en un pedestal y que convierte a los hombres en caballeros cuyas vidas heroicas pertenecerían desde entonces a sus elevadas damas. Esta idea surge del hecho según el cual los hombres usaban frecuentemente el lenguaje de la caballerosidad para expresar su servil relación para con cualquier mujer que amaran, y en ocasiones la describían como a una divinidad a la cual aspiraban pero que no tenían ninguna esperanza de igualar… que debían probarse a sí mismos dignos de ella y así avanzar hacia arriba, paso a paso, hacia una unión que culminaba en el nivel de la mujer; que todo lo que era noble y virtuoso, todo lo que hacía que la vida fuera digna de ser vivida, venía de las mujeres, quienes eran descritas como la fuente de la bondad misma. Pero aunque la dama ahora conversa con su amante, los hombres a menudo se arrojaban en la posición típica de fin’amors. En sus rodillas, con las manos entrelazadas, le rogaban a su amada que ésta aceptara su amor, su vida, su servicio, y que hiciera con ellos lo que ella quisiera.”

? Gerald A. Bond, A Handbook of the Troubadours [Un Manual de los Trovadores]: “El alcance de la infiltración del pensamiento feudal en la concepción y la expresión del amor cortés ha sido evidente para los investigadores modernos: el poeta-amante se retrata a sí mismo como un vasallo (om), la dama es tratada como un señor feudal y a menudo se dirigen a ella en forma masculina (midons/sidons), y los contratos (conven), recompensas (guizardon), y otros aspectos del servicio leal y humilde están siendo constantemente discutidos. En un sentido profundo, el amor cortés es feudal por excelencia (Riquer 77-96), ya que imita los principios jerárquicos básicos empleados cada vez más para controlar y justificar el deseo hegemónico en la segunda época feudal.”

El Feudalismo Sexual hoy en día

twilight-edward-and-bellaA pesar de la ansiedad ocasional que los medios experimentan debido al declive del servicio caballeresco hacia las mujeres, éste parece seguir funcionando bastante bien. No sólo hay hombres que continúan poniéndose sobre una rodilla cual vasallo solícito para pedir la mano de la mujer en matrimonio, sino que el feudalismo sexual sigue siendo un patrón popular de las novelas románticas, las películas de Disney y éxitos cinematográficos como Crepúsculo, así como en la música popular, como la canción Love Story de Taylor Swift, que celebra el amor cortés. Los hombres todavía están dispuestos a morir, trabajar, proveer, adorar y poner a las mujeres en un pedestal, y las mujeres no podrían estar más felices de ser tratadas con semejantes demostraciones de exaltación.

Línea de Tiempo de la Cultura Ginocéntrica

By Peter Wright (translation by Andres Bolaños)
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La siguiente línea de tiempo ilustra detalladamente el nacimiento de la cultura ginocéntrica junto con los eventos históricos significativos que aseguraron su supervivencia. Antes del año 1200 d.C., simplemente no existía una cultura ginocéntrica ampliamente extendida, a pesar de la evidencia que existe de actos y eventos ginocéntricos aislados. Fue tan sólo hasta la Edad Media que el ginocentrismo desarrolló una complejidad cultural y se volvió una norma cultural ubicua y duradera.

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1102 d.C.: El meme del Ginocentrismo es introducido por primera vez

Guillermo IX, Duque de Aquitania, el señor feudal más poderoso de Francia, escribió los primeros poemas de trovador y es ampliamente considerado como el primer trovador. Separándose de la tradición de luchar guerras en nombre del hombre, del rey, de Dios y del país, se dice que Guillermo tenía la imagen de su señora pintada en su escudo, a quien él llamaba midons (mi Señor) diciendo que “era su deseo llevarla en batalla, así como ella lo había cargado a él en la cama.” (1)

1168 – 1198 d.C.: El meme del Ginocentrismo se elabora, recibe patrocinio imperial

El meme del ginocentrismo se populariza aún más y recibe patrocinio de la nieta de Guillermo, la Reina Eleonor de Aquitania, y de la hija de ésta, Marie (2). En la corte de Eleonor, en Poitiers, ella y Marie terminaron el trabajo de adornar el código militar cristiano de caballería con un código de amantes románticos; con ello pusieron a la mujer en el centro de la vida cortesana, y al amor en el trono de Dios mismo – y al hacerlo, cambiaron la cara de la caballería para siempre. Los eventos claves son:

– 1170 d.C.: Eleonor y Marie establecieron las Cortes de Amor formales, presididas por ellas mismas y un jurado de 60 mujeres de la nobleza, quienes investigaban y pasaban sentencias en disputas de amor de acuerdo al nuevo código que gobernaba las relaciones entre géneros.

– 1180 d.C.: Marie encomienda a Chrétien de Troyes para que éste escriba Lancelot, El Caballero de la Carreta, una historia de amor sobre Lancelot y Guinevere en la que se elaboraba la naturaleza de la caballerosidad ginocéntrica. Chrétien de Troyes abandonó este proyecto antes de completarlo porque se oponía a la aprobación implícita que recibía la relación adúltera entre Lancelot Y Guinevere que Marie le había mandado escribir. Pero la aprobación de la leyenda era irresistible – poetas posteriores completaron la historia en representación de Chrétien, quien también escribió otros romances famosos, incluyendo Eric y Enide.

– 1188 d.C.: Marie ordena a su capellán Andreas Capellanus escribir El Arte del Amor Cortesano. Esta guía de los códigos caballerescos de amor romántico es un documento que podría pasar como contemporáneo en casi todos los aspectos, excepto por las conjeturas y estructuras de clase anticuadas. Muchos de los consejos en el “libro de texto” de Andreas venían evidentemente de las mujeres que habían mandado realizar el escrito (3).

1180 – 1380 d.C.: La cultura ginocéntrica se expande por Europa

En doscientos años, la cultura ginocéntrica salió de Francia para instituirse en todas las principales cortes de Europa, y de ahí llegó a capturar la imaginación de hombres, mujeres y niños de todas las clases sociales. De acuerdo a Jennifer Wollock (4), la continua popularidad de las historias de amor caballerescas también se confirma por los contenidos de las bibliotecas de mujeres de la Edad Media tardía, literatura que tenía un substancial público femenino, incluyendo a las madres que les leían a sus hijas. Aparte del creciente acceso a la literatura, los valores de la cultura ginocéntrica se difundieron a través de la interacción diaria entre la gente en la que creaban, compartían y/o intercambiaban la información y las ideas.

1386 d.C.: Se forma el concepto Ginocéntrico de “caballero”

Acuñado en los años de 1200, la expresión “Hombre Gentil [Gentil man en inglés]” pronto se volvió sinónimo de caballería. De acuerdo al Diccionario Oxford la palabra gentleman llegó a referirse a “un hombre con instintos caballerescos y buenos sentimientos” en 1386. Por lo tanto, gentleman implica un comportamiento caballeresco y sirve a su vez como su sinónimo; un significado que perdura hasta nuestros días.

1400 d.C.: El comienzo de la Querelle des Femmes

La Querelle des Femmes o la “controversia femenina” técnicamente tuvo su comienzo en 1230 d.C. con la publicación del Romance de la Rosa. Sin embargo, fue la autora francoitaliana Cristina de Pizán quien en 1400 d.C. llevó la discusión prevalente sobre las mujeres a un debate que continúa resonando en la ideología feminista de hoy en día (aunque algunos autores afirman, de manera poco convincente, que la querelle llegó a su fin en los años de 1700). El tema básico de esta controversia de siglos giraba, y continúa haciéndolo, alrededor de la defensa de los derechos, del poder y del estatus de las mujeres.

Siglo 21: El Ginocentrismo continúa

La cultura del ginocentrismo, que ya cumple 800 años, continúa gracias a la ayuda de los tradicionalistas, ansiosos de preservar las costumbres, las maneras, los tabúes, las expectativas y las instituciones ginocéntricas, con las cuales tienen tanta familiaridad; y también con la ayuda de feministas que continúan encontrando nuevas y a menudo novedosas maneras de incrementar el poder de las mujeres con la ayuda de la caballerosidad. El movimiento feminista moderno ha rechazado algunas costumbres caballerescas tales como abrirle la puerta del carro a una mujer, o cederle el puesto en el bus; sin embargo, continúan apoyándose en “el espíritu de la caballerosidad” para obtener nuevos privilegios para las mujeres: abrir la puerta de los carros se transformó en abrir la puerta en universidades o empleos a través de la discriminación positiva; y ceder el asiento en buses se transformó en ceder los asientos en juntas directivas y en partidos políticos a través de cuotas. A pesar de las diversas metas, el ginocentrismo contemporáneo sigue siendo un proyecto para mantener e incrementar el poder de las mujeres con la ayuda de la caballerosidad.

Fuentes:

[1] Maurice Keen, Chivalry, Yale University Press, 1984. [Nota: 1102 d.C. es la fecha atribuida a la escritura de los primeros poemas de Guillermo].
[2] Las fechas 1168 – 1198 cubren el periodo que empieza con la época de Eleonor y Marie en Poitiers hasta la fecha de la muerte de Marie en 1198.
[3] Jeremy Catto, Chivalry: The Path of Love, Harper Collins, 1994.
[4] Jennifer G. Wollock, Rethinking Chivalry and Courtly Love, Praeger, 2011.